Motivos para decir gracias al maestro POR ADRIANA LAURÍA
ARTE | HOMENAJE
Para La Nacion - Buenos Aires, 2010
odavía me parece sentir el vacío en el estómago cuando Jorge me dijo, con un tono que no dejaba margen para la duda y menos aún para cualquier intento de escapatoria, que tenía que intervenir en el Primer Coloquio Latinoamericano de Estética y Crítica, en noviembre de 1993. Él estaba en el comité organizador que presidía Rosa María Ravera, y la lista de invitados incluía a Gianni Vattimo, Emilio Garroni, José Jiménez, Nelly Richard, Margarita Schultz, Ticio Escobar, Alicia Haber, Marta López Gil, Elena Oliveras y Oscar Traversa, por mencionar unos pocos. Definitivamente, no era mi liga. Temía no estar a la altura, sobre todo porque me parecía que aventurarme en las aguas de la teoría estética requería competencias y prácticas en las que no me sentía segura, aunque hacía más de cinco años que Jorge venía haciendo leer a sus discípulos toda clase de textos que discutieran el pensamiento contemporáneo –entonces se usaba sin pruritos el término “posmoderno”–, y en especial aquellos que incluyeran al arte en su reflexión. Como casi siempre, Jorge confiaba más en mí que yo misma y esto ocurría con la mayor parte de sus seguidores. Quizá porque tenía clara conciencia de cómo estaba completando nuestra formación. También sabía que este tipo de esfuerzos –presentar una ponencia, escribir un ensayo, dar una conferencia, curar una muestra– implican saltos cualitativos en el crecimiento profesional. Pero, sobre todo, tenía muy en claro algo que debe ser un faro en la travesía de cualquier buen maestro: hay que impulsar al discípulo a que camine por su cuenta y asumir el riesgo de que se vuelva un igual. Prepararlos, guiarlos, ayudarlos, pero también darles el ánimo para poder soltarles la mano y que comiencen a transitar su propia ruta, aun para disentir con lo aprendido. La participación en el Coloquio del ‘93 –cuyo resultado fue una reflexión sobre la obra de Oscar Bony– no era el primer “empujón” que Jorge me había dado. Tampoco sería el último. Ni yo la única que los recibiría. Él quería convertirnos en sus colegas. Esta generosidad tenía sustento en la seguridad profesional basada en el trabajo y el estudio constante. Esa exigencia para consigo mismo atentó con frecuencia contra su salud. En muchos casos, dio más de lo que sus fuerzas físicas le permitían. Pero el arte argentino, y las actividades que realizó para estudiarlo, interpretarlo y difundirlo, era su pasión, algo que supo transmitirnos con amor de maestro, con lealtad de amigo.
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24 | adn | Sábado 31 de julio de 2010
Jorge López Anaya con Jorge Luis Borges
Oscar Bony, Adriana Lauría, Marcelo Pacheco, Laura Batkis y López Anaya
CARTA A UN AMIGO Hoy, Jorge López Anaya cumpliría 74 años; a tres meses de su muerte, su hija Manuela, dos artistas y dos críticos formados en el semillero de curadores que fue su cátedra, recuerdan al artista, al docente y al crítico comprometido con el arte de su tiempo
POR LUIS FELIPE NOÉ Para La Nacion - Buenos Aires, 2010
Gracias a Manuela –tu hija, a quien le tengo un gran cariño– me encuentro escribiéndote. Ella me pidió un texto sobre vos, pero creo que el género epistolar convoca a la sinceridad y a la memoria secreta. Naturalmente, me estoy escribiendo a mí mismo sobre una relación que hemos mantenido desde hace medio siglo y que tuvo sus oscilaciones pero siempre su gravitación y respeto (entendiendo por tal tener en cuenta al otro, considerándolo hasta para enojarse alguna vez). En el último e-mail tuyo, que recibí el 10 de enero de 2008, me agradecías haberte enviado mi libro Noescritos sobre eso que se llama arte, y en particular, “con sinceridad –con emoción, diría–, la hermosa dedicatoria que escribiste con tu inolvidable caligrafía. Es cierto, compartimos viejas historias, algunas con amigos que ya no están”. Vienen a mi memoria almuerzos en los años 60 y 61 con Jorge de la Vega y cenas post inauguraciones con Greco, Kemble, Wells y muchos otros, y tam-
bién la noche que te quedaste a dormir en mi departamento porque se te había hecho tarde para tomar el tren que te llevaría a San Fernando, donde vivías. También de esa época me viene el recuerdo de tu padre, Fernando, a quien estimábamos muchos de nosotros por su calidad de artista y de persona. Era un caballero, pero además sabía entender muy bien a los jóvenes artistas. Comprendo que para vos él haya sido un gran estímulo. Así conocí a ese Jorge López Anaya que se inició como artista; ese que en 1957, junto con un grupo de jóvenes, algunos de ellos estudiantes, participó en la muy lúdica, pionera en nuestro ambiente, y memorable exposición titulada Qué cosa es el coso y, también a ése a quien en 1960 yo le había prologado una exposición en la galería Pizarro, Paradojas de la vida. Allí decía: “López Anaya recién se brinda al público luego de haber asimilado dos grandes expe-
Así conocí a ese Jorge López Anaya que se inició como artista; ese que en 1957 participó en la muy lúdica, pionera y memorable exposición titulada Qué cosa es el coso
riencias plásticas contemporáneas, la concreta y la informal, y elabora, sobre las bases de ellas, su propia síntesis. Muestra así la iniciación de un camino”. Luego señalaba que tu pintura era, por lo expresado, muy universal, pero, al mismo tiempo, muy latinoamericana por su amor a los muros coloniales y por su captación de las enseñanzas de la escuela cuzqueña sobre la aplicación del marco y otros elementos extrapictóricos en la constitución del cuadro. Un año después incluso te hice una invitación que ahora puede parecer insólita. Deira, Macció, De la Vega y yo, que ya constituíamos un grupo, habíamos decidido para nuestra primera presentación –la muestra Otra Figuración– hacer una convocatoria abierta, pionera de un movimiento (este término se utilizaba mucho entonces, en especial para referirse al informalismo español y la action painting norteamericana). Nosotros queríamos que algo así aconteciera aquí con la experiencia de la pintura abstracta vitalista pero también tomando conciencia de nuestro contexto humano y su protagonismo. Convocamos a muchos artistas que nos dijeron que no, unos por abstractos y otros por figurativos. Me pareció entonces que podría interesarte el proyecto. Me dijiste, sin embargo, que no, porque estabas dudando si ibas a con-