Cristina, Kicillof y el extraño caso del señor Valdemar Enojo de ...

23 mar. 2014 - Mario Blejer, que tanto aprecia al. Gobierno, tuvo que salir a aclarar algo: “El apoyo de Francia ante el. Club no es determinante. Es nece-.
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OPINIÓN | 21

| Domingo 23 De marzo De 2014

Cristina, Kicillof y el extraño caso del señor Valdemar

Jorge Fernández Díaz —LA NACION—

E

l señor Valdemar es un enfermo grave a quien un pseudocientífico logra cristalizar, mediante una suerte de fantástica hipnosis, en el umbral de la muerte. Dormido en ese raro estado de suspensión, sin respiración ni pulso, el pálido paciente transcurre sus siete meses de gracia. Cuando finalmente intentan despertarlo, el cuerpo comienza a degenerarse en “una masa casi líquida de odiosa y repugnante descomposición”. Algunos de los principales economistas argentinos están más ocupados en leer teoría financiera que en repasar las resplandecientes páginas de Edgar Allan Poe (traducido por Cortázar). Pero cuando describen en las mesas de café la actual coyuntura aluden sin quererlo al misterioso destino de ese enfermo grave a quien cristalizaron al borde del precipicio mediante un recurso monetario del Banco Central que tuvo por objeto detener la hemorragia y ganar tiempo. Esa medicina excepcional sólo mantiene al enfermo congelado, a la espera de que los médicos encuentren rápidamente la cirugía y el tratamiento pertinentes. Pero es una carrera contra reloj que nadie está corriendo, puesto que existe en vastos sectores del Gobierno la idea de que el mal ha sido conjurado, y que incluso Valdemar tiene buen aspecto. O en todo caso que irá tirando hasta 2015, y luego se les desmoronará ruidosamente a los pobres diablos que lo hereden. El único apurado parece ser Juan Carlos Fábrega, que al menos tiene una visión descarnada del problema. El hombre ya no sabe cómo apurar al ministro de Economía, que parece formar parte del pensamiento mágico, según el cual la hipnosis cura las enfermedades agudas. Esta semana, por ejemplo, Axel Kicillof pasó todo un día de lo más entretenido con la ley de medios, primero en la Afsca y luego haciendo un show mediático en Clarín. Mientras tanto comenzaron de nuevo las microdevaluaciones y el goteo de las reservas, y las paritarias nacionales, el enfriamiento de la economía y la inflación galopante ya amenazan con comerse el colchón generado por la devaluación: especialistas como Eduardo Levy Yeyati aseguran que “a este paso la competitividad ganada en enero se licuará en agosto”. El cepo cambiario parece ilevantable, la industria lleva siete meses en caída libre, retrocedieron un 6% las exportaciones, el saldo comercial se desplomó 92%, y las únicas que celebran son las aves carroñeras del capital especulativo internacional: “Inversionistas en busca de gangas se están abalanzando hacia los bonos argentinos –relata The Wall Street Journal–. No obstante, se mantienen en guardia para retirarse rápido, lo que pone de manifiesto la falta de confianza en las perspectivas a largo plazo”. Goldman Sachs, para regocijo de Carta Abierta, califica el giro ideológico de Cristina Kirchner de “reconfortante”. Nuestro país no se ha transformado en el paraíso de las empresas serias, pero sí en el casino de los ludópatas financieros. Vaya paradoja. Dentro del propio gobierno nacional y popular confiesan en voz baja las necesidades de la hora: un antisalariazo (que los sueldos pierdan contra la inflación), una reducción de por lo menos un punto del PBI en el rubro subsidios (que la clase media pague el tarifazo) y la llegada de inversores (transfusión urgente para reanimar al pasmado). Es decir, un ajuste social y fiscal, aunque hecho sin convicción ni profesionalismo, a pura chapucería: más que una operación quirúrgica de alto vuelo, un lifting practicado por maquilladores de cadáveres. Combinado, eso sí, con una novedosa política de relaciones platónicas: de repente seducimos sin sexo al mismo mundo que hasta hace muy poquito injuriábamos. Porque antes de las efusividades dedicadas esta semana por Cristina Kirchner al socialdemócrata François Hollande y de men-

cionar cuántos puntos culturales y políticos nos unían a Francia y a De Gaulle, el aparato propagandístico de la Jefatura de Gabinete se dedicó durante dos años a explicarnos que debíamos decirle adiós a Europa, por decadente y repugnante, y que la socialdemocracia se había convertido en una faceta ruinosa del neoliberalismo. Eran otros tiempos. El cristinismo había resuelto patearle el trasero a la seguridad jurídica e instalar un nuevo régimen democrático e institucional en la Argentina, siempre en consonancia con insólitas atribuciones autoritarias surgidas del 54% y con la idea chavista de ir por todo. Hubo un antes y un después de esta decisión: Cristina se alejaba de Chile y Brasil, y se acercaba a Ecuador y Caracas. Las sucesivas torpezas económicas y las consecuentes palizas electorales frenaron ese inédito intento por acabar con la democracia republicana. El kirchnerismo despertó de la borrachera, descubrió que poco y nada quedaba de su modelo original y cayó en la cuenta de que estaba sentado sobre un inodoro lleno de pirañas. Reacondicionó entonces las perspectivas, se pintó los labios y salió a hacerse el simpático y a captar clientes. Los recientes hechos desgraciados de Venezuela, con su represión, sus muertos, sus convulsiones, su desorden y decadencia, los tiene muy asustados: “No podemos terminar así”, se dicen. Más allá de solidaridades de compromiso y ocasión, estamos viviendo el fin de la chavización del kirchnerismo. Volvamos a Bachelet y dejemos a Maduro, y confraternicemos con el compañero Hollande, que es tan refinado, que nos puede dar una mano con el Club de París y que a lo mejor convence a algún empresario francés distraído de largar unos morlacos. Por supuesto, la cosa no es tan sencilla. Los principales ejecutivos de las compañías ignoraron la convocatoria de Cristina en París (nos consideran incorregibles) y Mario Blejer, que tanto aprecia al Gobierno, tuvo que salir a aclarar algo: “El apoyo de Francia ante el Club no es determinante. Es necesario normalizar la relación con el Fondo”. Muchos disgustos juntos

Poco puede hacer la Presidenta para bajar la performance de Massa en las encuestas; sí puede dinamitar las causas de corrupción que acechan a sus muchachos para la Iglesia Cristinista de Liberación Personal, donde los levantadores de dedo se están quedando con el dedo mocho. Es innegable que la Presidenta vive obsesionada con arreglar su salida. Y que en Santiago paladeó el regreso al poder de una colega, y también la cortesía que ésta le dispensó a Sebastián Piñera. Cristina sueña ahora con regresar y con que su inminente sucesor no le robe mercado. Que no sea peronista ni progresista, dado que esas dos opciones la vaciarían de sentido y la reducirían al olvido o la desgracia. Un hombre de la centroderecha, en cambio, podría ser funcional a sus nuevos planes: ya no es necesario tirar por la ventana a Capriles; se puede pensar en acordar una alternancia con él. Cristina piensa mucho en Mauricio Macri, con quien cada vez conversa más. Mauricio, de pronto, le parece más sincero y menos taimado que sus propios compañeros, que andan conspirando para apoderarse de su trono. Pero se trata sólo de aspiraciones de palacio. Poco y nada puede hacer ella para bajar la performance de Massa en las encuestas y para desunir a la coalición de centroizquierda. Sí puede dinamitar todas las causas de corrupción que acechan a sus muchachos. Y en eso anda, activa como nunca, hundiendo jueces y fiscales independientes, y protegiendo a magistrados fieles. Cuenta, como siempre, con la obediencia de los soldados de la Iglesia Cristinista de Liberación Personal y con la invalorable complicidad de sus adherentes periféricos, expertos en pegar donde no duele y en mirar para otro lado frente a la kleptocracia, Milani, las prepotencias y el inquietante estado de hipnosis del señor Valdemar.ß

disgustos por Nik

Enojo de los jueces con el Gobierno

Joaquín Morales Solá —LA NACION—

Viene de tapa

las palabras

Futuros robados Jorge Urien Berri “Siguen robándose cada vez más recursos que son de todos. Y seguimos siendo nosotros –en vez de ellos- quienes sentimos vergüenza. No dejemos que la impunidad nos robe el futuro.” (De Alejandro Fargosi, integrantegrante del Consejo de la Magistratura.)

L

os futuros robados, ¿adónde irán? Nuestro futuro individual irá a enriquecer el futuro de quienes nos lo arrebataron. Dado que el futuro es tiempo y el tiempo, dinero, ¿podrá rescatárnoslo la Unidad de Recupero de Activos, recién creada por el Ministerio Público Fiscal? ¿Y el futuro robado del país? ¿Quién podrá recuperarlo? ¿Adónde va el futuro de un país cuando lo roban? ¿A otro país? No es absurdo pensar que los futuros que aquí nos birlaron se estén materializando en naciones menos propensas a prometerse destinos de grandeza. El problema resulta más arduo si pensamos que, con frecuencia, un crimen obliga a cometer otro que encubra el primero, y el segundo requiere, a su vez, un tercero. El crimen de robarnos el futuro no es la excepción y exige una maestría digna de mejores causas porque para consumarlo es preciso que también nos roben el presente y el

pasado. Lo han hecho y lo hacen ahora mediante la corrupción y la impunidad a las que se refiere Fargosi al escribir sobre el juez federal Norberto Oyarbide y la protección y la impunidad de que goza. En el país de las truchadas se sustituye lo verdadero con lo falso. En lugar del futuro que nos robaron y ya no está, nos dejaron otro que es mejor no atisbarlo ni predecirlo, y para consumar el robo se vieron obligados, como en los crímenes encadenados, a robarnos el presente. Pero ocurre que el presente se caracteriza por su fugacidad y evanescencia, y no cesa de convertirse en pasado. Por lo tanto, el robo y sustitución del presente verdadero por uno falso da a luz en el acto a un pasado tan falso como el presente y el futuro. ¿Cómo lo hacen? No sólo con las mentiras de los gobernantes, sino muy especialmente con las ficciones que fabrica la justicia adicta para otorgar impunidad por medio de sobreseimientos, prescripciones y archivos de causas en las que cada foja clama al cielo por condenas. Tarea ardua la del sistema de corrupción en la Argentina, obligado a una gimnasia ya no sólo histórica, sino filosófica para hacerse con la impunidad necesaria y robarnos la flecha del tiempo, desde el arco hasta el blanco, para que la historia nos la terminen escribiendo jueces como Oyarbide.ß

El futuro del cristinismo está inscripto más en los juzgados que en la política. Más que la protección de Oyarbide, entre los jueces sorprendió la simultánea persecución de Claudio Bonadio. El mensaje fue claro y se explayó en un mismo día. Amparo a los jueces que hacen favores al oficialismo; acoso y amenazas a los que hurgan entre corrupciones o arbitrariedades del oficialismo. Ambas decisiones fueron impulsadas por dos jóvenes de La Cámpora, Julián Álvarez y Eduardo “Wado” de Pedro, que habían llegado al Consejo de la Magistratura prometiendo una nueva era, que resultó una mala copia de la permanente era del kirchnerismo. No hay intermediarios entre esos jóvenes y la Presidenta. Es ella la que está sentada en el Consejo. Oyarbide juega fuerte, con decisión, sin mirar los riesgos. Una vez le contó a otro juez: “Pasé por el purgatorio y por el infierno (se refería al escándalo público en un prostíbulo). De ahora en más, haré lo que quiera hacer”. Pasó de un virtual anonimato a una sobreexposición pública. Saltó de la cobertura jurídica de los zafarranchos judiciales del kirchnerismo a denunciarlo por presionarlo a él mismo. Si expuso de la peor manera a la oficina del poderoso secretario legal y técnico, Carlos Zannini, ¿por qué no haría lo mismo con el ministro de Planificación en la investigación de los fondos públicos malversados por los hermanos Schoklender? ¿Por qué no se entusiasmaría con causas que comprometen al oficialismo y que duermen desde hace mucho tiempo en su despacho? Con Oyarbide hay más temor que agradecimiento. Es más peligroso un aliado lleno de secretos que un adversario que fue siempre distante. El juicio a Oyarbide en el Consejo de la Magistratura podría durar dos años si se le impone el cansino ritmo que insinuó el kirchnerismo. Antes, el juez podría renunciar o jubilarse. Es un caso que no necesita de muchas pruebas en un juicio político, como lo es el del Consejo. El propio juez notificó que recibió una presión del segundo de Zannini, Carlos Liuzzi, y que él accedió a la presión. Un juez tan influenciable no puede seguir siendo juez. Frenó un allanamiento a una financiera y no investigó una denuncia de pedidos de coimas. No hizo nada. Para peor, dicen en los tribunales que el desesperado llamado de Liuzzi al juez incluyó una frase autoinculpatoria: “¡Nos están allanando!” No hay pruebas de que haya sido así. Sólo Oyarbide sabe lo que sucedió. ¿Lo contará? Hay un solo nexo entre aquella frase supuesta y la realidad. Los policías acusados de pedir coimas declararon que el dueño de la financiera, Guillermo Greppi, les dijo que era socio de Liuzzi. Greppi desmintió luego esa afirmación. Es una palabra contra la otra. Los favores del juez a Liuzzi permitieron, incluso, que un empleado de la financiera huyera con carpetas llenas de papeles. La escena de la fuga fue filmada por cámaras de seguridad. Bonadio está en la vereda de enfrente de Oyarbide. Aquel juez sacudió el entorno más íntimo de Cristina y a la cuadrilla de La Cámpora. Se trata de un juicio contra los funcionarios que autorizaron un spot televisivo en Fútbol para Todos contra Mauricio Macri. Bonadio los acusó de malversar fondos públicos para desprestigiar a un dirigente opositor. Entre los imputados está Alfredo Scoccimarro, vocero presidencial en la formalidad, pero una de las personas más cercanas a la Presidenta. De hecho, es el único funcionario inamovible en los viajes presidenciales. Otro imputado es Rodrigo Rodríguez, ex subsecretario de Comunicación Pública y militante de La Cámpora. La causa golpeaba afectos y simpatías presidenciales. La Cámara Federal más cercana al oficialismo anuló las decisiones de Bonadio en esta investigación y designó a un nuevo juez. En la misma semana, dos ex secretarios de Transporte, Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi, se sen-

taron en el banquillo de los acusados en el juicio oral por la muerte de 51 personas en la tragedia ferroviaria de Once. Bonadio instruyó en dos años esa investigación que acusa a Jaime, uno de los hombres más cercanos a Néstor Kirchner. El juez tiene varias causas contra Jaime por presunta corrupción y es probable que lo vuelva a citar a indagatoria en los próximos días. Justo cuando el Consejo de la Magistratura lo conminó, Bonadio envió a Guillermo Moreno a juicio oral por abuso de autoridad. Este juez también juega fuerte. El ex secretario de Comercio acaba de estar con Cristina en Roma, con quien compartió amables gestos. La Presidenta sigue sintiendo simpatía por este funcionario que gobernó con guantes de boxeo, sembrando el miedo. Como a ella le gusta. Tres jueces aguardan ahora a Moreno, que deberá hacer un paréntesis en la placidez romana, para juzgarlo por lo más obvio de su gestión, el abuso de poder. El kirchnerismo saltó sobre Bonadio y les pasó el plumero a dos causas en el Consejo de la Magistratura que tienen diez años de antigüedad. Uno es el sobreseimiento de los dueños de la curtiembre Yoma por créditos impagos otorgados por los bancos Nación y Provincia en los años 90. Es posible que el cristinismo tropiece con su propia estrategia. Bonadio volvió a sobreseerlos a los Yoma en febrero pasado en esa misma causa, pero la Oficina Anticorrupción, que depende del Gobierno, no apeló la decisión del juez. La sentencia quedó firme. ¿Por qué se escandalizan por un viejo sobreseimiento si dejaron pasar recientemente un nuevo sobreseimiento? El otro caso es la privatización del astillero Tandanor en los años menemistas. Acusan al juez de haber dejado prescribir el caso. En efecto, un tribunal oral consideró que la causa había prescripto. Pero ese fallo fue anulado hace poco por la Cámara de Casación, que respaldó la gestión del juez, declaró que la causa no había prescripto y la envió de nuevo a un juicio oral. Si la presunta corrupción en la privatización de Tandanor no prescribió y el caso será juzgado finalmente por un tribunal oral, ¿de qué lo acu-

El actual oficialismo camina hacia un conflicto inevitable. Los jueces seguirán siendo jueces cuando ya el cristinismo se haya ido del poder san al juez? Los contrastes en el tratamiento de los casos de Oyarbide y de Bonadio no pueden ser más nítidos. El sistema viene de lejos. Amado Boudou se limpió en una tarde de conferencia de prensa al entonces jefe de los fiscales del país, Esteban Righi, un peronista histórico y uno de los penalistas más respetados del país. La Justicia repuso luego el honor de Righi, pero éste ya había perdido el cargo. El primer juez que investigó la compraventa de la imprenta Ciccone, Daniel Rafecas, está siendo investigado por el Consejo de la Magistratura. Rafecas fue tumbado como juez de esa causa por el propio Boudou. El primer fiscal del caso Ciccone, Carlos Rívolo, también despedido del caso por el empellón del vicepresidente, respaldó la gestión de Rafecas en la primera y crucial etapa de la investigación. Bonadio debería integrar la lista de Righi, Rafecas y Rívolo. Debería ser inmovilizado. Es la inconducente estrategia del temor. El oficialismo no tiene la mayoría especial e imprescindible que necesita en el Consejo de la Magistratura para destituir a los jueces. Los presiona, los persigue, pero no los puede sacar. Sólo logra acumular rencores y antipatías entre los jueces. Con Oyarbide son más amables. El miedo es más poderoso que el fastidio. ¿Y si renunciara, callado, casi inadvertido, sugiere cierto kirchnerismo? Inútil esperanza. Oyarbide debería nacer de nuevo. Ha hecho de su vida un espectáculo. El actual oficialismo camina hacia un conflicto inevitable. Los jueces seguirán siendo jueces cuando ya el cristinismo se haya ido del poder. Aquel juez que recordaba a De la Rúa no hacía una reseña histórica. Estaba haciendo el pronóstico de un futuro sin fuga.ß