Natalia García
2ª edición
Natalia García Martínez Ilustración cubierta: Germán Cebrián Lega Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico
Primera edición: noviembre, 2011 Segunda edición: noviembre, 2013 ISBN: 978-84-15425-15-1
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«PODRÁN CORTAR TODAS LAS FLORES PERO NO PODRÁN DETENER LA PRIMAVERA». Pablo Neruda
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Ha finalizado el verano, vuelve la rutina. Ocho en punto de la mañana, salgo de casa y tomo el Metro para el trabajo. Hace un año, cuando me dijeron que me quitaban la plaza de garaje por reducción de gastos, fue todo una tragedia: mi música, mi calefacción, mis noticias… Me sentí muy desgraciada, pero con el tiempo me he dado cuenta de que ¡existe el transporte público!, ¡y a la puerta de casa!, me ahorro el dinero de la gasolina y, encima, me evito el estrés de conducir medio dormida. Ha sido todo un descubrimiento. Me encanta fijarme en la gente; soy capaz de retener cómo es la cara, la ropa y el gesto de todas las personas que me rodean. Una niña me está mirando fijamente el broche de una rosa que llevo prendido en la solapa; es un regalo de mi madre por Navidad. La niña tiene un bollo en la mano y se lo come mecánicamente sin ningún tipo de interés. Seguro que la pobre criatura tiene siempre el mismo bizcocho de desayuno, sin líquido alguno que le ayude a digerirlo. Aparto la vista para encontrar a alguien más interesante y me veo rodeada de una «manada» de ejecutivos con sus trajes oscuros, atacando ferozmente a sus Black Berry. ¡Qué invento más atroz!, ¡parecen prolongaciones de sus manos! Son una clara muestra de la «evolución» de la sociedad: estés donde estés, estás localizado y localizable y ése es, precisamente, el argumento que utilizan para atraerte. ¡Qué locura! Las empresas se apoderan, literalmente, de las veinticuatro horas del día, de tu día, en un intolerable atentado contra tu libertad. Prefiero mirar de nuevo a la niña, que ya se ha terminado el bollo y sigue embobada con mi flor. Una «pareja caniche» se hace arrumacos cerca de la puerta. Dicen que el amor mimetiza a las personas, igual que les pasa a los amos con sus mascotas. Yo no sé si éstos tendrán o no perro, pero con su pelo rizado, sus caritas pequeñas, sus morritos, son iguales que los caniches. Me divierte encontrar en la gente parecidos con animales; al final no somos tan Flores de invernadero
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distintos: «mujer-loro», «hombre-ratón», que junto con los «caniche», la «niña-bollo» y los «hombres de negro», son mis compañeros de viaje esta mañana. Llego a mi mesa, y me encuentro un paquete con una nota de mi jefe: «Para que no digas que nunca me encuentras cuando me necesitas». Un reluciente último modelo de Black Berry aparece ante mis ojos. Es como si haber estado pensando hace un rato en sus «propiedades» lo hubiese hecho aparecer por arte de magia... ¡Si lo llego a saber, habría descrito mentalmente una casa nueva con George Clooney dentro! Jaime, mi jefe, nunca deja de sorprenderme… dos años juntos. Es el director del departamento de Relaciones Públicas de la agencia: somos una pequeña división de una empresa de Comunicación. La empresa ha crecido mucho en los últimos seis años y, desde hace dos, realizamos funciones especializadas en relaciones públicas, asesorando a nuestros clientes para mejorar su comunicación interna, sus relaciones con los Medios de Comunicación... etc. Nunca olvidaré el día en que Jaime me entrevistó: traje negro, corbata azul, planta impecable y aspecto interesante; en fin, un tipo atractivo que me puso como un flan. Me salvó mi experiencia en trabajos anteriores, y también que el puesto estaba hecho para mí. Mi cometido, básicamente, iba a ser tratar con los clientes, entender sus problemas y ayudar a resolverlos con los recursos de la agencia. Como yo tenía experiencia en un puesto similar, hablé con pasión de mi trabajo, describiendo los proyectos que había dirigido y las acciones originales y eficaces que había llevado a cabo. Naturalmente, el puesto fue mío. Somos nueve en total: Laura es mi compañera en el departamento de Cuentas, y Marcos es un becario que «compartimos»; nos ayuda indistintamente en cualquier tema que se necesite. Contamos también con una persona de «Arte» que se llama Pedro. Es un chico trabajador y hace lo que sea para que lleguemos a tiempo con los trabajos: si estamos apurados, tan pronto se pone a maquetar un folleto como a buscar opciones de regalos promocionales, y parece que congenia con su «redactora-compi» Lourdes, que ha llegado hace un mes. También contamos con la ayuda de tres personas más en el estudio creativo. Volviendo a Jaime, es un hombre joven, cinco años menor que yo. He de confesar que tener un jefe más joven no me gusta demasiado, y él ya se encarga de recordarme su edad siempre que puede.
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Parece haber salido del libro del perfecto ejecutivo: ambicioso, trabajador, buena facha, con buena preparación académica y, sobre todo, muy pelota con los jefes y, en general, con cualquiera con un cargo superior al suyo. Es de ese tipo de personas que, en función de la categoría de su interlocutor, cambia el tono y el interés por la conversación, es decir, un completo gilipollas, y, además, le falta lo fundamental en alguien que tiene un puesto de responsabilidad: saber motivar a su equipo. Conclusión: carece de capacidad de liderazgo. Lo que nunca he sabido es si es consciente de sus carencias o, simplemente, le da igual. Empiezan a entrarme «e-mails» y más «e-mails». Si los leo, no trabajo y si no trabajo, no llego a la presentación de mañana… —Emma, tenemos un problema, se ha roto la impresora a color y no puedo imprimir las piezas de la campaña, he ido arriba y me dicen que no pueden parar sus trabajos, ¿qué hago? —me pregunta Pedro con cara de desesperación. —Pues chico, lo único que se me ocurre es que te acerques a la tienda de abajo y que te lo impriman; son encantadores y nos conocen porque nos encuadernaron hace poco tiempo unos dossieres. Pídele dinero de caja a Paloma, pero ¡corre que te cierran! y, por favor, no te vayas sin que veamos juntos cómo queda. No me concentro en la presentación. Creo que hoy me espera una tarde larga. Marcos, el becario, tiene un «problema personal que resolver» —o eso me ha dicho…—, y no se puede quedar. A partir de las siete se empieza a ir la gente y, por fin, tengo la paz que necesito para cerrar el documento y ensayarlo. Soy de las que pienso que aun el mejor ponente no debe dejar espacio a la improvisación. La mejor exposición, aquélla que parece muy natural, es fruto de una preparación previa. Nueve y media de la noche. Cierro mi ordenador. Todo listo para mañana: es nuestro mejor cliente y tenemos que dar el «do de pecho». Jaime no se ha pasado ni a preguntar, aunque casi mejor, porque no aguantaría realizar ningún cambio a estas horas, y él es especialista en poner su granito de arena cuando el trabajo está prácticamente acabado. Desde el ascensor veo una luz en el despacho de Laura, y me acerco a verla. —¿Qué horas son éstas?; creía que era la única pringada que se iba tarde. Se baja las gafas con los ojos enrojecidos de trabajar con el ordenador. Flores de invernadero
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—Jaime me ha pasado un «marrón» de un nuevo cliente de cosmética y quiere verme mañana, pero antes tengo que preparar un informe sobre la competencia y aquí me tienes, en Internet, enterándome de las mil y una cremas que hay en el mercado. —No te quejes. Por lo menos el producto es bonito; igual te dan muestras y tienes surtido para una temporadita. Bueno guapa, yo ya me voy, ¡que te cunda! —Hasta mañana, Emma, no creo que aguante mucho más, hasta mañana. Laura es una buena compañera; es una chica realmente guapa, de pelo corto y negro, unos ojos almendrados muy expresivos, es delgada y tiene mucho encanto. Entramos casi a la par en la empresa y hemos hecho buenas migas, aunque a veces me agota: habla mucho y tiene una energía desbordante, no para quieta un segundo. Es difícil comer con ella de una forma relajada. Normalmente toma un sándwich en la mesa y solo descansa para fumarse un cigarro. El tabaco y los hombres son sus verdaderos vicios: siempre tiene algún moscón a su alrededor y ella se aprovecha de su éxito, revolotea de flor en flor y, como una niña caprichosa, utiliza a los hombres a su antojo. Su última conquista fue un bombero, un tío mazas que la tenía loca. Llegó a escandalizarme con sus aventuras sexuales: todo era intenso y agotador. Creo que para ella el sexo es una forma de descargar el estrés del trabajo: cuanto más complicada es su jornada laboral, más sexo añade a su vida. Llego a casa a las diez. Estoy agotada y necesito desconectar. La casa está fría. Con la calefacción central nunca nos ponemos de acuerdo los vecinos: o mantienen la calefacción hasta el verano o la quitan en marzo. De cualquier forma, no tengo mucho derecho a quejarme porque raramente voy a las reuniones de la comunidad. Fui una vez y fue suficiente, un panorama realmente patético: la del sexto peleándose con mi vecino de abajo porque su moto ocupaba parte de su plaza de garaje. Luego salió el famoso tema de las basuras y ahora resulta que hay que bajar hasta el quinto infierno para depositarlas y encima las recogen con poca frecuencia. Sé que son reuniones necesarias pero, después de una larga jornada laboral, me siento incapaz de asistir a semejante espectáculo. Ceno algo ligero y veo la tele. En realidad me dejo acompañar por un ruido de fondo con imágenes. Estoy cansada y solo
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quiero relajarme. Nunca he podido leer antes de acostarme porque enseguida me duermo y por eso, a mi pesar, cambio una buena lectura por un programa «basura» en el que la hija de la vecina de una supuesta famosa cuenta cómo engaña a su novio. Cambio de canal y me engancho a una película de romanos, aunque sé que terminaré, dos horas después, con el cuello retorcido, dormida en el sofá. Debería evitarlo porque soy plenamente consciente de que me estoy quedando dormida, pero me encuentro tan relajada en ese duermevela y ese sopor tan reconfortante, que prefiero abandonarme, aun sabiendo lo desagradable que va a ser el despertar. «Voy a llamar a mamá», pienso, «llevo casi una semana sin hablar con ella y me preocupa. Cada vez la noto mas despistada». Aprovecho los anuncios para marcar su número. —¿Qué tal, mamá? ¿Cómo fue el resultado de las pruebas? —¿Pruebas? —me comenta en un tono de cierto asombro—. ¿Qué pruebas? —Mamá, las que te hiciste la semana pasada. —¡Ah! Las pruebas, bien, hija, bien. Noto por su respuesta que sigue sin saber de qué le hablo, pero no insisto. —Por cierto, mamá, tienes que decirme otra vez el nombre de la tienda que me recomendaste hace tiempo para comprar toallas y sábanas, porque las tengo bastante gastadas. —Ahora no lo recuerdo pero lo tengo apuntado. Te lo busco y te llamo luego. ¿Cómo sigue Elena? —Adaptándose. Lleva solo un mes en el restaurante y, claro, todavía le cuesta mucho el idioma. Se ha mudado con una amiga a un piso compartido con otras dos chicas más. Noto que está encantada. Tiene clarisimo qué es lo que quiere, con lo cual, yo tranquila. Ya sabes que Elena siempre ha sido una niña muy responsable. Me pregunta mucho por ti y por papá, os echa de menos. —Dile que nos llame, que llame a cobro revertido, que le pagamos la llamada. Yo también la echo de menos y me hace mucha ilusión que me cuente lo que hace. —Se lo diré, pero es mejor no agobiarle demasiado, que vaya a su aire. Las Navidades están a la vuelta de la esquina y en tres meses la tenemos en casa. Y papá, ¿cómo está? —Encerrado en su terraza con sus plantas. Solo le veo para comer, cenar y dormir. ¡Con lo fastidiada que estoy últimamente y no me hace el menor caso! Flores de invernadero
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—Mamá, no te pasa nada, estás perfectamente controlada y el único problema es que te cansas más que antes. Llama a tus amigas y salid al teatro o a merendar. Distráete y deja a papá con sus cosas. Ya sabes que disfruta mucho con sus plantas y a estas alturas no vas a cambiarle. —Emma, te tengo que dejar, se me está quemando el pan que he puesto en el horno. Llámame el sábado y vamos de compras. —De acuerdo, mamá, te llamaré. Cuelgo el teléfono y me quedo pensativa. «La próxima vez que mamá vaya al médico tengo que acompañarla para entender qué le está pasando, tiene lagunas de memoria, y cada vez son más frecuentes», me digo.
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