Viernes 23 de agosto de 2013 | adn cultura | 11
Cuentos de amor, de locura y de muerte Antología. Guillermo Martínez publica la semana próxima Una felicidad repulsiva (Planeta), recopilación que incluye algunos de sus relatos escritos en los últimos diez años. En esta entrevista, el escritor habla de los elementos siniestros y fantásticos que caracterizan sus narraciones, y del afecto que siente por la historia que da título al libro Verónica Dema | la nacion
E
ntre el sueño y la pesadilla, la locura y la cordura, el amor y la muerte. Así podría definirse Una felicidad repulsiva (Planeta), el último libro de cuentos de Guillermo Martínez, que incluye relatos de los últimos diez años. Diversos en los temas que abordan, comparten una trama de suspenso, no en términos policiales sino, como señala el autor, “por la inminencia de algo extraño que va a emerger y va a cambiar drásticamente las relaciones de los personajes, siempre al límite entre la realidad y lo siniestro”. Con este libro, Martínez vuelve a explorar el género del cuento, con el que inició su carrera literaria hace 25 años, cuando publicó Infierno grande. De sus cinco novelas (la más conocida, Crímenes imperceptibles, se tradujo a 35 idiomas y fue llevada al cine por Álex de la Iglesia con el título Los crímenes de Oxford), cuatro surgieron como cuentos. El relato que abre su último libro se toca con esta novela que mencionaba como al pasar el tenis, un deporte que él practicó de chico y considera una parte importante de su vida. “Ahora que volví al tenis lo hago religiosamente dos veces por semana”, comenta a adncultura en su casa de Colegiales, mientras se prepara para las fotos. “A la cancha la llamo el rectángulo fuera del tiempo. Ahí te olvidás de todo.” En su estudio, encima de su escritorio, cuelga una raqueta de madera. –¿Cómo definirías las historias de tu libro? –Son situaciones intermedias de lo real, en todas hay algún quiebre de lo real hacia algo más siniestro. Desde el punto de vista de la forma, en los cuentos hay un elemento de suspenso, que es lo que más me interesa como narrador. Para mí, ése es el acto de ilusionismo mayor de la literatura: que lo que hasta cierto momento pertenecía al orden de lo real, de lo cotidiano, se transforme, bajo las ligaduras de la ficción, en otra cosa más extraña, más inesperada, más tremenda. –¿Que te inspiró a escribir el cuento “Una felicidad repulsiva”? –Hay una intención de partir, para estructurar el relato, de un lugar común y es que la felicidad completa no existe. Me resultó interesante pensar en una familia que sí fuera perfectamente feliz y que sólo fuera así para el narrador; todos a su alrededor creen que algo escondido hay
“Es un libro con relatos variados: familiares, eróticos, de horror”, revela Martínez. MARTíN FELIPE/AFV
detrás, mientras que él trata de comprobar que esa felicidad sí existe. Y creo que lo interesante es el final, una comprobación del narrador sobre cuál era la verdadera naturaleza de esa felicidad. A la vez, es una reflexión sobre cómo vemos la felicidad de los otros, cómo se juzga a los demás. También me gusta que este cuento pueda tener una lectura abiertamente fantástica, eso ya casi depende de la decisión que tome el lector respecto del final. –¿Coincidís con Flaubert en que hay tres condiciones para ser feliz: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud?
–[Se ríe]. Sí. Así empieza el cuento. Con excepción, dice el narrador, de esta familia. –Algo recurrente en los cuentos es la presencia del amor y la muerte: ¿Qué se juega en esos pares? –El título alternativo que tenía para este libro era Los reinos de la posición horizontal, porque hay varios cuentos de sexo y de muerte. Finalmente lo cambié, porque me parecía que había otros elementos en otros cuentos y que el libro iba a quedar demasiado marcado por ese título. Pero es verdad que hay muchas historias en que están esos pares. No es deliberado, sino la regularidad que uno encuentra una vez que tiene reunidos cierta cantidad de cuentos. –El ejemplo más claro es el cuento “Déjà vu, o los reinos de la posición horizontal”. –Claro, en ese mundo de la posición horizon-
tal trato de mostrar a los seres humanos en la síntesis de la vida: el máximo frenesí de lo sexual y luego esa especie de situación cercana a la muerte, de inmovilidad absoluta. –También está muy presente la familia. ¿Por qué te interesó indagar en esos vínculos imperfectos? –Es un libro con relatos variados. Hay relatos familiares, algo así como una pequeña saga que se puede leer; hay cuentos eróticos o sexuales, relatos de horror como “Un gato muerto” y “Una madre protectora”, hay uno que toma lo político y también hay algunos que no quedan en unidad perfecta. Hay un cuento que es casi de ciencia ficción: “Unos ojos fatigados”. –Hay en muchos de ellos una tensión entre ciencia y superstición. –Hay varios cuentos en los que trato de sacar partido de lo que pasa con una mentalidad científica en una situación límite; esa necesidad humana de acceder a una liberación o una esperanza en un momento crítico. La lucha entre el pensamiento racional y el mágico. Eso está. Es el tema en el “I Ching y el hombre de los papeles” y en “El sumidero de Dios”. Son ésos los contrastes que siempre me interesan. –¿Están allí tus huellas de matemático? –Sí, a pesar de que dejé la matemática de manera activa hace ocho años, todavía hay en mis cuentos huellas del pensamiento científico, de cómo se abre paso ese modo de pensar, y de los personajes de ese mundo de la ciencia. –Hay relatos en los que se indaga en las relaciones de padres o madres e hijos. ¿Está la intención de revisar tu propia historia con tu padre, con tu hija? –Para mí, el cuento más importante desde lo afectivo es “Una felicidad repulsiva”, sobre todo porque logré volver a hacer hablar a mi papá. Ahí hay algo del humor de él, sobre todo en las conversaciones en la mesa que aparecen en el cuento. Está el contraste de humor negro entre la felicidad radiante de aquella familia y las tragedias o los problemas que atraviesan a la familia del narrador. En cuanto a madres e hijos, una cosa que me sorprendió es que aparecen muchos chicos, que antes no estaban en mis libros. Supongo que tiene que ver con que escribí mi primer libro a los 25 años y éste sale a los 50. Han pasado niños en el medio. [Se ríe]. –¿Fue deliberado cerrar el libro con una nouvelle? –No. “Una madre protectora” es el cuento que me salió más largo, no es que lo haya pensado así. Cada cuento tiene su forma y, después de que está encaminado, uno no puede hacer demasiado más que tratar de terminarlo. Hay cuentos que admiten ramificaciones, que exigen cierta longitud, y otros que se cierran más rápidamente. En ese sentido, siempre tengo lo que llamo actitud de vigilia: ir escribiendo muy lentamente al principio para dejar que de algún modo las ideas digan todo lo que tengan para decir y diriman entre sí algunas de las continuaciones o posibilidades. Así han salido cuentos que son muy breves, otros de extensión mediana y esta última nouvelle. En definitiva, son historias. C