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Revista Claves de Razón Práctica nº 242
CASA DE CITAS
Sigmund Freud
Atreverse a pensar lo que no se puede saber La humanidad siempre ha sabido que tiene espíritu. Freud quiso recordarle que tiene también pulsiones. introducciones y selección de josé lázaro
Para dejar salir a Freud de Austria, los nazis le hicieron firmar una declaración de que había sido tratado con el mayor respeto y consideración por las autoridades alemanas (y en especial por la Gestapo); él tuvo la generosidad de dejarles propina: Cuando el comisario nazi trajo el documento, Freud, por supuesto, no tuvo escrúpulos en firmarlo, pero preguntó si le permitirían agregar una frase, que era la siguiente: “De todo corazón puedo recomendar la Gestapo a cualquiera.” (Citado por Ernst Jones).
Y además de generoso, Freud era un hombre claramente progresista, como lo demuestra el comentario que hizo cuando los nazis empezaron a quemar sus libros:
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En la Edad Media me hubieran quemado a mí; ahora se conforman con quemar mis obras. ¡Es un gran progreso! (Citado por Ernst Jones).
Llegó incluso a ser medio comunista: Freud me sorprendió no poco al decir que había mantenido recientemente una entrevista con un fogoso comunista, quien lo había convertido “a medias” al bolchevismo, como entonces se decía. Le habían dicho que el advenimiento del bolchevismo daría por resultado algunos años de miseria y caos, que serían seguidos luego por una era de paz universal, prosperidad y felicidad. Y agregaba Freud: “Le dije que creía en la primera mitad de la predicción.” (Citado por Ernst Jones)
Cuando era todavía un estudiante de 19 años le escribía a su amigo Silberstein –en el castellano primario y arcaico que ambos habían aprendido leyendo a Cervantes– para recomendarle la clases que él frecuentaba: El filosofo Brentano, que de mis cartas conoces, leerá Etica ó filosofia pratica de las 8 á las 9 de la mañana y será bueno, que tu vayas á escucharle, pues es hombre de entidad y ingenio, aunque dice la gente, que es jesuita, lo que no puedo creer, confiando en mi juicio proprio en lugar de los rumores del Señor noséquien [sic]. (19-9-1875).
Veinte años después, también por carta, le confesaba a Wilhelm Fliess: Veo que has emprendido un largo rodeo a través de la medicina para materializar tu primer ideal –la comprensión fisiológica del hombre–, tal como yo abrigo secretamente la esperanza de alcanzar, por la misma vía, mi objetivo original, la filosofía. Tal fue, en
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efecto, mi ambición primera, cuando todavía no había llegado a comprender para qué me encontraba en el mundo. (1-1-1896).
Como debe hacer un filósofo vocacional, Freud procuraba mantener la fidelidad a la duda: No logro encontrar la explicación mecánica; más bien me inclino a escuchar la voz suave que me dice que mis explicaciones son erróneas. (Carta a Fliess, 8-10-1895). Durante dos semanas estuve con una fiebre de escribir, convencido de que había descubierto el secreto, pero ahora sé que no lo tengo todavía y he vuelto a abandonar todo el asunto. (Carta a Fliess, 15-10-1895). He comenzado a dudar de la teoría del placer-dolor, que te había anunciado con tanto entusiasmo, para la explicación de la histeria y de la neurosis obsesiva. Los componentes son correctos, desde luego, pero aún no he logrado colocar las piezas del rompecabezas en el lugar adecuado. (Carta a Fliess, 31-10-1895).
Pero su prudencia no le impedía recurrir en ocasiones a hipótesis bastante imaginativas: Estoy tratando de introducir la idea de que el placer es producido, en ambos sexos, por la liberación de una sustancia masculina de 23 días, y el displacer por la liberación de una sustancia de 28 días. (Carta a Fliess, 6-12-1896). La herencia arcaica de los hombres no solo abarca disposiciones, sino también contenidos, huellas mnémicas de lo vivenciado por generaciones anteriores. (Moisés y la religión monoteísta, 1939).
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Y no era raro que llegase a conclusiones pintorescas: La neurastenia se puede atribuir siempre a cierto estado del sistema nervioso, producido por la masturbación excesiva o por poluciones espontáneas frecuentes. En la neurosis de angustia se hallan generalmente influjos sexuales que presentan como carácter común la continencia o la satisfacción incompleta (coitus interruptus, abstinencia existiendo una libido intensa, la llamada excitación frustrada, etcétera) (...). La angustia es, en general, libido desviada de su destino normal. (La sexualidad en la etiología de las neurosis, 1898). El elemento histérico procede directamente de la retención de excitación en el acto sexual. (Carta a Fliess, 8-2-1993). Dada una vida sexual normal, es imposible la neurosis (Mis opiniones sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis, 1906).
Sus conclusiones no siempre eran políticamente correctas: La pasividad sexual natural de la mujer explica su mayor inclinación a la histeria. (Manuscrito K: Las neurosis de defensa, 1-1-1896).
En cuestiones ultraterrenas no se hacía muchas ilusiones: Calificamos de ilusión una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de cualquier garantía real. (…) Todos los dogmas religiosos son ilusiones indemostrables y no es lícito obligar a nadie a aceptarlos como ciertos. (…) Nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que podemos obtener en cualquier otra parte lo que ella no nos puede dar. (El porvenir de una ilusión, 1927).
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Pese a su vocación filosófica se consideraba un científico empírico:
Su rigor científico no le impedía valorar el pensamiento teórico:
Desde luego, representaciones tales como libido del yo, energía pulsional del yo y otras por el estilo, no son claramente comprensibles ni suficientemente ricas en contenido; una teoría especulativa acerca de sus relaciones trataría de obtener, ante todo, un concepto claramente delimitado que le sirviese de fundamento. (…) Esa es precisamente, en mi opinión, la diferencia entre una teoría especulativa y una ciencia construida sobre la interpretación de la experiencia. Esta última no envidiará a la especulación el privilegio de un fundamento firme, lógicamente irrefutable, sino que se contentará con unas ideas básicas imprecisas, apenas representables, que confía en aclarar a lo largo de su desarrollo y que, eventualmente, está dispuesta a cambiar por otras. Estas ideas no son el fundamento de la ciencia, sobre el que todo reposa; únicamente la observación lo es. Ellas no son la base sino el remate de toda la construcción, y pueden ser sustituidas o suprimidas sin causar daño. (…) Por otra parte, ocurre lo mismo con la física en nuestros días, cuyas concepciones básicas sobre la materia, los centros de fuerza, la atracción y otras similares, no son menos problemáticas que las correspondientes del psicoanálisis. (Introducción del narcisismo, 1914).
No podemos prescindir de las personas que se atreven a pensar cosas nuevas antes de ser capaces de demostrarlas. (Carta a Fliess, 8-12-1895).
Pero con la fundamentación biológica de sus teorías tenía relaciones algo fluctuantes: El resultado insatisfactorio de estas investigaciones sobre los trastornos de la vida sexual es debido a que no sabemos bastante sobre los procesos biológicos que sostienen la esencia de la sexualidad. (Tres ensayos de teoría sexual, primera edición, 1905). He de destacar, como característica de este trabajo mío, su deliberada independencia de la investigación biológica. (Tres ensayos de teoría sexual, prólogo a la tercera edición, 1915).
Una y otra vez regresaba al sueño farmacológico:
Sería muy deseable que los filósofos y psicólogos, que desarrollan teorías ingeniosas sobre lo inconsciente a partir de lo que oyen o de sus definiciones convencionales, se procuraran antes impresiones concluyentes sobre los fenómenos del pensamiento obsesivo; se podría incluso pedirles que lo hiciesen, si no fuese mucho más penoso que los tipos de trabajo a los que están habituados. (A propósito de un caso de neurosis obsesiva, 1909).
Quizá el futuro nos enseñe a influir en forma directa, por medio de sustancias químicas específicas, sobre los volúmenes de energía y sus distribuciones dentro del aparato anímico. Puede que se abran para la terapia otras insospechadas posibilidades; por ahora no poseemos nada mejor que la técnica psicoanalítica, razón por la cual no se debería despreciarla a pesar de sus limitaciones. (Esquema del psicoanálisis, 1940). Y cuando le fallaba su fe en la ciencia se consolaba con la literatura:
El edificio teórico del psicoanálisis creado por nosotros no es, en realidad, sino una superestructura que habremos de asentar algún día sobre una firme base orgánica. (Lecciones introductorias al psicoanálisis, 1917).
Mis historiales clínicos no tienen el severo sello científico, sino que más bien presentan un aspecto literario. Pero me puedo consolar diciendo que ese resultado depende de la propia naturaleza del asunto, y no de una elección mía; el diagnóstico local y las re-
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acciones eléctricas son ineficaces en la histeria, mientras que una exposición detallada de los procesos mentales, similar a las que solemos encontrar en la literatura, permite llegar, con la aplicación de unas pocas teorías psicológicas, a comprender la forma en que evoluciona una histeria. (Estudios sobre la histeria, 1895).
No se puede decir que sacralizase sus opiniones antiguas, pues a un discípulo que le señaló la incongruencia entre sus nuevas tesis y las que había publicado treinta años antes, le explicó: Ese problema tan solo existe porque hace treinta años yo escribía ingenuamente, sin prever que en algún tiempo futuro cada detalle sería aceptado y sacralizado hasta la última letra. (Citado por S. Bernfeld).
A las pacientes que atribuían sus síntomas al destino les proponía un objetivo modesto: No tengo dudas de que el destino podría curarla con más facilidad que yo, pero ya llegará usted a convencerse de que avanzaremos mucho si conseguimos transformar su miseria histérica en una desdicha corriente. (Estudios sobre la histeria, 1895).
Sobre el método terapéutico no tenía muchas dudas: Los diferentes síntomas histéricos desaparecían rápida y definitivamente en cuanto se conseguía despertar el recuerdo claro del proceso que los había ocasionado, y con él el afecto que lo acompañaba, y describía el enfermo dicho proceso de la forma más detallada posible, expresando verbalmente el afecto. El recuerdo desprovisto de afecto carece casi siempre de eficacia. (El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos, 1893).
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Por medio de palabras puede un hombre hacer feliz a un semejante o llevarle a la desesperación; por medio de palabras transmite el profesor sus conocimientos a los discípulos y arrastra tras de sí el orador a sus oyentes, determinando sus juicios y decisiones. Las palabras provocan afectos emotivos y constituyen el medio general para la influencia recíproca de los hombres. (Introducción al psicoanálisis, 1917).
Cuando un amigo le reprochó su escasa sensibilidad espiritual supo darle una respuesta razonable: Siempre he permanecido en la planta baja y en el sótano del edificio. Usted sostiene que cambiando el punto de vista se puede contemplar la planta superior, en la que se alojan huéspedes tan distinguidos como la religión, el arte, etcétera. No es usted el único que piensa así, lo mismo hace la mayor parte de los seres humanos. En eso es usted conservador y yo revolucionario. (Carta a L. Binswanger, 8-10-1936). La humanidad siempre ha sabido que tiene espíritu; yo necesité mostrarle que tiene también pulsiones. (Citado por L. Binswanger).
Sobre temas como el arte a veces afirmaba no tener nada que decir y otras veces lo decía: El origen de la capacidad creativa del artista no es asunto de la psicología. (El interés por el psicoanálisis, 1913). La ciencia de la estética investiga las condiciones en las que se percibe lo bello, pero no ha podido aclarar la naturaleza y origen de la belleza (...). Por desgracia, también el psicoanálisis tiene poco que decir sobre la belleza. (El malestar en la cultura, 1930).
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El teatro trata de abrir fuentes de placer o de goce yacentes en nuestra vida afectiva, tal como lo cómico, el chiste, etcétera, las abren en el trabajo intelectual, el cual había hecho inaccesibles muchas de esas fuentes. (Personajes psicopáticos en escena, 1906). Cuando no necesitamos nuestro aparato anímico para la obtención de una de las satisfacciones imprescindibles, le dejamos que trabaje espontáneamente por placer, buscamos extraer placer de su propia actividad. Sospecho que esta es, en general, la condición a la que está sujeta cualquier actividad artística, pero sé demasiado poco de arte para intentar desarrollar esta afirmación. (…) El hombre es un “infatigable buscador del placer” –no recuerdo en qué autor he encontrado esta feliz expresión– y cada renuncia a un placer ya gozado le resulta muy difícil. (El chiste y su relación con lo inconsciente, 1905). El artista es un introvertido próximo a la neurosis. Animado de impulsos y tendencias extraordinariamente enérgicos, quisiera conquistar honores, poder, riqueza, gloria y amor. Pero le faltan los medios para procurarse esa satisfacción y, por tanto, vuelve la espalda a la realidad, como todo hombre insatisfecho, y concentra todo su interés, y también su libido, en los deseos creados por su vida imaginativa (…). Pero el artista vuelve a encontrar el camino de la realidad de la siguiente manera (…): sabe dar a sus sueños diurnos una forma que los despoja de aquel carácter personal que pudiera desagradar a los extraños y los hace susceptibles de constituir una fuente de goce para los demás. Sabe embellecerlos hasta encubrir su equívoco origen (…). De este modo logra atraerse el reconocimiento y la admiración de sus contemporáneos y acaba por conquistar, merced a su fantasía, aquello que antes no tenía sino una realidad imaginativa: honores, poder y amor de las mujeres. (Introducción al psicoanálisis, 1917).
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En el fondo nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, en lo inconsciente todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad. (…). El hombre primordial adoptó ante la muerte de los otros, los extraños o enemigos, una actitud radicalmente distinta que ante la suya propia. La muerte de los otros le era grata; suponía el aniquilamiento de algo odiado y el hombre primordial no tenía reparo alguno en provocarla. (…) La Historia Universal que nuestros hijos estudian no es, en lo esencial, más que una serie de asesinatos de pueblos. (…) Nuestras pulsiones suprimen constantemente a todos aquellos que estorban nuestro camino, nos han ofendido o nos han perjudicado. La exclamación “¡Así se lo lleve el diablo!”, que tantas veces acude a nuestros labios como una broma con la que encubrimos nuestro mal humor, y que, en realidad, quiere decir “¡Así se lo lleve la muerte!”, es, en nuestro inconsciente, un serio y violento deseo de muerte. Nuestro inconsciente asesina, en efecto, incluso por pequeñeces. (…) Todo daño inferido a nuestro omnipotente y despótico yo es, en el fondo, un crime lèse-majesté. (Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte, 1915).
José Lázaro es profesor de Humanidades Médicas en la UAM. Autor de Vidas y muertes de Luis Martín-Santos y de La violencia de los fanáticos.
Dejó claro que en la cuestión de la muerte –al igual que en otras muchas– el inconsciente distingue muy bien entre la propia y la ajena:
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