Artista, cineasta, filósofo y fiscal

la historia, como René Descartes (su. “Pienso, luego existo”, por ejemplo), o de Jacques Derrida (“La imagen tiene la última palabra”). El autor de obras que ...
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Espectáculos

Página 2/LA NACION

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Jueves 2 de septiembre de 2010

CINE Peter Greenaway: habla de Rembrandt’s J’accuse, uno de los estrenos de la semana

El agujero en la pared y un desencuentro inevitable El hombre de al lado y la batalla por el rayo de sol Muy buena (((( El hombre de al lado (Argentina/2009, color; en español). Dirección y fotografía: Mariano Cohn y Gastón Duprat. Con Rafael Spregelburd, Daniel Aráoz, Eugenia Alonso, Ines Budassi, Lorenza Acuña, Rubén Guzmán. Guión: Andrés Duprat. Música: Sergio Pángaro. Edición: Jerónimo Carranza. Presenta Primer Plano. 102 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.

El cineasta galés durante el rodaje de las escenas actuadas de su trabajo acerca de La ronda nocturnat BELLASOMBRA

Artista, cineasta, filósofo y fiscal Continuación de la Pág. 1, Col. 3 galés, que desde hoy se verá en el Malba y en el Gaumont, presentada en el ciclo El documental del mes, por Bellasombra. Sentado en un cómodo sillón de una amplia suite de Puerto Madero, oportunamente ubicado frente a una gran pantalla de TV, Greenaway piensa que durante siglos le hemos dado demasiada importancia a la palabra escrita y, en comparación, casi ninguna todavía a las imágenes. Al fin y al cabo reconoce que las palabras también son imágenes, y que las letras parten de dibujos. “La primera expresión del hombre hace dos millones de años fue un dibujo, y seguramente la última también lo será”, señala con algo de ironía. Parsimonioso y muy preciso al hablar, Greenaway echa mano una y otra vez a frases cortas que juegan con el idioma, algunas de ellas célebres, sean de filósofos de diferentes momentos de la historia, como René Descartes (su “Pienso, luego existo”, por ejemplo), o de Jacques Derrida (“La imagen tiene la última palabra”). El autor de obras que funcionan con la perfección de un mecanismo de relojería, sean El contrato de un pintor, Zoo, una zeta y dos ceros, El vientre de un arquitecto, El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante o Escrito en el cuerpo, entre sus muchas obras (algunas de ellas estéticamente inspiradas en Vermeer, otras no conocidas aquí), no duda en afirmar que el cine ha muerto. “Vivimos en los tiempos de la televisión. Es más: el cine murió el 31 de septiembre de 1983, el día en que introdujeron en todos los livings del mundo el control remoto y el zapping”, sentenció convencido en diálogo con LA NACION. Greenaway llegó anteayer para la presentación de su nueva propuesta documental, una obra tan experimental como todo su cine, que aborda el misterio escondido en La ronda nocturna, el más famoso óleo sobre tela de Rembrandt, considerada una de las más famosas obras de la historia del arte. El cuadro, relata la voz del mismo cineasta apenas comienza la proyección, está expuesto en la sala mayor de un museo de Amsterdam, la ciudad donde vive el cineasta. Según su investigación, digna de un detective clásico que utiliza las técnicas de la medicina forense actual (“Como en CSI, la serie

de TV”, explica), el cuadro encierra, paradojalmente y a la vista de todos, las claves de un crimen que nunca fue resuelto. Hasta ahora.

La muerte del cine En su película, parte de un proyecto más amplio que incluirá los análisis concienzudos de otras pinturas clásicas, Greenaway echa mano de muchos de los recursos con los que ya deslumbró en sus anteriores propuestas: una medida de literatura y otra más generosa de pintura, algo de arquitectura, y una pizca de biología. Greenaway es múltiple tanto en la concepción como en la materialización de sus performances, sean teatralizaciones, textos que se deslizan sobre las imágenes, el uso del recurso de picture in picture o la presencia de cuerpos desnudos, con frecuencia viviseccionados. La música de los italianos Marco Robino y Giovanni Sollima, como otrora la del minimalista de Michael Nyman, acompaña el ritmo reiterativo

“Hoy la trilogía divina está conformada por el celular, la laptop y la camcorder”

que apasiona a Greenaway, con ligeras variaciones ascendentes o descendentes, que tienen como meta inquietar al espectador. “Con el control remoto se permitió al público seleccionar, es decir incorporar la necesidad de un cine más interactivo”, es lo primero que responde cuando L A N ACION pone sobre la mesa “la muerte del cine”, sentencia que el artista pone en la pantalla y profundiza en sus clases magistrales (como la de anteayer en el BAC), charlas en TV (grabó una para el canal Encuentro) donde, además acostumbra a probar su talento como VJ (video jockey). A pesar de sus finos modales, Greenaway demuestra que le gusta trasgredir: “En los tiempos que corren, la trilogía divina está conformada por el celular, la laptop y la camcorder”, dice, que según su visión serían el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo modernos. Al decirlo, sonríe con picardía. –¿Cree que es inminente una saturación de imágenes?

Una noche en el Rijksmuseum Muy buena (((( Rembrandt’s J’accuse (ídem, Holanda-AlemaniaFinlandia/2008) Guión y dirección: Peter Greenaway. Fotografía: Reinier van Brummelen. Montaje: Irma de Vries, Elmer Leupen. Con Peter Greenaway (relator), Martin Freeman. Presentada por Bellasombra. Hablada en inglés. 86 min.

Peter Greenaway se propone resolver, como si fuera un médico forense con múltiples recursos audiovisuales a mano, el crimen contenido en La ronda nocturna, el cuadro firmado por Rembrandt Harmenszoon van Rijn, en 1642, dentro de la conocida como “edad de oro” holandesa. Lo hace a partir de 30 puntos, hipótesis que –aclara– sólo podrá resolverse en el número 31. La mayoría del público, dice Greenaway con el toque de cinismo que lo caracteriza, es “analfabeto visual”. Durante la proyección de Rembrandt’s J’accuse, complemento de su anterior Nightwatching (re-

creación de la génesis del cuadro en cuestión) se propone dar herramientas para que el público sea quien, en definitiva, saque sus propias conclusiones acerca del vínculo que existe entre la historia pintada y el desenlace en la vida del artista. Esas herramientas serán las que permitirán ver un crimen para Greenaway tan expuesto como la famosa “carta robada” de Edgar Allan Poe. El cineasta vuelve sobre sus recursos; en este caso para poner sobre la pantalla un espectáculo que le sirve como un PowerPoint a un experto que trata de demostrar que su hipótesis es razonable. El guión de Greenaway es una interpretación particular de la deconstrucción según Jacques Derrida, un tipo de pensamiento que critica, analiza y revisa fuertemente las palabras y sus conceptos, en este caso aplicada a las imágenes. Las recreaciones actuadas por personajes que hablan y confiesan sus angustias de cara a la cámaraespectador, ayudando a dilucidar lo

ocurrido, las escenografías ( algunas apenas sugeridas, otras más pomposas), la música como complemento algo más que funcional y muy en especial la fotografía (en alta definición) de Reinier van Brummeler, que trabaja la iluminación siguiendo al maestro de la pintura, construyen un todo armonioso. Para los amantes de las artes plásticas, Rembrandt’s J’accuse puede resultar tan placentera como tocar el cielo con la punta de los dedos y para el resto del público, con conocimientos de arte o sin él, un relato hipnótico sesgado por el género investigativo, que va de lo detectivesco a lo estrictamente documental. Es el principio. Dentro de poco, amenaza el cineasta, le llegará el turno a La última cena, de Leonardo Da Vinci, y las claves de cada uno de sus personajes, relacionadas con la fe cristiana, mientras que para 2012, se meterá en el Guernica, de Pablo Picasso. Habrá que seguirlo.

Claudio D. Minghetti

–¿A usted le preocupa que eso ocurra? En realidad solo usamos una parte mínima de nuestro cerebro… Me parece muy bueno que haya cada vez más imágenes. –Cuando [Jorge Luis] Borges se refería al mundo de las imágenes, si bien no relacionadas entonces a la tecnología, hablaba del Aleph, ¿usted cree que Internet es en cierta forma aquel Aleph? –Me parece que sí. Casualmente mañana (por ayer) me encontraré con María Kodama. Lo que ocurre es que Borges es una especie de guardián de la puerta de la biblioteca de Alejandría, es decir de todo lo que encierra el Aleph. Borges era un gran lector y sus relatos son compactos. Si hubiese escrito La guerra y la paz, de Tolstoi, no hubiese tenido 500 páginas y seguramente hubiese sido menos aburrida. Ustedes, los argentinos, tienen la fortuna de que Borges haya sido de esta misma ciudad. –Para entender sus primeras películas se necesitaban más de dos ojos. Para ésta más todavía… ¿cuántos ojos vamos a necesitar para ver sus futuras obras? –Para ver mi cine se necesitan tantos ojos como para caminar por la calle o cruzar en una esquina, algo que tenemos incorporado. Lo mismo ocurre al ver cierto tipo de cine. Igualmente creo que la mayoría de los cineastas de hoy no hacen más que filmar textos, como El señor de los anillos o la saga de Harry Potter. Hace mucho que se viene haciendo el mismo cine. La mayoría de los cineastas actuales filman con un ojo cerrado y una mano en la espalda. El cine debería estar a la altura de las circunstancias, es decir ser mucho más que eso. –¿Va al cine con frecuencia? –No. Una vez cada dos años, pero en cambio veo mucha TV. Esta es la generación de la laptop, con gente de 13 hasta 35 años que se comunican con Facebook y todas esas cosas sin intermediarios. Se habla de banda ancha, pero en realidad es muy estrecha. –¿Qué piensa del futuro? ¿Espera algo de él? –Lo más interesante va a ser poder grabar los sueños. ¿Usted cree que eso vaya a ser posible? –Sí, me gusta creer en imposibles... –Yo también creo que va a ser posible, apostaría a que sí.

En el comienzo, el rectángulo de la pantalla está dividido en dos: en la superficie negra de la derecha una maza golpea repetidamente y va abriendo un boquete, mientras en el sector blanco de la izquierda asoman grietas y se desprenden los primeros escombros. Esa imagen –las dos caras de una misma pared– introduce la idea del film y anticipa algunas de sus virtudes: su poder de síntesis, su sagacidad para percibir las múltiples facetas que pueden extraerse de un planteo sencillo y su claridad para exponerlas. Sencilla es la historia de Leonardo y Víctor. Uno es un arquitecto y diseñador prestigioso que acaba de ser premiado en Estocolmo, tiene una esposa burguesa que da clases de yoga, una hija adolescente que

PRIMER PLANO

Aráoz, en busca de sol

vive aislada con su música y su baile y una vivienda de privilegio –la Casa Curutchet, de Le Corbusier–, que corresponde a la imagen de esa vida perfecta. De Víctor se sabe algo menos: sólo que pertenece a una clase más modesta, que está lejos de cualquier sofisticación, que sus modales y su forma de expresarse son rústicos y groseros y que necesita un poco de ese sol que el arquitecto suizo-francés tan generosamente proporcionó a su vecino. De ahí el boquete que hace abrir en la medianera: quiere tener una ventana que a él le dará luz, pero invadirá la intimidad de la familia del arquitecto y destruirá la perfección de su casa-símbolo. Nace el conflicto (entre dos mundos inconciliables) y la tensión va in crescendo, aunque entre el aire bonachón pero avasallador de Víctor y la pusilanimidad de Leonardo el trato parezca cordial, y aunque en la superficie del relato prevalezca el ácido humor generado por el desencuentro entre el mundo grasa de uno y la arrogancia snob del otro. El film no ahorra mordacidad (en el fondo, lo más grave es que los dos tienen algo de razón) y es algo ambiguo respecto de sus simpatías, pero deja que los hechos que el guión imaginó, y que hacen progresar la acción más allá de algún titubeo ocasional, intensifiquen la sorda violencia hasta que en el patético giro final cada uno revele su verdadera cara. A la notable pulcritud formal (la casa es protagonista) y las certeras ironías que destapan sutilmente todo lo que hay de veras en disputa, hay que sumar el excelente trabajo del elenco, en especial el de Daniel Aráoz, un Víctor irreemplazable.

Fernando López