“¿Cuál es la diferencia entre un burro vivo y un burro muerto?” Por Nancy McKeeth

Habíamos invitado a una pareja pastoral a viajar con nosotros para compartir la enseñanza en un evento para parejas en otro país. Ellos preguntaron si sería posible llevar también a sus tres hijos. Querían inculcar en ellos un amor para servir a otros. Pasamos una semana muy especial con esta familia. Muchos factores se combinaron para hacer nuestro viaje misionero un éxito, pero dos observaciones de esta pareja pastoral me impresionaron mucho. Primero, trataron a sus hijos como parte de su equipo. No solo estaban haciendo bulto, sino que eran participantes— sabían que sus actitudes y disposición contribuían al éxito de la actividad. Cuando un problema en la frontera casi se acabó con el viaje antes de empezarlo, el padre explicó la situación a sus hijos como verdaderos compañeros. Compartieron la experiencia de confiar en Dios juntos y vieron la mano de Dios a su favor. Los padres trataron a sus hijos con respeto. Segundo, los padres mostraron un gran sentido de humor. Buscaron el lado chistoso de las cosas poco agradables. Cuando el viaje se hizo largo y el carro poco cómodo, contaron adivinanzas. La adivinanza del burro se convirtió en un gran chiste. Solo de ver un burro a lado del camino nos hacia reír. Los padres mostraron a sus hijos una actitud positiva y los hijos respondieron. No era un paseo tan agradable en sí, pero creo que la actitud de los padres hizo del viaje un recuerdo grato para sus hijos. Respeto la contribución y los sacrificios que hacen los hijos para apoyarnos, y la capacidad de ver el lado positivo de las circunstancias: dos factores indispensables en una familia en el ministerio. (“Un burro vivo come llano y un burro muerto ya no come.”)

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