24 | ADN CULTURA | Viernes 1º de marzo de 2013
La Biblioteca Nacional (Agüero 2502)
El Planetario porteño (Av. Sarmiento y Belisario Roldán)
Brutalismo y estilo internacional Segunda mitad del siglo XX. La definición del carácter de Buenos Aires se completa con dos tendencias arquitectónicas que cambiaron completamente su fisonomía a la vez que enriquecieron su patrimonio urbano con edificios como el Teatro San Martín o el Banco de Londres, dos obras maestras inscriptas en el Olimpo internacional de la modernidad Fabio Grementieri | para la nacion
A
l comenzar la segunda posguerra, el insistente discurso de las vanguardias, que buscaba dotar a las construcciones del espíritu de la época, logró imponerse de manera definitiva, desalojando de escena al academicismo y al historicismo, que sufren su Waterloo con la liquidación del sistema de enseñanza de tipo Beaux Arts. Un homogeneizado Movimiento Moderno, ahora sí transformado en verdadero “estilo internacional”, impregnó toda la producción arquitectónica y consagró al urbanismo como disciplina regente. La situación mostraba una Francia relegada, sólo persistente a través de Le Corbusier, una Inglaterra potenciada por los desarrollos del Welfare State y unos Estados Unidos imperiales usufructuando el legado de la Bauhaus estandarizado y masificado. De esta manera se abandonaron los ideales de estética edilicia en favor de los dogmas de la planificación urbana, y se sustituyeron las técnicas constructivas tradicionales y la ornamentación
El autor es arquitecto graduado en la UBA, profesor de la Universidad Di Tella, especializado en patrimonio. Recibió el Driehaus Prize de la Notre Dame University, Chicago, Estados Unidos.
por rígidos sistemas prefabricados. En la ensimismada pero festiva Argentina de los años cuarenta, la arquitectura se singulariza al interactuar con el grupo Madí-Arte Concreto y al experimentar como nunca antes con la tecnología y el espacio. Así surgen las propuestas del grupo Austral en edificios experimentales como los departamentos de Virrey del Pino 2446 o los estudios y comercios de la esquina de Suipacha y Paraguay. Pero al mismo tiempo se despliegan las monumentales y sofisticadas estructuras de hormigón armado para edificios públicos y estadios de fútbol, más o menos revestidas de clasicismo. Ya en los años cincuenta, con la institucionalización de la modernidad, se restaura la voracidad por conocer casi todas las propuestas de las usinas de la arquitectura occidental. Una vez más se consumen las novedades a ritmo vertiginoso, pero también se asimilan en forma inteligente y, en algunos casos, se reelaboran de manera magistral. La ligazón con los centros de estudios, investigación y experimentación, con la vanguardia artística y cultural, sin dejar de lado una fluida comunicación con el gran público permitió que fructificaran propuestas originales e innovadoras, social y mediáticamente comprometidas.
Profesionalismo y funcionalismo se fundieron para crear arquitectura cotidiana pero impersonal, donde la expresión formal y de los materiales fue sometida a los designios de la imagen corporativa de los rascacielos revestidos de metal y vidrio – el denominado muro-cortina–, o del aspecto estandarizado de los edificios de vivienda armados con hormigón y ladrillo y “decorados” con grandes ventanales y delgados balcones. Más allá de la “impersonalidad”, en ambos casos surgen propuestas distinguidas, con cuidadas proporciones y refinado diseño. Son obras con generosos espacios de acceso donde se utilizan materiales y revestimientos característicos: pisos de mosaico granítico de diversos colores; revestimientos de madera en tablillas, de “venecitas” o de espejos; gargantas de luz difusa. Y en los ejemplares de mayor lujo se incorporan murales de artistas realizados con diversas técnicas: pintura, metal, cerámica. La irrupción de esta “segunda modernidad” en el ámbito oficial ocurre durante el segundo mandato del general Perón, cuando oficialmente se vuelca la mirada sobre los centros del diseño del Welfare State del norte de Europa, visión que se amplió también a Estados
Unidos durante el período desarrollista. La arquitectura pública adopta la maneras funcionalistas en la composición y el lenguaje que emplea en edificios en serie como los de Correos y Telégrafos en distintas capitales provinciales, o el Mercado del Plata y el Teatro Municipal General San Martín. Esta última obra, proyectada por Mario R. Álvarez y Macedonio O. Ruiz, es un excepcional ejercicio plástico, espacial y estructural que se inserta de manera impecable en el paisaje urbano y cultural de la avenida Corrientes. Su combinación de dos salas –una en anfiteatro y otra del tipo auditorio–, con sus respectivos foyers a los que suma un bloque de oficinas como fachada a la ciudad, lo convierte en un sofisticado proyecto incomparable internacionalmente pero con antecedentes en la arquitectura porteña como el palacio periodístico de La Prensa en Avenida de Mayo o la galería Güemes. En forma paralela a los rigores del estilo internacional se difunde el Brutalismo que, asociando primitivismo e innovación, busca la máxima expresión en los juegos del hormigón a la vista. Sin desdeñar el funcionalismo, busca fundir forma, estructura y construcción para engendrar gigantescas esculturas