Dolor de cuello Con la mano izquierda intenta inútilmente auto masajearse el cuello. Hace su mejor esfuerzo, pero el dolor sigue. Se levanta, busca en el botiquín diclofenaco dietilamonio en pomada. También consulta internet y encuentra ejercicios para disminuir el dolor de cuello. Los ejecuta frente al espejo de manera lenta. Respira. El dolor no disminuye, es más, pudiera jurar que se vuelve más intenso. La cosa empeora al darse cuenta que este se prolonga a la espalda alta. Decidido vuelve a auto masajearse. Nada. Con la poca esperanza que le queda hace un nuevo intento: se unta de la pomada mientras masajea. Cree sentir alguna mejoría. Enseguida advierte que todo sigue igual. Otra vez los ejercicios. No los termina. Desea con todo su ser eliminar el dolor, pero comienza a pensar que no podrá. La desesperación se apodera de él. Necesita evadir el dolor. Toma tres pastillas para dormir. Enseguida empieza a soñar. En el sueño está amarrado a una silla y frente a él un espejo. No deja de sudar, respira con dificultad. No puede hacer nada más que sentir como el dolor de cuello se ha extendido por toda la espalda volviéndose cada vez más intenso. No puede despertar, las pastillas son de un buen laboratorio.
Amistades de café La fase inicial de nuestra amistad duro aproximadamente un año, en ese lapso nos veíamos muy a menudo, de tres a cuatro veces por semana, ayudaba que vivíamos bastante cerca. Las citas eran por lo general en un parque que nos quedaba a mitad del camino nos gustaba tirarnos en el césped pasar horas platicando, leyendo o haciendo cualquier cosa. Estábamos en la preparatoria y en ese entonces no sabíamos que tan larga o corta sería nuestra amistad; claro tampoco era que nos lo hubiésemos planteado.
Esther y yo entramos a la misma carrera en la misma universidad. Todo marchaba bien. Durante esa época empezamos a ir a cafeterías por las tardes, fuimos a varias antes de encontrar la que sería nuestra cafetería. Al principio ir a las cafeterías sentarnos, pedir café y ponernos a platicar se sentía extraño, todo parecía tan planeado. Estábamos acostumbradas a la espontaneidad que estar al aire libre te proporciona. Pero en nuestra facultad era común pasar las tardes en charlas de café, estudiar o leer, al parecer había muchas cosas que se podían hacer en un café. A pesar de nuestra aparente torpeza por adaptarnos no renunciamos a la idea de las cafeterías. Todo había empezado como un juego pero se convirtió en un reto: entrar a un mundo que hasta entonces desconocíamos, un mundo que nos había sido revelado al entrar a la universidad y no podíamos más que seguirlo. Fue en esos inicios que le tome el gusto al café además poco a poco fuimos descubriendo el placer de las charlas que se daban ahí. En nuestro caso la pesadilla comenzó a los dos años de ir al café, y ese algo frágil que nos había mantenido unidas, en lo que pensábamos una amistad de por vida, se deshizo de forma permanente. No es que tenga muchas ganas de hablar de ello, pero este día en que por casualidad vi unas fotos de aquellos tiempos no tuve más remedio que recordar, una amistad como aquella debe de recordarse cómo se debe; porque me guste o no yo soy parte de lo sucedido tanto como cualquier otro de los involucrados. Digamos que la inestabilidad comenzó al conocer a Fernanda, al principio todo parecía inocente, divertido y natural. A ella la conocimos en el café, era otro cliente frecuente. Después de unas tímidas sonrisas y cruce de palabras acerca de cualquier cosa se fue integrando y pronto fuimos un trío.
Fernanda tenía una forma de ser que te enganchaba, no solo era inteligente, también era misteriosa y apasionada. Tenía una capacidad de fascinarte de la cual no era consciente. Y eso fue lo que nos hizo aceptarla en nuestro cerrado dúo. Era tres años más grande que nosotros, acabada de terminar la carrera y trabajaba como freelance. Tres años pueden no parecer mucho pero junto a Fernanda parecía un abismo, me sentía tan pequeña, era como si toda la experiencia y madurez que pensaba tener se viera comprometida y cuestionada en las conversaciones que manteníamos con ella, estas se fueron volviendo poco a poco profundas, íntimas, retadoras…. No sé. Sin embargo Esther y yo manteníamos o intentábamos mantener un momento para nosotras cosa que no se dificultaba pues en aquel tiempo teníamos las mismas clases en el mismo horario. El problema era que incluso estando solo nosotras hablábamos de Fernanda consumía nuestros pensamientos y nuestras platicas. Como si de pronto tuviéramos que esperar la aprobación de ella para saber que lo que estábamos haciendo o pensando iba por buen camino. No recuerdo bien en qué momento Esther y yo empezamos a discutir a la menor provocación, lo que pasaba era que cada una pretendía tener la ultima opinión y conclusión al decir: Fernanda diría esto, pensaría esto, ella lo aprobaría o alguna cosa parecida. Al final nos encontrábamos peleando en nombre de ella o tal vez por ella, queriendo saber quién era su favorita. Visto retrospectivamente era todo tan absurdo. ¿qué era lo que mantenía la amistad entre Esther y yo? Lo cierto es que a Fernanda le caíamos bien las dos. Pero cuando estábamos las tres todo fluía de maravilla, ya no podíamos estar bien sin estaba Fernanda; lo que no dejaba de incomodarme. Sin embargo tanto Esther y yo lo
sabíamos y habíamos tomado la decisión de atrincherarnos y luchar para salvar nuestra vieja amistad. Habíamos crecido juntas en muchas cosas tan importantes que parecía imposible que eso terminara. Por supuesto de esto nada le dijimos a Fernanda. Fue en esa época en donde más peleas y malentendidos tuvimos. Hasta que Mario apareció, Fernanda nos lo presento y a Esther le gusto de inmediato. La entrada de Mario en el círculo trajo un respiro a nuestra amistad, pues habíamos encontrado una zona neutral, Mario, algo de qué hablar que no ocasionaba peleas o mal entendidos. Pero debíamos de ser cuidadosas pues si traspasábamos esa zona, reaccionábamos de una manera que ninguna de las dos podía controlar y empezaba la batalla. Mario y Esther comenzaron una relación al poco tiempo de conocerse, la verdad hacían una buena pareja. Por lo mismo Esther no iba tanto al café, lo que trajo otro respiro. También Fernanda iba menos al café había encontrado un trabajo que la absorbía demasiado. Yo empecé a frecuentar a otras amistades de la universidad con las que me llevaba bastante bien. Sin embargo había momentos en los que sinceramente extrañaba a Esther, en aquel tiempo no se me ocurrió plantearme a cual amiga extrañaba, si a la de la preparatoria o la de la universidad. ¿mi amiga seguía siendo mi amiga? Las dos estábamos cansadas, agotadas, pero no dábamos un paso atrás, insistíamos en mantener la amistad. La cosa era que cuando nos veíamos o intentábamos hablar por teléfono ella sermoneaba, yo me enfurruñaba; ella arengaba y yo rumiaba amargamente, pasaban días sin que tuviéramos el valor de hablarnos. Todo esto cambio de repente una tarde en las que solo ella y yo estábamos en el café. Fernanda se había ido a trabajar a otra ciudad, nos despedimos de ella con mucha nostalgia.
Estábamos a punto de terminar la carrera ahora que volvíamos a ser solo las dos en un acto desesperado de rescatar nuestra amistad nos citamos en el café, como en los viejos tiempos. En plena plática Esther se excuso y me dijo que saldría por un momento, dejaría sus cosas pues volvería en poco tiempo. No era la primea vez que hacia eso, es decir que en pleno café recordaba algún pendiente que tenía que realizar, por lo que no me molesto. Pero sobre la mesa había dejado su diario, Esther llevaba un diario desde la secundaria, supongo que para ese entonces ya constaba de muchos volúmenes. Estaban llenos del progreso de su vida interior. Ella me había leído en ocasiones algunos fragmentos de sus diarios, pero hasta ese entonces a pesar de haberlo visto muchas veces en su casa, nunca me había atrevido a leerlo sin su consentimiento. Demasiada invasión a un mundo que no me correspondía. En aquel momento lo único que sentí fue un tremendo impulso de leer el diario, ese deseo me domino. Me pareció entonces que lo había hecho a propósito, que lo había dejado ahí para que lo leyera y que en realidad Esther no tenía nada que hacer solo se había ido para que yo pudiera leerlo. Incluso había un separador, indicándome donde debía leer. Al menos eso fue lo que pensé aquel día y lo que me dio licencia para leerlo. Retrospectivamente comprendo que esto significaba que nuestra amistad ya había terminado, que mi voluntad de defraudar su confianza demostraba que había renunciado a toda esperanza de salvar nuestra amistad, o lo que quedaba de ella. Lo cierto es que pude decidir no hacerlo. Podía no hacer nada y que nuestra moribunda amistad siguiera hasta donde pudiera. En ese momento no pude ver que estaba frente al acto concreto de la libertad, la sensación fue horrible. Durante el tiempo que vacile en leerlo me
sentí rara como si estuviera esperando que una nueva onda de coherencia surgiera, de la nada, y fuera esta la que me dominara y ocasionara un nuevo comportamiento en mí, por supuesto no paso nada de aquello. El último apunte del diario era de hace dos días y escribía sobre mí. Lo que encontré allí era una lista completa de quejas y agravios, ella lo había cubierto todo hasta mi forma de vestir y mis gustos por la comida. Al parecer yo era soberbia, ridícula, frívola y un sinfín de cosas. Al terminar de leer una cosa era clara, nuestra amistad había terminado. No supe porque continuaba manteniendo esa amistad, que poco a poco le hallaba poco o nada de sentido. Fue un error pensar que podría sobrevivir el tiempo y la madurez. No me enoje. Me entristecí, me sentí vacía, hueca, confundida. No me paralice, supe muy bien lo que debía hacer pues el darte cuenta que te desprecian así elimina todo sentido de autocompasión. La verdad es que me sentí aliviada. Y por mas alterada que me encontré en cuanto ella volvió le dije que había leído su diario, por mi estaba bien ya no ir mas al café cada quien podría tomar su camino, separadas. Esther no dijo nada se quedo pasmada y asombrada por mi capacidad de decisión; lo cierto es que yo también. Sin embargo no hizo ni es más leve intento por detenerme, fue mejor así. Nos despedimos y salvo algunas veces que coincidimos en la universidad, nuestros horarios ya no eran los mismos, no nos volvimos a ver. Supe por Fernanda, con quien continúe en contacto por un tiempo, que Esther se había casado con Mario fuera de eso no volví a saber de ella. Con los años perdí el contacto con casi todos mis amigos de aquel tiempo, también de Fernanda. Por un lado no podría decir que era eso que nos unía a Esther y a mi, era como si
gracias a la amistad con Fernanda hubiéramos aprendido a ser nosotras mismas y eso mismo nos hubiera separado. Pero a pesar de eso, y aunque me cueste trabajo aceptarlo, reconozco que nunca he vuelto a tener una amiga como Esther. Pero ni el respaldo de los años me anima a hablarle. Sigo yendo a tomar café, ahora voy a uno nuevo cerca del centro.