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B i l b ao
Alberto López Echevarrieta
NACIÓ como teatro por eso de que esa palabra era más postinera que salón, que era lo que entonces se llevaba. Les hablo de 1913, hace ahora cien años, cuando abrió sus puertas por primera vez el Trueba, aquel local que estaba en Colón de Larreátegui, donde ahora se ubica un hotel. Sin embargo, pronto se vio que el listón inicial de la programación no se podía mantener por mucho tiempo a aquella altura y se cayó en lo facilón, que entonces eran las variedades con peliculita anodina, y finalmente en el cinematógrafo propiamente dicho que le llevó al cierre. Los casi setenta años que aquella sala tuvo de vida dieron para muchas historias a cual más sabrosa.
Bilbo zineman–Bilbao en el cine (205)
2013ko ekaina
Cine Trueba: ahora hubiese sido centenario Durante muchos años arrastró el peso de su etapa de varietés Costó mucho crear aquella clientela fija de las décadas de los años 30 y 40. Era muy difícil quitarle clientes al Olimpia. El gran periodista Aureliano López Becerra ‘Desperdicios’ dijo en plan humorístico del local de Colón de Larreátegui que “a pesar de que está enfrente de la Gota de Leche, van más niños al Olimpia que al Trueba”. ¡Y eso que jamás se programó un 3-R ni un 4 que molestara al ejército de salvación bilbaino! Durante muchos años, los lunes eran días dedicados a documentales, logrando tales entradas, por increíble que parezca, que se llegó a montar un Festival del Cortometraje a finales de los años 50. Sin embargo, los géneros favoritos del Trueba eran las comedias ligeras, las aventuras limpias de pasión, grandes espectáculos, o experimentos como el primer 3-D que se vio en la Villa en 1953, Bwana, diablo de la selva, que al gerente le volvió loco jurándose una y mil veces no volver a caer en la tentación, aunque lo hizo en agosto de 1977 al programar El gorila ataca, también en ese sistema.
Para todos los gustos
El Teatro Trueba se inauguró el jueves 5 de junio de 1913 como una idea de los empresarios Pedro Martín, propietario de una tienda de ultramarinos, y Valentín Ezquerra, conocido como ‘El patatero’. Quisieron así abrirse camino en el mercado cinematográfico local liderado entonces por los salones Olimpia y Vizcaya, el Teatro-Circo del Ensanche y el Teatro Campos Elíseos, pero al poco se dieron cuenta de que no era lo mismo vender sardinas prensadas y patatas que programar un teatro. A los éxitos iniciales, con obras de Jacinto Benavente y Martínez Sierra con Catalina Bárcena, les siguieron sesiones de cine que se alternaban con variedades de lo más variadas, porque lo mismo actuaban ventrílocuos como Donnini, y troupes chinas, que se practicaba la lucha grecorromana o desfilaba la Mari Bruni, una italiana de muy buen ver. Baste decir que ‘La Argentinita’ debutó el sábado 16 de octubre de 1915 compartiendo programa con los ciclistas cómicos y parodistas Syip Duo, procedentes del Salón Vizcaya. Nueve años después París se rendía a sus pies cuando actuó en el music-hall Alhambra. O Nati, la Bilbainita que hizo lo propio al año siguiente junto a malabaristas y equilibristas japoneses. ¡Quién le iba a decir a nuestra estrella que al poco bailaría un zapateado gitano en el Folies Bergères, de París! En fin, hasta el gran bailarín y coreógrafo Vicente Escudero actuó en el cabaret Las Columnas, de La Palanca. Algunas canzonetistas eran auténticas provocadoras, como por ejemplo Carmen Andrés, que salía al escenario toda cándida ella, asiendo una regadera y dejando caer estas frases: “No encuentro ni un jardinero, y es el caso extraordinario, entre tanto caballero, no hay ninguno voluntario”. El personal masculino saltaba gritando al unísono “¡Yooooo!”. Parecía que aquel tsunami nadie lo podía parar. Menos mal que entre vedette y agitadores estaba el sexteto musical que dirigía Eugenio Comadira sirviendo de rompeolas. ¡Con razón decía la publicidad que el Trueba era el local mejor aireado de Bilbao! Lo necesitaba en algunas sesiones y cuando se abría aquella balconada de la izquierda de la sala parecía que entraba toda la brisa del Cantábrico para serenar los ánimos.
Lavado de imagen
Este tipo de espectáculos le pasó factura al local, que trató de lavar su imagen con campañas moralistas que tuvieron su cima en el estreno el 14 de abril de 1916 de la película Christus, bendecida por el Papa de turno y cuya proyección se acompañó de música sacra en directo. Un tipo de clientes no compartió la penitencia y siguió fiel a sus preferen-
El Trueba se inauguró el 5 de junio de 1913. Foto ALE
Natividad Álvarez, ‘Nati, la Bilbainita’
cias… pero en otras salas. Al poco, los dueños del Trueba se rindieron a la evidencia y vendieron el negocio a la empresa del Salón Olimpia, cuya gerencia estaba en manos del hábil Juan Álvarez. Aquella unión fue decisiva para los responsables del Olimpia. Se produjo una importante transformación de la sociedad que regentaba los pabellones de la Gran Vía, hasta el punto de cambiar ya no sólo de despachos, sino también de nominación. Se estableció una premisa muy acertada: El Olimpia para públicos populares y el Trueba para la créme de la créme bilbaina. “El cine predilecto de la buena sociedad”, decía una publicidad. Así, los domingos y festivos, en la sesión numerada, las familias más selectas de la Villa cumplían un rito social al hacer uso de las localidades que poseían en régimen de abono. La proximidad en las butacas y el uso continuado de ellas dieron pie a numerosos noviazgos. Se esmeró mucho en la programación ofreciendo títulos adecuados a un público familiar con la moralidad como bandera. A don Juan, como to-
Hitos cinematográficos del Trueba
La cupletista Carmen Andrés
Luego se convirtió en el cine familiar por excelencia dos le llamaban, le vino muy bien el convenio suscrito con Julián de Ajuria, distribuidor de películas a través del popular “Programa Ajuria”. Este curioso personaje, nacido en Ubidea y emigrado a Argentina, hizo fortuna en el país de la Pampa con el negocio del cine a través de la importación, producción y exhibición. Es decir, que abarcaba el más importante abanico de posibilidades. Vamos, que se forró. Aquí montó la distribuidora Seleccine S.A., con oficinas en el mismo Cine Trueba. Era ésta una empresa curiosa: Las películas buenas, las protagonizadas por Douglas Fairbanks y Mary Pickford, por ejemplo, que eran éxito seguro en taquilla, se promocionaban
como “Programa Ajuria”, como si tuvieran lábel de calidad. Las más flojas iban con otro marchamo.
Las series
Otro ardid utilizado para atraer clientes, y que venía dando muy buenos resultados en el Olimpia, eran las películas en capítulos, algo que hoy no se concibe y que tan sólo pueden tener parangón con las series de televisión, cuando se desarrolla la acción y en el momento más emocionante aparece el letrero de “Continuará”. Y a esperar a la semana siguiente. Este sistema te obligaba a acudir una y otra vez al cine para seguir la trama, llegándose a veces al hartazgo. Un ejemplo triunfal fue Cofrecito negro, dividida en 16 capítulos que tuvieron a Bilbao durante meses pendiente del misterioso final. El éxito de aquellas sesiones fue tal que el alcalde de la Villa llegó a alertar de la excesiva aglomeración de público que solía tener esta sala y del peligro que ello entrañaba. Y es que todavía coleaba el drama del Teatro Circo del Ensanche.
Miles de películas pasaron por aquella sala y si en la época muda el desfile de títulos era diario, luego, con el sonoro, los largos duraban en cartel de sábado a viernes, salvo los grandes espectáculos que aguantaban más. Fue el caso de Quo Vadis, Alicia en el país de las maravillas, Mogambo, Vacaciones en Roma, El puente, Vencedores o vencidos, e incluso producciones españolas del corte de Jeromín y El pórtico de la gloria, ésta última rescatando a José Mojica, uno de los actores más taquilleros del Olimpia y que acabó metido a fraile franciscano. En vísperas de la Guerra civil, el Trueba estrenó Sinfonía vasca, un gran documental lamentablemente desaparecido al que tenemos en busca y captura. Pero el gran “hit” fue, sin duda, el estreno de El otro árbol de Guernica, según la obra literaria de Luis de Castresana, ocurrido el 21 de noviembre de 1969. Junto a varios de los protagonistas acudió la plantilla del Athletic, el propio autor literario… Fue una gran promoción que se vio recompensada con una taquilla, casi similar a la que hizo Mary Poppins y que se tomaba como referencia. El Trueba, el cine de cabecera del realizador Pablo Berger que vivía a la otra parte del escenario, cayó en picado en la década de los años 70, cuando aquella cuidada programación se limitó al pase de título tras título sin mucha exigencia. Claro, que para entonces la competencia apretaba con espectáculos más atractivos. Se intentó relanzar la sala, incluso devolviéndola el teatro con el que se inauguró, pero todo resultó inútil. El emblemático local cerró el 2 de octubre de 1986, tras el pase de Karate Kid. Luego llegaría la suspensión de pagos a los trabajadores, pero esto tampoco lo vio Juan Álvarez, fallecido el 31 de enero de 1974 a los 84 años de edad.
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