1. Cuatro contra cuatro Sentado sobre la cima de una cresta rocosa, Olimpus Culantrillo, Gran Viridius de Saviadoro, observaba el paisaje nevado que estaba a sus pies. En realidad tenía la mirada fija en el vacío, mientras acariciaba a su águila. No conseguía quitarse de la cabeza lo sucedido pocas horas antes… Una larga reunión del Gran Consejo (agitada como siempre) que no había terminado con la típica solución de sentido común y un acuerdo alcanzado en el último minuto, sino que había dejado al grupo de ancianos dividido en dos. El tema en cuestión era de los serios. Pero el hecho de que los personajes con más autoridad de los dusig hubieran abandonado la sala entre incomprensiones 11
En busca del Gran Viridius y sospechas entristecía profundamente al Gran Viridius. Ya había superado con creces los quinientos años y, según recordaba, nunca se había producido una ruptura así de grave. —Esta vez, querida Eunice —murmuró Olimpus acariciando el blanco cuello de su ave—, creo que ¡hemos tocado fondo! La rapaz movió la cabeza como si no quisiera escuchar aquella triste confesión. El Gran Viridius cerró los ojos, para tratar de apartar los malos pensamientos, pero por centésima vez volvió a imaginar la penosa escena de aquella tarde… Había convocado al Consejo urgentemente, en cuanto llegó la noticia, tan inesperada como la nieve en agosto: un viridius de los extremos confines de Levante, de nombre Randolf, con intención de detener una cruenta acción de deforestación en los bosques orientales, ¡acababa de declarar la guerra a los hombres! Un dusig no había hecho jamás cosa igual en el pasado. Y, aunque el comportamiento de los humanos fuera horrible, la palabra «guerra» no tenía cabida en el vocabulario de los dusig silvanos guardianes y contravenía su código de comportamiento. Todavía agravaba más el 12
asunto el hecho de que Randolf hubiera actuado sin aviso previo y ¡sin consultarlo con nadie! El Consejo escuchó horrorizado la comunicación de Olimpus y las primeras reacciones fueron las que él se esperaba. —¡Es absurdo! —¡Los dusig detestan la violencia! —¡Es necesario intervenir enseguida! —Propongo enviar inmediatamente a ese lugar algunas secciones de duendes con resorteras para restablecer el orden, quitarle la jefatura a Randolf y ¡traerlo con suma rapidez ante el Consejo! Pero no todos los consejeros estaban tan convencidos. Uno advirtió que la acción de los hombres en Le13
En busca del Gran Viridius vante estaba produciendo daños irreparables en el Abrigo Verde. Otro añadió que habían esperado demasiado para intervenir y esas eran las consecuencias lógicas. Hasta que llegó el golpe de gracia. Y otra vez, de la mano de Negro Sgrobius, el más severo y conservador de los consejeros. Al verlo levantarse para hablar, con aquella sonrisita complacida en la cara, Olimpus se temió lo peor al instante. Y Negro no lo decepcionó. —Amigos consejeros —comenzó, mirando a su alrededor—, estoy de acuerdo con ustedes. Los métodos de Randolf no son los propios de un dusig. La violencia es algo horrible y no forma parte de nuestra tradición. Pero yo les pregunto: a la vista de la destrucción que los piernaslargas están infligiendo en los bosques de Levante,
14
Cuatro contra cuatro ¿qué elección nos queda? ¿Nos han mostrado alguna vez que tienen sentido común? ¡No! ¿Han mostrado alguna vez piedad hacia los animales y las plantas? ¡Todavía menos! ¡No comprenden más lenguaje que el de la fuerza! Así que yo les digo que, por una vez, tan solo por una vez, ¡hablemos el lenguaje de los hombres! El Consejo enmudeció ante esas palabras. El propio Olimpus sintió que se le helaba la sangre. —¿Qué pretendes decir? —rebatió enseguida—. ¿Que debemos apoyar la iniciativa de Randolf? ¿Es eso lo que piensas? —No exactamente, Olimpus —replicó con toda la calma del mundo el consejero—. Su iniciativa debe detenerse. Pero también hay que detener a los piernaslargas. Por tanto, propongo que ese insensato sea sustituido
15
En busca del Gran Viridius inmediatamente y se le confíe la jefatura de las operaciones a un dusig más experto en estrategia, alguien que bloquee la ofensiva de los humanos reduciendo las pérdidas al mínimo. —¿Las pérdidas? —gritó el Gran Viridius—. Pero ¿te has vuelto loco, Negro? ¡La violencia solo trae consigo más violencia! ¡Nosotros somos dusig y en nuestra milenaria tradición nunca nos hemos rebajado empleando los métodos bárbaros de los piernaslargas! ¡Ni nunca nos rebajaremos! Cuando era necesario, Olimpus decía lo que pensaba en voz bien alta. Sin mirar a la cara a nadie, ni al malhumorado de Sgrobius ni mucho menos a los consejeros que, inmediatamente, propusieron arrestar y procesar a Randolf. No estaba de acuerdo: él siempre había preferido la vía del diálogo. Con todos. Por ese motivo, hizo una tercera propuesta al Consejo: mandar una delegación a Levante y escuchar las razones de Randolf, antes de ordenarle deponer las armas. Le parecía una solución razonable. Sin embargo, para su gran sorpresa, ¡nadie 16
Cuatro contra cuatro le hizo caso! Algunos dijeron que la propuesta era demasiado débil, otros que ya era tarde. Y comenzaron a pelearse de nuevo, sin dar su brazo a torcer. Al final, cuatro consejeros estaban a favor de la guerra (a condición de que no fuera Randolf quien condujera las operaciones) y cuatro en contra (pero con el envío inmediato de los duendes con resorteras y el arresto del viridius rebelde). Olimpus se quedó muy decepcionado. Por lo demás, los conocía bien: ¡podrían haber discutido durante meses sin llegar a ningún acuerdo! Por eso decidió suspender la reunión sin imponer su propia decisión: durante todo el tiempo que llevaba en el cargo jamás había impuesto nada a nadie. Ahora volvió a dirigir la mirada al valle de Saviadoro, plagado de nieve. Estaba siendo un invierno muy duro y los dusig habían limitado los desplazamientos al mínimo. Tal vez por eso hubieran desechado su idea de una expedición a Levante. —No hay otra solución, ¡debemos partir tú y yo solos! —sentenció mirando al águila a los ojos. 17
En busca del Gran Viridius El ave batió las alas mientras emitía unos chillidos hacia el cielo. —Lo sé, sé que estás dispuesta. Pero recuerda que se trata de una misión muy peligrosa. ¿Estás segura de verte con ánimos? Eunice inclinó la cabeza hacia un lado, mirando perpleja a Olimpus: ¿dudaba de su lealtad? —¡No, boba! ¡No es de ti de quien dudo! —la tranquilizó el Gran Viridius intuyendo sus pensamientos—. Es solo que hubiera preferido partir a la luz del sol. Sin embargo, tengo que hacerlo todo a escondidas… ¿Cómo dices? Sí, claro que por lo menos se lo he dicho a alguien. ¡A alguien que me quiere mucho! Se ajustó las correas de abedul de la mochila que llevaba a la espalda y se montó al lomo de su águila. —¡Ánimo, tenemos que irnos antes de que se haga de día! —dijo luego mirando hacia el Este—. ¡A volar, vieja amiga! ¡Jop, jop! Al reclamo, el ave tensó el cuello y se dejó caer al vacío. Dos sacudidas de alas y volvió a tomar altura, dominando el aire sosegado de la noche como sabe hacer una reina del cielo. 18