CAPITULO VII
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Descripción de la Sabana de Bogotá.—Noticia histórica de sus primitivos habitantes y de los de las regiones circunvecinas (1) La Sabana de Bogotá, situada a é'SO' de latitud norte, casi en el centro de la cadena oriental de la Cordillera, tiene, de norte a sur de 18 a 20 leguas francesas de extensión y de este a oeste, unas 8 ó 10; aunque su altitud sobre el nivel del mar es de 2.660 metros está todavía rodeada por una muralla de montañas, de cuyos ramales, que avanzan como si fuesen cabos, forman especie de ensenadas o golfto^. Esas montañas, en cuyas cimas se advierten de vez en cuandc' rocas de color sombrío a veces asentadas en una tlerr? ^.ompletamente árida y otras, entre arbustos raquíticos, tienen un aspecto tanto más triste, cuanto que se hallan casi constantemente, lo mismo que sus laderas cubiertas de nubes. Los numerosos barrancos por donde corren las aguas lluvias que caen en las montañas nutren quince ríos o riachuelos; el más importante, a donde confluyen los otros, es el Funza o por otro nombre, el río Bogotá, que nace en las al. turas de Chocontá y de Sopió y, después de mil circunvoluciones, se precipita, hacia la parte suroeste del valle, en un inmenso abismo, formando al caer la cascada que lleva el nombre de Salto de Tequendama. Para muchos viajeros esta catarata tiene, por su altura y por lo agreste del paraje, una (1)
Obras consultadaa para la parte histórica de este capítulo; Vistas d e las Cordille. ras, de Humboldt. Historia general de las Conquistas del nttevo reyno de Granada, por el doctor Lucas Fernández Piedrahita. (Esta historia publicada en Madrid en 1688. merece tanto mayor crédito, cuanto que el autor, uno de los obispos de Santa Marta, la compuso de acuerdo con los manuscritos de Quesada, conquistador y primer gobernador de Nueva Granada y con los de Juan de Castellanos, uno dé los primeros curas de Tunja y con los de dos franciscanos, frai Antonio Medrano y fray Pedro Agnado)
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belleza particular, que lo coloca a la cabeza de muchas otras de fpma mundial, sin exceptuar las del Niágara. En la llanura que se extiende entre la ciudad de Bogotá y las montañas a través de las cuales las aguas del Funza se han abierto paso, y principalmente en las Inmediaciones del pueblo de Soacha, se encuentran numerosas osamentas fósiles de mastodontes y elefantes cuyas especies han desaparecido de la superficie del globo. La gente del pueblo, que en su Ignorancia cree que esas osamentas eran las de una antigua raza de hombres de esthtura colosal, ha dado el nombre de '"Campo de los Gigantes" al sitio donde fueron descubiertas. La constitución geológica de la Sabana parece Indicar que antaño debió estar cubierta por las aguas de un lago; en efecto, se inclina uno a pensar, con bastantes visos de verosimilitud, que la masa de agua, siendo mayor en la parte del suroeste debido a una depresión del terreno, de 265 a 270 metros, ha debido ir minando poco a poco las montañas, las cuales presionaba preparando en esa forma un desgarramiento de las mismas, para el momento en que se produjese uno de esos tei-remotos tan frecuentes en la Cordillera. No obstante, hé aquí la tradición fabulosa que a la llegada a la meseta de Bogotá, de los conquistadores españoles, conservaban los indios acerca de la existencia en tiempos remotos de un lago y del origen fantástico de la cascada por la cual se escaparon sus aguas: "En las épocas más remotas, cuando la luna no acompañaba aun a la tierra y cuando los habitantes del valle iban desnudos, ignoraban la agricultura, carecían de leyes, y de toda religión, de improviso apareció un extranjero de aspecto venerable, que los Indígenas designan con los tres nombres diferentes de Bochica, Nemquetheba y Zuhé, pero más generalmente por el -primero; el tercer nombre se le dio por considerar a este extranjero como hijo- y símbolo del sol; Zuhé que en lengua muysca significaba el día y efl sol, denominación que el pueblo aplicó también a los españoles". "Bochica, misterioso personaje que venia de Oriente y que les parecía de raza diferente a la de ellos, tenía barba larga y poblada, llevaba el cabello sujeto por una cinta alrededor de la frente y una amplia capa echada sobre los hombres. El prestigio de sus actos y de sus palabras, le valió ser acó-
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gido como enviado del cielo: enseñó a los hombres a edificar vi-viendas, a cultivar la tierra, vestirse y a vivir en sociedad; había traído consigo una mujer, que la tradición designa también con tres nombres, a satier: Hubecayguaya, Huythaca y el más corriente de Chía. Esta mujer, cuya maldad igualaba su belleza, contrariándole en todo lo que Bochica hacía en pro de la civilización, llegó mediante abominables sortilegios a engrosar el caudal del río Punza en tal forma, que sus aguas inurfdaron el valle y todos los hombres y animales que no pudieron refugiarse en las cimas de las montañas, perecieron ahc^ados en aquel diluvio. Bochica, Irritado, arrojó lejos de sí a su compañera para que bajo el aspecto de luna fuera la esposa del sol y alumbrase a la tierra por las noches. Luego, golpeando con su báculo las rocas que enmarcaban el lago por el lado del suroeste, abrió paso a las aguas que, fluyendo con violencia, formaron la cascada de Tequendama. En cuanto el llano volvió a ser habitable, reunió Bochica en él de nuevo a los hombres dispersos, les hizo levantar ciudades, c introdujo en ellos el culto del sol; finalmente, después de haber dado a la nación que había constituido dos jefes entre los que distribuyó el poder eclesiástico y el secular, se retiró bajo el nombre de Idacansas (que significaba gran luz de la tierra) a un lugar llamado Iraca, en las proximidades de Tunja, donde vivió muchos años (dos mil según la leyenda) en la mayor austeridad, hasta que por fin desapareció tan misteriosamente como habla venido de regiones ignotas". En la estación de lluvias, que se renueva periódicamente cada tres meses, y sobre todo como resultado de las violentas tormentas que suelen estallar en los meses de septiembre, octubre y noviembre, una gran extensión del llano se inunda, debido cn gran parte al desbordamiento de las aguas del F\mza cuyas orillas tienen muy poca elevación y también a la dificultad que expeífimentan las aguas pai-a correr poa' un terreno que presenta muy poca diferencia de nivel. Durante esas inundaciones, el viajero que no puede ya dlstlngrulr los caminos se dirige a la aventura o se confía al instinto de su cabalgadura, pero no sin que a cada paso resbalen o se caigan caballo y caballero en a ^ n a zanja o agujero, resbalones y caídsis que provocarán por parte de aquél amargas reflexiones sobre la incuria de los gobiernos que
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dejan en semejante estado de abandono Ins vías de comunicación, sobre todo en las proximidades de la capital. En algunas partes le la Sabana que están más bajas que las orillas del Funza, y que durante todo el año están encharcadas, los españoles habían hecho unas calziadas, de las que en 1840 quedaba, en muy mal estado una, que cerca de Fontibón, forma parte de la carretera de Facatativá a Bogotá. Esta calzada, empedrada en una extensión de media legua, y tres puentes de piedra construidos por los españoles eran las únicas obras que llamaban un poco la atención y tenían alguna utilidad. (1) Las dos terceras partes del llano están constituidas por sabanas o praderas en las que pace toda clase de ganados, bueyes, caballos, muías, ovejas, etc., sin más abrigo, en el mal tiempo, que unos cobertizos- escasos en número, que se ven de vez en cuando, cerca de las viviendas. Los dueños de esos terrenos no les sacan más utilidad que el valor de los animales que se crian o engordan en ellos; pero como su número excede al que requieren los trabajos o faenas del campo o al consumo de las ciudades, el precio de venta es necesariamente muy bajo, razón por la cual, en muchos casos no podrá decirse que los grandes ganaderos sean siempre propietarios ricos. La alzada de los caballos no suele exceder de la corriente, pero son fuertes, tienen brío y podrían adquirir todavía cualidades superiores si se preocuparan de mejorar la raza; todas las personas que viven con algún desahogo tienen caballos tanto por afición, como por necesidad ya que sólo se puede viajar en ese transporte. El que por lo general se suele enseñar a esos animales es el paso o el de braceo que son los mejores para andar por terreno llano. Los caballos que tienen naturalmente el paso son muy solicitados; muchos de éstos a ese andar que es tan cómodo para el jinete, van tan de prisa como otros al galope. Una vez presencié en una hacienda el primer ensayo de adiestramiento que se hacía con un potro que se destinaba a la silla. Primero se le tiró al suelo mediante un lazo, cuyo nudo corredizo mantenía unidas las cuatro patas del animal; (l)
Los tres puentes sobre el río Funza llevan los siguientes nombres: puente del C^mftn, Puente Grande y Puente de Bosa.
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luego se le echó por la cabeza una ruana para taparle bien los ojos; hecho esto, se fue aflojando poco a poco el laao para que pudiera levantarse, se le puso un bocado ordinario y una silla bien sujeta a la que Inmediatamente subió un indio. En cuanto el animal se vio libre por completo de sus trabas y de la venda que le tapaba los ojos, Superbe, l'oeil en feu, les narines fumantes (1) se entabló entre el jinete y el bruto una lucha llena de peripecias. Unas veces el caballo pateaba, se encabritaba, metía la cabeza entre las manos y levantando los cuartos traseros soltaba un par de coces, huía o Intentaba revolcarse y parecía como, si de un momento a otro, fuese a despedir al jinete de la silla; otras veces era éste quien sin tener el menor conocimiento de sus principios de equitación, sin espuelas, sin látigo, lograba tenerse firme en la silla a fuerza de equilibrio y agilidad y a pesar de los botes y de las ca. briolas del caballo, le obligaba a obedecer a la brida o a lanzarse a galope tendido en carrera desoi-denada a través de los campos, de los matorrales y charcas, salvando las zanjas y las vallas como en una carrera de obstáculos. Por fin, cuando el animal rendido se hubo desfogado, se le trajo cubierto de sudor y de espuma al potrero, se le voivió a derribar, se le frotó con un puñado de hierba y se le estiraron los remos con objeto de evitar el entumecimiento. Algunas veces, para hacer menos dura y peligrosa la tarea del amansador, el caballo que se trata de domar va sujeto del cuello con un lazo largo que otro jinete sostiene con la* mano para detenerlo cuando corcovea e impedir que, cuando sale disparado, se estrelle contra un muro o contra un árbol. Una cuarta o a lo sumo una tercera parte de la Sabana está dedicada a usos agrícolas diferentes de los pastos. Las legumbres hasta las que provienen de lEuropa, se dan bien y lo mismo los cereales como el maíz, la cebada y el trigo; pero és*érdida de tiempo artistas y más artistas al cacique, cuidando de enviarle cada vez en la proporción convenida, individuos valientes e inteligentes que bajo la apariencia más humilde eran agentes secretos o confidentes, destinados a convertirse en soldados auxiliares del ejército de invasión, en cuanto estallaran las hostilidades. El zapa Nemequene había llevado con tanto acierto este asunto, que acabó por enviar de ese modo varios miles de sus subditos al territorio de Guataivita, con gran satisfacción del cacique, que sin parar mientes en el peligro que le amenazaba, celebraba aquella su idea que le permitía aumentar en
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tan notable proporción el número de habitantes de sus territorios y tener en esos extranjeros elementos para aumentaasus fuerzas. iEJste imprudente cacique no vio el lazo que le tendió Nemequene, hasta que éste le atacó de Improviso y aquellos extranjeros con su traición hicieron ineficaces los medios de resistencia. En definitiva no tardó en ser vencido; perecieron él y casi todos los miembros de su familia en uno de los últünos combates que libró atrincherado en su palacio. Nemequene, después de apoderarse de los tesoros que contenía ese ptilacio, sometió fácilmente a su obediencia la provincia de Guatavita, a cuyo frente, como gobernador, puso a uno de sus hermanos, con cuya ayuda pudo después continuar ensanchando sus territorios. En 1589, casi cien años después de la conquista, las antiguas supersticiones muyscas seguían tan arraigadas en las mentes de los indios a pesar de la predicación de la fe cristiana, que todavía se descubrió cerca de la ciudad de Ramiriquí un subterráneo, cuya entrada estaba hábilmente tapada por una piedra, en que los Indios de la localidad ofrendaban en secreto oro y esmeraldas a un ídolo de madeja de tamaño desmesurado, ídolo que representaba un pájaro cubierto de plumas de todos los colores y a cuyo alrededor había una serie de muñecos que representaban hombres y mujeres. Ese descubrimiento se debió a las revelaciones hechas en confesión por una india vieja, convertida al catolicismo, a un fraile dominico; este fraile, acompañado por todo el personal de la cofradía y i>or soldados, quitó el pájaro y los muñecos, que fueron quemados públicamente en la plaza del pueblo. Les vecinos amotinados quisieron impedir ese auto de fe que era para ellos un sacrilegio, pero acabaron por no oponerse a su Realización después de haber sido convencidos de la santidad del mismo, por la argumentación de los frailes y tal vez más aún por los arcabuces de los soldados. El culto que todavía, después de tanto tiempo, rendían los indios al ídolo a que acabo de referirme, y al que atribuían el poder de pronunciar oráculos, autoriza a pensar que en los sacrificios que ofrendaban en la época de sus soiemnidades religiosas, no sacrificarían indistintamente cualquier clase de pájaro ya que había algunes que eran veneradas. .-.Aunque las prácticas de la religión estuviesen basadas úni-
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camente eu un culto mezclado de sabeísmo y de abominable idolatría, sin embargo los muysctis creían generalmente en un supremo hacedor del mundo y tenían una idea confusa de la inmortalidad del alma, puesto que cuando morían se ponían con elios en el sepulcro no sólo víveres y bebidas, sino una parte de sus joyas y de los útiles de trabajo y de uso diario, con objeto de encontrarse, al pasar a otras reglones, todo cuanto pudieran necesitar para el supuesto viaje y para hacerse otra nueva existencia. Las tumbas antiguamente destinadas al entierro de los muertos, se revelan en el camipo cn forma de montículos de tierra y piedras amontonadas, que se parecen bastante a los túmulos que los celtas, antes de la Invasión de la Europa occidental por las naciones teutonas, construían en las provincias galas, taímbién para enteiTar a sus muertos con las cosas principales que habían pertenecido a cada difunto en vida. Todos los objetos que se encuentran en las tumbas indias de la Nueva Granada, bien sean armas, ídolos o cacharros, se designan con el nombre de guacas, lo mismo que todos los tesoros escondidos en la tierra. Cuando llegaron los españoles, la ciudad principal de los muyscas, donde residía su rey (el Zipa) y que debía tener unas 20.000 almas, estaba situada en el centro de la llanura de Bogotá. Este pueblo, menos avanzado en punto a bienestar material que los peruanos y mexicanos, estaba más atrasado aun en el arte de la construcción; los muyscas no tenían grandes edificios de piedra; las casas, por lo general, estaban hechas de una argamasa de barro y paja consolidada con gruesos maderos; eran de forma redonda, terminaban en la parte superior en forma piramidal, con tejado de paja; dentro de la vivienda las habitaciones, separadas por tabiques de jimco, se sucedían en círculo, como la concha de un caracol; las puertas exteriores, eran de tablas o de cañas dispuestas como las de nuestras persianas y se cerraban por medio de ceiTaduras y lleves de madera. El palacio del zipa estaba formado por una serie de casas del mismo tipo que no se distinguían exteriormente de las de sus subditos sino por sus mayores dimensiones; pero el acceso al palacio estaba protegido por un cerco de murallas eleva-
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das, detrás de las cuales había amplios espacias sin techar-, que formaban patios y en los que estaba la guardia. Los caciques y algunos personajes de elevado rango o de gran fortuna cercaban también sus viviendas con murallas por el estilo. Los zlpas tenían en algunas localidades de los alrededores casas de campo con estanques para bañarse. La principal de esas residencias estaba en Tabio, a la que ya me he referido; en ésta, mediante un canal de derivación de un riachuelo, podían a voluntad mezclarse el agua fría con la de una fuente termal y mantenerla por ese medio a una temperatura agradable y constante. Cuando los zipas salían o iban de viaje se hacían transportar en andas que los indios cargaban sobre los hombros; otros Indios y guardias que iban delante tenían por misión i'r desembarazando el camino de los obstáculos que hubieran podido obstruirlo e ir extendiendo al paso de la ccmitiva mantas, flores y ramas. Como vestidos, los muyscas solían llevar una camiseta o túnica de algodón que les llegaba un poco más abajo de la rodilla y una manta cuadrada, sobre los hombros como si fuera una capa. Estas vestimentas eran generalmente de color blanco pai-a la gente del pueblo; las personas pertenecientes a una clase superior, las llevaban adornadas con dibujos pintados de negro y rojo. Todos los hombres, sin distinción de clase llevaban el cabello largo que dejaban caer en forma de melena; y se cubrían la cabeza, según el rango social a que perteneciesen, con un bonete de piel de animal salvaje o con unas bandas adornadas con plumas de todos colores y llevaban en la frente medias lunas de oro o de plata con las puntas hacia arriba; en los brazos llevaban brazaletes de piedras o de huesos ensartados como las cuentas de un rosario y en las oretjas y en el tabique de la nariz argollitas y otros objetos de oro. Uno de los refinamientos en el vestir consistía en pintarse la caa-a y el cuerpo con diversos colores que extraían de ciertos fmtos. Las mujeres se vestían con dos trozos de tela; uno de ellos, llamado chircate se cruzaba por encima de las caderas sujeto por un cínturón; el otro, liquira, cubría k s hombros y se sujetaba por debajo de los iwChos, que casi siempre llevaban al
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descubierto, con un topo, especie de alfiler largo de oro, plata o cobre, generalmente rematado por una cabeza en forma de cascabel; por lo general se pintaban la cara y los brazos como los hombres. La afrenta mayor que se piedla hacer tanto a los hombres como a las mujeres era cortarles los cabellos o desgarrar sus vestidos; por esa razón, como ya lo dije antes, una de las penas con que se castigaban ciertos delitos consistía precisamente en eso. Los muyscas podían tener tantas mujeres como les permtieran su condición social o su fortuna, pero sólo con la primera con que se hubiesen unido, el matrimonio revestía ceü-ácter de legitimidad e iba acompañado de ceremonias religiosas. El jeque o sacerdote ante quien comparecían los novios con los brazos echados por encima de los hombros preguntaba primero a la mujer si quería más a Bochica que a su marido; si pre. feria su marido a los hijos que tuviera; si quería a éstos más que a sí misma; si se comprometía a no comer en caso de que su marido llegara a morirse de ham;bre y finalmente si prometía no ir a la cama de su marido, más que cuando éste se lo pidiera. Después de las contestaciones afirmativas dadas sucesivamente a cada una de estas preguntas, el sacerdote se dirigía al novio requiriéndole para que manifestase en alta y clara voz de manera que le oyesen tcdos los presentes, si quería tomar por esposa a la mujer que tenía en sus brazos; en cuando éste había declarado tres o cuatro veces seguidas que ese era su deseo, el sacerdote pronunciaba la fórmula que consagraba definitivamente el matrimonio. iNingún hombre, ni el mismo zipa, podía casarse con una hei-mana, prima o sobrina; pero por lo general esos lazos de parentesco se respetaban poco en las uniones Ilegitimas. En contra del orden que indica la naturaleza, los zipas no transmitían su suprema dignidad a los hijos, sino a sus sobrinos y a falta de éstos a sus propios hermanos. Los hijos tenían derecho solamente a los bienes muebles de su padre. Al sobrino destinado a suceder al zlpa en el trono se criaba desde su Infancia en un templo, bajo la vigilancia de guardianes especiales, se le mantenía por completo alejado del mundo y durante su adolescencia se le sometía a diferentes abstinencias y muy principalmente a la del comercio con las mujeres.
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so pena de perder sus dereohos de principe heredero. Antes de sacarle del templo debía declarar bajo juramento que nunca había infringido las reglas que se le habían Impuesto y entonces se le confería el cacicato de Chía donde residía hasta que el trono del zipa quedase vacante. Cuando esto sucedía, se le colocaba solemnemente una corona de oro en forma de mitra, adornada con esmeraldas en la cabeza; luego ocupaba un asiento elevado y tan rico en adornos de oro y pedrería, como la corona, y después de haber jurado ante la muchedumbre congregada que se comportarla como un buen soberano gobernando el reino con justicia y manteniendo la paz, recibía las felicitaciones de los grandes vasalios que juraban fidelidad, y aceptaba los presentes que le traían. La ascensión al trono se festejaba con gi-andes regocijos públicos. También se elegían los grandes dignatarios que debían foiraar su corte y al que, haciendo funciones de primer ministro, habría de comunicar sus órdenes; se le daba por esposa a una de las doncellas, más dignas de aspirar a su mano, la que en calidad de reina reconocida, ocupaba el primer lugar entre las demás mujeres que podía tomar después y cuyo número, por lo general, no bajaba de doscientas, sin contar las sirvientas. Cuando la reina moría antes que su marido, tenia un derecho curiosísimo que consistía en imponer a éste la obligación de observar la continencia durante un lapso que podía ser de cinco años; pero, según el trato que hubiera dado a la reina, mantenía ese plazo o lo abreviaba. El orden de sucesión adoptado por los Zipas era también el observado para la de los caciques; sin embargo, éstos, antes de í>oder posesionarse de su cacicato, debían obtener la Investidura de manos del Zipa reinante, al que prestaban solemnemente juramento de fidelidad y acatamiento, al llevarle presentes. Sólo cuando un cacique moría sin heredero, el Zipa nombraba por si mismo al sucesor. IJOS sacerdotes o jeques, constituían una casta numerosa y desempeñaban un papel importantísimo en la nación; intervenían en la mayor parte de los actos de los hombres y especialmente en el nacimiento de los niños, en la celebración de los matrimonios y en los funerales. El sentimiento religioso del pueblo y las liberalidades de Eos Zlpas y de los caciquea proveían ampliamente a su sostenimiento. Sin embargo Ue-
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vaban una vida muy retraída y ds gran austeridad confinados en les templos; no podían casarse, y bastaba la menor sospecha de que faltasen a la castidad, para que se les privara del ejercicio de su ministerio; se les consultaba como oráculos en todas las circunstancias impiortantes, bien fueran de Interés general o particular; en esas ocasiones hombres y mujeres con el objeto de predisponer en su favor a los dioses, cuyas respuestas esperaban, pasaban con anterioridad unos cuantos días mortificándose con ayunos y otras abstinencias e iban al templo llevando únicamente las ofrendas que según la categoría o la fortuna del creyente, consistían en esmeraldas, oro en polvo o en pedazos, brazaletes, diademas, vasos, figuritas también de oro y hasta en pájaros, vestidos y víveres. Durante las ceremonias del culto, se quemaban ante los ídolos en unas cazoletas hierbas aromáticas, gomas y resinas, como hoy se quema ei Incienso. Además de los asuntos religiosos, los sacerdotes se ocupaban en la práctica de las ciencias conocidas en el país; les correspondía, según parece, la formación del calendarlo anual y la distribución de las fiestas, teniendo en cuenta la sucesión de las estaciones y los ariiversarlos de los hechos memorables. Casi todos ejercían la medicina y se les consideraba como los prácticos más hábiles en el arte de administrar los medicamentos o de practicar operaciones quirúrgicas. Los muyscas contaban con poetas que, tenían en sus versos cierto metro y ritmo armonioso; hablaban un lenguaje pulido y adornado de metáforas; la mayor parte de sus composiciones eran líricas, pues en las ceremonias religiosas y en los festejos públicos siempre había danzas y cantos en honor de los dioses y de los héroes; por medio de esos himnos se tran,»mitía de generación en generación la memoria de los acontecimientos pretéritos. Los hombres que se distinguían en la poesía o en la elocuencia, eran los llamados a desempeña;los cargos más Importantes en los consejos y en las embajadas. Las danzas tenían un carácter grave, frío y acompasado, ya cuando los bailarines formaban coro cogidos de la mano, ya si bailaban en parejas mixtas; todavía hoy, los Indios perteniencientes a la antigua raza muysca, no ponen en sus danzas el calor ni la algarabía de los indios de las zonas cali-
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das; sino que, imitando a sus antepasados, ejecutan únicamente pasos de lenta cadencia, entremezclados con algunos zapateados que imprimen -poco movimiento al cuerpo y que dejan el rastro sin animación cuando éste se les ve, por no llevarle tapado con una máscara. Algunos años después de la muerte de Nemequene, el más famoso de los Zlpas de Bogotá, su sobrino y sucesor Tisquesuza, que seguía animado por la idea de subyugar al Zipa de Tunja, se aprestaba a reanudar las hostilidades contra él, cuando en 1537, la noticia de que los españoles se aproximaban les sorprendió a ambos en sus preparativos guerreros. Interrumpió sus combates y unieron sus esfuerzos contra el enemigo común que se acercaba. Ochocientos o novecientos españoles, al mando de Gonzalo Ximénez de Quesada, habían salido de Santa Marta, ya fuera subiendo el Magdalena, ya por tierra, para llegar a la Cordillera oriental, donde por los Informes confusos que habían adquirido, debían existir naciones opulentas, regidas por grandes príncipes; pero a consecuencia de las pérdidas sufridas en el camino por las enfermedades, accidentes y encuentros con hordas nómadas y salvajes, Quesada no contaba cuando des-?mbocó por las montañas en las altas mesetas, más que con ciento setenta y seis hombres de los cuales setenta y dos eran soldados de caballería. Todos los nombres de esos intrépidas y valerosos aventureros están consignados en la Historia de Piedrahita y muchos de ellos forman hoy parte de las familias nobles de España. Con este puñado de soldados empezó Qa conquista del reino que con el nombre de Nueva Granada iba con los del Perú y de México a llevar a la monai-quia de Carlos V al apogeo de su gi-andeza y de su gloria al someter bajo su cetro la mayor parte de América. No intentaré relatar aquí, los acontecimientos que dieron por resultado la sumisión de los muyscas, lo que además excedería los límites de un trabajo como el que me he propuesto. El lector puede dar aquí por reproducidos los hechos casi análogos y perfectamente conocidos que marcaron las primeras expediciones de los españoles a México y al Perú y donde, ante miles de guerreros indígenas, desconocedores de los principios del arte militar y desprevistos de armas eficaces, la
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disciplina y la superioridad de medios de destrucción, sobre todo con el cañón y la mosquetería, que compensaban en h a l lo la escasez del número de los agresores, aseguraba a éstos, en todos los encuentros, victorias que les hacían txinsideraicomo seres extraordinarios que disponían del rayo. Pero! ay! que llevados únicamente por la sed insaciable de oro, profanaron los dereohos del hombre, lo mismo que los del Dios de paz y de misericordia, cuyo nombre invocaban; y se mostraron casi siempre en el país de los muyscas, para vergüenza de la humanidad, lo mismo que en el resto del hemisferio, donde les llevara su afición insaciable de riquezas, más bárbaros y más crueles que las razas que pretendían civilizar.