Cruzar el umbral

El Partenón y El Obelisco no existen si el público no los desarma. –La obra de arte se completa con el público. –El happeninges para una elite, para des-.
1008KB Größe 29 Downloads 60 vistas
Cruzar el umbral POR MARCELO PACHECO

Minuphone, 1967 FOTOS: GENTILEZA MALBA

pó la obra. No lo hice a propósito, se dio así, como los anteojos negros que empecé a usar para no maquillarme y pasaron a ser parte de mi persona. Me gusta estar siempre igual y flaca; las artistas de mi generación en Estados Unidos, como Cindy Sherman, son todas gordas. Creo que las argentinas somos más frívolas y “fisiqueras”; me gusta estar bien. –Y sos la única artista argentina que la gente reconoce por la calle. –Siempre fue así, me tocó ese destino, no lo busqué. Formo parte de una generación de artistas que nacieron con esa estrella: John Lennon, Janis Joplin, Marta Argerich, los Rolling Stones. Yo soy hippie, amo ser hippie, que un tipo te pegue un palo y contestarle con una sonrisa y el signo de la paz. El ácido te abría la mente y expandía los sentidos, no cambio mi tiempo por ningún otro. Voy a ser siempre hippie. –¿Por qué sos artista? –Nací artista. A los 10 años ya lo sabía, me leía la vida de Van Gogh y las Cartas a Theo, era mi ídolo. Después fue Salvador Dalí y finalmente Picasso, ídolo total que ama el arte pero no sufre, goza y crece, cambia y se recrea; es un genio. –Tenés un aspecto tan burgués que suena raro con toda esta historia: casada desde hace cincuenta años con el mismo tipo, madre de dos hijos, abuela formal, departamento en Recoleta... –No es ser burguesa, sino un concepto de vida integral. Yo quería ser artista pero no sacrificar ser mujer; quería hijos, nietos y marido… Para los amantes no hubo tiempo porque mi primer matrimonio es con el arte, me casé con el arte. Mi marido lo sabe y se lo voy a agradecer en el catálogo por haber soportado tantas cosas. Facundo y Gala nacieron entre La Menesunda y El Obelisco de pan dulce; crecieron en medio de eso, no leyendo Radiolandia. Cuando conocí a mi marido, supe qué era el amor. Me fui tres años a París, no lo vi durante tres años, ya casada. Los chicos se bancaron una madre insólita. –Fuiste premonitoria, en tu arte y también en la concepción warholiana del artista mediático. –Me influyeron Picasso y Dalí, por su manera brutal de trabajar. Lo que más me gusta es trabajar. Tengo que estar haciendo algo sino me muero, por eso tengo

Revuélquese y viva, 1964-1985. Ambientación con colchones y madera, colección particular

buena salud. Desde que nació Gala nunca más fui a un médico, hace treinta años. A Warhol no lo considero un modelo o un ídolo, sino un par. –¿Cómo era la escena del arte? –Maravillosa. Con Pucciarelli y Greco, Payró y Pellegrini, había una euforia por romper con lo establecido. No había curadores, había teóricos. El Instituto Di Tella era un lujo; empresarios cultos que querían hacer cosas por la cultura. –¿Y el público? –Es todo. El Partenón y El Obelisco no existen si el público no los desarma. –La obra de arte se completa con el público. –El happening es para una elite, para descongelar a la gente tan estructurada, como cuando tiré los pollos desde un helicóptero pour épater le bourgeois; el arte efímero gigante es para todos. –¿Y con el establishment, cuál es tu relación? –Nunca tuve una relación directa con el

establishment, sino con personas concretas, empresarios a los que convencí de tanto martillarles la cabeza. A Marcola le dije que hiciéramos El Obelisco de pan dulce; con El Obelisco vendió un millón y medio más de panes dulces; puso ocho fábricas a producir sin parar y fue la gente la que completó la obra al desarmarla y comerse los panes. Con el Partenón fue la oportunidad de un momento político. Franco Macri, amigo de una amiga mía, quería quedar bien con Alfonsín porque él era menemista; me dice que había 30.000 libros prohibidos. Macri puso 25.000 dólares, Pacho O’Donnell le dio el OK de la plazoleta en Carlos Pellegrini y se hizo. Fue emocionante, único. –¿Tenés seguidores? –Es difícil seguirme. Nadie quiere hacer lo que quiero hacer yo, son proyectos imposibles. –¿Qué te queda por hacer? –La torre de Babel con libros en todas las lenguas, Buenos Aires será en 2011 capital mundial del libro, ese será mi homenaje.

Curador en jefe del Malba pág.

23 Viernes 1 de octubre de 2010

Partenón de libros, Buenos Aires, 1983

Desde principios de los años 80, Marta Minujín se convirtió en tema de la vida diaria de mucha gente. Sus obras de participación, realizadas en cualquier punto de la ciudad, resultaron casos sorprendentes de convocatoria masiva y repercusión en los medios de comunicación. Sus presentaciones internacionales, de Nueva York a Dublín, San Pablo y México, fueron la afirmación de alguien que, desde los años 60, se movía en el circuito de galerías, instituciones y grupos culturales de debate europeos y americanos. Los gestos más radicales del arte contemporáneo son ajenos, e incluso molestos, para el público no acostumbrado al contacto con las vanguardias del siglo XX. Hay un umbral difícil de cruzar entre la idea del cuadro pintado y los lenguajes artísticos actuales. Minujín, comprometida con la renovación, hizo informalismo, objetos, arte destructivo, pop, arte de los medios, happenings y muchos etcéteras, que la ubicaron entre los protagonistas del tránsito de la modernidad al arte contemporáneo. Pero sus rupturas buscaron la complicidad de los espectadores. Minujín pudo actuar en el centro de los movimientos del “fin del arte” y reconvertirse en una figura reconocible y esperada por el público. El desafío de Victoria Noorthoorn, curadora de la exposición, ha sido pensar e imaginar la manera de mostrar, a especialistas y público general, las transformaciones constantes de Marta Minujín, decidida a hacer del arte una experiencia vital para todos.