Comenzamos a predicar con Marcos

La voz que grita en el desierto... El relato comienza con la figura de Juan el. Bautista, predicando en el desierto la conversión. Marcos señala en Juan.
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CONTENIDO DEL LIBRO ¿Quién es Jesús?

(1,1-12)

Marcos abre su evangelio con una frase solemne: “comienzo de la Buena Nueva de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios” (1,1). Este es el título del libro y su finalidad. Marcos va a contar cómo comenzó la Buena Nueva de Jesús, la Buena Nueva que su comunidad buscaba vivir en su realidad, Buena Nueva que no se acaba en Jesús, sino que perdura luego de su muerte y resurrección.

El principio puede ser el comienzo, y en ese sentido, Marcos nos va a relatar cómo comenzó el camino que la comunidad va viviendo en su día a día.

Pero también “principio” se refiere a finalidad, propósito, objetivo, fundamento. En este sentido, Marcos nos va a mostrar los fundamentos de lo que la comunidad vive y cree, fundamentos que no son otros que las acciones, palabras y sobre todo, la persona de Jesús

Este principio que sostiene a la comunidad es el Evangelio “de” Jesucristo. La expresión también tiene dos sentidos: el Evangelio que Jesús trae (de Jesucristo), su mensaje; o también, Jesús como contenido del Evangelio (sobre Jesucristo).

Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.

¿Qué es lo que significan estos títulos y por qué se señala con ellos a Jesús?, es lo que Marcos va a responder a lo largo del Evangelio

La voz que grita en el desierto... El relato comienza con la figura de Juan el Bautista, predicando en el desierto la conversión. Marcos señala en Juan el cumplimiento de la profecía de Isaías (Is 40,3) y Malaquías (Ml 3,1)

2Tal

como está escrito en la profecía de Isaías:

Mira, envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. 3Una voz grita en el desierto: Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos. 4Así

se presentó Juan en el desierto, bautizando y predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. 5Toda la población de Judea y de Jerusalén acudía a él, y se hacía bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 6Juan llevaba un manto hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero en la cintura, y comía saltamontes y miel silvestre. 7Y predicaba así: —Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de agacharme para soltarle la correa de sus sandalias. 8Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo.

De esta forma, la historia de Jesús queda enmarcada dentro de la historia de Israel y la tradición de los profetas.

Jesús viene a dar claridad a esa historia y llevarla a su plenitud, y para eso Juan bautizaba a la gente, en espera del que “viene detrás de mí, pero es más fuerte que yo” (1,7)

Juan predica en el desierto. El desierto es la imagen típica de la soledad, la austeridad y la pobreza, del silencio para buscar y encontrar a Dios, del espacio de la prueba y la tentación.

El pueblo de Israel se purificó durante cuarenta años en el desierto, luego de la esclavitud de Egipto.

Así también, en el desierto debe empezar la purificación antes de entrar en la verdadera libertad, la que trae Jesús

Juan es el recuerdo de la “voz del desierto”, la voz que habló a Israel mientras caminaba hacia la tierra prometida, la voz de Dios y de la alianza.

Juan es también la voz de Elías, el profeta que defendió la fe Yavista del culto a Baal, de la idolatría que desviaba al puedo de su origen y su misión, la voz que es llamado de fidelidad y compromiso.

El que escucha esa voz realiza un gesto que marca su decisión de comprometerse en fidelidad y amor: dejarse bautizar por el profeta, para renovarse en lo personal y en lo social. Sólo un pueblo renovado podrá acoger el llamado del Mesías que ya llega.

El bautismo de Juan es sólo un símbolo, que pretende demostrar el compromiso por cambiar de vida y mejorar en espera de la llegada del Mesías. Porque para que el Mesías llegue hay que hacer algo concreto, vivir de una manera distinta, comprometerse con la transformación de nuestro mundo y no sentarse a esperarlo. Es a eso a lo que Juan nos invita, con la promesa de recibir de parte de Jesús el Espíritu Santo, la fuerza para perseverar en la tarea y el compromiso.

“Tú eres mi hijo amado, en quien me siento complacido”... ¿Por qué Jesús se La imagen de Juan bautiza, si no predicando sirve tenía pecado? de escenario para la aparición de Jesús, que también viene a bautizarse.

El bautismo de Juan no era sólo un signo de arrepentimiento por los pecados personales, sino compromiso de conversión personal y colectiva, señal de que se está dispuesto a luchar por liberar al pueblo de su pecado y de las consecuencias de este pecado. Por eso Jesús se bautiza, para sumarse a la tarea de liberar al pueblo de todo mal y de todo pecado.

Veamos el texto…

9En

aquel tiempo vino Jesús desde Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán. 10En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. 11Se escuchó una voz del cielo que dijo: —Tú eres mi Hijo amado, en quién me siento complacido.

El bautismo de Jesús se marca por varios signos que recuerdan hechos del AT, que ayudan a comprender mejor quién es él y a qué viene.

Los cielos abiertos

Esta expresión siempre señala una manifestación de Dios en medio de su pueblo. De la misma forma, el cielo cerrado señala la ausencia de profetas, el silencio de Dios y su abandono. Con Jesús los cielos se vuelven a abrir, Dios vuelve a actuar en la historia, vuelve a intervenir para liberar a su pueblo y guiarlo.

Como una paloma, bajaba sobre él La imagen de la paloma sobre el agua recuerda hechos importantes. Recuerda el principio de la creación, cuando “el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (Gen 1,2). También señala la imagen del diluvio, cuando Noé soltó una paloma sobre las aguas y esta volvió con una rama de olivo, comprobando con ello que las aguas comenzaban a descender y la vida a resurgir (Gen 8, 6-12).

Con este símbolo, Marcos nos recuerda que con Jesús comienza una nueva creación, un tiempo nuevo al que somos invitados, tiempo de plenitud y de gracia, de libertad y justicia, tiempo que hay que acoger y anunciar, que se inaugura con Jesús y se prolonga hasta el fin de la historia.

La voz desde el cielo La escena termina con la voz que desde el cielo proclama: “Tú eres mi hijo amado, en quien me siento complacido” (1,11). No se nombra el origen de la voz, sólo se afirma que viene del cielo. Es una forma de señalar a Dios sin nombrarlo, tal como en la expresión “reino de los cielos” que significa “reino de Dios”.

La voz de Dios desde el cielo la escucharon los patriarcas, los profetas y los reyes, así como numerosos creyentes, hombres y mujeres, a lo largo de la historia. Ahora esa voz se dirige a Jesús, señalándolo nada menos que como el hijo amado, en quien Dios se siente plenamente satisfecho, absolutamente complacido, totalmente realizado

Se trata de una experiencia íntima, misteriosa, que sólo puede describirse a través del símbolo. A partir del bautismo de Juan, Jesús experimenta su cercanía con Dios y el sentido de su misión. Es el hijo amado, llamado a liberar a su pueblo de su pecado, de todo mal y de toda opresión.

El Espíritu lo empujó al desierto... Luego de esta experiencia, en que Jesús descubre su propia misión, recibiendo el Espíritu que lo consagra como Mesías, es llevado al desierto. El texto tiene un sentido fuerte, de obligar, empujar.

Es que Jesús se ha transformado en instrumento de Dios, y su voluntad la ha sometido libremente a la voluntad del Espíritu de Dios. Por ello, es llevado al desierto, al lugar de la prueba y la soledad, al lugar del encuentro con Dios.

12Inmediatamente

el Espíritu lo llevó al desierto, 13donde pasó cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía con las fieras y los ángeles le servían.

Jesús, antes de comenzar su misión, busca la soledad para pensar y comprender en profundidad lo que ha vivido en el bautismo de Juan y lo que eso significa. Del desierto saldrá con la certeza de lo que debe hacer para vivir su vocación recién descubierta y confirmada.

El período de desierto es de cuarenta días, como cuarenta días duró el diluvio, como cuarenta años pasó Israel en el desierto. Y es que una realidad nueva, un mundo nuevo, requiere de un tiempo de incubación en el silencio, tal como una nueva vida pasa nueve meses creciendo oculta dentro del vientre materno.

Tentado por Satanás Vivía entre las fieras Los ángeles le servían

Tentado por Satanás La experiencia de Dios y el compromiso con la Buena Nueva y la liberación, hacen pasar a Jesús, y a todos los creyentes, por la tentación. Satanás (el adversario, el enemigo) tienta a Jesús durante su discernimiento y meditación en el desierto

Jesús también pasó por esta experiencia, pero triunfó sobre ella al discernir con sabiduría lo verdadero de lo falso, y buscar ante todo la voluntad de Dios, su reino y su justicia

Vivía entre las fieras En el desierto no hay fieras, por lo que Los seres debemos buscar qué humanos no nos quiso decir Marcos vivimos entre las con este detalle… fieras, sino que nos alejamos de ellas

El Génesis nos cuenta, sin embargo, que antes del pecado el hombre puso nombre a cada animal (Gen2,20) con quienes convivía y hablaba. Agreguemos a esto la visión de Isaías sobre el tiempo del Mesías, en que “vivirán juntos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará junto al cabrito” (Is 11,6ss).

Así Jesús, una vez superada la tentación, vive la armonía original con la naturaleza y realiza el ideal mesiánico de una era de paz y concordia entre todos los seres.

Esto es lo que Marcos nos quiere decir a través de los símbolos: que Jesús es el Mesías y que traerá la paz y la concordia, pasando primero por la tentación y el desierto

Los ángeles le servían Jesús, al superar la tentación, vive también la relación plena y sana con Dios y el mundo espiritual. Es lo que señala la imagen de los ángeles, mensajeros de Dios y sus instrumentos, puestos al servicio de Jesús, el hijo amado.

Lo vivido en el desierto tiene un aire a “programa de vida” que se repetirá a lo largo de la vida de Jesús, sobre todo al final de su existencia, donde también vivirá la soledad y la tentación (la oración del huerto), restituirá la armonía y la paz por medio de su sacrificio (última cena-cruz) y experimentará la protección de Dios y la vida en comunión con El (resurrección)