Carta abierta a la ministra de Cultura

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OPINIÓN | 23

| Miércoles 14 de Mayo de 2014

cambios. La creación de la nueva cartera es una buena oportunidad para inaugurar un escenario plural, abierto al debate,

en el que no se busque fomentar enemistades irreconciliables, sino reunir a adversarios respetuosos

Carta abierta a la ministra de Cultura Luis Gregorich —PARA LA NACIoN—

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e sabe: un Ministerio de Cultura puede ser el lugar de la convivencia y del pluralismo o el espacio de las imposiciones y de las verdades únicas. Puede ser el motor que enciende cada día la vida artística y creativa de un país o la caldera de una circense y masiva puesta en escena de cualquier relato oficial. Ha habido un cambio en el organigrama del Poder Ejecutivo: la Secretaría de Cultura ha sido elevada a ministerio, el anterior secretario ha sido cordialmente despedido y la folklorista Teresa Parodi ha sido designada nueva ministra de Cultura. No interesa demasiado evaluar esta sustitución de funcionarios, que algunos atribuyen a una indiscreción cometida por Jorge Coscia, el militante secretario anterior, y otros simplemente al hecho de que Teresa Parodi sea una figura de mayor visibilidad y convocatoria popular, adecuada para la etapa final del gobierno kirchnerista. Quede en claro, también, que no voy a analizar las diversas acepciones de la palabra cultura (polisémica por excelencia), sino tratar el tema de nuestra gestión cultural, de las políticas culturales en general y del Estado argentino en particular, aspectos que me conciernen personalmente por diversas circunstancias, tanto en la teoría como en la práctica. Por empezar, cometería un acto de hipocresía si no apoyara la jerarquización de la gestión cultural y su transformación en un ministerio, decisión que he reclamado durante décadas y que no puedo menos que aplaudir. No es que se trate de un mecanismo mágico que mejorará y enriquecerá instantáneamente la actividad cultural en el país, ni incrementará necesariamente los presupuestos que el Estado le destine, pero su valor simbólico es poderoso y constituye una buena promesa para el futuro. Lástima que no estemos bien enterados –adoptando ahora una visión menos formal– sobre qué legado le deja el anterior secretario a la señora Parodi. Es curioso que Jorge Coscia fuera, con cinco años de permanencia, el funcionario que más tiempo duró en este cargo en las tres décadas de democracia y que, al mismo tiempo, haya resultado el menos comunicativo de los catorce que vimos desfilar en ese lapso por la ya difunta secretaría. No podemos pedirle una rendición de cuentas formal, pero sí extrañar reuniones públicas o conferencias de prensa que, de alguna manera, constituyen rendiciones informales acerca de una materia que el Estado debería aprobar con diez. No olvidemos lo que dice la Unesco: la di-

en todo el mundo de habla hispana, ha incrementado la calidad y cantidad de sus productos, y ha tenido cierta continuidad en sus comandos a pesar de los cambios políticos, desde la gestión refundadora de Manuel Antín hasta el período conducido por Jorge Coscia, que antes de ser secretario de Cultura dirigió el Instituto Nacional de Cinematografía. En cuanto a la industria editorial, que también encabezamos en su momento en la América hispana, las compras masivas de libros por parte del Estado no bastan para disimular la ausencia de una ley del libro que asegure una protección permanente y articulada. Su territorio, estimada señora, es toda la Nación, y no esta ciudad de Buenos Aires en particular. Por favor, termine el hermoso auditorio que ocupará el espacio del viejo y noble Palacio de Correos, y no cometa el error de entrar en una competencia suicida con el Colón o con el Complejo Teatral Buenos Aires. Cada cosa en su lugar. Piense que aún le queda, como escenario propio, el Teatro Nacional Cervantes, que podría superar su crisis de identidad actual convirtiéndose en nuestro Teatro de la Lengua, donde se representaran sólo obras originalmente escritas en español: es decir, argentinas, españolas e hispanoamericanas. Su nombre, su arquitectura y sus beneméritos fundadores lo autorizan. Los organismos que integran su ministerio son muchos y de a poco los irá conociendo. Unas palabras finales para la Biblioteca Nacional, a cuyo frente está Horacio González, el intelectual más relevante del kirchnerismo. Su gestión tiene aspectos positivos: la intensidad de la extensión cultural, las nuevas ediciones de la revista de la Biblioteca, la catalogación de los libros de Eudeba y el Centro Editor, coordinada por Judith Gociol. Suscita críticas, en cambio, el uso libérrimo de sus instalaciones, desde hace años, por parte del grupo Carta Abierta, políticamente comprometido con el Gobierno, y ahora también por parte de un Frente de Artistas y Trabajadores de la Cultura, de iguales simpatías. ¿Para qué un Ministerio de Cultura? No para convertirlo en una central de propaganda oficialista ni para inflar su burocracia y saturar su presupuesto con miles y miles de contratos a personas que nunca ejercerán una tarea identificable, ni para usar el prestigio de artistas y creadores diversos en emprendimientos y miserias electorales de corto alcance. Sí como un ámbito de fuerte discusión y eventuales consensos, para que podamos hablar como compatriotas y no como extraños, con un interés común en el futuro. Si la nueva ministra lo consigue, si no desaprovecha otra oportunidad excepcional de contribuir al diálogo y a la convivencia, les habrá proporcionado un inesperado beneficio a su gobierno y a todos nosotros. © LA NACION

mensión cultural es uno de los ejes del desarrollo económico y social de cualquier país. Vale la pena, entonces, intentar un diálogo virtual con la nueva ministra, a quien, por supuesto, deseamos éxito en la tarea pública que inicia. Ante todo: ¡qué bueno sería presentar en sociedad al nuevo ministerio como un escenario plural, abierto al debate, generoso con los que no piensan igual, en el que la nueva voz de orden no consista en buscar enemigos irreconciliables, sino en reunir a adversarios respetuosos! Busque, señora ministra, a los que saben de políticas culturales: cerca de usted lo tiene a José Luis Castiñeira de Dios, buen músico, por añadidura; un poco más lejos está otro peronista, aunque disidente, el filósofo Silvio Maresca; en la oposición encontrará, entre otros, a Teresa de Anchorena y a Jorge Cremonte. Será inevitable dialogar con Hernán Lombardi, en el gobierno de la Ciudad Autónoma, y quizá (me permito recomendarle) con Josefina Delgado. Y no deje de hablar con algunos de sus 14 antecesores, como Marcos Aguinis, Julio Bárbaro, Jorge Asís, Pacho o’Donnell o José Nun, sin fijarse si hoy son oficialistas u opositores. El gran tema pendiente de la descentralización y federalización de la cultura no se resuelve designando en puestos estratégicos de las provincias a jóvenes camporistas tan ortodoxos políticamente como inexpertos en gestión cultural. Tampoco la agitación festivalera, vertebrada con pagos millonarios a figuras populares, modificará las asimetrías en la creación y el consumo de bienes simbólicos en el interior del país. Más bien, lo que se requiere es una estrecha colaboración con las provincias, un monitoreo compartido de proyectos con fuerte arraigo local, a la vez abiertos al mundo. Un imprescindible ingrediente de las políticas culturales es la preservación del patrimonio artístico y cultural, en general apoyado en una moderna legislación conservacionista que estamos lejos de haber alcanzado. La Nación tiene en todo el país gran número de museos bajo su jurisdicción, a veces en innecesaria competencia con los provinciales. Esta defensa de nuestra identidad no merece ser castigada con el abandono o la desidia. La era de la informática exige, además, atender tanto los bienes tangibles como los intangibles. otro punto que no podrá sortear, señora ministra, es la profundización del interés y el apoyo brindados a las industrias culturales, que han adquirido, en los últimos tiempos, una considerable importancia económica. Se ha avanzado, por ejemplo, en la expansión de la industria cinematográfica, que sin llegar a la posición dominante de la década de 1940

El fracaso de la mentira como política de Estado Federico Sturzenegger y Laura Alonso —PARA LA NACIoN—

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a destrucción del sistema de estadísticas públicas es el indicador más claro de que la mentira se ha vuelto política de Estado. Por eso leímos con atención y cierta perplejidad una columna de opinión publicada recientemente por el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández en la edición online de este diario. La historia no es reseteable. Y, como bien escribió C. P. Scott en 1921, “el comentario es libre, pero los hechos son sagrados”. A los hechos, entonces. Durante la presidencia de Néstor Kirchner, Guillermo Moreno ejecutó una política de hostigamiento sostenido sobre técnicos del Indec desde 2006. En enero de 2007 inició su “intervención política directa” con el desplazamiento de la matemática Graciela Bevacqua. Ella denunció en la Justicia, y ante diputados y senadores de la Nación, que Moreno llegó a llamarla –a los gritos– hasta cuarenta veces por día para que modificara los datos del índice de precios al consumidor. El objetivo era claro: ocultar la inflación. Pero las estadísticas públicas son un conjunto integral. El manoseo, la adulteración y la falsificación de un índice iba a contaminar tarde o temprano al resto; por ejemplo, a los

datos de pobreza. El tomar precios irreales para costear la canasta básica hace tiempo que invisibiliza a los pobres, y no es la primera vez que el Gobierno oculta, cancela o retrasa su publicación. La discusión sobre los números nos ha distraído de la principal pregunta: ¿por qué un país como la Argentina, que desde principios de 1990 creció un 80% en sus ingresos reales per cápita, no ha logrado hacer ninguna mejora en la reducción de la pobreza y la brecha de desigualdad? Es interesante tomar el período desde 1990 porque no sólo permite una perspectiva histórica significativa, sino también porque presenta cuatro etapas bien contrastantes. En la primera parte de los años 90 tuvo lugar una abrupta caída de la pobreza. Según datos del Indec, desde la hiperinflación de 1989 hasta mayo de 1994, se redujo del 47 al 16,1%. Este fenómeno fue producto del crecimiento económico y de la notable disminución en la tasa de inflación, que, como sabemos, la sufren los que menos tienen. La segunda mitad de los años 90, con una economía en recesión y desempleo creciente, produjo un nuevo ciclo ascendente de la pobreza que llegó a niveles impensados.

Tras la irrupción de la crisis de 2001, alcanzó el 55% hacia finales de 2002. La primera parte de la década de 2000 trajo aparejado otro ciclo de mejora en el combate de la pobreza, de la mano del crecimiento económico y el empleo, y el índice disminuyó hastaubicarseentornoal26%afinesde2006. Pero la segunda mitad de la década nos condujo a un nuevo deterioro. En contraposición a las publicaciones de un Indec intervenido, que estimó la pobreza en 4,7% para el primer semestre de 2013, estimaciones privadas, entre las que vale destacar las del observatorio de la Deuda Social de la UCA, ubicaban la pobreza en 27,5% a fines de 2013, un número que seguramente ha subido desde entonces como resultado de la inflación y la devaluación de este año. En 2013, un informe de dicho observatorio alertaba sobre el “núcleo duro de excluidos”, el aumento de la pobreza por ingresos y la existencia de “población sobrante”. Insistía en la persistencia de un “orden económico, social y cultural profundamente desigual”. Este cuarto período incluye la totalidad de la presidencia de Cristina Kirchner. Durante este período el crecimiento económico se estancó y el aumento de los impuestos, so-

bre todo los aportes laborales y la inflación, afectaron fuertemente a los segmentos más humildes de la sociedad. En conclusión, nos enfrentamos con una dura realidad: el nivel de pobreza de 2014 duplica al de 1994. Más allá de estos ciclos coyunturales, seguimos sin focalizar en el único mecanismo efectivo de combate al flagelo y de mejora en la equidad distributiva de la sociedad: una educación de calidad para todos. En Israel la mitad de la población en edad laboral tiene educación universitaria. En nuestro país, la mitad de la población que llega a la edad laboral no termina el secundario. No sorprende entonces que mientras Israel construye una sociedad con plena igualdad de oportunidades, vibrante y con fuerte movilidad social, la Argentina se hunde en una sociedad partida, social y culturalmente. El fomento de la educación temprana, con los alumnos y su creatividad puestos en el centro del sistema, las evaluaciones educativas, el acceso online a la educación secundaria, la reducción de la inflación y la baja de los impuestos al trabajo para los segmentos de menores ingresos son iniciativas que impulsamos para la Argentina. Son el comienzo de un camino para quebrar es-

tructuralmente la persistencia de la pobreza y la desigualdad. Para terminar una reflexión final sobre si es moralmente aceptable la mentira como política de Estado. ¿Hay fines políticos que justifiquen determinados medios? Definitivamente, no. La mentira “estadística” del Gobierno ha tenido, tiene y tendrá altos costos sociales. Le restó credibilidad al propio Gobierno y al país. En parte por eso, y en parte por focalizar en una “realidad” irreal, no permitió encarar soluciones de fondo. Y en este caso el tiempo por sí mismo no cura. “Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se vuelve”, decía Martín Lutero. La evidencia empírica y la experiencia comparada deben ser la base del debate y la planificación de las políticas adecuadas que ataquen a la pobreza y la desigualdad. Entretenerse con mentiras e ideologismos polarizantes no resolvió los problemas. Es indispensable saldar la deuda que nos será legada para abrir, sin dilaciones, la puerta del futuro. © LA NACION Los autores son diputados nacionales (Pro)

libros en agenda

Animales literarios Silvia Hopenhayn —PARA LA NACIoN—

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os animales son los sueños de la naturaleza”, escribió Silvina ocampo en uno de sus cuentos. Hoy la realidad parece plagada de sueños. Hay mascotas por todas partes y de distintas especies. o sea, sueños para todos los gustos: suaves, salvajes, viscosos, peludos, agresivos o amorosos. La soledad de las ciudades, ya pregonada por Edgar Allan Poe en su cuento “Un hombre en la multitud”, con el epígrafe de La Bruyere, “Ay, esa infelicidad del hombre de no poder estar solo”, incita a esta domesticada convivencia. Hablar con un gato se ha vuelto una costumbre tan arraigada como el soliloquio con auriculares. Llevar a un perro de copiloto

forma parte de este nuevo escenario. La eclosión canina –es infaltable su figura en las calcomanías familiares adheridas a los autos– viene acompañada de una paleta genética de razas, algunas de ellas de lo más caricaturescas. ¿El hombre se animaliza o los animales se están humanizando? ¿Es una cuestión de amor, de soledad o maltrato? La literatura acompaña bien estas preguntas, con ficciones a modo de respuestas. Los animales son figuras recurrentes de nuestra galaxia simbólica. Ya estaban en los mitos, la Biblia y las fábulas. A cada época parece corresponderle un bestiario. La primera fábula proviene de los griegos, la del ruiseñor, contada por Hesíodo en Los trabajos y

los días. Luego se difundieron las célebres de Esopo, y Horacio las viró a la sátira; en el Renacimiento, Da Vinci compuso todo un libro de fábulas que se volvieron relatos populares con La Fontaine en el siglo XVII, recobrando un tono inquietante en la intensa pluma de Ambrose Bierce a fines del siglo XIX. En el siglo XX, Kafka se encargó de propagar los animales más rastreros: topos, ratas, escarabajos. Bichos privilegiados de las hendijas y las grietas, como si escabullirse fuera el único modo de andar en tiempos de guerra y opresión. El mismo Kafka aclaró: “A los animales pequeños sólo se los puede ver con exactitud si están a la altura de los ojos; cuando uno se inclina sobre ellos en el suelo y allí los

contempla, adquiere de ellos una idea falsa e incompleta” (cualquier similitud con el género humano… es válida). E n época de totalitarismos, George orwell escribió Rebelión en la granja (1945), donde los cerdos de la Granja Manor se vuelven déspotas y corruptos, homologables a la dictadura estalinista. Más cerca del presente, Stephen King, siempre alerta a las incubaciones del miedo en todas sus formas y fantasmas, escribió Cementerio de animales, a pesar del repudio que manifestó su esposa Tabita, que trató de impedir su publicación por considerarla demasiado tremenda (objeción que obviamente el agente literario de King desatendió). Por su parte, Clarice Lispector

hundió su garra de escritora en el dilema animal. En el cuento “El crimen del profesor de matemáticas”, a la hora de ponerle un nombre al perro elige el humano y primordial nombre de “José”. Y así lo justifica su personaje: “Te di el nombre de José por darte un nombre que te sirviera al mismo tiempo de alma. Nos entendíamos demasiado. Tú con el nombre humano que te di, yo con el nombre que me diste y que nunca pronunciaste sino con una insistente mirada”. Quizá sea una respuesta posible: los animales se humanizan con los nombres que reciben, mientras que los hombres se animalizan cuando se tratan como si no tuvieran nombre.© LA NACION