Carson McCullers y la iluminación

9 may. 2009 - pleto de un ámbito, ya es un vagabundo que ronda entre otras lecturas, anóni- mo pero nunca olvidado. Tuve esta experiencia bastante ...
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LITERATURA EXTRANJERA

Carson McCullers y la iluminación Ráfagas de visión le revelaban a la escritora estadounidense el mundo de una novela o un relato. Esos instantes de poética lucidez le permitían recrear, a menudo, episodios de una vida dramática que enfrentó con entereza que brilló entre los años treinta y los sesenta con inigualable fulgor. William Faulkner, Tennessee Williams, Scott Fitzgerald, Eugene O’Neill, Katherine Ann Porter, John Cheever, Raymond Carver, la lista es interminable. En esa lista irrumpió, para ubicarse con una primera novela entre los primeros lugares, una muchacha del sur de los Estados Unidos. La muchacha se llamaba Lula Carson Smith y tenía veintidós años. La novela que la consagró era El corazón es un cazador solitario.

POR VLADY KOCIANCICH Para La Nacion - Buenos Aires, 2009

H

ay cuentos que arraigan en la memoria solitariamente. Los años se llevan consigo el título, el nombre del autor, la pertenencia al libro que lo incluía, junto con detalles menores del escenario en que trascurre y, poco a poco, sus señas de identidad, quién lo escribió, dónde y cuándo, van perdiendo importancia hasta que ese relato se suelta por completo de un ámbito, ya es un vagabundo que ronda entre otras lecturas, anónimo pero nunca olvidado. Tuve esta experiencia bastante común y siempre incómoda con un cuento de Carson McCullers. Es la historia de un hombre casado y con dos hijos, que regresa a su casa después de un largo día de trabajo, preocupado por el alcoholismo de su esposa, y la encuentra borracha, ella en su cuarto, los chicos abandonados a juegos peligrosos en el living. El hombre se ocupa de sus hijos, luego de la mujer que baja del dormitorio tambaleándose, que aterra a los chicos con su ebriedad y sus insultos; al fin, logra calmarla y acostarla de nuevo. Mientras tanto, su resignación inicial se ha convertido en odio. En mi recuerdo del relato, la imagen más vívida y amarga era la del hombre ordenando la ropa interior que la joven esposa había amontonado en una silla. Un corpiño de seda en la mano, el marido la miraba dormir con desgarradora ternura, el odio desvaneciéndose en la contemplación del sueño de ese cuerpo que amaba. Pero el impacto de emoción que me produjo la escena surgía de la escritura, del estilo preciso y contundente del párrafo que cierra el cuento: Con cuidado, para que Emily no se despertara, se deslizó en la cama. A la luz de la luna miró por última vez a su mujer. Sus manos buscaron la carne inmediata y la pena igualó al deseo en la inmensa complejidad del amor.

Todo gran escritor, aunque hayamos leído su obra apasionadamente, siempre 12 | adn | Sábado 9 de mayo de 2009

Un corazón hipotecado

Carson McCullers. Sus personajes están marcados, a menudo, por un defecto físico, y desgarrados por pasiones sórdidas BETTMANN / CORBIS

nos reserva una sorpresa. Encontré mi sorpresa en la reciente publicación de El aliento del cielo, un volumen con prólogo y notas de Rodrigo Fresán, que recoge los cuentos completos y tres novelas de Carson McCullers: La balada del café triste, Reflejos en un ojo dorado y Frankie y la boda. Ahí estaba, identificado después de mucho tiempo, bajo un título insípido que casi obliga a pasarlo por alto –“Dilema doméstico”– aquel relato sombrío y magistral de un matrimonio hecho pedazos. Otro bochorno me esperaba. Quizá por el

hartazgo de ignorar el nombre del autor, se lo había atribuido a Raymond Chandler, pensando que podría tratarse de uno de la veintena de relatos que Chandler escribió antes de lanzarse de lleno a la novela policial. Una filiación no del todo insensata. Como en “Una pareja de escritores” de Chandler, había un fondo común en el tratamiento del tema: el desencanto y la nostalgia, el realismo de los detalles, la economía del lenguaje. Pero sobre todo, la malignidad del alcohol, el eterno invitado a esa fiesta móvil de la literatura norteamericana

Lula Carson Smith nació en 1917, en Columbus, Georgia. Fue la mayor de tres hermanos y sin embargo adquirió para la familia una condición de hija única que nunca perdería, ese estado de privilegio que concentra toda la atención de los padres en un solo niño pero que a la vez inyecta una conciencia de soledad no natural, un aislamiento que termina por proyectarse al mundo y buscar como sea el contacto del otro, un hambre de amor de cualquier suerte. Hambre insaciable que Carson McCullers trasmitiría a toda su obra y todos sus personajes en infinidad de matices. Dos circunstancias establecieron y consolidaron la idea de que nunca sería igual a nadie: su precocidad primero y después la grave enfermedad que contrajo en la adolescencia, una fiebre reumática que la torturó sistemáticamente hasta su muerte, en 1967. El genio que su madre decía haber detectado en ella cuando todavía era un bebé se manifestaba en la música. Tenía seis años cuando se sentó al piano y tocó una pieza entera que sólo había oído en un film. Empezó a tomar clases y su futuro de concertista parecía definirse. Tanto, que a los trece decidió cambiar su nombre, Lula, que detestaba, por Carson. Pero mientras cursaba la escuela secundaria desganadamente, otro interés se atravesó en el camino de la pianista: la literatura. De hecho, como todos los escritores de raza, descubrió la pasión de la lectura antes de preguntarse sobre la posibilidad de escribir. Amaba a Proust y a Flaubert con la misma intensidad de su amor por hombres y muje-