18 | ADN CULTURA | Viernes 17 de mayo de 2013
Pedrito, 1981, acuarela sobre papel. Colección privada
Mujer, 2002, acuarela sobre papel .Colección privada del artista
Arte. “Amo lo que está bien hecho” Palabra de Botero. Desde el paraíso de su isla griega, el artista de Medellín habla de la sublime obsesión que lo mantiene atado al caballete y de la relación tardía con el dibujo, eje central de la muestra que se inaugura el martes en el Museo Nacional de Bellas Artes Alicia de Arteaga |
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la nacion
res veces llama el teléfono y atiende una voz de mujer con acento castizo. Pregunto: “¿Está Botero, Fernando Botero?” “Un minuto”, responde. Al instante, del otro lado de la línea suena la voz clara y cantarina del colombiano de Medellín a quien conocí muchos años atrás en Nueva York, cuando preparaba la gran muestra del Museo Nacional de Bellas Artes que abarcó todas las disciplinas en las que ha ejercido su famosa y cotizada desmesura: dibujo, pintura y escultura. Esta vez llegarán
a Buenos Aires sólo dibujos que proceden de su colección personal guardada en un depósito de Ginebra. Son las ocho de la noche en la isla griega de Evia, uno de los cinco domicilios del Botero cosmopolita. Tiene casas en París, Nueva York, Mónaco, Pietrasanta y, por supuesto, en tierra colombiana más de una. En la isla de la Grecia oriental, construyó un pabellón con espacio para animales de granja que lo miran pintar en bucólica convivencia y, también, pueden ser modelos ocasionales
del limbo apastelado de sus pinturas. El estudio griego tiene mil metros cuadrados, espacio suficiente para la voluntad expansiva de sus figuras. Cuenta que está a ocho kilómetros de tierra firme. Es “su paraíso en la tierra”, aunque dicen quienes lo conocen que la casa favorita está en Montecarlo, donde el principado monegasco le ha dado el privilegio de una colina con vista al puerto de la que podrá disfrutar de por vida. Colorista extraordinario, heredero de la paleta de sus amados maestros del Renacimiento,
a fuerza de trabajo y disciplina ha patentado una estética con la certeza de quien impone una marca registrada. Está entre los cincos latinoamericanos mejor cotizados y ningún otro artista vivo ha tenido tantas exposiciones en museos del mundo como él. Lamenta no venir a Buenos Aires, pero la agenda de compromisos lo mantiene atado al avión. En una semana volará a Hong Kong, donde el 23 de mayo la galería suiza Gmurzynska dejará inaugurado un one man show de trabajos recientes para la edición china de Art Basel, la feria suiza que funciona como un relojito. Como el mercado de Botero. Tiene marchands en Zúrich, Londres, Madrid y Colombia. En Nueva York, desde hace 42 años cuenta con el respaldo de la galería Marlborough dirigida por Pierre Levai. Cuando se conocieron el artista y el marchand, los cuadros de Botero valían 3000 dólares, hoy pasan voluptuosamente el millón. Sin embargo, el colombiano insiste en su obsesión. “Aún no he pintado mi mejor cuadro. El trabajo me descansa; no me imagino haciendo otra cosa que pintar. Tengo 81 años y no hay tiempo que perder.” –Y en esa prodigiosa carrera, ¿qué lugar ocupa el dibujo? –Es la primera vez que exhibo en un museo sólo dibujos; diría que es una retrospectiva porque empecé a dibujar en los años setenta. Esta muestra fue una idea de Teresa Anchorena, de quien soy un buen amigo. Ella había visto el catálogo de México de una exposición enorme que montamos en el Museo de Bellas Artes. Le encantaron los dibujos. –Al mirar sus cuadros, siempre pensé que esos volúmenes desmesurados estaban sostenidos por el trazo de un dibujo riguroso, perfecto. –En mi caso hay dos caminos, un dibujo suelto y rápido, cercano al boceto, y el dibujo trabajado, construido como un óleo. El dibujo nació tarde en mí, tal vez por eso me acerco de muchas maneras, con lápiz, carbonilla, acuarelas, sobre papel, sobre tela. –¿No es más íntimo dibujar que pintar? Como si la mano llevara el pulso interior... –Mucho de esto tiene que ver con una cuestión de tamaño, de cercanía. Ante las obras chicas me pregunto cómo en tan poco espacio puede decirse tanto. Es también un ejercicio de disciplina. –¿A quiénes considera sus dibujantes fetiche? –Brueghel, Ingres, Rubens y Holbein. Holbein, sobre todo, es poderoso. –El cuadro majestuoso de la National Gallery de Londres... –Y también los retratos que son de la colección de la reina y que he visto en Windsor. Siempre vuelvo a mirarlos, serán unos veintipico, porque el virtuosismo es conmovedor. –Los personajes, si uno recorre sus dibujos como una narración, son los mismos señores de traje y esas damas casi de co-