CLAUDIA PIÑEIRO ABELARDO CASTILLO

12 jun. 2010 - su opinión sobre el asesinato de una mujer en la ciudad de Río Cuarto. ... “Los crímenes de la calle Morgue”, en el Teatro San Martín. En pleno ...
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Escribe por las noches en cuadernos cuadriculados que confecciona él mismo, preferentemente con lápiz (odia los bolígrafos)

ABELARDO CASTILLO Era 1966 y Alfredo Alcón ensayaba su personaje de Edgar Allan Poe para la interpretación de Israfel, la obra de Abelardo Castillo sobre la vida del autor de “Los crímenes de la calle Morgue”, en el Teatro San Martín. En pleno delirium tremens, Poe (Alcón), debía hacer rodar una moneda por el escenario luego de recitar un parlamento sobre las ratas. Pero, en lugar de echarla a rodar, hizo como si la arrojara al público. Ese gesto fuera de libreto tuvo un efecto “místico” sobre Castillo, quien, sentado en el fondo de la sala, sintió que esa moneda imaginaria surcaba el aire y lo golpeaba la frente. De inmediato, decidió incluir esa acción en la pieza. “Alfredo casi se muere. No podía entenderlo. Pero después, cuando se estrenó la obra con ese gesto incorporado, a las mujeres se les caía la cartera del regazo y había tipos que se iban para atrás. ¡Y no tiraba nada! ¡No había ninguna moneda! Lo interesante es que eso no era lo que escribí yo sino lo que inventó Alfredo”, cuenta Castillo acerca del efecto benéfico de ciertas “erratas” que surgen durante el proceso de creación de un texto literario. El autor de El que tiene sed escribe por las noches en cuadernos cuadriculados que confecciona él mismo, preferentemente con lápiz (odia los bolígrafos), sobre su escritorio y rodeado de cientos de libros. Sólo cuando el texto está avanzado, lo pasa a la computadora. “Mi realidad entera sucede a la noche. Y no me refiero a la hora. Para mí, la noche puede ser artificial. La ventana de mi escritorio está siempre cerrada y yo escribo con luz de lámpara, aunque sean las dos de la tarde”, dice. A pesar de haber dedicado su vida a la literatura, Castillo nunca se pensó a sí mismo como un escritor profesional. “Creo que la palabra profesión está prohibida en algunas disciplinas. Van Gogh no era un buen profesional, era un buen pintor, pero era lo menos profesional del mundo.” Es capaz de escribir durante horas, “incluso días”, aunque luego deba “tirar a la basura” buena parte de lo producido. “He llegado a escribir dieciocho horas seguidas. Tengo tendencia a escribir de un tirón, por lo menos hasta el lugar donde sé que se ha resuelto el problema literario. Eso puede llevarme un día, diez horas o lo que fuere. El otro Judas, por ejemplo, lo escribí en una noche, después de haberlo pensado durante más de un año.”

Redacta directamente en una laptop.

Entre sus secretos menos conocidos a la hora de encarar el oficio, se cuenta un extraño rechazo por la letra “a”. “Siento aversión por esa letra, que es la letra de mi nombre. Es muy difícil que encuentres un texto mío que empiece con una ‘a’, o una ‘A’ mayúscula luego de un punto. Soy capaz de dar vueltas buscando una solución verbal a un párrafo que empieza con esa letra”, dijo. El hombre que soñó con ser un poeta maldito y brillante, morir joven y dejar una obra genial detrás de sí asegura que escogió la prosa a los 22 años, luego de haber destinado al fuego más mil poemas, tras descubrir que no sería el poeta que quería ser. “Cuando escribo poesía, me importa un comino el lector –dice–. Pero cuando escribo prosa, se me impone la necesidad de comunicar algo. No te olvides de que yo soy cuentista y autor dramático y que, por lo tanto, debo apegarme a un plan. El cuentista en serio (no el escritor que escribe cuentos) conoce de antemano lo que va a ocurrir y, cuando escribe, es como si lo estuviera dictando.”

CLAUDIA PIÑEIRO El 26 de noviembre de 2006, a las seis de la mañana, sonó el teléfono en la casa de Claudia Piñeiro. Era un periodista radial que quería conocer su opinión sobre el asesinato de una mujer en la ciudad de Río Cuarto. Le dijo que la víctima se llamaba Nora Dalmasso y que, aparentemente, había sido estrangulada. Luego, le habló de “literatura premonitoria” y le aseguró que los oyentes estaban ávidos de conocer su opinión sobre el tema. Claudia, que estaba durmiendo en el momento del llamado, cordialmente le respondió que no tenía nada para decir y cortó. “Las viudas de los jueves es el libro que me trajo más satisfacciones y también más problemas. Mucha gente me conoce por ese libro y estoy muy agradecida. Pero, por otro lado, cada vez que roban en un country me llaman para preguntarme qué opino. Tengo la sensación de que, debido a su éxito, me encasillan como la especialista en countries”, dice. Madre de tres hijos, Claudia Piñeiro confiesa que su horario de producción está marcado por el de los colegios de sus chicos: “Generalmente escribo desde las ocho y media, cuando ellos se van, hasta las cinco y media, cuando regresan. Ahora son más grandes y ya no me necesitan tanto, por lo que a veces puedo seguir con lo mío”. Redacta directamente en una laptop y, a pesar de que tiene un escritorio acondicionado especialmente para trabajar, prefiere hacerlo en otros espacios, como la cocina o la cama. No es de quienes le temen a la página en blanco. Su preocupación, en cambio, pasa por cortar y reelaborar la gran cantidad de prosa

que brota de sus dedos. “Mi escritura es verborrágica y mi cuidado mayor es saber cortar después. Escribo muchas horas. Si tengo el día libre, puedo escribir más de seis horas. Pero eso no pasa siempre. En general, trato de completar un capítulo y eso me sirve para ordenar el trabajo.” Además de escribir en su casa, suele hacerlo en bares, donde no le molesta el ruido ni lo que ocurre a su alrededor. Por lo general, elige un bar de Palermo que se llama T-Bone, otro de Del Viso, Navajo, o bien Rond Point. A pesar de que no suele escribir sobre cosas que ha vivido, la autora de Las grietas de Jara asegura que ciertos contenidos autobiográficos alimentan su ficción. “Elena sabe es una novela sobre una mujer que tiene mal de Parkinson y que espera que la medicación le haga efecto para volver a caminar. Mi mamá tuvo esa enfermedad y yo la vi muchas veces esperando que la medicación le hiciera efecto, de modo que aunque no me hubiera pasado a mí, era algo que yo conocía muy bien”, cuenta. Actualmente trabaja en una novela cuyo título aún no decidió. Pero eso para ella no representa un obstáculo. “Las viudas de los jueves tenía un título de archivo de Word que no me gustaba. Se llamaba La cascada, que era el nombre del country en el que ocurre la acción. Pero antes de terminar la novela, me enteré de que existía un country con ese nombre. Entonces, lo modifiqué y le puse Altos de la cascada, pero ya no tenía nada que ver. Para resolver el problema, hice una lista con cincuenta y ocho títulos posibles y quedó Las viudas de los jueves, que por suerte funcionó muy bien.”

Sábado 12 de junio de 2010 | adn | 5