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I
NUEVA YORK
Dos opciones: el restaurante chino Golden Unicorn y el club Madame Wong. Abajo, el DJ
Basta de lugares con
N
UEVA YORK.- (The New York Times) Durante el día, Jobee, un restaurante taiwanés de la calle Howard, al norte de las carteras falsas de Canal Street, sirve fideos insípidos de sésamo y un rico simulacro de pollo sichuan a una multitud somnolienta. Hay un menú pegado en la puerta, y del techo cuelgan faroles kitsch. Pero a la medianoche las luces se bajan, se corren las mesas y un ex-modelo masculino llamado Vance, con pelo rubio enmarañado y rasgos como dibujados, se pone de guardia en la puerta. No hay señales a la vista, pero la multitud que entra conoce a lugar como Madame Wong’s, un club pop-up que, durante la primavera que pasó, podría decirse que fue el sitio con más onda de la ciudad. “Lo siento”, les dijo Vance a tres chicas un miércoles lluvioso. “Hay una fiesta privada esta noche.” La frase era verdad sólo por la mitad. Más temprano habían tenido la recepción privada de Maripol, artista de la Polaroid y estilista que diseñó looks para Madonna y Deborah Harry en los años 80. Pero eso había terminado hacía horas, y la verdadera fiesta recién estaba empezando. Chicas francesas con shorts negros muy cortos y botas hasta la rodilla tomaban Tsingtaos en un box de vinilo rojo. A unos metros, Maripol se movía hacia adelante y hacia atrás mientras, James Chance, saxofonista, le daba una serenata.“Madame Wong’s es uno de los pocos lugares a los que voy”, dice Maripol, de 50 años. “Ya no puedo ir más a las discotecas corporativas, con patovicas que rebotan. No entienden el espíritu que Nueva York solía tener.” Los clubes pop-up –fiestas temporarias en espacios no tradicionales– están teniendo éxito. Mientras los clubes nocturnos tradicionales enfrentan medidas más severas debido a las quejas de los vecinos por temas
como el ruido, los promotores de fiestas tuvieron que ser más creativos. En vez de reservar siempre los mismos lugares, ponen cuerdas de terciopelo y conectan las bandejas giradiscos en lugares inesperados.
Si está oscuro es suficiente Así, las fiestas pop-up se adueñaron de restaurantes de comida china, clubes de strippers, oficinas céntricas, depósitos vacíos, parques ribereños, patios de escuelas y hasta lavaderos automáticos (con bartenders vestidos con toallas y tragos de temática jabonosa). El hecho de que algunos de estos clubes no sean legales sólo suma emoción. “La gente joven acá –jóvenes abiertos en cuanto a moda y música, gente conciente de su imagen–- sale cuatro o cinco veces a la semana,” dice Serva Granik, promotor de fiestas de Brooklyn. “Si uno quiere ofrecerles algo especial tiene que salir con algo inusitado, un espacio secreto donde nunca estuvieron.” Dos sitios muy populares: 88 Palace, salón chino de banquetes bajo
el puente de Manhattan, y Pussycat Lounge, sórdido club de strippers del barrio financiero. Estas fiestas espontáneas se limitan a agendarse en un mismo lugar, que abre y cierra según los caprichos de su inconstante clientela. “Francamente, es una tendencia deprimente”, dice Serge Becker, veterano de la vida nocturna que abrió Box, Joe’s Pub, La Esquina y, recientemente, Miss Lily’s, restaurante caribeño de West Houston Street. “La ciudad se volvió antivida nocturna, por eso tiene sentido que la gente esté tomando estos espacios ya existentes, sin apoderarse completamente de ellos.” Y cuanto menos acondicionado esté el espacio, mejor. “Los dueños de los clubes piensan que se necesita gastar una tonelada de plata en iluminación y muebles, pero nada de eso importa”, opina Mia Moretti, una DJ muy solicitada, también en Madame Wong’s. “Todo lo que importa es que la música sea buena, la gente tenga onda y el lugar sea oscuro.” Los restaurantes son un espacio obvio, simplemente porque están habilitados para la venta de alcohol. Pero no cualquier restaurante es seleccionado: cuanto más kitsch y más alejado, mejor. Eso podría explicar el impertinente atractivo de China Chalet, restaurante chino con dragones de neón en el bajo Broadway, que por cinco años fue el escondite favorito de una multitud dedicada a la moda y al arte. Martes atrás, ahí se festejó el lanzamiento de The Journal, una brillante
Gaturro Por Nik
Humor petiso Por Diego Parés
tras el mostrador
onda
De día sólo son restaurantes chinos, lavaderos y oficinas. Pero de noche alojan fiestas de culto a todo glam que jamás se anuncian vía Internet
Miércoles 6 de julio de 2011
NYT
publicación trimestral sobre arte con base en Williamsburg. En el comedor principal, sobre una alfombra floral barata, siete u ocho chicas con labios rojos brillantes y pantalones de tiro alto se apretujaban en una sola mesa y pululaban artistas locales. En otra sala, bolas de espejo colgaban junto a candelabros ostentosos y los DJ hacían sonar a Rihanna, New Order y Prodigy. “Estoy tan cansado de lugares con onda...”, se sincera Michael Nevin, desgarbado editor de The Journal, vestido de blanco de pies a cabeza. “Y China Chalet no tiene onda, por eso es genial.” El precio tampoco duele. Nevin no pagó nada para alquilar el lugar. Todo lo que hizo fue garantizar una ganancia de barra de 3.500 dólares. Pero, claro, los restaurantes ya empezaron a ser lugares predecibles, por lo que los promotores buscan más opciones. En mayo, la fiesta itinerante Get Your Dance On creó una discoteca al aire libre en un patio antiguo de un colegio católico
en NoLIta. Y, hace dos semanas, la Metro Community Laundromat de Williamsburg se convirtió en la Dirty Disco Laundrette. Por 75 dólares, los asistentes podían tomar toda la noche, empujarse unos a otros alrededor de los carritos del lavadero y bailar sobre los lavarropas al ritmo de clásicos de música disco.
En Google no se consigue Ningún lugar es sagrado, ni siquiera el lugar de trabajo. Una noche de enero, entre 80 y 100 personas se juntaron a tomar y bailar en un edificio de oficinas de Broadway y la calle 52. Los responsables afirmaron que estaban filmando un videoclip, pero la policía no les creyó y clausuraron el lugar por venta ilícita de alcohol, falta de habilitación para cabaret y otras infracciones, según explica dijo Paul J. Browne, vocero del Departamento de Policía de Nueva York. Esta modalidad está extendiéndose a otras ciudades. Le Baron, el club parisiense de moda, realiza una fiesta espontánea en Art Basel Miami Beach todos los años. Y Bungalow 8, el club nocturno de Londres, reencarnó en la 54º Bienal de Venecia este mes. Contra todos los pronósticos, en esta era de Yelp y GPS –guías de bares donde cada lugar está a un clic en Google de distancia–, el
club pop up es el bar clandestino, camuflado, sin huella cibernética. La fórmula funcionó para Simonez Wolf, ex productor de moda de París, que abrió Madame Wong’s en marzo y en pocas semanas creó una las fiestas más comentadas de la ciudad. Wolf orquestó la movida, en gran parte manteniendo el lugar oculto: no hay sitio Web ni número de teléfono. Los DJ no pueden promocionar la fiesta vía Facebook o Twitter. El programa es azaroso, y Wolf envía invitaciones por email a 200 personas a último momento, amigos de alto perfil dedicados a la moda, el cine y el arte. Tampoco se comunica con los medios. Los invitados cuentan que se cruzaron con el diseñador Philip Treacy y músicos como Moby, David Byrne, Michael Stipe y Karen O, de Yeah Yeah Yeahs, pero Madame Wong’s se las ingenió para evitar menciones de esta clase en columnas de chismes. “El lugar con más onda sólo la conserva por unos años”, agrega Wolf. “Después hay que empezar a hacer plata, y para conseguirla hay que abrir las compuertas.” ¿Y qué pasa después? “Están todos, desde turistas a gente de las afueras de la ciudad, dentro del club.”
Alexis Swerdloff Traducción de Nina Plez
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