Cecil Taylor busca a Aira

5 sept. 2009 - y Antonio Tarragó Ros interpretaron dos canciones del espectáculo Pasiones en la historia argentina. * * *. ESTRELLAS. Varios famosos, en ...
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POR EL MUNDO

GRITOS Y SUSURROS De qué habla la gente de la cultura cuando casi nadie la escucha

Cecil Taylor busca a Aira POR PABLO GIANERA De la Redacción de La Nacion

A SALA LLENA. Más de 150 personas asistieron a la presentación del libro Juan Manuel de Rosas, de Pacho O’Donnell, en el teatro Andamio 90, donde se realizó un espectáculo de música, danza y teatro. Con O’Donnell como anfitrión, el encuentro comenzó con las palabras de la historiadora Araceli Bellota, que definió al autor como “un hombre de la cultura nacional y popular, quien llega al corazón del pueblo, como Rosas”. Custodiado por soldados de la agrupación Colorados del Monte, que lucían vestimenta típica y banderas de la Confederación, el escritor se refirió a los nombres de las calles de Buenos Aires y se quejó porque “hay muchos traidores y primos de concejales”. Los actores Juan Palomino y María Fiorentino recitaron versos de la época y Lito Cruz, con bufanda colorada a tono con el uniforme de los soldados rosistas, leyó un fragmento de la obra El sable , de O’Donnell. La compañía Santos Amores bailó “La zamba de la federación”. Su director, José Luis Montoya, dijo: “Gracias a Pacho y a sus libros, podemos transmitir a la juventud el amor a Rosas”. En el final, el historiador y Antonio Tarragó Ros interpretaron dos canciones del espectáculo Pasiones en la historia argentina. *** ESTRELLAS. Varios famosos, en principio ajenos al mundo literario, participaron en recientes presentaciones de libros. La seguidilla se inició con La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri, en la que se basó el taquillero film El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. El director y los actores Pablo Rago y Guillermo Francella contaron al público los vericuetos de la filmación de la película, en la que Sacheri participó como coguionista. Campanella contó que, para dar con el aspecto que luce Francella en la pantalla, probaron varias opciones con un programa de computación. Después de descartar las rastas se dieron cuenta de que lo mejor era sacarle sus clásicos bigotes. Francella firmó autógrafos y se fue con su ejemplar dedicado por Sacheri. A los pocos días, Marcelo Figueras presentó su novela Aquarium con una lectura a cargo de Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri, Mónica Antonópulos, Adrián Navarro y Juan Gil Navarro. Entre el público había muchas adolescentes entusiasmadas con la presencia de los galanes. En el escenario había una pantalla en la que,

C

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durante una hora y media, se proyectaron imágenes de Israel, donde transcurre la historia. Postales tumberas, de Jorge Larrosa, fue presentado por Reynaldo Sietecase y Andrés Calamaro en el Club Social y Deportivo Estrella de Maldonado. Calamaro, feliz por la despenalización del consumo de marihuana, repartió papel para armar cigarrillos y encendió uno para festejar la noticia.

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Bernardo Carey

*** PURO PLACER. Luis Diego Fernández, creador de las catas filosóficas –reuniones en las que se degustan vinos y se discuten las ideas de varios pensadores–, presentó su libro Furia y clase en el restaurante erótico Te mataré Ramírez. El texto reúne ensayos centrados en una lectura de Friedrich Nietzsche, Michel Foucault y Michel Onfray que los liga a una idea contemporánea del hedonismo y del dandismo. Acompañados por vinos espumantes, los invitados disfrutaron de la actuación de la banda Manta Raya, que deleitó al público con sus sones electrónicos. © LA NACION

Prácticas de sociabilidad en un escenario argentino (Mar del Plata 18701970), de Graciela Zuppa “Una recomendable investigación de Zuppa y equipo, especialmente el capítulo sobre las historietas de Caras y Caretas y Rico Tipo.”

uando, hace unos días, el joven pianista argentino de jazz Alan Zimmerman estuvo en Nueva York, decidió, entre otras actividades, ir a escuchar al grupo de la pianista Geri Allen. Durante el concierto, notó que mucha gente, casi todo el público del local, saludaba a un hombre mayor, con aspecto de “padrino” italiano según su descripción, sentado justo detrás de él. El hecho de que no reconociera en ese hombre a Cecil Taylor, uno de los pianistas más radicales de la historia del jazz, un verdadero héroe del género, no debería sorprender a nadie: a los ochenta años, Taylor, o por lo menos su aspecto, está lejos de la electricidad prestigiosa de la década del 60, e incluso de la del 80, cuando tocó “Pontos Cantados” en el concierto de reapertura del sello Blue Note. Terminado el show, Zimmerman se sacó una foto con él y le preguntó vagamente, sin expectativa, por la posibilidad de tomar alguna clase. Inmediatamente, Taylor le respondió, pero dirigiéndose a Geri Allen. “Give my number to this man” [Dale mi número], ordenó. “Te vas de acá con un premio”, le comentó después la pianista. “No es fácil conseguir el número de Cecil.” Hubo luego postergaciones, encuentros y desencuentros telefónicos. Alan tenía que volver a Buenos Aires dos días después y nunca llegó a tomar la clase prometida. Pero en la última conversación hablaron de libros y lecturas. Siempre se supo que, además de escribir muy bien –ahí están para probarlo las liner notes de algunos de sus discos–, Taylor es, como era Lennie Tristano, un lector ansioso e imparcial cuyos intereses van de la literatura a la astronomía (de hecho, está leyendo en este momento un libro “sobre el cosmos”). Alan le mencionó entonces “Cecil Taylor”, el cuento de César Aira, posiblemente uno de los textos más logrados que se haya escrito en lengua española sobre un músico. Previsiblemente, Taylor ignoraba por completo la existencia de ese cuento y dijo que quería leerlo, pidió por favor que se lo mandaran traducido a su casa. En primera instancia, el propósito de esta columna era simplemente contar la pequeña historia de un interés mutuo, distante y sucesivo (primero, hacia fines de 1980, el del Aira por Taylor, ahora el de Taylor por Aira) pero también quizás alentar, de manera un poco apremiante, a algún traductor intrépido y ocioso, dispuesto a que su misión de truchimán propicie el encuentro entre escritor y personaje. © LA NACION

Sábado 5 de septiembre de 2009 | adn | 3