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espectáculos
| Sábado 1º de noviembre de 2014
Viene de tapa
–Roland Petit, del que fuiste una de sus bailarinas preferidas, creó un ballet basado en Chéri, para Carla Fracci y Massimo Murru. ¿Tuvieron en cuenta esa coreografía? –No, para nada. Yo conocía ese trabajo de Roland, pero creo que Martha Clarke y Herman Cornejo ni siquiera vieron la versión en YouTube. –¿Cómo eligieron la música? –Trabajamos muy libremente porque no teníamos fecha de estreno, ni siquiera disponíamos de un lugar fijo para ensayar ni un teatro en vista. Lo hacíamos por el gusto de hacerlo. Fuimos probando distintas músicas y, poco a poco, el descarte y la elección se produjeron de un modo natural. Martha Clarke comprendió que, para esa coreografía, necesitaba músicos franceses de comienzos del siglo XX, a los que agregó un español, Mompou. –La historia de amor de Chéri es muy interesante por la diferencia de edad entre el muchacho y Léa. Los dos se convierten en amantes, después de haber tenido una relación casi familiar que se parece a la de una madre y un hijo, o a la de una tía y un sobrino. –Ése es el nudo del conflicto. Cuando comienza la relación de amor entre ellos, él tiene 19 años y ella, 49. No hay en el ballet clásico papeles para mujeres de mi edad. El personaje de Léa y yo tenemos casi los mismos años. La entiendo en todos sus matices. Chéri le transmite a esa mujer energía, frescura, la hace sentir orgullosa y hasta le puede dar cierta seguridad al principio, pero esa confianza en sí misma se convierte de inmediato en todo lo contrario, en inseguridad, porque el tiempo conspira contra la pareja desde el principio. También Fred, Chéri, está muy expuesto, sabe poco de la vida, es un niño mimado y no tiene conciencia de aquello que enfrenta, en eso consiste su fragilidad. Léa y Chéri viven esa pasión como si no lo fuera, no se atreven a confesarse lo importante que es para ellos. Se dan cuenta de la trascendencia de ese sentimiento cuando todo ha terminado. La madre de Chéri, íntima amiga y ex rival de profesión de Léa [cocottes], le hace comprender a ésta que no puede continuar indefinidamente junto a él. Fred debe seguir su vida, debe casarse. Léa lo entiende porque, desde el comienzo, sabía que eso era lo que terminaría por ocurrir. Y tiene recursos vitales
gregory constanzo
Tras haberse alejado de la clásica, la bailarina italiana regresa a los escenarios con Chéri, el espectáculo de teatro-danza que tendrá sólo once funciones en Buenos Aires
Alessandra Ferri. “El cuerpo, en la danza, es un instrumento del alma” y experiencia para superar la ruptura. Eso no significa que no sufra. Léa puede superar el drama de ese último amor, que no es, en verdad, el último; sigue su vida, engorda, la rodean otros hombres. En cambio, Chéri no llega a amar a la chica con quien lo casan. Más aún, Chéri se da cuenta de que el vínculo que lo unía a Léa era un amor verdadero. Lo terrible es que ya no puede amar a otra mujer que
no sea Léa, pero Léa ya no es la que él amó; a Léa la cambió el tiempo. Y al tiempo no se lo detiene. Cada vez que subo a escena e interpreto mi papel le encuentro nuevos matices; los encuentro porque Herman [Cornejo], con su trabajo, me los inspira. –¿Como mujer tuviste una experiencia semejante a la de Léa? –Eres terriblemente curioso [se ríe]. Soy muy abierta a todo lo que me
ofrece la vida. Y, como artista, no dejo de excavar en mí. Siempre pensé que dentro de cada uno de nosotros está todo, es decir que somos capaces de ser y de hacer todo lo que otros hacen o son. Por cierto, a veces, a uno le ha ocurrido casi lo mismo que al personaje que encarna. En ocasiones, un mero roce, el brillo de una mirada que uno descubre por azar en la calle, te hacen intuir, imaginar
“Cada vez que subo a escena e interpreto mi papel le encuentro nuevos matices; los encuentro porque Herman [Cornejo], con su trabajo, me los inspira” “Soy muy abierta a todo lo que me ofrece la vida. Y, como artista, no dejo de excavar en mí”
que existiría la posibilidad de seguir otra vida, otro amor; en general, uno no sigue ese camino, deja que la mirada se desvanezca, se conforma con imaginarse existencias paralelas. A veces, las vive. –¿Por qué decidiste retomar tu vida artística? –A medida que pasaba el tiempo lejos del trabajo, me iba apagando, disolviéndome. La danza es parte de mí y yo había pretendido prescindir de esa parte. Imposible. –Tras haber abandonado el escenario, ¿dejaste de entrenarte o seguiste haciéndolo? –Estuve dos años sin hacer nada, sin tomar lecciones. Pero me di cuenta de que no moverme me perjudicaba, me hacía sentir mal. No volví de inmediato a hacer barra. Empecé por practicar yoga y pilates para poner de nuevo en movimiento mi cuerpo. Después retomé las clases. –Volviste al escenario con una coreografía tuya, tu primera coreografía, The Piano Upstairs, que cuenta el fracaso de un matrimonio. También allí había un actor, el marido, que recitaba el texto, mientras vos representabas bailando a la esposa. Una estructura semejante a la de Chéri. La música era de Philip Glass, de Arvo Part, y había tres composiciones de tu ex marido, el fotógrafo y compositor Fabrizio Ferri. En tus nuevos proyectos, ¿el acento está puesto más bien en el aspecto teatral que en la danza?
Los bailarines y un compromiso por la paz gala. Las principales compañías argentinas de danza, reunidas para una noche especial La danza es un arte que trasciende los idiomas y, como tal, un buen puente para el encuentro entre culturas. Ésa es la razón por la que el miércoles pasado se realizó el primer Encuentro Danzar por la Paz en el Teatro Cervantes. El motor de este encuentro fue Leonardo Reale, director artístico del Ballet Metropolitano de Buenos Aires, y, desde 2008, embajador de la Organización Mil Milenios de Paz. Reale invitó a compartir escenario a las compañías estables del Teatro Colón, el Teatro Argentino de La Plata y el Teatro San Martín. Y las compañías nacionales de Danza Contemporánea, Danza por la Inclusión y el Ballet Folklórico. Y sumó a Pies Desnudos y el Ballet Metropolitano como provenientes del ámbito privado. Las 750 localidades se repartieron gratuitamente a quienes las solicitaban con anticipación. En la gala se presentaron ocho obras coreográficas con diversos niveles de síntesis, repartidas en dos actos. Cada compañía tenía sus fanáticos que respondían efusivamente ante los propios y respetuo-
samente ante los ajenos. En ese sentido, también se trató de un aporte a la cultura de la paz, derribando los prejuicios que impiden entrar en contacto con géneros diversos. La gala comenzó con los anfitriones: el Ballet Metropolitano presentó Vuelo de paz con coreografía del mismo Reale. El Ballet Folklórico Nacional revivió la coreografía de Norma Viola para la Misa Criolla de Ariel Ramírez, con un clima pascual y un Cristo hiperrealista.
The Guide, por el Argentino carlos villamayor
–No. De hecho, las nuevas obras que voy a interpretar son muy bailadas. Ahora hago lo que se me presenta, si me interesa. No planifico. Estoy mucho más abierta que hace diez años, porque no tengo que probarle nada a nadie. Con mi carrera de bailarina clásica, he terminado. Ya no hago una carrera. Ahora vivo la danza. Por eso, tuve la necesidad de convertirme en coreógrafa para crear y bailar The Piano Upstairs, algo que antes no había intentado. –Se dijo que era una creación autobiográfica: el fracaso matrimonial que narraba la obra coincidió con la separación de tu ex esposo, Fabrizio Ferri. –En realidad, yo misma no sé cómo responder a esa pregunta, aun si me la hago a mí misma. Empecé a concebir esa coreografía bastante antes de mi separación. Fabrizio y yo vivíamos juntos por entonces. En cierto modo, fue un trabajo premonitorio. Quizás yo sabía lo que estaba sucediendo entre nosotros, pero no me quería dar cuenta, no quería ver. Quizá mientras trabajaba en la coreografía, las cosas empezaron a hacérseme claras. Después, todo se precipitó porque el estreno de la obra y la separación coincidieron. Me tocó interpretar ese papel ante el público en el mismo momento en que algo semejante sucedía en mi vida. –Hay varios proyectos en tu futuro inmediato. –Sí, el primero es un ballet con coreografía de John Neumeier, inspirado en la vida de Eleonora Duse, la gran actriz trágica del teatro italiano; el segundo tiene coreografía de Wayne McGregor y se basa en la biografía de Virginia Woolf y en tres de sus novelas, Orlando, Las olas y La señora Dalloway. –¿Cómo te preparás para esas obras? –Me gusta mucho leer, sobre todo a escritores del nivel de Virginia Woolf. Pero, como te decía antes, lo que trato de llevar a escena es lo que encuentro de esos personajes en mí. El trabajo que debo hacer con Eleonora Duse es más fácil, porque es más bien biográfico y se trata de una actriz, de alguien que tiene una profesión muy parecida a la mía. El ballet sobre Virginia es más abstracto, menos narrativo. Pero tanto Duse, como Virginia Woolf, como yo, las tres, buscamos lo mismo: la verdad. Hay que excavar en uno mismo, excavar hasta llegar a ser. Sting, el cantante, me dijo una vez una frase que me impresionó: “Un artista percibe el sufrimiento del mundo”. Es lo que yo siento cuando bailo. Puedo ser muy alegre, me encanta reír y hacer reír a quienes me rodean; a veces, en los roles cómicos, me dan ataques de risa que casi me impiden bailar, pero siempre hay en el fondo de mí, creo que de todos, un lado oscuro. –Hace unos años, tu ex marido, Fabrizio Ferri, hizo una serie de fotografías de desnudos tuyos. Eran imágenes muy dramáticas. –Como artista, siempre estoy desnuda. Cuando uno está en escena o se expone frente a una cámara, debe tener el coraje de estar completamente desnudo. Eso hace que los artistas seamos muy vulnerables, pero también que estemos acostumbrados a situaciones extremas y, de un modo paradójico, ese hecho nos reviste de una gran fortaleza. El cuerpo en la danza es el instrumento del alma.ß
Chéri Con Alessandra Ferri, Herman Cornejo y Norma Aleandro Teatro Maipo, Esmeralda 443. Funciones, a partir del miércoles 5.
Luego la compañía Pies Desnudos estrenó Shanti, un quinteto muy femenino, con coreografía de Laura Roatta y un bello vestuario de Catalina Rautemberg. El Aleluya de Haendel con coreografía de Mauricio Wainrot fue efectivo e inspirador como lo es siempre. Y el público entró al intervalo con la sonrisa contagiada por los bailarines del San Martín. El ballet Danza por la Inclusión trajo Birthday Offering de Sir Frederick Ashton, con Iñaki Urlezaga y Eliana Figueroa en los roles solistas. La platea más menuda, que esperaba tutús y princesas, respiró aliviada, aunque a esta compañía le cueste todavía no lucir estresada en escena. Excepto por el estreno de Laura Roatta, el resto de los directores seleccionaron lo más litúrgico de su repertorio. Incluso la Compañía Nacional de Danza Contemporánea con La que sepamos todos que volvió a preguntarse por las construcciones grupales, los liderazgos y el espíritu de cuerpo. El Ballet Estable del Colón estuvo muy bien representado por Maricel De Mitri y Adrián López, con el adaggio proveniente de “Vivaldi en concierto” de Lidia Segni. El cierre estuvo a cargo del Ballet Estable del Teatro Argentino de la Plata, con The Guide, creación de Mario Silva sobre el Bolero de Ravel. Luego vino el saludo final, algo caótico pero entusiasta, sumando a todos las compañías y sus directores.ß