capítulo ii: ceviche al paso - Eitan Olevsky

Segismundo el desnutrido, volteó. No comprendía el significado de aquellas palabras tan vastas. – Don Frijolio, ¿por qué no le fía a este pobre muchacho?
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CAPÍTULO II: CEVICHE AL PASO Todo comenzó muchos meses atrás, cuando Segismundo Servilio bajaba de un microbús extrañamente agitado. El sol veraniego le daba de lleno sobre su goteado rostro. Miró la carretera, la Panamericana Norte, zona de mar y playas. Allá, en una diminuta esquina de Playa Bromato, se hallaba el bodegón más económico y destartalado de todos. En pantalón, camisa y sandalias, Segismundo Servilio corrió hacia allá. – ¡Don Frijolio, don Frijolio! – ¡Segismundo! – exclamó el hombre que atendía la barra. – ¿Y cómo lo trata la vida? – Ahí pues, trabajando como siempre –sonrió don Frijolio. – Me alegro mucho. ¿Y qué tiene para hoy? – ¡Mira pues mi cartel! Segismundo leyó el cartel de la pizarra trazado con tiza blanca:  

Ceviche  simple   …………………………………………………    1,50  intis   Ceviche  con  olor  a  pescado   …………………………………    3,00    intis  

Don Frijolio era extremadamente gordo. Vestía overoles de cuero sobre su camiseta sudada y un pantalón marrón; su cara abultada y seria parecía la de un bulldog. Un hombre harapiento se acercó a la barra. – Don Frijolio, deme por favor un ceviche con olor a pescado. – Como el señor guste –dijo el panzón y sacó una rata muerta de uno de sus cajones. El pequeño roedor fue estirado sobre la mesa de platos. Don Frijolio sacó su cuchillo y con la habilidad que lo caracterizaba, lo cortó en trozos. Una de sus manos cogió los trozos, alzó el brazo y los esparció sobre su mojado sobaco. Puso nuevamente los pedazos sobre el plato. – Servido señor, un ceviche con olor a pescado. Segismundo calculó su presupuesto. A él no le alcanzaría; tendría que conformarse con el económico. – Don Frijolio, un ceviche simple por favor. – Muéstrame primero que traes el dinero. Segismundo sacó el sencillo de su bolsillo. – Nada más tengo un inti. Por favor, fíeme. – El que no paga, camina y se lo traga, dice el antiguo proverbio. – ¡Pero me voy a quedar muerto de hambre! –exclamó Segismundo. – No es culpa mía. Negocios son negocios –refutó. El harapiento, que plácidamente degustaba desde la barra su ceviche con olor a pescado, observaba con detenimiento la escena. Rozó con una mano sus barbas blancas y sucias, pensativo. Sus ojos comprendían el sufrimiento de Segismundo. – El alma sin comida es como una torta de cumpleaños sin velas –dijo el hombre de barbas blancas.

Segismundo el desnutrido, volteó. No comprendía el significado de aquellas palabras tan vastas. – Don Frijolio, ¿por qué no le fía a este pobre muchacho? –continuó el anciano. – No puedo, sabes que va contra las normas. – ¿Alguna vez has seguido tú alguna norma? – Sí, ¡muchas! –aseguró el gordinflón. – Si es así, nómbrame diez. – Veamos– una es... a ver... ¡en realidad ahora no puedo acordarme mucho! – ¿Ya ves?, querías forzarle normas a un muchacho sin que tú puedas recordar diez que hayas respetado. – Tiene usted la razón gran sabio, desde un principio debí haberle hecho caso. Venga acá joven Segismundo. Le daré un ceviche simple de cortesía. El joven devoró el plato en un santiamén. Tranquilo y saciado, giró para ver a su benefactor. El anciano en harapos, despeinado, leía elegantemente un periódico. Segismundo se acomodó a su costado. – Disculpe, quería agradecerle por su ayuda, gran señor. – No soy un gran señor –dijo el anciano frunciendo las cejas. – Lo siento. – Soy el Gran Maestro. – ¿Disculpe? –Soy el Gran Maestro: conocedor de la esencia humana y de los más recónditos secretos del universo. – Me parece que usted exagera un poco. – ¿Eso crees? ¿De qué signo eres, mi estimado amigo? – De Acuario. – Veo que tendrás muchos problemas en tu vida personal. Aún así, vivirás día a día la esperanza. Es más, según mis pronósticos, hoy tuviste un día de puntos rojos. – ¿Puntos rojos? Puntos rojos… – Don Frijolio, una cerveza –pidió el anciano. – ¡Ah, lo tengo! –dijo Segismundo entusiasmado– hoy por la mañana tuve una picazón terrible. Cuando miré, ¡me habían salido puntos rojos! Una sonrisa surcó las barbas del anciano. – Bien muchacho, bien. Descubriste mi acertijo. – Sí, señor, ¡lo hice! – Solicito más dignidad de tu parte. No me llames señor. Prefiero que humildemente me llames Gran Maestro. – Sí señor, quise decir, Gran Maestro. – Ahora bien. Estoy en búsqueda de un aprendiz para que pronto siga mis pasos. – Señor, ejem, Gran Maestro, yo le puedo ser de utilidad. – ¿Estás seguro de eso? La sabiduría que yo impartiré podría resultar peligrosa en manos enemigas –amonestó. – Sí, estoy se-se- seguro Gran Maestro. – Muy bien, esta es mi tarjeta –dijo dejándola sobre la mesa. – ¡Gracias! Realmente no tendrá usted de qué arrepentirse. Seré su más leal seguidor y asistente, señor. – ¡Jamás me vuelvas a decir señor! – Perdóneme Gran Maestro. No volverá a pasar. Ahora debo irme.

Segismundo Servilio se alejó del bodegón hacia la orilla del mar y estiró su toalla sobre las grandes y filosas piedras. Playa Bromato era la playa más contaminada del litoral; se rumoreaba que el agua de un brillo verde fosforescente era radiactiva; además, en vez de arena, estaba rodeada por piedras más filudas que arpones. Un joven en ropa de baño corrió hacia don Frijolio con la espalda ensangrentada. – Señor, señor, ¿tiene algo para las heridas? Me corté tomando sol entre las piedras filudas. – Tengo aceite de cocina –aseguró don Frijolio. – Gracias señor –agradeció el muchacho y cogió el recipiente al lado de la sartén, echándoselo sobre la espalda. Otros siete jóvenes, también con las espaldas cortadas y ensangrentadas, rodearon al que agarraba el aceite. – Estos chicheros –rió don Frijolio–, no hacen otra cosa más que venir a esta playa inmunda ya que es la única playa pública que queda. El Gran Maestro miró al dueño con incredulidad: – ¿Cómo osas tú hablar así de este lugar? Estos mares, estas piedras, son el símbolo de la naturaleza indomable. Es el reflejo de la libertad que traen consigo las playas públicas. – Pero, ¿y las aguas contaminadas? – Ah, ese es otro tema –aseguró el Gran Maestro– leí en el diario Prensa Blanca que las aguas de playa Bromato están cubiertas por partículas tóxicas y radiactivas. Don Frijolio rió mostrando sus dos dientes de cobre. – Pero Gran Maestro, ¿usted qué hace leyendo el periódico Prensa Blanca? Le recomiendo leer la prensa chicha ya que muestra la cultura de nuestra gente. El Chicho es el mejor de los periódicos chicha. El más cultural. – ¿Y qué dice El Chicho sobre la contaminación en los mares? –increpó el sabio. –Dice que jamás se ha visto en la galaxia un mar con el color de playa Bromato. El hecho de que la gente salga del mar con la piel verde no es más que una bendición de los marcianos. – Se ve que es un periódico serio –respondió el anciano. – Ahora, sáqueme usted de una curiosidad Gran Maestro. ¿Cómo pudo pronosticar los puntos rojos de Segismundo con solo saber su signo del zodiaco? – Fácil. Le leí el horóscopo –respondió cogiéndose las barbas.