SÁBADO | 7
| Sábado 13 de octubre de 2012
Psicología
Besos por celular y vidas que viajan en colectivo
que el tipo quiere algo con ella, aunque, por como se ríe, se puede interpretar rápidamente que ella conoce bien las intenciones del vecino y se está haciendo la tonta. O al menos debe ser lo que piensan los pasajeros que la están escuchando.
Hoy es común oír en el transporte charlas íntimas pronunciadas en voz alta sin velos ni pudores; Twitter lo refleja y los expertos lo analizan
Fenómeno de época El doctor en psicoanálisis y coordinador del equipo de Psicosis del Centro Dos Néstor Medvuidenur habla de esto como un fenómeno de época donde casi todo se muestra sin velos o sin pudor. Una época más obscena, en el sentido de que lo íntimo se hace público. “Esta falta de pudor hace que se pueda decir sin límites –dice–. Y en vez de ese hablar por hablar, la propuesta es que lo que se diga tenga un destino más digno, que no sólo sea mostrar la intimidad en cualquier lugar, contar al vecino qué es lo que comí o con quién dormí anoche casi con un mismo tono monocorde.” Para Medvuidenur este decir popular en los medios de transporte permite crear a nivel social un discurso que en definitiva son los discursos que arman una época. “La época arma discursos o relatos –dice– que se pueden dar en cualquier lugar, en este caso hasta en un medio de transporte porque es un lugar de reunión social.” Aunque también existen otras razones que potencian estas charlas. Como los números gratis que ofrecen las compañías de telefonía celular. O como apunta la licenciada Chazenbalk esta “sobrevalorización del tiempo productivo bien típica de esta época, que genera un vínculo de gran dependencia con el celular colocando en un plano secundario la posibilidad de relajarse, conectarse con uno mismo, descansar...” O por qué no, de poder escuchar suculentas conversaciones ajenas arriba del colectivo.ß
Fernando Massa LA NACiON
Un 109, rumbo al centro. Primera hora de la mañana, día laborable, el colectivo lleno. Colgada de un brazo, una chica de entre 25 y 30 años hablaba por su BlackBerry con el que podría ser su novio. El tono no era mucho más alto que si estuviera charlando con alguien que tuviese al lado, pero con el colectivo repleto era como si lo hiciese a los gritos. Entre otras cosas le decía que tenían que arreglar una salida para el sábado, ir a cenar sí, pero que después irían a algún otro lado que no se llegó a entender del todo. Y así, en el mismo tono, como si estuviera sola sentada en el sofá de su casa, le dijo: –Y no sabés: hoy a la mañana tenía tanto pero tanto sueño que ni me bañé. Sí. Algo que seguramente no querría que se enteraran sus compañeros de trabajo se lo había contado a todo el colectivo. Y ella como si nada. Aunque tampoco resulta extraño para quien suele viajar en transporte público en Buenos Aires. Hoy, arriba de cualquier colectivo, tren o subte uno se puede enterar de una inversión con varios ceros que está por hacer ese que está ahí parado, ser testigo de una pelea familiar o hasta conocer detalles de la vida privada de un pasajero que en otra circunstancia de ninguna manera
contaría a un extraño. Y no hay que ser demasiado curioso para enterarse: es cuestión de parar la oreja a los que hablan por celular alrededor o no subir demasiado la música de los auriculares. Y la red social Twitter, como siempre, es otro de los lugares donde este fenómeno se refleja. Tanto es así que existe una cuenta que se llama LaGenteAndaDiciendo –@ gentediciendo– que tuitea o retuitea distintos fragmentos de conversaciones que se escuchan en la calle o en los medios de transporte a diario. Como, por ejemplo, “«¡No me hagas una escena de celos por teléfono, estoy en el bondi yendo a casa!›› Hombre de 35 por celu. Subte B. Jue19.50” o “«Te dejo que no puedo hablar, estoy manejando›› Señora por celular en el 57 Semirápido rumbo a Pilar”. La magíster y profesora de psicología de la Universidad de Palermo Liliana Chazenbalk relaciona este fenómeno con el avance tecnológico de los últimos años, donde el celular cobró un papel muy importante en la vida de las personas. “En los medios de transporte público hay un alto porcentaje de personas que lo utilizan –reflexiona–, y muchas veces están tan ensimismados en sus conversaciones que pierden de vista el contexto en que se encuentran y no perciben el nivel de exposición que significa contar temas muy personales como hablar
en algún lugar del mundo Juana Libedinsky
El irresistible encanto del espía seductor
C
londres
asamiento de un íntimo amigo inglés. Él estudio en Cambridge y es un barrister, uno de los tradicionales abogados litigantes de Su Majestad que todavía usan toga y peluca en las cortes (y cuyo estereotipo, hiperformal y sexualmente reprimido popularizó John Cleese en Un pez llamado Wanda). No tienen interacción con clientes ni atienden el teléfono. Están asilados del mundo en los inns of Court, donde pasan días, semanas y meses leyendo pilas literalmente monumentales de contratos y biblioratos. Pero le gustaría ser un hombre de acción que persiga villanos de una punta a otra del planeta. Le gustaría ser James Bond. Los gadgets los tiene todos. Desde el Aston Martin hasta la pistola de oro de El hombre de la pistola de oro. Para su casamiento, los hombres obviamente tuvieron que ir de smoking y las mujeres de “chica Bond”. Fue relativamente fácil. Sólo desempolvamos el atuendo que nos hizo usar para varios de sus cumpleaños, que solían ser amenizados con cantantes estilo Shirley Bassey en Goldfinger, esculturas de hielo de chicas pulposas por donde corría el vodka y demás parafernalia. No está solo en su obsesión. Un paseo por Londres en vísperas del 50° aniversario de 007 pone en evidencia que todo oficinista gris, todo pediatra de guardia, todo quiosquero de la esquina o conductor de bus de dos pisos en realidad querría ser el hombre con licencia para matar. Después de todo, cuando Danny Boyle quiso sintetizar Gran Bretaña para los Juegos Olímpicos necesitó sólo dos símbolos, uno tan mítico como el otro: la Reina y Bond. Los diarios británicos buscaron la razón de esta obsesión. Por supuesto que todo hombre querría
ser buen mozo, tener chicas lindas y una vida de aventuras. Sin embargo, esas características definen a cientos, si no miles de héroes del cine y la literatura. ¿Qué hace que el atractivo de Bond perdure tanto? Dos interesantes tesis propuso The Guardian. Por un lado sostuvo que hay algo de placer culposo en ver a Bond interactuando con las mujeres, el mismo placer culposo que la serie Mad Men explota. Muestra cómo eran las cosas antes de que el progreso y la equidad entre los sexos arruinaran la diversión. Pocos escritores contemporáneos de thrillers se arriesgarían con un héroe que trata a las mujeres como Bond, pero distintas reglas se aplican a un personaje creado en el pasado. Por el otro, sostuvo que si bien se supone que las audiencias sofisticadas del siglo XXi quieren sus historias oscuras y con héroes llenos de angustia existencial, Bond les da todo lo contrario. Y en esta era de confesiones, donde es condición admitir vulnerabilidades y dudas para parecer real, la certeza de Bond se vuelve irresistible. Le pregunto a mi amigo por qué está tan obsesionado con 007 y suma cientos de razones. “Me encantaría ser como él, pero no lo soy. Como mucho, me veo algo más reflejado en la parodia cómica de James Bond que fue el personaje de Austin Powers”, reconoce con simpatía. Sin embargo, en su casamiento la novia fue una misteriosa violinista de Azerbaiján, que habla cinco idiomas y tiene un cuerpo escultural. Hubo odaliscas de Bakú en la fiesta, y hombres de gruesos tapados de piel y anteojos negros hablando en ruso (¿parientes de la novia? ¿glamorosos espías de la KGB confundidos de siglo?) que esperaban afuera de la iglesia. A veces la realidad, si no supera, al menos equipara la ficción.ß
de dinero, vínculos familiares o lugares a donde se dirigen.” Qué ensimismada estaría esa mujer de unos cincuenta años, vestida de oficinista, que un mediodía, en un coche de la línea B del subte contaba a los gritos por teléfono la mudanza de oficina y la inversión que estaba por hacer con una socia. “Que nos mudamos antes o después del viaje, que, ay, se me corta porque estoy en el subte, que te contaba que ella iba a poner sólo 5000 para la inversión, después que no iba a poner nada y al final se fue de viaje nomás y yo soy la que va a poner los 100.000 pesos que se necesitan.” Ximena Pérez confiesa que le encanta seguir relatos o charlas como ésta cuando se engancha. “Es muy divertido –dice–. Además, te lo tenés que bancar porque a vos te puede pasar también. Y muchas veces es inevitable. Lo que sí, tratás de no gritar, y, bueno, algunos temas da un poco de pudor hablarlos.” A ella sí, pero a muchos otros no. Como el muchacho que arriba del 59 le pregunta enfáticamente a su interlocutor si vio la foto que le envió, y si la vio qué piensa: ¿gusta de él o no? O esa chica de unos treinta que entró hablando a un subte de la línea D sobre el vecino de arriba del edificio. Ese que manda al sobrino hasta la casa de ella con golosinas cada dos por tres. Que es divino, pero que es un tipo grande y que su amiga es una mal pensada si cree
ilustración: giselle ferro