PERFUME DE GOL | FÚTBOL
Banderas de la patria más intensa El autor cuenta cómo escribió su nuevo libro de relatos, publicado por Planeta, que aborda la mayor pasión deportiva de los argentinos desde un punto de vista femenino
POR RODOLFO BRACELI Para La Nacion - Buenos Aires, 2009
E
l fútbol es una patria más intensa que la patria misma. ¿Exageración rayana en la blasfemia? Para nada. Invito a comparar la cantidad de banderas que asoman durante las fechas patrias con la cantidad que aluviona en los mundiales. Aparte de ser una patria, el fútbol es el espejo que mejor espeja violencias, exitismo y fracasismo, supersticiones camufladas en religión, racismo subcutáneo, creatividad y cierto individualismo a veces carnicero. En la creciente literatura centrada en el fútbol, sucede que la mujer tiene presencia ocasional, apenas como elemento decorativo. Esto se me reveló un día que recuerdo por ser el primero del año: me desperté dictado por una ocurrencia: una mujer se vengaba del abandono de su marido futbolero metiendo una punta de fotos de jugadores famosos en el interior de la almohada matrimonial. Con esas presencias ocultas ella dormía y transfiguraba la rutina del sexo semanal. Digamos, la apoteosis del cornudo. Ahí, ese mismo día, advertí que en mi caja de juntar tenía el borrador a mano alzada de más de veinte cuentos de fútbol en los que siempre la mujer es eje y/o detonante. Acostumbro andar con un par de hojas dobladas, y un lapicito. Anoto sobre el pucho porque creo en la única virginidad, la de la palabra. Tal cual: de las narices me agarró el libro, y me dejé: y empecé la otra escritura, la que viene después de la ocurrencia dictada. Ahí estaba la mujer que debía resignar una parte sagrada de su cuerpo, como cábala-condición para que Racing terminara su malaria de décadas. Ahí estaba la partera que asesoró a una tal Dalma mes a mes, con peajes de todo tipo, pa-
24 | adn | Sábado 3 de octubre de 2009
ra conseguir que cierta criatura naciera varón y un Mozart del fútbol, es decir, un Diego Maradona. Ahí estaba Borges, por única vez, asistiendo a un partido; y la madre narrándoselo al Sumo Ciego. Ahí estaba la mujer travestida, y la vengadora, y la compañera, y la inmolada. Ahí estaba la camionera “relatora de todas las Américas”, inventando un campeonato perpetuo donde el fútbol vadea todas las injusticias: por fin los últimos serán los primeros. Al final de mi travesía advertí que estas historias apuntan una y otra vez a lo que podríamos llamar “la pareja”. Pero, la pareja emparejada: por el odio, por la pasión, por la venganza, por el amor de los amores. Adiós a la mujer víctima, relegada por el fútbol. Tendremos que asumirlo, así en la realidad como en la literatura, hacia esa pareja emparejada vamos, por fin. ¿Ésa será la revolución de las revoluciones? ¿Tendrá entonces la humanidad que barajar y dar de nuevo? Yo no quise hacer un libro de cuentos de fútbol con mujeres como protagonistas, fue al revés: las historias me fueron brotando sin propósito sistemático. Y se dio. En algún momento, ante la aparición de la madre del “jugador más feliz de la Tierra”, el reportaje mutó en ficción. No me resistí. En otro, el último día de la Raulito se transfiguró en poema. Tampoco me resistí. Me dejé, me solté del corsé de los géneros. Así, en las sucesivas escrituras de estas historias, me he sorprendido riéndome en voz alta. O, un par de veces, noté que el corazón me estrujaba la garganta. Quiero decir: que las he vivido no sólo desde mi laguito interior sino con el cuerpo entero. No puedo precisar cómo ni cuándo me nació cada historia de este Perfume de gol: a veces detenido en un semáforo, o bajo la ducha, caminando mi barrio de Coghlan, en la antesala del dentista, en ese desliza-
La mujer, presencia protagónica en los cuentos de Braceli
miento sinfónico de cada noche al compás del malbec de mi Luján de Cuyo. Pero no todo se me dio como lloviendo café del cielo. A veces la abundancia de historias lo acorralan a uno. Pasó que mientras escribía me nacieron otras. Tenía que elegir: qué cuentos publicar en Perfume de gol y qué otros tantos dejar para otro libro. Culposo como soy, la elección se me hizo pesadilla. Cada vez que optaba por uno y apartaba otro me ruborizaba, mis tripas del alma entraban en cólico. Me encomendé al azar y decidí que mi perro, Manyín, me ayudara. Desparramé en el piso de mi escritorio la primera hoja de varios cuentos. Manyín alzó una, se la quité, alzó otra, se la quité y así sucesivamente completé la selección. Gracias por tu azar, querido Manyín. Gocé el tejido de este libro tanto como un animal que encuentra su ojal cuando está en celo. Hay escritores que viven la pulseada de toda escritura sufriendo hasta lo insoportable. Otros sienten la felicidad del acto hasta cuando describen una tragedia aérea. Estoy entre éstos. Durante su gestación conté estos cuentos, pero casi no los di a leer. Dos amigos, buenos lectores, con diferentes palabras coincidieron: “Qué lástima que sean de fútbol”. Elogio desasosegante. Prejuicio generalizado. Así como a la literatura para niños, a los cuentos de fútbol se los considera género menor, literatura de cabotaje. Pero mi desasosiego no cuajó en complejo. Pienso que un cuento vale por lo que vale y jamás porque su asunto sea más o menos prestigioso. La academia, el canon, los eruCditos, que en paz sigan descansando. Por lo demás, lo estéticamente popular no quita lo valiente. Dicho sea: creo que no falta tanto para que hablemos de la narrativa futbolística con la naturalidad con que hablamos de la fantástica o de la policial. La expansión de los cuentos
GERARDO HOROVITZ
de fútbol no es tan grande como la de la soja patria, pero es notable. Un síntoma de crecimiento: ya pululan hasta cuenteros de fútbol plagiantes, y con espectacular éxito de ventas. Escucho preguntas: ¿Qué no debe faltarle a un cuento de fútbol? Respiración, la ética de la sintaxis y, si se escribe en castellano, que se note. Al cuento, como a la novela, al teatro, al ensayo y a la poesía, no debe faltarle poesía. ¿Poesía? Sí, eso. Pero no la confundamos con esa patética estafa que es el lenguaje poético. Digo poesía como actitud de riesgo, como punzada en la médula. Sin la presencia de ese pulso, el cuento de fútbol, o de lo que sea, dura mientras dura. Fallece con la última palabra. Me di todos los permisos en este libro. Como dije, no fui detrás de la novedad del relato con la mujer como eje, ni hice el menor esfuerzo en escribir para expertos y amantes del fútbol: le abrí la puerta al siempre sabio azar. Me entregué desatado de pies y manos al registro del relato delirante. ¿Por qué? Porque el delirio nos permite, al menos, empatarle a una realidad que desde hace décadas insiste en desnucar al surrealismo. Estoy entre los que creen que el delirio se ha vuelto una herramienta prodigiosa, inevitable. A la hora de ficcionar, el delirio es un acto de salud, de justicia, y nos arrima a una ecuación decorosa: la irrealidad de la llamada realidad ya no supera por tantos cuerpos a la ficción. Una confesión: lo sentí mientras urdía estas historias. ¿Sentí qué? Que cuando se escribe un cuento se es Dios por un rato. ¿Dios con mayúscula o con minúscula? Depende, si en la escritura uno salta sin red, es Dios. Si salta con red, es dios. Y si salta sin red y encima con los ojos vendados, entonces merece la mayúscula y un acento: es Diós. © LA NACION