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CONMIGO EN LA DISTANCIA

Ramón Veloz. Actor y Cantante, en radio, televisión, teatro, cine y hasta en la vida real. Soy un tipo de unos 45 o 50 años, así me siento, que trabajo cobrando desde los 10 años y ya cumplo 70. Radio: mucho radio. Desde radionovelas a conductor de programas musicales y de concursos en Cuba y USA. La primera vez que hice radio tenía 7 años y compartí micrófono con Paco Alfonso, Sol Pinelli, Sol Aparicio y otras figuras de la radio en Cuba. Televisión: Series. Novelas. Teatro para TV, como actor, cantante y además, como presentador de programas musicales, en Cuba, España, USA, hasta la fecha. La primera vez que hice TV fue cantando en un programa que se llamaba Sábanas Palacio. Cumplía 5 años. Fue un 20 de enero, hace... Ño, 65 años. Teatro: En Cuba, España, Canadá y USA. Cine: unas 18 películas entre Cuba y USA. Mi primera peli fue El otro Francisco, de Sergio Giral, la última que hice en Cuba: La bella de la Alhambra de Enrique Pineda Barnet. ¿Qué me gusta? Mi mujer, mi trabajo, los perros, los caballos, la amistad, la malta Scotch, por supuesto. Leer, ver películas, TV, la poesía, la buena música y ver triunfar a los jóvenes artistas, si son cubanos, mejor. ¡Ah! Soy Licenciado del Instituto Superior de Arte, de la Universidad de La Habana.

Ramón Veloz

CONMIGO EN LA DISTANCIA

De la presente edición, 2016 © Ramón Veloz © Hypermedia Ediciones Hypermedia Ediciones Infanta Mercedes 27, 28020, Madrid Tel: +34 91 220 3472 www.editorialhypermedia.com [email protected] © Imagen de portada: Miriam De-Soignie © Prólogo: Raúl Rivero Edición y corrección: Hypermedia Servicios Editoriales S.L Diseño de colección y portada: Hypermedia S. E., S.L ISBN: 978-1539886488 Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.

Para Miriam, mi esposa. La mejor compañera en este largo viaje en la distancia. Siempre conmigo. La mujer de mi vida. Sin lugar a dudas. Para Raúl Rivero, Salvador «La Ley» González, Joaquín R. Veloz, mi nieto, y otra vez Miriam. Por sus buenas ideas, apoyo e interés, para que esta obra vea la luz. Gracias por soportarme. Un recuerdo, con todo el amor de padre y abuelo. Para mis hijos y mis nietos. Para los amigos. Los que no hace falta nombrar. Los que se saben dentro. Al primer Ramón de todos los Veloz que le seguimos, papá. Y a mi vieja. Siempre en mi mente. Gracias.

APUNTE SOBRE LA LEJANÍA Conocí a Fabián Ramón Veloz en la Universidad de La Habana, en un aula, en un pasillo de la Escuela de Letras o en un elevador, en los primeros años sesenta del siglo pasado porque hay que decirlo todo sin miedo a las palabras. Creo que tratábamos de matricular en la carrera de Historia y no lo conseguimos, pero en esos trámites fracasados iniciamos una amistad que nadie ni nada ha podido contaminar. Aquél Ramón, ese de aquellos días porque es el mismo de ahora es el que pretendo presentar a los lectores con esta nota apresurada en la entrada de su libro de memorias Conmigo en la distancia. Hablo de alguien que padecía y disfrutaba de los avatares y los goces de la fama desde niño por su trabajo como actor y cantante y que se entregaba con todas sus lealtades a su vocación de artista. Lo que pasa es que, a la vez, y quizás por eso mismo, sentía una pasión auténtica por el idioma español y sus misterios, sus músicas y sus esencias remotas, ricas y variadas. Aquél Ramón Veloz era (y es todavía) un empedernido lector de poesía y, por cierto la leía toda, sin aspavientos ni selectividad y con la intención de apoderarse de los mensajes y las temperaturas de los versos, se valía de 9

su entrenada memoria de actor para que no le olvidaran (no se le olviden) nunca. También era y ha sido un lector de buena prosa impulsado unas veces por los afanes de su carrera y otras obligados por indicaciones académicas. Dicho esto, lo único que me queda para invitarlos a leer este libro es decir que Ramón Veloz es un hombre sensible y agudo que ha interpretado muchas vidas y que ahora comienza a escribir sobre la suya. Creo que, entre otras cosas, para tratar de comprenderla. Conmigo en la distancia relata las circunstancias en que Ramón y Miriam, su esposa, consiguieron salir al exilio y tocar los azares de la vida en libertad lejos de aquella dictadura. Es una historia bien contada con una buena dosis de humor, emociones, intrigas y temores. Estos recuerdos se integran con la visión personal del autor de la etapa anterior a tomar la decisión de salir de su país y un análisis de algunos de los acontecimientos políticos que rodearon o impulsaron a la pareja a vivir una aventura singular que los hizo pasar por Budapest, Cádiz y Madrid en un viaje sin boleto de vuelta. Aquí están un poco más de un centenar de páginas ilustradas con fotos del archivo privado del escritor. Están escritas, a mi modo de ver, en un idioma conversacional, directo, emparentado con el buen periodismo y sin ínfulas de obra maestra que es una de las vías expeditas para llegar a la literatura. Los convido a leer este libro que, enseguida, pasará a formar parte del largo y dramático historial de desafíos, riesgos, picardía, miedos y pequeñas victorias que muchos cubanos han tenido que experimentar para ser libres. Raúl Rivero

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FRENTE AL ESPEJO Como cada día al despertar me saludo con una sonrisa y un: ¡Buen día! ¡Esto de amanecer alegre y sonriente es buenísimo! Se lo recomiendo a todos. Te prepara para enfrentar de manera positiva los retos del diario vivir. Que eso es la vida. Un reto. Sí. Mi primer reto a resolver es encontrar a mi mujer en la cama. Solo para saber si sigue escondida entre sus siete almohadas o ya se levantó; solo para eso y nada más. A estas edades, los amaneceres son aquí apacibles. El segundo reto es un acto acrobático. Lanzarme al vacío con los pies por delante buscando el suelo, que está justo un metro más abajo. Yo no me acuesto para dormir. Levito. El tercer reto del amanezco, para mí el definitivo, el que me produce la alegría total; es comprobar que me duelen todas y cada una de las articulaciones del cuerpo. ¡Estoy vivo! Después de los cincuenta, si se levanta y no le duele nada, le recomiendo que se deje caer lentamente, apoyándose contra la cama o la mesa de noche, cuestión de no golpearse. Está muerto. Y no se ha dado cuenta todavía. 11

Luego del acto de vida inicial; salgo del cuarto. De puntillas, para no despertar a mi mujer. Todavía no he cerrado la puerta del todo y Beni está subiendo las escaleras, mientras Mica me saluda desde abajo, con ladridos cortos. Acaricio a Beni, que jirimiquea y aúlla de alegría, mientras saludo a Mica desde arriba. Le digo que no ladre. No me hace caso. Definitivo. Los Schnauzer se parecen a los caballos del Rey. Esos que no comen porque no quieren comer. Los Schnauzer no escuchan, cuando no quieren oír. Subo un poco la temperatura ambiente, de 70 a 75 grados F. Hace frío. Entro al baño, y me veo al espejo. No hay de otra. Más de la mitad de la pared está cubierta por un espejo. Sobre la taza y el lavamanos. Grande. Te atrapa. Hago unas cuantas muecas y termino saludando a mi reflejo diciendo mis iniciales en inglés: RV, vivo en USA, ¿no?, y aceptando burlón mi cara en el espejo. —Arvi, ¡estás del carajo! Ya no eres el mismo. Y dicen que estás «igualito». Orino. Me lavo la cara. Los dientes. Me arreglo el pelo con los dedos. Bajo, y tengo que acariciar a Mica, para que no siga ladrando. Preparo la cafetera. Me tomo un vaso de agua. Salgo a recoger la prensa. Leo los titulares, mientras saboreo el café y mi primer cigarrillo del día. Después de dos o tres tacitas de café y leer las noticias. Me baño y a hacer lo que tenga que hacer. Esta es una rutina que hago, desde hace más de 15 años, día tras día. Rara vez la rompo. Por eso hoy, al despertar, no 12

tenía idea de que mi mañana iba a cambiar, justo, cuando entrara al baño y me mirara al espejo y dijera: —Arvi, ¡estás del carajo! Ya no eres el mismo. —¡Tú, no eres el mismo! Yo sí —me contestó, airado, el tipo del espejo—, yo sigo siendo el niño que en el kinder se enamoró perdidamente de Margarita. La niña que tocaba el triángulo en la orquesta que yo dirigía. Me regalaron una sortija de oro, con un rubí. Por ahí guardo la foto. Yo, el que se sentaba frente al televisor en casa de la abuela, tomando gelatina de fresa congelada, y veía Las aventuras de Rin tintín, Gene Autry, Roy Rogers y toda la tanda de la tarde. Me sabía todos los comerciales. Todavía los recuerdo. Era loco a la tele desde 1950. ¡Soy! Me crie en, y con, la tele. Viví de ella desde los diez años. Ahora duermo con la de España. Si despierto, estoy en el futuro. Seis horas. Yo sigo siendo el niño que se inventaba historias y las actuaba. Solo. En la calle 8.ª. ¿Recuerdas? El ejército contra los alzados. Siempre ganaba el ejército. En realidad, siempre ganaba yo. Era el autor y el protagonista. El que se fajaba con Fiallo, el niño más fuerte y más loco de la vecindad, aunque perdiera. El tipo que se enamoró de Ileana, la niña que vivía en la misma calle que yo. Le escribí una obra, solo para ella. El que admiraba a Willy Miranda, short stop, del Almendares. Tenía una franela con su número. El 7. Y cuando jugaba pelota, yo era él. Con más errores y pelotazos. Pero era él. Yo, todavía soy el niño que además de jugar los juegos de los chicos de mi edad, jugaba a cantar, actuar, a inventar historias. Parece que no lo hacía mal. Porque a los siete años, actué en la radio y canté en la tele. Sin embargo, a los ocho o los nueve, no me permitieron cantar en el coro de la escuela. No daba la talla, me 13

dijo el hermano Director Musical. ¡Pero! A los diez años le pedí a papá que me dejara cantar un tema, cuando estuviera en escena. Me presentó. Canté «Noche de tragos», un bolerón, de tragos y mujeres. Creo que ese bolero, de alguna manera marcó mi hoja de ruta. En fin. Resultó, que en el lugar donde canté, se encontraban un par de empresarios. Suerte de principiante. Sí. Yo sigo siendo el niño que a los 10 años cantaba y a los 11 actuaba en telenovelas. Que estaba iniciando una carrera artística. Y respetaban mi trabajo y mi talento. Como respetaban el trabajo y el talento de otros niños de mi generación: Paquito D’Rivera, Miriam Mier, Sarita Malberti, Rolandito Ochoa, Pedrito Gleen, Ojedita, Lissette Álvarez y otros. Grabé Sueños de un Guajirito, El fruterito Moderno, Angelitos Negros, Canciones de Navidad. Canción de Libertad. Las Pascuas de Cuba libre. Recibí el premio Avellaneda, por revelación artística del año 1958. Mi manager ya hablaba de internacionalizar mi carrera. Las niñas gritaban y lloraban por un autógrafo, un beso en la mejilla. Alguna, más osada, me lo dio en la boca. Me rompían la ropa para llevarse algo mío. ¿Recuerdas? Trabajaba, estudiaba, jugaba y era feliz. Vivía sin miedos.Tenía sueños. Preceptos. Principios. Orden. Religión. Esperanza. Futuro. Y personas a mi alrededor, que me ayudaban y enseñaban a lograrlos. Mis padres en casa, mis profesores y maestros en la escuela, mis compañeros de trabajo. Y de pronto todo cambió. Se derrumbó. La dichosa revolución de 1959 destruyó la nación y la vida de todos los cubanos. Fue el desmadre total. El caos. ¿Recuerdas? 14

Destrucción de propiedades ajenas. Asalto a fincas y casas. Tiendas. Robo al descaro, matizado a veces, como un acto de confiscación revolucionaria. Arrestos. Fusilamientos. Denuncias a personas decentes, solo para saldar cuentas, problemas personales. Por ENVIDIA. Fue la hecatombe. Como dijera un amigo filósofo y poeta de ocasión: Y se abrió la caja de Pandora/ emergiendo triunfante la chusma diligente/ arrasando con euforia demente/ en su danza vandálica e impenitente/ las ciudades y los campos del país/ Personas incluidas. Y puertas adentro: no digas esto. No hagas aquello. No hables de religión, nos puede perjudicar. Mucho menos de los barbudos. Hay mucha gente mala en la calle. ¡No hables! —¿Y pensar? ¿Puedo? —más me preguntaba, que preguntaba. ¡No entendía! En realidad, no la abrieron, ¡eh! La caja, me refiero. Esa, la de Pandora. No la abrieron. La rompieron. La volvieron añicos. La hicieron mierda. La mañana del 1 de enero no fue luminosa como dijera un poeta de la época: Primero de enero/ luminosamente surge la mañana/ Las sombras se han ido/ Fulgura el lucero/ de la redimida bandera cubana. ¡La «luminosidad» que viste esa mañana, era Cuba, huevón, que comenzaba a arder! ¡La pira donde la libertad estaba siendo incinerada! La Constitución. La República. La Democracia. La bandera. 15

Por lo que eso de «las sombras se han ido»… ¡Las sombras llegaron, compadre! Fulgura el lucero/ de la redimida bandera cubana. ¿Qué te cuento? El lucero no fulguraba con luz propia. Ardía. Y nuestra bandera, no fue «redimida». Redimir, según la RAE, entre otras acepciones, es poner «término» a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia. Justo, lo que comenzó el 1 de enero de 1959. Dolor. Penuria. Muerte. Miedo. Robo. Extorsión. Terror. Burla. Mentira. Envidia. Violencia. Escases. Prisión. Destrucción. Socialismo. Comunismo. ¡Mierda! Fue el principio del fin, de la vigésimo novena economía del mundo; señor poeta de servicio. En los años 50, claro. En aquella época, Cuba ocupaba el tercer lugar en reservas de oro, dólares, y valores convertibles en América Latina. El peso se cotizaba a la par del dólar. El total de depósitos bancarios de 1957 y 1958 fue superior al billón. Y los bancos cubanos controlaban algo más del 60% de esta cantidad. La década del 50, toda, fue de prosperidad. A pesar de los sempiternos e insipientes indignados, devenidos en terroristas. A las órdenes de un gánster caribeño, hambriento de poder. A pesar de los secuestros, los sabotajes, las bombas, Cuba construía. Prosperaba, poeta naboría (nativo destinado a la servidumbre). El túnel de la bahía. El del río Almendares. La Plaza Cívica, esa, que hoy se llama «de la Revolución», antes fue «Cívica». En 1950, la televisión. El segundo país del mundo en emitirla. 16

En 1958, con más de ocho canales de TV. Es el segundo país del mundo en difundir la televisión a color, de la que posee tres canales. El Focsa. La Habana, 1952. La empresa CMQ compró la tierra, para construir un edificio de hormigón armado; donde vivirían técnicos, artistas y empleados de la TV. El Focsa se construyó, sobre los dos estudios más grandes de televisión de Iberoamérica. Con la técnica de emisión, más avanzada de la época. Uno de ellos, con piscina climatizada. Preparado para tomas submarinas. La obra comenzó en 1954 y fue entregada en 1956. Una ciudad, dentro de una gran ciudad. En dos años. Todavía está ahí el edicio. Triste. Mal atendido. Pero ahí. En el año 1954, Cuba ocupaba el tercer puesto en el consumo de carne per cápita en Iberoamérica. En 1960, ya se compraba de contrabando. En 1957, la Habana se convierte en la segunda ciudad del mundo en tener cine en 3D. En 1958, es el país de Iberoamérica con más automóviles (160 mil, uno por cada 38 habitantes). El que más electrodomésticos tenía. El país con más kilómetros de líneas férreas por km2. Hoy somos el país con más «almendrones1» del mundo. El mismo en el que se destruyen cientos de kilómetros de vías férreas. Y donde un viejo cagalitroso, erigido en dictador, enseña al pueblo cómo usar una olla arrocera. A partir de ese 1 de enero de 1959, como muchos niños de mi generación, fui sentenciado a muerte. Sin fecha de ejecución. Pero era una sentencia firme y de por vida. Y yo no lo sabía. Los otros niños tampoco. Automóviles fabricados en los Estados Unidos antes de 1959, que aún subsisten como medio de transporte en la Isla. 1

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Yo era el niño famoso, que ya no podía ser. Tenía que ser uno más. Ahora todos éramos iguales. Me empezaron a decir burguesito, bitongo. El que estudia en colegio católico. Privado. Y otras tonterías relacionadas con las clases sociales. No entendía por qué me agredían de esa forma. Comenzaron mis miedos. Miedos, que fueron creciendo, con los miedos de aquellos que me ayudaron y me enseñaron a no tenerlos. Miedo cerval. Ya nada era igual ha como había sido. El ambiente era triste. Tenso. Quitaron la Caridad del Cobre de la fuente que estaba en el portal. Sacaron de la casa todas las imágenes y símbolos religiosos. Eso es miedo. La familia dejó de estar unida. Los amigos se distanciaban. Los de mis padres y los míos. Los de mi vida toda. Entre los años 59 y 61, perdí muchos amigos del colegio, que desde el primer grado al sexto, estudiamos juntos. Crecimos juntos. Los amigos del barrio. Emigraron. Muchos de ellos tuvieron que partir solos, sin saber si volverían a ver a sus padres. Y también perdí muchos compañeros de trabajo. Actores, directores y músicos, a los que quería y admiraba. Algunos lograron salir del país. Otros cayeron presos. Y muchos, como nosotros, nos quedamos. Nos íbamos, y, de pronto, nos quedamos. Todavía no sé qué pasó. Sé que tenía caballos y los perdí. Tenía un perro pastor y lo perdí. Tenía una vida y libertad para vivirla a mi manera, y también la perdí. ¡Pérdida total! Sí. Yo soy el niño que perdió la vida que estaba construyendo. Y si sigo siendo el mismo y estoy «igualito» será por eso. Me quedé niño. 18

Se me ocurre una idea. ¿Por qué en lugar de mirarte con esa cara de tonto, como la que tienes en este momento, no escribes sobre esto? Material tienes. Hemos vivido tres vidas. Tú y yo.Del 47 al 59. Vida y comienzo de una muerte temprana. Sonriente. Del 60 al 89. Un ánima de carne y hueso. Una suerte de polizón, en un mundo irreal. Técnicamente, vivo. Espiritualmente, muerto. Sin perder la sonrisa. Octubre de 1989. Resurrección. El mundo real. La fuga. La sonrisa franca. ¿Recuerdas los nervios y el miedo que pasé? Cuéntalo. O la resaca del miedo inculcado que asoma a veces, todavía. Escríbelo. Pero no lo dramatices mucho, ¿bien? Porque hubo momentos locos. Graciosos. Tragicómicos. Que mi vida ha sido eso, como la de todos nosotros. Una tragicomedia. Si te hace falta ayuda, mañana nos vemos. Quité la vista del espejo, pensando si valía la pena escribir esta historia. Solo entonces me di cuenta de que el grifo del agua estaba abierto, que tenía mi cepillo dental en una mano, y el tubo de pasta en la otra. Casi de reojo volví a mirar a Arvi en el espejo. —Mea —me dijo y rectificó—. Perdón, haz pipi. A nuestra edad es lo que nos toca.

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OTRA VEZ FRENTE AL ESPEJO, SEMANAS DESPÚES Desperté entre las tres y las seis de la madrugada molesto conmigo mismo. Nada de buenos días, ni de sonrisita de agradecimiento a la vida. Nada. Despierto y con los ojos cerrados, que así el espacio es más grande y te ves mejor la cara cuando te miras por dentro, me reprochaba mi falta de empeño. ¡No había escrito nada! Bueno. En realidad, tenía algunos apuntes de recuerdos a medio hacer y muchos recuerdos sin apuntar. Y nada escrito. Eso. Mi cerebro reventaba de ideas, pero no podía tomar una sola de la mano y ponerla a caminar por el papel. No voy a hacer un ensayo de la época que me tocó vivir. No es mi estilo. Pero es justo la época que me tocó vivir, la que provoca una generación como la mía. ¡Cómo puedo escribir de esa etapa de mi vida, sin escribir sobre mí! ¡O sobre otros! ¡Yo no me autorizo a hablar sobre otros! Decir quié20

nes son, lo que hicieron o dejaron de hacer. ¡No! De repente me di cuenta de que empeño tengo, pero lo que me falta es oficio. No sé por dónde o cómo empezar, pero sé lo que quiero decir. Creo. ¡No te falta oficio! ¡No lo tienes, huevón! ¡No eres escritor! Punto. No quiero que esta historia se convierta en una autobiografía —me dije —, porque también es una denuncia. Como mi encabronado despertar estaba rompiendo la rutina de mis apacibles amaneceres, abrí los ojos. Busqué el control, siempre escondido entre las almohadas, y apagué la tele. Me tiré de la cama. Recogí la bermuda de la pielera. Bajé directo a la cocina y encendí la cafetera, que no sé por qué, había dejado preparada la noche antes. Esta vez sorprendí a los perros. No se sintieron aludidos. Se quedaron echados en sus camitas. En lo que se hacía el café me fui al baño de invitados. Me daba tiempo y quería desperezarme echándome un poco de agua en la cara. Lavarme la boca. ¡Mentira! Fui a enfrentarme conmigo en el espejo. Siempre lo hago. Masoquista que soy. Me gusta ver cómo pasan los días por mi rostro. Espeluznante el reflejo de hoy. —Estás del carajo, Arvi —dije o pensé, no sé. —¡Estás del carajo, tú! —me espetó sin miramientos y continuó—: Te despiertas a las cuatro de la mañana, porque no sabes por dónde empezar a escribir la historia de tu vida. Tus alegrías, tus tristezas, tus triunfos, tus fracasos. No se trata de escribir sobre ti, o sobre mí. Yo quiero contar la historia de una generación que no pudo tomar sus propias decisiones. La que dejaron en Cuba o 21

mandaron al exilio. Y decir quién propició tal desastre. Mi generación. La generación perdida. La que no tuvo opciones. La que separaron de sus padres y enseñaban a mentir y robar y matar. La que técnicamente estaba viva. Muerta en su interior. Seca en su espíritu. Y señalar al culpable de tanto dolor. Tienes que hacerlo a través de la visión de un niño de apenas 11 años, que conozco muy bien. El niño, que como otros niños, murió espiritualmente en 1959. El niño, que se quedó niño, para transitar de polizón por una vida que nunca pidió ni quiso vivir. Como otros tantos niños de su generación. Ahora, este niño, que volvió a nacer en España, en el mes de octubre de 1989, al que tu llamas Arvi, las iniciales de tu nombre en inglés, Ramoncito Veloz; te pide que escribas lo que nos pasó a todos los que como a ti, le robaron su generación. Y sobre todo, que digas quién fue el que cometió tamaño crimen. Quién fue el que logró convertir la equidad, la razón, la moral, el civismo, la decencia, la honradez, en papel higiénico. Tienes que hurgar en el recuerdo. Desandar la distancia. Tú distancia. Yo voy contigo. Comienza a escribir. ¡Dale! Esperas una llamada de Miriam. Estás frente al espejo. O cuando fuiste a buscarla al aeropuerto. ¡No sé! Comienza por ahí. O por donde tú quieras. ¡Pero comienza, coño! ¡El café!

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BON VOYAGE. TRAVESÍA. NOCHE LARGA LA DE ANOCHE. INTERMINABLE Entre la 1 p. m. y 5 p. m., 27 de octubre de 1989 De Cádiz a Jerez de la Frontera, todavía, hoy en día, no sé cómo se va. Estaba nervioso. Preocupado. Ausente del tiempo real. Pensaba en mi esposa, mis hijos, mis padres, que ya murieron. Pensaba en mí, en pasado y en futuro. Demasiada vida pasando por mi mente, para ver lo que miraba o escuchaba, al mediodía de ese otoño de 1989. Imagina una estampida de reses en el lejano oeste. El retumbar de los cascos de los animales asustados. La polvareda. Los gritos de los vaqueros, confundidos con los del ganado. Sí, porque en una estampida, las reses gritan, no mugen. Eso era mi cabeza. Debía recoger a mi mujer en el aeropuerto de Jerez. Un vuelo que llegaba de Madrid a las 3:30 p. m., me lo aseguró la noche antes por teléfono, desde Hungría. Era un viaje complicado, no solo para Miriam, sino para cualquiera que lo intentara. Y de alto riesgo. Era una fuga. 23

Tiene que venir en ese vuelo. Vamos a pedir asilo en España. Yo no sabía si había logrado el escape. Pero quería creer que sí. —¡Va a llegar! —me decía—. Si estuviera presa o en custodia, ya me hubieran agarrado a mí también —pensaba—. Tiempo han tenido. Decirle al viceministro, al jefe de la delegación, que estaba autorizada por el ministro para visitarme en Cádiz era una acción suicida. Una locura. Y tenía que decírselo, porque así, además de confianza, ganaba tiempo para concretar su fuga. Se lo diría en el último momento. Justo después de la cena y recepción de despedida. Alrededor de la medianoche. En eso habíamos quedado. Muy tarde en Hungría para llamar a La Habana; y allá, muy temprano para despertar a un ministro. Son seis horas de diferencia. Imploraba a Dios y a ratos le exigía. ¡Coño, tiene que llegar! No me despedí de mis hijos. Es cierto que no estuve con ellos en todos y cada uno de los momentos de sus vidas. Pero cuando me necesitaban yo estaba allí. Y cuando ellos me hacían falta, siempre estaban para mí. ¿Qué le traerán Los Reyes este año? —pensé remedando los versos de Hilarión Cabrizas. Seguro no será más carbón y más ceniza —me dije—, y sonreí agradecido, porque nunca les hablé de mi decisión de escapar del país. No les dije nada, para que no tuvieran que mentir cuando fueran cuestionados por los esbirros del régimen. Siempre lo hacen. A mí me lo hicieron en Canadá, en el año 1967, por unos amigos que decidieron escapar, como yo ahora. No volví a salir de Cuba hasta 1981. 24

—Sabían que su padre se iba a quedar en España ¿verdad? Seguro que les habló de eso, porque nosotros sabemos que ustedes tenían muy buena relación con él. Ellos lo saben todo. —No, no lo sabía —será la respuesta de cada uno mis hijos. Y no estarán mintiendo. No tendrán nervios, ni cambio de mirada, ni gestos faciales, ni cruzar de piernas. Porque no saben nada. No tendrán otro gesto que el de sorpresa, porque no esperaban que su padre tomara una decisión como esa, tan importante para ellos, sin consultarles. Se sentirán dolidos, es cierto. Traicionados, con razón. Pero serán sinceros. Lo sé. Y esa verdad simple, llana y fuerte, será la que lleve a los sicarios del pueblo a escribir un informe que diga: «No hay indicio de que supieran que su padre se iba a quedar, y etc., etc.». Al menos, eso espero. Si es así —como pienso—, no podrán acusarlos de estar confabulados con su padre para ayudarlo a escapar del país. Ni tampoco por obstruir la justicia o cualquier otro invento judicial que utilizan para humillar a los cubanos. Con suerte La Verdad en este caso no los hará libres, pero sí, quizá, pueda darles la posibilidad de que no sean separados de sus trabajos, ni tratados como antisociales, y puedan continuar con sus vidas. Ojalá que mi silencio sirva para algo bueno. Salvarlos. De momento, al menos. Porque seguirán siendo vigilados. Por amigos, novias o novios, compañeros de trabajo y hasta por algún que otro pariente, que se acercará a ellos para saber cómo se sienten. Y luego contarle a otro, del aparato, que hará un informe… Bla, bla, bla. 25

Ese es el pan de cada día en la Cuba que estoy dejando. Miserable. Abyecto. Abundante. El pan de comer, ese, es por la libreta de racionamiento. Y poco, muy poco. Me estaba angustiando con la situación incierta de los muchachos y me asusté. Porque la angustia mata. Mis viejos murieron de eso. De angustia. Por sobredosis. Una pésima decisión cambió sus vidas para siempre, y por supuesto, la de mi hermana y la mía. Fue en el año 1960, creo. Rechazaron un contrato para trabajar en Puerto Rico. ¿Por qué no fuimos? No lo sé. Y por supuesto nunca lo sabré. Un buen día dejé de preguntar. Aunque nunca dejé de preguntarme. ¿Sabían que aquel viaje no tenía regreso? ¿Les falto coraje para dejar a sus padres en Cuba? ¿Tenían idea, visión, de lo que se nos venía encima mis viejos? ¿Se dieron cuenta que en ese mismo instante, cuando no fuimos al viaje, se echaron a andar de rodillas por el camino del agobio? ¿Qué también nos pusieron de rodillas a mi hermana y a mí? ¿Qué fue lo que pasó? A partir de ese momento, papá cambió el carácter. La vieja se llenó de miedos. Se desbordó de ellos, para ser exactos. Y ayudó a que crecieran los nuestros. Y la angustia los mató. Una sobredosis brutal. Sobre todo a papá. De padre canario y madre gallega y criado en un barrio marginal, lo mismo era una puerta abierta que un portón cerrado. La última imagen que tengo de él con vida fue el primero de agosto de 1986. Me dijo que «olía a tierra». Y me pidió perdón. ¿Perdón, papá? ¡Por favor! Murió el 16 de agosto, a las 6:30 de la tarde. El mismo día y a la misma hora que había nacido, 59 años atrás. Se fue. Mamá se fue dos años y un día después que él. Seis días ante de cumplir 61. 26

No sé qué tiempo estuve mirando la imagen de mis viejos en la mente. Fue agradable. Están aquí. Conmigo. Sobreprotectores como siempre mis viejos. ¿Qué será de mi vida de ahora en adelante? Me pregunté. Así. De pronto y sin más datos. —¡Trabajar, huevón! ¡En lo que sea! ¡Hay que comer! ¡Tener un lugar para vivir! —Me insulté para darme fuerzas—. Que el miedo se viste de incertidumbre para hacerte flaquear. Inútil. La idea me atacó con la verdad. Algo que realmente duele. Y tiene efectos secundarios. —Nunca has pedido trabajo. ¡Siempre lo has tenido! —me decía—. ¿Qué otra cosa sabes hacer, que no sea lo que has hecho toda tu vida? Tras una breve pausa, me dije tranquilo y convencido: «¡No solo me voy de mí país! ¡Me voy de mí mismo! ». De todas formas, me acomodé en el asiento, con la intención de sacar de mi mente aquel pensamiento incómodo. No era el momento. Iba, pero era como si no fuera, en aquella furgoneta de color oscuro manejada por aquel hombretón, gordo y bonachón, cuyo nombre no recuerdo. Qué vergüenza no recordar el nombre de este señor, que formó parte de un momento trascendental de mi vida. Él estaba ahí, ayudándome con su silencio. Después, involucrado en mis alegrías y tristezas. Una buena persona. Y de pronto me puse a arañar recuerdos de la noche de anoche. Fue una noche larga. Parecía interminable. Desde las seis o siete de la tarde hasta las dos y tantas de la madrugada, había vivido un sin número de emociones extremas. ¡Qué noche!

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LA NOCHE DE ANOCHE. LLAMADA DE CUBA Entre las 8:00 p. m. y las 9:00 p. m., 26 de octubre de 1989, Cádiz, España. —¡Llamada de Cuba! —gritó la muchacha que atendía el teléfono en la residencia de ancianos que servía de albergue y sede al Festival Internacional de Teatro de Cádiz. Y el corazón me dio un vuelco, o se detuvo, no sé. Yo era uno más entre las cuarenta o cincuenta personas, la mayoría críticos, periodistas e intelectuales, que se reunían cada noche en el vestíbulo del hotel para hablar de teatro, actores, puestas en escena, acústica, iluminación; en fin, de toda esa interesante mierda que se habla en estos eventos internacionales, entrechocando copas y vasitos plásticos. Todos, por supuesto, muy educados al principio; hablando bajito, señalando errores, discrepando cortésmente. Pero a la hora de la dichosa llamada, ya iban por el segundo o tercer trago, y aquello parecía una cancha de fútbol. Una gritería del carajo. 28

Yo estaba allí esperando una llamada de mi esposa. ¡Pero no de Cuba! Ella no debía estar en Cuba ese día, 26 de octubre de 1989. Y mucho menos a esa hora: 8:23p. m., hora de Cádiz. ¡Tenía que estar en Hungría! —¡Llamada de Cuba para alguien del grupo cubano! —repetía la gaditana a voz en cuello. Y yo pensando a toda máquina: ¡La agarraron! ¡La montaron en un avión y la enviaron a Cuba! ¡Ahora están llamando para darle la noticia a la jefa de la delegación! Mantengan a Arvi cerca. Sin levantar sospechas. —Arvi, soy yo—. Un equipo de la embajada va para allá. ¿Qué fue lo que falló? Quizá sospecharon de la llamada a la madre a Miami. ¡Si es que pudo hacer la llamada a Miami! ¡Está presa! ¡Pobrecita, coño! —pensé. —¡Alguien del grupo cubano! —repetía la muchacha de la recepción—. ¡Qué es urgente! ¡Una llamada de urgencia! Las palabras de la recepcionista me llegaban lentas, distorsionadas. Pero mis pensamientos iban que jodían, huyendo del miedo, que trataba de alcanzarlos. —¿Qué fue lo que falló —me decía—, si todo nos llegó como agua de río? —¡Llamada de Cuba! —quiso repetir la recepcionista, pero no la dejé. Suplanté su voz con la mía, a todo volumen en mi cabeza; que suplicaba y exigía, que mi mujer llamara. ¡Tienes que llamar! —me gritaba y le grité a mi mujer. Mentalmente, por supuesto. Si llama, ya tiene los pasajes. Si no, ambos estábamos a la buena de Dios. 29

Y de repente, Andalucía completa rompió mis pensamientos. La voz más jerezana de todo el festival atravesó el salón y me puso en contexto: —¡Jode, tío! ¡O eres sordo o no eres cubano! Era Juan, del grupo de teatro La Zaranda, a quien no había visto desde la noche de la fiesta inaugural, que salió de alguna parte gritando. Y siguió gritando, mientras me llevaba casi a rastras hacia la recepción. Él, gritaba. Y yo, que no quería ir. —¡Que te están llamando de Cuba, joder! ¡Aquí, señorita, aquí! —¿A mí? —Quería que la tierra me tragara—. ¡No, Juan! ¡No! Todo el mundo me miraba. En un segundo, me había convertido en el centro de la atención. El protagonista de la noche. No sé si fue así, pero era lo que sentía. Con una sonrisa entrecortada y bajando la voz, le dije: —Yo no escuché nada, Juan. —Porque estas borracho, tío —me decía a gritos. Y seguía gritando a voz en cuello—. ¡Aquí, señorita, aquí está el cubano famoso! Lo de cubano famoso yo pensé que se le había olvidado. Fue acabado de llegar a Cádiz. En la fiesta de inauguración. Todo el mundo estaba en tragos, pero como yo estaba parco y comedido, a Pedro le dio por decir, para burlarse de mí, que yo era un «tío de la jet». Un famoso. Cotizado a la alza. —¡Los famosos están forraos, tío —decía Juan—, y tú estás pasmao! ¡No tienes un duro! Y Pedro, escritor al fin, le dijo: —¿Quién te dijo que este señor no está forrao? Yo le seguí la rima a Pedro, porque ya estaba vacilando a Juan, no a mí. 30

—Lo que pasa es que tú vives en una sociedad capitalista, individualista, donde el dinero que ganas es tu responsabilidad, tu preocupación. Nosotros, no. La cara de Juan era un poema. —La pasta que nosotros ganamos la depositamos en el Banco del Pueblo. Cuando dijo eso, «Banco del Pueblo», puse la misma cara que Juan. —Si queremos comprar un auto, una casa, viajar, lo que sea, vamos al banco y sacamos el dinero. Sin exceso ¿eh?, porque es para todos. Arvi tiene casa, carro, caballos, una finca. —¡Vamos, que tiene hasta un cortijo —se burlaba Juan—, pero que no es de él; es del pueblo! ¡Que te me quieres quedá, mamonaso! —dijo mirándome y dándome golpecitos en el hombro. Cuando escuché aquello de, quedar, me ericé. —¡No hombre, qué quedarme ni un carajo! —dije—. ¡Yo vivo muy bien allá! —¡Liarme, tío, tomarme el pelo! Y el alma me volvió al cuerpo. Coño, que acepción más cabrona, tiene ese verbo en Andalucía —pensé. Como el grupo de teatro de Juan iba a viajar a Cuba el día primero de noviembre, le dije: —Cuando llegues a Cuba, en el mismo aeropuerto pregunta por mí. Diles que tú eres amigo mío. Verás si soy famoso o no. —Y lo hizo. Vaya que lo hizo. Y sufrió en carne propia el asedio del régimen. En fin, que ese loco me arrastró hasta la recepción, mientras seguía gritando a los cuatro vientos que yo estaba borracho y que era el «cubano famoso». Casi le muerdo la oreja, mientras le decía: 31

—¡Que no estoy borracho, coño! ¡Simplemente no entendí lo que decía la señorita! Y con esa manera tan andaluza, y tan bebida, de decir las cosas. Utilizando todas y cada una de las palabras de la lengua, me dijo: —¡A tomar por culo, anda! ¿Ahora resulta que no entiendes el español? ¡Pues te llaman, gilipollas! —me gritó—. ¡De Cuba y urgente, mamonaso! —me gritó más alto—. ¿No es verdad, mi niña? —le dijo a la muchacha de la recepción, quitándole el auricular de la mano y dándomelo a mí—. Que no se entera el muy capullo de que lo están llamando. Que no entendía lo que tú decías. Si son campanas de fiestas lo que tú dices. ¿Cómo es tu nombre? ¿Y yo? En una pieza. Teléfono en mano y sin saber qué hacer. Estaba paralizado. No tenía la menor idea de quién llamaba, ni para qué llamaba. Pensaba en muchas cosas. Pero mis pensamientos iban tan rápidos, que no podía capturarlos. Rehusé perseguirlos. No tenía alternativa. Respiré profundo y dije: —¡Oigo! Silencio. Nadie contesto. —¡Oigo! —dije de nuevo, alzando un poco la voz—. Más de lo mismo. Silencio. Puro silencio. En realidad no escuchaba nada. Ni interferencia, ni la bulla del salón y mucho menos la charla de mi amigo, pintándole monos a la chica de la recepción. —¡Oigo! Y esta vez casi grité. Por supuesto, los dos me miraron. —Nadie contesta —les dije—, parece que colgaron. Ya estaba bajando el auricular, con la intención de colgar, cuando escuché: 32

—¡Sí! ¡Sí! ¡Oigo! Era una voz masculina, fuerte, al otro lado de la línea. —¡Sí, dígame! —contesté. Y entonces visualicé en mi mente un letrero grande, escrito en mayúsculas, que decía clarito: COMIENZA LA FUNCION. Una función atípica. Tú solo dices lo que ellos quieren oír. —¿Usted me escucha? —dijo la voz, atravesando el Atlántico. —Sí, le escucho. Dígame. —Hola, caballero. Mi nombre es Jorge Cardón. Yo soy el conductor de un programa de la radio nacional, muy importante aquí en Cuba; y estoy tratando de contactar con alguien del grupo cubano de teatro que está participando en el festival, para hacer una entrevista en vivo y en directo… —¡Jorge! —le interrumpí, pero él seguía hablando—. ¡Jorge Cardón, soy yo! ¿Cómo estás? —¿Arvi? —reconoció mi voz—. ¿Eres tú? ¿Cómo andas, viejo? ¿Hay alguien más del grupo por ahí? ¿María, Elena, Dalia? Le dije la verdad. Que no estaban. —Bueno, no importa; quédate en línea, que te voy a sacar al aire en el programa. ¡No vayas a colgar! Creo que dije, sí, o algo parecido. Pero sonaron mis alarmas. Sonreí, mientras le decía a mis amigos, entre pausas: —Una entrevista. Para la radio. En directo. Escuché como interrumpía un tema musical. Yo seguía en lo mío. Intentaba relajarme, pero tenía que seguir en lo mío. ¿Por qué preguntó nada más por las mujeres? ¿Por qué no preguntó por Pedro? ¿Porque ellas son serias y responsables? Noo. Porque a las mujeres pueden presionarlas doblemente: por ser mujeres y por ser mujeres serias y responsables. Sí, así piensan ellos. 33

Y trataba de imaginarme al tipo de la Seguridad del Estado, al lado de Jorge. Y a Jorge, nervioso, diciendo: «Sí, compañero. Descuide, compañero. No hay problema, compañero». Sumiso y leal. Pensando que estoy en «problemas». Cooperativo y servil. ¿Servil o ser vil? No creo que sea vil. El pobre. ¡Qué situación! Seguramente la orden que tenía era pasarle el teléfono al tipo de la seguridad, si salía alguna de las mujeres del grupo, y que él continuara con el programa. Si salía Pedro, le decía lo de la entrevista, pero que localizara a María, la directora y mujer de Pedro. Si salía yo, debía preguntar por las mujeres. ¡Solo por las mujeres! Si no estaban, tenía que hacerme la entrevista. Y eso hizo. A estas alturas, ya no estaba tenso. Ahora estaba atento e increíblemente relajado. Estaba en escena. Ahora recreas y creas. Actúas. Después de los saludos y las preguntas de rutina: el clima, la temperatura, la diferencia de horario; fue directo a la obra. —¿Qué tal la obra? ¿Qué dijo la crítica? Porque sabemos que la obra que llevaron al Festival, es bien polémica y controversial. ¿Cómo fue la acogida del público y sobre todo de la crítica? ¡Llegó el momento! La hora del monólogo, el soliloquio, el discurso político o como quieran llamarlo. No te equivoques. Di lo que ellos quieren oír. —Favorable, Jorge, tuvo tremenda acogida. Gustó la puesta en escena; también, el trabajo actoral, y mucho, debo decirlo. En cuanto a la obra, bla, bla, bla. Lo demás, fue toda una sarta de sandeces y consignas revolucionarias aprendidas a través de los años, para 34

sobrevivir. Una apología al gobierno, al partido, y sobre todo, al Comandante en Jefe. ¡Qué actuación! ¡Qué dominio de la escena! ¡Qué espontaneidad! ¡Qué fluidez! Decía justo lo que ellos querían oír, pero con naturalidad. Sin sobreactuar. Con verdad escénica. ¡Qué sumisión! ¡Qué vergüenza! ¡Qué mierda! Después, volvió a preguntarme por los integrantes del grupo. Le repetí que no estaban, pero esta vez fui más explícito. —Fueron a ver una obra brasileña —le dije—, pero ya tiene que haber acabado. En unos veinte o treinta minutos me imagino que estarán aquí. —¿Y tú, por qué no fuiste? —Porque estoy esperando una llamada de mi esposa, que está en Hungría, en una reunión. Y estoy preocupado, porque por aquí se comenta de que aquello está peligroso, tú sabes. ¡Y me volví a paralizar! ¡Qué coño tenía que hablar de Budapest! ¡Ni de que estaba revuelto! ¡Y mucho menos por la radio! ¡A nivel nacional! Las ideas me pasaban como un tren de carga por la cabeza. Me hacían ruido. Daño. Para suerte mía —soy un tipo que está, muy, muy agradecido de su suerte—, Jorge no siguió el tema. Hablamos un par de cosas más. Me preguntó por el regreso y le aseguré que en dos o tres semanas, todos, iríamos a su programa. Nos despedimos con un: ¡Nos vemos pronto! Y pensé: «¡Qué gracioso! Pronto». Colgué. Miré a Juan. Y con una sonrisa de oreja a oreja, le dije: —¿Viste? ¡Soy un artista famoso en mi país! 35

Dejé a Juan conversando con la chica de la recepción y me dirigí a la mesa bar, pensando en la dichosa entrevista. Buscaba algún mensaje oculto, una señal, algo, que me diera una pista sobre mi esposa. Su situación y la mía. En la voz de Jorge, nada. Se notaba un poco nervioso, atropellado; pero bueno, ese es su estilo. Sus preguntas. No hizo preguntas capciosas. En realidad, fui yo el que metió la pata —Le pedí un whisky doble al cantinero—. No tenía que hablar de Hungría. Mucho menos de la llamada de Miriam. Jorge desvió el tema. ¿Lo hizo por mí, o por él? Tremenda gente el Jorge. Hablar en Cuba, por la radio nacional, de un problema peligroso en un país del bloque socialista, es información clasificada. Secreto de Estado. Pero fui yo, no él, el que habló de Hungría. Pero, coño, en vez de preguntarme por las noches de Cádiz o el ambiente y los participantes al festival, me preguntó por el regreso. ¿Por qué? «¡Deja de sospechar!». Me decía una voz que era la mía, pero todavía hoy, no sé, si era yo. Sospechas de, sospechas cómo, sospechas qué. ¡Coooño! ¡El sospechoso eres tú! —seguía gritándome—. El fugitivo en potencia, el Papillon tratando de escapar de la isla del Diablo, pero con ventaja. No estás en Cuba. No estás en la isla. Tranquilo. Relájate. Dijiste exactamente lo que ellos querían oír. Son unos prepotentes, que se creen que se las saben todas. ¡No saben nada! ¡Se van a fugar! ¡Se van a quedar en España y los van a denunciar! ¡Sí! —me dije, y esta vez estaba convencido que era yo—. ¡Cuba es una gran mentira! 36

¡Y este tipo, Fidel Castro, es un ser despreciable! ¡Un ladrón! ¡Un asesino! ¡Un mafioso! ¡Cuánto daño ha hecho este demonio! ¡Él, y el hato de bandoleros estatales que le siguen y cumplen sus caprichos! ¡Qué asco! Y lo que es peor: ¿Cuánto le queda por hacer? ¡Y entonces me di cuenta que no me encontraba solo! ¡Lo que me trajo a la realidad, fue mi cara de asco! ¡Me la vi! ¡No la sentí! ¡Me la vi! ¡De adentro hacia fuera, me la vi! ¿Alguien más la vio? —pensé, mientras buscaba rápido por el salón una mirada que se cruzara con la mía. Ahora debo tener una cara de cretino asustado de madre —me decía, y trataba de cambiar mi cara. Estaba en el centro de aquel tumulto de intelectuales, pletóricos de alcohol y de conocimientos, con una expresión de asco, o ahora tonta, y un vaso plástico, vacío, en la mano, que en su mejor momento tuvo un whisky doble. Nada. Ni una mirada. Y de pronto tuve como una epifanía: ¡Dios mío! —dije—. Estoy enfermo. ¡Loco pa’l carajo! Grave. Pienso en voz alta. Hablo conmigo mismo. Me hablan. Es mi voz. Y no soy yo, pero me hablan. Me veo la cara. ¡No la siento! ¡Me la veo! Definitivamente estoy enfermo. Más enfermo y más grave que Dios, el día que nació César Vallejo. Me acerqué a la mesa bar. Pedí otro whisky doble. Esta vez con hielo, para suavizarlo. Cuando me vuelvo, veo a Martorell, el director del festival, que venía hacia mí, sonriente, y me dice: —¿Por fin viene tu esposa? —No sé —le dije, devolviendo la sonrisa—, todavía no ha llamado. —Bueno, avísame con tiempo la hora de llegada, que tenemos que gestionar lo del coche. ¿Vale? 37

—¡Vale! Gracias —respondí agradecido, con una sonrisa sincera. —Es que si vas a Jerez en un coche de alquiler, te vas a gastar una pasta que ni veas. Ida y vuelta, tío. Le agradecí otra vez. No sé, si su disposición o su complicidad por ayudar. No podía saberlo, porque este hombre tenía la actitud esa que tienen las personas normales. El tío piensa, y acepta que los demás piensen también. Yo no estaba acostumbrado a tratar con este tipo de individuo. En Cuba lo que tú piensas, no lo dices. Si lo dices, te joden. —Búscame —dijo —, voy a estar por aquí. O me llamas por la megafonía del hotel. Dio media vuelta y se perdió entre la gente. Mi sonrisa era una foto fija. Megafonía —me dije en un susurro. No me pareció prudente decirle que en ese hotel, como a todos nos dio por llamarlo, no había megafonía.

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MOMENTOS

Debo agradecer a mi hermana, la menor, que convertida en una dulce madraza, me mima enviándome fotos desde Cuba.

También a mis hijos. Son como surtidores de recuerdos.

A la persona que debo el mayor de los agradecimientos es a Miriam.

Un beso grande mujer. Te quiero. Y todavía hoy, después de tanto tiempo, me sigue gustando tu perfil. Mucho.

Venir al mundo y ser el hijo de un par de chiquillos soñadores y famosos tiene su cosa. Eres el escogido para conducirlos a la adultez. Menuda responsabilidad.

Mi vida cambió cuando canté y grabé Sueños de un Guajirito. Comenzó mi vida profesional. Foto con guitarras de Miguel Ojeda.

Con Ada Béjar. Recorte de periódico. Una actriz inmensa para todos. Para mí, además, Fue mi «hada» Béjar.

Ramoncito.

Ramón y su perro Rebelde y el gato. Abajo, con su familia.

Ramón en su caballo Bronce. Paseando por la finca junto a la hija de Ramón de la Nodal, un amigo de la familia.

Mamá Coralia. Papá Ramón. Mi hermana Coralita y yo.

Artículo revista Cinegráfico. Con mi joven viejo, mi hermana, mi profesor de 6to, Rafael Pereira en el colegio La Salle,.

Mostrándole mi nuevo vehículo de carrera a unos condiscípulos. Resalta, primero a la izquierda, el ahora famoso pintor Héctor Catá.

Portada del actor Jorge Félix en la revista Cinegráfico, aprendí mucho con él. Aún lo admiro.

Foto interior de Ramón Veloz en la revista Cinegráfico.

En los Carnavales de La Habana, de 1959. Léase el cartel al fondo. Ya estaba anocheciendo y solo unos pocos se daban cuenta.

Ramón Veloz, Coralia Fernández y Ramoncito Veloz. Programa Jueves de Partagás.

Carátula del disco Canciones Favoritas de Navidad. Año 1959. Cómo imaginar que eran las últimas con arbolito en mi país.

Sentado en el set. Revelación artística del año. 1958. 11 años. Pensando en el futuro. Una bici, un caballo, una novia.

Palmas Cañas (1961). Con papá y mamá. Se escribió para nosotros tres. Comedia musical guajira.

Con Maritza Rosales (1966). Teatro para TV. Romeo y Jeannette. Dirección de Carlos Piñeiro.

El 41. Novela (1976). Dirección de Marcos Miranda.

La Celestina. Teatro TV. Con Carlos Otero.

Con la Sra. Rosa Fornés. Una leyenda cubana de las Artes. En una comedia musical. Todo un privilegio.

Con Adolfo Llauradó. El Otro Francisco. Film dirigido por Sergio Giral.

Con la soprano Alina Sánchez, en El Otro Francisco..

Sacco y Vanzetti Teatro TV. Con Armando Bianchi.

Con Yolanda Ruiz. Magnífica actriz.

Serie El Mayor (1981). Dirigida por Abel Ponce. Foto 1.

Serie El Mayor (1981). Dirigida por Abel Ponce. Foto 2.

Serie El Mayor (1981). Dirigida por Abel Ponce. El dramaturgo Alberto Pedro, de perfil. Foto 3.

De gira por la Isla.

Se Permuta (1983). Película dirigida por Juan Carlos Tabío.

Con Rosa Fornés (Se permuta, 1983).

Con Isabel Santos (Se permuta, 1983).

Weekend en Bahía. Obra de Alberto Pedro, dirigida por Miriam Lezcano. Con Mirta Ibarra.

Sol de Batey, una novela de Dora Alonso, adaptada para la TV por Roberto Garriga. Con Verónica Lynn. ¡Qué honor trabajar con Ella!

Con Susana Pérez. Gran amiga. Mejor actriz. Un lujo trabajar con la Sra. (Sol de Batey).

Sol de Batey. Novela dirigida por Roberto Garriga.

Momento inolvidable. Mi hermana y yo compartimos reparto con Verónica Lynn y Enrique Almirante, bajo la dirección de Loly Buján.

Leyenda (1981). Filme dirigido por Rogelio París y Jorge Fraga.

Momento inolvidable de un día especial, nuestra boda. Solo invitamos a la familia y amigos especiales. Con Alberto Pedro, Delia.

La Bella del Alhambra, con Beatriz Valdés y Verónica Lynn. Mi última película en Cuba. La mía. La estrenaban y yo pedía asilo en Madrid.

Con César Évora. La bella del Alhambra, filme dirigido por Enrique Pineda Barnet.

Como una despedida a Papá. Tres generaciones de Ramón Veloz. Él con 58 años, yo con 38, y mi hijo con 18. Dos meses después, murió mi viejo.

Función única en el Teatro Bellas Artes. Madrid. Pasión Malinche. España, 1989.

Sonrientes. Libres.

Miriam y Ramón en el Centro Cubano.

Después de 30 años, Miriam y yo celebramos unas Navidades con Arbolito. Miriam.

Después de 30 años, Miriam y yo celebramos unas Navidades con Arbolito. Ramón.

La Merienda. Con Miliki y Rita, su hija. Madrid. Antena 3. Inmenso se portó conmigo en Madrid. Gracias, caballero. A usted y a su familia.

Nos vamos a Miami.

Reencuentro con Rolandito Barral.

Con Willy, en el Festival Dominicano en NJ.

Programa de Radio Wado. Todo el Mundo Gana. New Jersey.

Caribe Show. Programa de TV en Sto. Domingo.

Con mis hijos Daidee y Ramoncito en Sevilla. Me falta Mónica.

Y dicen los que me ven a ratos o después de mucho tiempo que estoy igualito. Foto 1.

Y dicen los que me ven a ratos o después de mucho tiempo que estoy igualito. Foto 2.

Y dicen los que me ven a ratos o después de mucho tiempo que estoy igualito. Foto 3.

Y dicen los que me ven a ratos o después de mucho tiempo que estoy igualito. Foto 4.

¿Igualito?

ÍNDICE

Apunte sobre la lejanía Frente al espejo Otra vez frente al espejo, semanas despúes Bon voyage. Travesía. Noche larga la de anoche. Interminable La noche de anoche. Llamada de cuba Y sigo en la noche esperando. La llamada esperada Salí a enfrentar la noche de anoche, ya en la madrugada Qué noche la de anoche. Pensamiento Bon voyage. Travesía. Noche larga la de anoche. Interminable Sin señales de vida El mundo real ¿Seremos paranoicos? De cádiz a madrid Madrid. El taxi. La bienvenida. Cómplices genéticos Una noche de debut y despedida La fuga Epílogo Siempre al espejo. Cada vez Momentos

9 11 20 23 28 39 42 50 58 60 65 67 70 96 98 102 107 118 121 123