Cuentos de Navidad. La esperanza de lo maravilloso

21 dic. 2014 - Cuentos de Navidad. La esperanza de lo maravilloso. De Hans-Christian Andersen a Truman Capote, pasando por Charles Dickens, diversos.
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cultura

| Domingo 21 De Diciembre De 2014

CULTURA

Edición de hoy a cargo de Pablo Gianera www.lanacion.com/cultura | @LNcultura | Facebook.com/lanacion [email protected]

LiTeRATURA | Variaciones alrededor de una fiesta

Cuentos de Navidad. La esperanza de lo maravilloso

Minujin presentó su Árbol de los deseos

De Hans-Christian Andersen a Truman Capote, pasando por Charles Dickens, diversos escritores recorrieron la tristeza y la luz de alegría que rodean los días de la Natividad

un circuito cultural en la calle Florida

Proyecto. Se inauguró

Texto Marcela Ayora para la nacion

H

ay Navidad porque hubo nacimiento. La llegada de Jesús universalizó el relato del tiempo y los almanaques volvieron a foja cero. A la hora de contar historias, esa escena fundante instaló un lugar de revisión en un amplio abanico de sentidos; de la llegada del Hijo deseado en un contexto de extrema humildad al dolor de entregarlo –a los otros– como una ofrenda de amor. La Navidad en la literatura revisa algunas de esas características, que abarcan la potencia de lo que nace –en el sentido de lo que es nuevo– hasta el despojamiento completo. Anidan entonces la mixtura de emociones que las publicidades jamás se perdieron de trabajar y explotar, pero que la literatura revisó y captó desde los rincones propios de la narración y que responden, también, a la naturaleza de origen de aquel nacimiento: amor y dolor. Instaladas en un tiempo cercano al cierre del año, las historias toman la política del balance como condimento para el contar. Las hay esperanzadoras, pero están también las de vacíos, huecos que dejaron los que ya no están o todas aquellas cosas que ya nunca más volverán a existir. Por los días en que se termina el año, pareciera estar en el aire el deseo de que algo maravilloso suceda. Ahí está el olor al milagro, tan cerca de lo doméstico como el del pan dulce horneándose de madrugada en las panaderías. En el aire condimentado de aromas, más de una cabeza encendida espera que algo nuevo ocurra. Desear es, de alguna manera, recuperar al candor de la infancia. La adultez, como pérdida de la inocencia, va a buscar, quizás, en los cuentos de Navidad algo de la niñez. La escritora Ana María Shua es autora de cuentos para niños y adultos, recopiladora de historias de las distintas tradiciones y culturas. Recibió este año varios reconocimientos por su obra. El Premio Konex de Platino en la categoría Cuento y el Premio Nacional. “El cuento de Navidad –dice Shua– es de lo más triste y desesperanzador de la Tierra. Las Fiestas son maravillosas para los chicos, pero angustiosas para los adultos. Marcan el paso del tiempo. Nos traen el fin del mundo y siempre hay una pequeña duda en cuanto a su posibilidad de renovación. Tienen un aspecto doloroso. Son los momentos en que se marcan los asientos vacíos. Los grandes autores que han escrito cuentos de Navidad saben eso, lo tienen muy consciente y aparece en los cuentos.” Clásicos Muchas de las historias de Navidad se desarrollan en la infancia. El protagonista es un niño o el narrador adulto que vuelve a una escena de la

alma larroca

Los cuentos llevan a revisar lo que la Navidad trae, sentido de vida y de muerte Las Fiestas son maravillosas para los chicos, pero angustiosas para los adultos Quizá sea oportuno, como las historias lo proponen, detener el tiempo para pensar niñez. “La fosforerita”, de HansChristian Andersen es, quizás, el más triste de todos. Una niña pobre vende fósforos en una noche fría de invierno, tiene que volver a su casa con el dinero de lo que vendió. Desabrigada, con hambre, la niña se arrincona debajo de un alero y se calienta a la luz de un fósforo. ¿Cuánto calor puede dar una llama mínima que dura segundos? En esos puntos mínimos de luz, la niña cree ver a su abuela muerta. “Abuelita –exclama–, llévame contigo. Sé que cuando se me acabe esta cerilla te desvanecerás como el fuego en la

El crítico

El fin del libro y el principio de una nueva forma de lectura Daniel Molina Para LA NACION

E

chimenea, como el rico pavo asado y como el magnífico árbol de Navidad.” La niña muere con la caja de fósforos en la mano. No había nada por lo que quedarse. También de Andersen es “El abeto”: un árbol que crece y da lo mejor, pero termina como leña para el fuego. Hay otras historias de Navidad con territorio en la infancia: “El gigante egoísta”, de Oscar Wilde; “El cascanueces”, de E.T.A. Hoffmann. En Cuento de Navidad, Charles Dickens trabajó en el protagonista, el señor Scrooge, a un hombre miserable que es visitado por tres fantasmas que se mueven en la línea del tiempo. El primero, el del pasado, lo lleva a su infancia. Empieza a comprender, pero no está listo, y entra el fantasma del presente. Tampoco alcanza y llega el temor máximo, el del futuro: se ve a sí mismo muerto. El cierre es esperanzador, Scrooge regresa a su vida, modificado, y cambia su final. “Era uno de mis cuentos preferidos de infancia –dice Shua– y me daba mucho miedo, sobre todo el de las Navidades futuras. Hay una escena que siempre me intrigó. Al principio, Scrooge sube las escaleras para ir a su cuarto, son tan anchas que podría verse ahí el carro de un muerto, pero colocado de través, en las escaleras. Y eso es precisamente lo que Scrooge cree ver en ese momento.” Truman Capote en Un recuerdo navideño recurrió a un niño, Buddy, que vive en una casa de campo y se presenta así: “Tengo siete años; ella, sesenta y pico. Somos primos, muy

l libro murió, pero persiste, como un zombi. Nunca se editó tanto como en la actualidad: sin contar las ediciones digitales, la cantidad de ejemplares impresos en papel supera todo lo conocido hasta ahora. Además, nunca se leyó tanto como en nuestra época: no sólo porque somos muchos más de lo que nunca fuimos antes, sino porque absolutamente todo está escrito. Además, nunca dedicamos tanto tiempo a leer. Sin embargo, y a pesar de la masificación de la lectura y del auge de la edición, ya no se leen más libros. El libro como objeto se masifica, a la vez que el libro como concepto ha desaparecido (o está desapareciendo y sólo sobrevive en los márgenes de la cultura contemporánea). El libro surgió hace 500 años. Fue uno de los más grandes inventos de la huma-

Más clásicos, de una época a otra El cuento de Navidad de Auggie Wren (Paul Auster) Navidad en Brooklyn y origen del film Smoke Cuento de Navidad (Ray Bradbury) Imaginación de cómo sería la Nochebuena de una familia en 2052 Un extraño cuento de Navidad (Guy de Maupassant) Una incursión en lo fantástico con matices del decadentismo El regalo de los reyes magos (O’ Henry) Una miniatura sobre los Reyes Magos, con una moraleja nada forzada La Navidad es triste para los pobres (John Cheever) Un desapacible relato del más desapacible de los escritores estadounidenses

nidad. Permitió un avance formidable en el campo de la comunicación. Antes del libro, la cultura tuvo soportes y formas de leer mucho más precarias. Antes de la imprenta, se leía y debatía en grupo, en voz alta, entre otras cosas porque cada ejemplar costaba una fortuna. Ese tipo de lectura (que se extendió desde Grecia hasta la Edad Media) no permitía imaginar historias en las que los personajes tuvieran intimidad: para eso fue necesario que se masificara la lectura silenciosa y se la realizara de manera individual. Esa experiencia hizo posibles el Martín Fierro, Oliver Twist y el Ulises. ¿Qué implicaba un libro? Un mundo cerrado. Con un principio y un fin. Un mundo completo entre dos tapas. Por cierto, ya en el libro había un anuncio de esa otra forma de leer: la intertextualidad,

distantes y hemos vivido juntos”. Se acerca la Nochebuena y no tienen dinero. Pero los personajes se las ingenian para dar un regalo muy de ellos a gente que ni siquiera es familia o amigos: “Llega el tiempo de los pasteles de frutas”, dicen, y empiezan a armar la estrategia del centavo –juntan leña para otros, hacen visitas guiadas a su galpón– para comprar los ingredientes de los treinta pasteles. Pero además está el regalo que se hacen uno a otro: “una cometa”. Un barrilete. “En cuanto a mí, podría dejar el mundo con el día de hoy en los ojos”, dice ella. El narrador crece. Se va de la casa. Mantienen contacto gracias a las cartas. Pero todo aquello quedó atrás, en los días previos a aquella Nochebuena. Los cuentos llevan a revisar lo que la Navidad trae, sentido de vida y muerte. Nada que no forme parte del vivir. Quizá sea oportuno, como las historias lo proponen, detener el tiempo para pensar. En esa línea es interesante lo que escribió el autor de uno de los cuentos, como prólogo a su libro. Para alguien que jugó con fantasmas de la Navidad, yendo y viniendo en el tiempo, resulta atinada su palabra convocándola para un final. “Con este fantasmal librito he procurado despertar el espíritu de una idea, sin que procurara en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con estos días de fiesta, ni conmigo. Ojalá alegre sus hogares y nadie sienta deseos de verlo desaparecer. Su fiel amigo y servidor. Charles Dickens. Diciembre de 1843.” ß

que permitía leer entre libros, conectar mundos diversos, sospechar que quizás el universo estaba abierto. Pero para que la intertextualidad funcionara era necesario una mínima (no tan mínima) erudición. No cualquiera era capaz de abrir un libro y saber conectarlo con otros. El libro no es un objeto: es una tecnología (que quedó obsoleta), una idea, una forma de leer y una forma de estar en el mundo. Ahora nos queda el objeto, pero vacío de sentido. Vivimos conectados todo el tiempo: ya no leemos mundos cerrados (menos aún, entre dos tapas). Conectamos fragmentos. Leer, ahora, es una sucesión de conexiones inconexas. Pasamos de un texto a un video, de un MP3 a una imagen: sin solución de continuidad. Todas esas discusiones sobre los precios de los libros digitales y los derechos

Con un megáfono en una mano y un paraguas naranja con la inscripción “Arte Arte Arte” en la otra, Marta Minujin presentó ayer el Árbol de los deseos, una enorme escultura multicolor de material inflable instalada en Florida al 1000. La obra, que convoca al público a expresar sus anhelos para el año que se inicia, inaugura el circuito cultural de la emblemática peatonal porteña. “Quiero invitar a quienes caminan por esta cuadra de Florida a proyectar sus deseos y sueños en un papel y depositarlos en el buzón ubicado al lado del árbol”, dijo Minujin, en el acto en la plaza Juvenilia que compartió con Hernán Lombardi, ministro de Cultura de la ciudad, y Héctor López Moreno, presidente de la Asociación Amigos de la Calle Florida. Según contó la artista, en el buzón se podrán dejar frases y dibujos. “Quise darle alegría a la gente que transita todos los días por esta calle tan tradicional de Buenos Aires. Cuando se abra el buzón, en enero, se elegirá al azar un ganador. El premio será un dibujo mío y los deseos de todos los participantes.” El árbol, que mide diez metros de alto y nueve de ancho, fue realizado con dieciséis piezas inflables de colores flúo. A medida que pasen los días, se irá desinflando. Según pronosticó Minujin, para el 6 de enero, Día de Reyes, la escultura estará lista para guardarse hasta el próximo 8 de diciembre, cuando volverán a inflarla para recibir nuevos deseos. Con el colorido árbol de Minujin, el gobierno porteño inauguró el circuito cultural Florida. El proyecto comprende a más de treinta artistas, que, durante 2015, exhibirán sus creaciones en distintos puntos de la peatonal: se intervendrán esquinas, paredes y hasta vidrieras de locales con obras de Gyula Kosice, Edgardo Giménez, Dalila Puzzovio, Marcos Zimmermann, Dino Bruzzone, Delia Cancela, Juan Stoppani, Flavia Da Rin, Diana Aisenberg y Facundo de Zuviría, entre otros.ß

ricardo pristupluk

de autor de los de papel pertenecen al pasado, aunque aun muevan un mercado de miles de millones. Lo importante hoy es la forma en que ahora leemos: vivimos conectando fragmentos de distinto tipo y soporte hasta cuando soñamos. Internet y la vida digital nos hizo seres anfibios: vivimos en el mundo de los átomos, pero mirando pantallas que nos colocan en el mundo virtual. Sin darnos cuenta, somos distintos de los que éramos hace 20 años: somos los que ya no podemos leer de la misma forma en como se hacía hasta fines del siglo XX. Somos la simiente de la lectura tal como se la verá en el futuro próximo. Ese futuro en el que vivir y leer serán la misma experiencia. Como ya sucede ahora.ß El autor es crítico cultural. @rayovirtual