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durante la final del Abierto de Tenis de París. Los tenistas se sorprendieron, el público casi entró en pánico... Por fortuna, el juez, luego de confirmarlo con su ...
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Vol. 3, n.º 4, enero-junio, 2016

alapalabra

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alapalabra

ISSN: 2422-5037

Vol. 3, n.º 4, enero-junio, 2016 • ISSN: 2422-5037

Revista estudiantil de Creación Literaria

alapalabra Revista estudiantil de Creación Literaria

Vol. 3 n.º 4, enero-junio, 2016

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, HUMANIDADES Y ARTE Departamento de Creación Literaria

alapalabra Vol. 3, n.º 4, enero-junio, 2016

Consejo Superior

Comité editorial Alapalabra

Fernando Sánchez Torres Presidente

Juan Sebastian Castillo Director

Jaime Arias Ramírez Jaime Posada Díaz

María Paula Maldonado Editora

Rubén Darío Llanes Mancilla Representante de los docentes José Sebastián Suárez Rodríguez Representante de los estudiantes

Rector

Rafael Santos Calderón Vicerrector Académico Luis Fernando Chaparro Osorio

Vicerrector Administrativo y Financiero Nelson Gnecco Iglesias

Departamento de Humanidades y Letras Isaías Peña Gutiérrez Director Óscar Godoy Barbosa Coordinador académico Alapalabra es una publicación semestral de los estudiantes del pregrado en Creación Literaria. 2422-5037 Alapalabra, vol. 3, n.º 4 enero-junio, 2016

Natalia Gordillo Laura Marcela Mateus Diana Cortes Angélica Hernández María Camila Aldana Natalia Cárdenas Morales Nicolás Medina Sebastián Medina Diego Naranjo Alejandra Urueña Ávila Karol Nieto Andrés Camilo Navarro Carolina García Carolina Longas Paula Andrea Espitia María Del Mar Escobedo Imagen de cubierta: Natalia Cárdenas Morales Otras ilustraciones: Natalia Gordillo

issn:

Ediciones Universidad Central Varios autores Calle 21 n.° 5-84 (4.° piso) Bogotá, D. C., Colombia pbx: 323 98 68, ext. 1556 [email protected]



Producción

Coordinación Editorial Dirección: Héctor Sanabria Rivera Asistente editorial: Jorge Enrique Beltrán Diseño y diagramación: Patricia Salinas Garzón Corrección de estilo: Nicolás Rojas

Los contenidos de Alapalabra son publicados de acuerdo con los términos de la licencia Creative Commons 4.0. Usted es libre de copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato, siempre y cuando dé los créditos de manera apropiada, no lo haga con fines comerciales y no realice obras derivadas. Las ideas aquí expresadas, lo mismo que su escritura, son exclusiva responsabilidad de los escritores y no comprometen a la Universidad Central ni a la orientación de la revista.

Contenido Pág.

Nota editorial........................................................................... 5 María Paula Maldonado | Juan Sebastian Castillo

rémiges narrativa

El final .........................................................................................

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Daniel Zetina

Entierro ...................................................................................... 10 Adrián Ortega Iturriaga

Justicia ...................................................................................... 14 Daniel Zetina

A cortina cerrada .................................................................. 15 Claudia Patricia Valero

álulas poesía

Harpócrates ............................................................................. 21 Camilo Ángel

A la sombra de los libros ................................................... 22 Camilo Ángel

[A] ................................................................................................. 24 Federico Nieto

Durante la canción ............................................................... 25 Reveko de la Jara

Pág.

Camina, respira, repite ...................................................... 27 Shannon E. Casallas Duque

Arrebato .................................................................................... 29 Rosario G. Towns

Soul .............................................................................................. 30 Rosario G. Towns

La última estación................................................................. 31 Natalia Soriano

Fábrica en Venecia............................................................... 32 Kenier Hernando Peña

téctrices

ensayo y otros géneros

Jardín en movimiento (consolación a Alejandra Pizarnik) .............................. 37 David Moreu

La broma infinita y los años que corren..................... 45 Mauricio Palacios

Mejor el silencio ..................................................................... 51 Shannon E. Casallas Duque

Senderos (que se bifurcan) en la creación ......................................................................... 56 Alberto Bejarano

los autores............................................................................... 58

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nota

editorial

Celebramos este cuarto número con un agradecimiento para todos aquellos que hacen realidad Alapalabra. En especial, a los lectores, quienes en definitiva le dan sentido a este proyecto. Un proyecto que cada vez cuenta con mayor participación estudiantil y que, en esta edición, se da el gusto de publicar colaboraciones tanto de los estudiantes escritores de la universidad como de sus egresados y docentes, así como de escritores de México y Chile. Con Alapalabra nos hemos propuesto abrir nuevos espacios para la creación y la lectura. Sabemos que aún hay mucho trabajo por hacer en esta dirección, por eso convidamos a los estudiantes del pregrado a que se involucren en este proyecto que cada día necesita de más manos creadoras para poder extender su vuelo. También invitamos a nuestros lectores a que se aventuren a crear textos de cualquier género, que estén inspirados en las fotografías publicadas en esta edición, y a que compartan sus creaciones a través de nuestros canales de difusión. Muchas gracias, María Paula Maldonado Juan Sebastian Castillo

Inocencia, Fernando Pioli

rémiges narrativa

Fiesta del no cumpleaños, Fernando Pioli

[ré.mi.ges] Las rémiges son las plumas que proporcionan el impulso para volar. Sus formas son asimétricas en tierra, pero mientras conducen su vuelo son simétricamente iguales. Cobran sus particularidades cuando se detiene el movimiento vertiginoso de las alas y se puede finalmente apreciar las variaciones en sus filamentos. Se les llama también remeras, pues son capaces de remar en el aire.

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El final Daniel Zetina

El tren llevaba en su carga al elefante Ratoncito, confiscado a un circo de acuerdo con la nueva ley de protección ambiental, que prohibía los animales en cualquier función pública. Ratoncito había sido entrenado en el circo, donde nació y creció entre otros de su especie y demás vida salvaje en cautiverio. Ahora lo llevaban para encerrarlo en un zoológico, lo pondrían dentro de una jaula. No viajaría más ni vería a su familia, pues ellos irían a diferentes ciudades. Hábil como era, abrió el cerrojo del vagón con la trompa y, al pasar por un puente, sobre el desfiladero empujó la puerta y se lanzó al vacío.

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Entierro Adrián Ortega Iturriaga

La mujer iba jalando un manojo de nubes. Yo había visto hombres que llegaban a las plazas con racimos de globos. Hombres, a veces, disfrazados de payasos. Nunca en la vida se me habría ocurrido que alguien pudiera comerciar con nubes. Debían de pesar una tonelada. O cinco. Lo que pesa un elefante. Los músculos se le marcaban con gran nitidez. Pude ver cada uno, lisos y pálidos. Iba completamente desnuda. Jalando con fuerza. Caminando de espaldas. Ayudándose de la gravedad, con el cuerpo inclinado. Esa, también, fue la primera vez que vi a una mujer desnuda. La primera vez que vi unos glúteos blancos, rellenos. El viento soplaba ferozmente. Parecía turbado. ¿Cómo no iba a estarlo? Cuidado, dije. Estaba a punto de caer en un hoyo. Un paso y adiós, se rompería un tobillo y su peregrinación acabaría. No era un gran hoyo, apenas un surco en el pasto. Suficiente, no obstante, para que se fuera de espaldas al suelo. No dé un paso más. No dio un paso más. Se volvió y me miró fijamente.

Adrián Ortega Iturriaga

No hizo ningún ademán por cubrirse. El viento le revolvía el cabello, tapándole y destapándole el rostro. Nunca había visto los pechos de una mujer. Me parecieron tan asombrosos como el jugo dulce de una sandía. Señalé el surco. Un paso más y adiós a ese bonito manojo de nubes. ¿Nubes? No son... ¿Tiene frío? No. Es que va usted. Pensé que. ¿Cómo te llamas? Adrián. Me llamo Adrián. Aunque algunos me dicen Liebre. ¿Por orejón? Muy graciosa. ¿Quieres acompañarme, Adrián? Bueno. Perfecto. Avísame si hay otro de esos hoyos. ¿A dónde vamos? Allá abajo. ¿Al valle? Al pueblo. ¿Al pueblo que está en el valle? En realidad, al cementerio. Oiga, creo que debería cubrirse con. No. La gente va a mirarla. No importa. Podrían gritarle. ¿Qué me gritarían? No sé. La gente grita cuando algo no le gusta. O cuando le gusta mucho. Sí, supongo.

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Entierro

No te preocupes. No importa. Yo no gritaría. Lo sé. ¿Cuántos años tienes? Catorce. Eres muy guapo. Gracias. Ya sé. Quieres preguntar pero te cohíbes. ... Tengo demasiados. Catorce... Quisiera tener catorce de nuevo. ¿Por qué lleva nubes al cementerio? No son. ¿Por qué insistes con eso de que llevo nubes? ¿No son nubes? Miró hacia arriba, como para constatar que, en efecto, no eran nubes. Yo aproveché para ver su magnífico cuerpo. Luego regresé la mirada al suelo. ¿Crees en los fantasmas? No sé. Pues ahí los tienes: eso son. ¿Qué cosa? Lo que vengo arrastrando. ¿Fantasmas? Eso. No parecen. Es mi familia. ¿Toda? Mira. Fíjate bien, ahí pueden verse unos ojos. ¡Sí! Los veo. ¿Quién es? No sé. Pero es tu familia. Ya no los reconozco. ¿Vas a enterrarlos a todos?

Adrián Ortega Iturriaga

Si no tropiezo con un hoyo, sí. Tus padres... Ahí arriba. ¿Hermanos? Nunca tuve. Soy la última del linaje. Ya empezaron a mirarte. Déjalos. ¿Aunque griten? Aunque griten. No sé si voy a soportarlo. Dame la mano. A los pocos días nos casamos. Nunca tuvimos hijos. Aunque hubiéramos querido, era lo que se dice biológicamente imposible. Fue la última de su estirpe. A mí eso me importaba un maldito cacahuate.

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Justicia Daniel Zetina

Un pequeño fragmento de meteorito cayó en la cancha durante la final del Abierto de Tenis de París. Los tenistas se sorprendieron, el público casi entró en pánico... Por fortuna, el juez, luego de confirmarlo con su asistente, decretó que el meteorito había caído fuera y que, por lo tanto, no tenía importancia. Se escuchó un suspiro general. El partido se reanudó igual de aburrido que antes.

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A cortina

cerrada Claudia Patricia Valero

Ya hace un año que me las arreglo para trabajar desde mi casa como freelance. La verdad, no extraño nada de mi vida en la oficina, esa sucursal-del-infierno; aquí en mi sala sí puedo cantar durísimo mientras hago maquetas, ya nadie me colapsa la bandeja del correo con miles de invitaciones a reuniones que nunca tuvieron objetivo y puedo ir bailando a la cocina para ver si el arroz ya está. Mis horarios son extravagantes. Casi siempre —a menos de que tenga una entrega urgente— me levanto a las diez de la mañana, me ducho, arreglo el desorden más evidente — porque soy lento en las labores domésticas y ya no puedo costear los servicios de doña Amparo, que venía dos veces por semana a dejar el piso como espejo y a robarse unos traguitos del Jack Daniel’s— y me hago un desayuno digno. Una vez he comido y arreglado la cocina, me siento a trabajar, a responder correos y a perderme en los contenidos tontos que le dan sentido a mi vida. Cuando estoy muerto de risa, el eco retumba y nadie pregunta por el chiste, me doy cuenta de lo solo que me encuen-

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A cortina cerrada

tro; de pronto esa sea la razón por la que la semana pasada me presté a la dinámica ridícula a la que me arrastró mi vecino. Era martes por la mañana. Ese día tenía entrega, por lo que me obligué a levantarme a las cinco en punto. A las nueve y media ya estaba libre, además de feliz, porque mi propuesta había sido aceptada y ya no tenía que preocuparme por el dinero de los siguientes dos meses. Entré a la discoteca del computador, fui directo a la carpeta de guilty pleasures, le subí todo el volumen a los parlantes del computador y abrí las cortinas por completo. Reventado de emoción, me vi en el reflejo del ventanal de la sala zafando la cadera y dando vueltas como veleta de jardín; cuando estaba en mi viaje cumbiero-salsero-fusión, una última voltereta alrededor de la mesita de centro hizo que me diera cuenta de la figura del vecino que me miraba directamente desde la torre contigua. Me fui quedando inmóvil poco a poco, como en una suerte de mecánica torpe que se dispara a la vergüenza. Me subió un frío por las manos y la panza, mientras sentía arder mi cara en un rojo tráfico, Pantone 485. Pensé en dar la espalda y dirigirme al pasillo para pasar la pena, pero decidí, en un guiño de simpatía forzada, tomar la taza de café, quitarme las gafas con la otra mano y hacerle un gesto de “qué más puedo hacer” al hombre que me miraba desde el otro edificio. Para mi sorpresa, el sujeto, que también tomaba algo de su taza, miró hacia un lado y corrió la cortina. El día transcurrió tranquilo, salí a comprar comida y regresé en la noche para terminar otros pendientes. La mañana del miércoles fue mucho más extraña. A eso de las diez y media, trabajaba en el montaje de una ilustración, cuando el ruido vertiginoso que se metía por la ventana ya no me dejó concentrar y me obligó a pararme de la silla para detener la entrada de sonido. Así fue que vi al hombre del día anterior bailoteando por la sala y haciéndome señas con la

Claudia Patricia Valero

cabeza y las manos para que lo siguiera en su coreografía. Extrañado, por supuesto, sonreí y asentí sin reproducir ningún otro movimiento, pero, así no más, me asaltó un arrebato de tolerancia vecinal y me presté a dar unos pasitos de baile tímido hasta llegar a mi silla de nuevo, para levantar la mano y saludar (¿o despedir?) a mi vecino. La música paró durante un tiempo. No cerré la cortina por miedo a parecer innecesariamente grosero, pero otra vez lo vi. Esta vez bailaba más enérgico y me invitaba a la fiesta; la insistencia era tanta y mi curiosidad tan intensa que me levanté y bailé con mi vecino dos o tres canciones de La Sonora Ponceña, al fin y al cabo era diciembre y esas cosas raras pueden pasar en una época feliz como esta —justifiqué—. Mi vecino se movía con gracia, era alto, de pelo y barba grises, tenía un cuerpo atlético para los cuarenta y ocho que aparentaba, llevaba gafas de marco grueso y un libro en la mano. Transcurrieron más o menos veinte minutos de baile desinhibido; yo le sonreí de nuevo y me despedí con gesto militar. Él me lo devolvió y se retiró; segundos después, la sabrosura de La Sonora se desvaneció y, en cambio, apareció en mi cabeza un loop que advertía la posibilidad de que el señor de enfrente me estuviera coqueteando. Después de todo, yo tan solo, tan soltero y con lo devastado que quedé por la ruptura con Julián; hacía más de un año que no establecía romance con nadie, todos muy niñitos buscando “experimentar”, y heme aquí, treintañero y aguardando por alguien que me trajera maticas como las de mi mamá, para decorar este apartamento triste. El mismo ritual de coqueteo se repitió las dos tardes posteriores. Para el viernes en la madrugada yo ya estaba imaginando y, de hecho, tomando la determinación de invitar a mi vecino a tomarse algo en mi apartamento y que de una vez por todas me contara qué pretendía bailando conmigo todos los

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A cortina cerrada

días, él desde su sala y yo desde la mía. Igual, estaba convencido de que esto no era simple entretención; yo ya sentía, aunque no hubiéramos cruzado palabra, que era una conexión romántica más allá de la empatía vecinal, pues el radar a esta edad no falla tanto. Entonces, en la mañana de ese viernes, me alisté, me arreglé la barba con el aceite que me había regalado el mismo Julián, me puse la camisa nueva que había reservado para algo importante y me subí al ascensor, resuelto a buscar los ingredientes para la cena de la cita que todavía no proponía. Ya la puerta se estaba deslizando cuando una mano se coló para impedir el cierre total. Entró una mujer que me sonrió y me saludó, llevaba de la mano a una niña que renegaba y mantenía medio cuerpo afuera con el brazo extendido; llegó una tercera persona, teniendo de antesala el bracito de la niña: era el bailarín de enfrente, que, cuando entró, me miró a los ojos de manera distante y me dio la espalda. En un acto de defensa, me recogí hacia mí mismo y di un paso a la esquina. Fueron los quince segundos más largos de mi existencia, ansiando que las puertas del elevador se volvieran a abrir para vomitar tanta infamia. Esperé el último turno para salir. Entonces mi vecino aguardó antes de seguir a su familia para sonreírme con cinismo. Me retracté, no salí a ningún lado y volví a subir a mi apartamento, decretando que ahora los bailecitos pendejos se darían a cortina cerrada.

álulas poesía

Vuelo de papel, Alejandra López

[á.lu.las] Las álulas son un grupo muy pequeño de plumas que están en el borde interior del ala, en su parte superior. Son indispensables en el aire y por esto se les asocia más a un vuelo que a un aterrizaje. Al ser las encargadas de enfrentarse al viento, permiten un vuelo lento, sin caídas inesperadas, lo que las une a la indispensable necesidad de equilibro.

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Harpócrates Camilo Ángel

En aras de virtud tallado, el monumento a la deshonra erige lustroso a lo alto el puente de la memoria. Sueño es del hombre núbil ser fuego en todas las horas, siempre a pesar de su empeño siglos le cubren de sombra. Entonces se torna agorero, vuelca al discurso su miedo, dice del mundo la historia o más prudente y austero se recoge en su silencio, callado esculpe su gloria.

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A la sombra

de los libros Camilo Ángel

Rehúso tener los libros muertos o en silencio los espíritus. Disfruto las letras como disfruto del cuerpo; ambos exigen movimiento para mantenerse vivos. No acopio saberes buscando abandonar la jaula, solo preciso de silencio para estar en la otra orilla, para, ¡oh vil rareza y condena humana!, extrañar afligido las negras rejas del alma. Sin embargo, no me angustia la fatiga irreparable de las velas en el mar; mientras duren al sol las cosas celebrando su existencia

Camilo Ángel

y el color practique siempre su mutación en las formas, mientras de noche se pierdan las figuras en las sombras y la firmeza del mundo se disuelva entre unas sábanas... Yo seguiré visitando islas, aventurándome a conquistarlas y a renunciar también a su trono, por miedo a cortar las alas de este sueño efímero donde navega el alma, sin tierra o puerto seguro, de la nada a la nada.

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[A] Federico Nieto

Risita pírrica: enclave a la neblina ósea que nos acordona en piruetas al revés las alas pata atrás. Catrina escarchada la que nos ríe, entre más luminosa la estela. La feria enroscada, ah, pues no nos dejó. Nos desalgodonó, profanó nuestro confite, obliterose la guapura, a le fond bariolé, a la péndola alada ajetreando la colilla de cilindrín, la marimba roja. La puntuación de ceniza ritmando al mitin de Bataille. Perséfone embreada de labial estridente sí que hubiera sido mejor ¡piñatear al calvete! Hoy en las esquinas demandantes zampa de mancha, negrura y ausencia pugnamos con melaza pigmentada este accidente vulgar: ¡bienllegado sea el carnaval!

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Durante la canción Reveko de la Jara

Y el sol en el poniente y la alegría en la mesa, mientras la canción cabalga en los aires, todas las uvas se encargan de nosotros: que aprendimos a decir sí cuando ya era tarde, pero en la noche hemos sabido crecer. Es hermoso sonreír cuando las humitas**están listas, cuando las seis de la guitarra se encumbran calmando nuestros volcanes, ellas lo saben hacer, esta es la aldea en donde todo lo más crucial es curvo, donde queremos ser intensidad, amor, donde los dioses fueron por una buena cerveza. Acá aún no entendemos por qué hay gente esperando [un milagro que lleva milenios vibrando, emocionando, cantando, admitir que en siglos de palabras *

Comida típica de Chile a base de maíz, similar al tamal.

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Durante la canción

se ha anidado nuestro derrumbe y nuestra victoria, con cuál nos quedamos durante la canción. Si no tenemos ritmo, no tenemos nada, ni calamares en su tinta ni frutillas en el tinto, ni una epopeya para vivirla como el sol manda. Bajan de los botes las sierras, el sabor viaja en su longitud hermosa, debemos aprender de la línea del horizonte, de su calma y de su estampa. Tras cientos de suspiros nace la palabra que se embriaga: el cosmos nos reitera su beso, durante la canción se enorgullecen nuestras benditas manos.

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Camina,

respira, repite

Shannon E. Casallas Duque

No quieras dominar los sentimientos de la experiencia [humana. Las personas pasan poco tiempo queriendo vivirlos [todos a la vez, aunque ninguno está hecho para ser experimentado [completamente. La pasión ya se ha ido cuando el amor apenas despierta. El dolor permanece cuando la muerte se ha marchado e insiste en mantener al consuelo esperando en la puerta. Las horas en el día no son suficientes para pintar [ballenas en el aire; los minutos y los segundos son rechazos esparcidos [que se encuentran poco a poco, y la noche viene como cazadora sigilosa.

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Camina, respira, repite

No quieras dominar los sentimientos [de la experiencia humana. No hay sentido en permanecer en la puerta [cuando se conoce la casa. No quieras estar perdido en el camino si sabes [a donde vas. Un conocedor de la experiencia humana reconoce [la muerte y la vida que vienen del silencio, los misterios de la creación revelados en las miradas [de los extraños, la corta despedida después del infinito saludo. No quieras dominar los sentimientos de la existencia. No persigas el arcoíris con sus siete colores, hecho de agua, transparente.

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Arrebato Rosario G. Towns

Si tu adiós revienta contra el muro y se afloja llanto al decir mi nombre, no es momento de dejarme sino crisis en tu cardios compartido. Ante la despedida me sostengo; pese a esa sal, aún me llamo. No ha oscurecido...

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Soul Rosario G. Towns No hay tiempo que perder, pero me pierdo. excilia saldaña

Eso débil que ni llorando ni gritando se salva; un yo mal conjugado anhelante de llamarse libre y presumir su brillo y la canción. Eso que está porque se siente y asoma cuando la risa, el engaño o en una ternura sola y se mueve por alguien o por nadie o por mi nombre. Eso sin gramos ni contorno, con la edad del anfitrión; quizá el genoma y otros datos. Es plomo y suspiro, golpea con la expansión en un beso y se licúa con la esperanza; quema su rastro a rompehielo, puede corromperse, salir y volverme o tambalearse sobre el credo, en momentos como el que pasa.

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La última

estación Natalia Soriano

Los abuelos quiebran el sueño de la madrugada. Susurran al sol. Las abuelas baten al amanecer sus recuerdos. Sus cocinas huelen a antaño. En el fuego está la infancia. La juventud arde. Hacia mediodía se tejen las canas y se descosen [las arrugas. En el atardecer reposan la vejez. Mecen el tiempo. Al anochecer, sus oraciones desvelan a las estrellas. Alguien apaga la luz, esperan que no haya sido la muerte.

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Fábrica en Venecia Kenier Hernando Peña

Traque, traque, traque, traque, traque, traque, la lámina impoluta arrastrada a fuerza a la guillotina salvaje que la cercena en cien partes. Guantes cansados la empujan al castigo. Tum, tum, tum, tum, tum, tum, tum, tum, la boca dobladora maltrata de nuevo la parte lacerada. El sonido de su grito maltrata mis oídos, arranca la sangre de mis tímpanos santos de su sufrimiento. Hay cien piezas [zas] que llevo en mi espalda mecánica. Desprende mis ínfulas de acero. Ay, hierro puro y pesado, llora tu sentencia, canta tu brasa, escurre tus letras amargas, hunde tus clavos en mi pecho. Ya sabré yo arrancar los tuyos de esa larga pelambra rubia, amarilla como óxido fatídico. El martillo te golpea para sacarte la forma de la luna, que escurre su líquido natural, pubis rojizo. Que ilumina la noche sucia mientras la mano obrera

Kenier Hernando Peña

prepara una línea de coca, en el culo de la sidra, delicia eterna que ve danzar faunos alrededor de Baco, que con su flauta entona música maligna, beata, robando las almas pobres de la ciudad fría y sangrada, demonios ensalzados sacrificando anarquistas poetas, que rezan a su dios para un buen polvo y una buena verbena.

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Canto dislocado, Alejandra Rodríguez

Frío, María F. Fitzgerald

Téctrices ensayo y otros géneros

[téc.tri.ces] Similar a las tejas de un techo, estas plumas se encargan de proteger a sus aliadas en el vuelo. Su tamaño no es siempre el mismo, porque aquellas plumas que cubre y abraza tampoco suelen ser iguales. Por encima de su indudable delicadeza, estas plumas resisten a condiciones externas en las que en el aire, las otras plumas no siempre podrían sobrevivir.

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Jardín en

movimiento

(Consolación a Alejandra Pizarnik) David Moreu

Quiero existir como la que soy: una idea fija. Quiero ladrar, no alabar el silencio del espacio al que se nace. alejandra pizarnik

Flora, te he leído como quien lee al mundo, y he vivido en tus símbolos y emblemas como quien contempla los hechos fundamentales de la existencia: ver un pájaro posarse en una rama, la primera vez en que un infante abre los ojos, el gesto con el que los hombres viejos se cubren el rostro por la vergüenza que les causa el miedo a la muerte. He analizado tus pálpitos, tus inclinaciones, las extrañas particularidades de tu carácter, con la sorpresa y la afabilidad con la que se observa la manera en que cualquier luz, sea un farol, una luciérnaga o una estrella, irrumpe en la noche; la manera en que el humo del cigarrillo y la niebla de las montañas se disipan, como si su único destino fuese desaparecer.

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Jardín en movimiento

En síntesis, te he leído, te he vivido, te he analizado, y ello me ha servido para intuir cómo es que se articula en ti ese dolor, esa molestia que recorre todo tu cuerpo y pide con desesperación salir. Esa angustia que justo cuando está a punto de desbordarte conviertes en palabras, dándole un ritmo, una dirección, un camino delicado y preciso. Entre más ha vibrado la pena, más has intentado escribirla, con la intención de impedir que te sobrepasara, y en ese camino te has dado cuenta de que tal vez el lenguaje no ha logrado expresar lo que tú querías expresar, o por lo menos, no ha logrado asir la realidad en la manera en que supuestamente era capaz de hacerlo. Tal vez te preguntabas cómo romper ese círculo, cómo perforar el vacío con una plenitud que no se deslizara en él, sino que de verdad lo llenara. Intentando responder esa pregunta, con el fin de darle una respuesta a la angustia de tu ser y tu lenguaje, es que he escrito estas palabras. Mi propósito es, entonces, erigir puertas y sugerir caminos que te permitan reinventar y transformar la relación entre tu escritura y el mundo, para que veas algo más que su separación, que la infranqueable ausencia de su vínculo. En aras de lograrlo, no haré más que volver una y otra vez sobre la relación entre mis letras y el mundo, para intentar, por medio de ello, conseguir herramientas y labrar senderos que me permitan ayudarte. Acto seguido, pasaré a tu caso y ahondaré en tu relación intentando aplicar todo lo anteriormente aprendido, con el fin de saldar tu deuda, de impulsar tu cuerpo para que funcione como un puente entre los precipicios. Desde el principio creciste en las antípodas, en la periferia. Tu familia llegó como extranjera de Europa a Argentina, intentando buscar un lugar, un refugio. Así mismo, tú buscaste tu centro, algo que te perteneciera, que pudieras llamar tuyo, y en ese tránsito encontraste tu herida, de la que te apropiaste, sin

David Moreu

saber si estaba allí desde tu nacimiento o desde el desgarro constante del devenir de sentirte extranjera. Conforme seguías creciendo, encontraste la literatura y la pintura, y con ello la herida, gracias a la literatura se hizo palabras y gracias a la pintura se hizo espacio. Ahondaste en ellas dos por medio del poema, de manera que tus escritos se convirtieron en un espacio de revelaciones. Pero no bastaba, había que ir más allá, y hacer de ese espacio un agujero, un abismo, un pasadizo para la trascendencia. Entonces, mientras intentabas sanar tu herida atravesándola con los hilos que unen la escritura a la realidad, te diste cuenta de que en mitad de estas dos se encontraba un vacío, una ausencia. Pensaste, a lo mejor, que las palabras solo aludían, solo señalaban, mas no eran, no encarnaban, no expresaban la realidad. Ahí fue cuando te preguntaste: “Si digo agua, ¿beberé? Si digo pan, ¿comeré?”, llena de angustia y, claro, también de temor. De manera que me aventuro a decirte todo esto porque es posible que hayas olvidado que la relación entre la escritura y la realidad consiste en vivir la vida que nunca cesa de alimentarla, y no en redundar en el ciclo de obsesiones, ensimismamientos y sujeciones que a veces se disfrazan de ella, que parecen contenerla y que constantemente buscan habitarnos. En mi caso y también en el de muchos otros hombres, la escritura me ha sido revelada como una deuda. A medida que el hombre crece, adopta una serie de hábitos, prácticas y costumbres que le permiten desarrollarse tanto en lo individual como en lo colectivo, tanto física como mentalmente. No obstante, para la gran mayoría de seres, como tú bien lo sabes, la vida no se reduce a una serie de acciones de supervivencia o de distracción, sino que existe una necesidad de conocer la función y la posición que se tiene en el mundo, frente al flujo de la realidad. Algunos encuentran esa función en el trabajo mismo, entonces reducen su vida a una serie de acciones determinadas que condu-

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Jardín en movimiento

cen a ciertas consecuencias y que brindan unos frutos específicos. Otros encaminan su vida hacia la investigación, buscan desentrañar la estructura que compone el mundo y tanto sus prácticas como sus motivaciones se basan en conocer, reconocer y experimentar. Por otro lado, están los que, como tú y yo, sienten la irreductible necesidad de la expresión, de expresar todo lo que contemplan y lo que experimentan a través de un medio que permita reinventar, transformar y representar la realidad siempre de distintas y nuevas maneras. En esto último radica la deuda artística o literaria: en no poder ser de otra manera que a través de ese complejo sistema de expresión que son las letras. Kafka, con quien compartimos un destino y un destierro, fue en cierta ocasión analizado por un grafólogo a quien Felice, su prometida, le había mostrado alguna de las cartas que él le enviaba. Aquel hombre, en medio de sus análisis, afirmó una serie de cosas, entre las cuales llegó a asegurar que Kafka era una persona que se interesaba en la literatura. Franz, lleno de rabia por el alto grado de incomprensión del grafólogo, le recriminó a Felice haberlo contactado, puesto que sus afirmaciones habían sido totalmente falsas, ya que, según sus propias palabras: “Yo no me intereso por la literatura, yo estoy hecho de literatura, no soy ninguna otra cosa ni puedo serlo”. Al igual que Kafka, ese prisionero en la jaula de su libertad literaria, existen muchos seres como nosotros, Alejandra, cuyo destino se basa en el llamado inquebrantable que les pide saldar su deuda con la realidad que mana y que necesita ser transcrita, presentada y expresada por medio de las palabras. De igual manera, la escritura se me ha presentado continuamente como trascendencia. Pero no como ese más allá trivial y monótono que busca la sobreabundancia de sentidos y de significados, sino como una palabra que busca ser más que palabra, como un lenguaje que busca ser más que un lenguaje, como

David Moreu

un intersticio que busca sembrarse en todas las cosas para ver qué más hay en ellas aparte de su sencillez, de su superficie, de su articulación diaria. Hablo de una trascendencia que busca fundar una realidad más dinámica y más amplia a partir de la realidad previamente dada, o que, de otra manera, busca tener en ella los elementos más concisos, más delicados y más vastos de una realidad que pueda que no necesite fundarse de nuevo, pero que sí necesita aprehenderse y revisarse con mayor profundidad. Buma, tú conoces esa trascendencia, esa en la que hay una “realidad total perceptible en un instante que es todos los instantes”, ese lugar que “obra como llamamiento”, que es la oportunidad de invocación, de transformación, de reinvención. Ese espacio del que se valen los hombres para armar palabras con las que sus rostros tomen otras facciones, con las que sus dedos pulsen otras cuerdas, con las que ellos mismos sientan que las líneas de sus manos han cambiado, y que la realidad, curiosamente, se presenta siempre de nuevas y distintas maneras. Siento que esa deuda que nos reclama y que esa trascendencia que buscamos puede llegar a trastocar la claridad, a turbar nuestra mirada. De hecho, siento que tu obsesión por la palabra pura y que tu viaje, a veces obsesivo, por las honduras del lenguaje ha sido tan gratificante como dañino. No porque no deba hacerse, sino porque debe llevarse a cabo teniendo en cuenta que todo camino debe recorrerse en la multiplicidad de rutas, de vías y de alternativas, y no en un sola dirección, que puede llevar a un monólogo incesante, destructivo, infructuoso. En gran parte de tu vida, el compromiso con tu escritura y la necesidad de hacer frente a todo límite te ha llevado a conocerte y a ahondar en los mundos que te contienen y que te conectan con otros espacios cercanos o paralelos. Sin embargo, te has enfrascado en un diálogo unidireccional que no te ha dejado ver, ni ser, ni estar más allá de ti, de todo lo que crees ser.

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Por eso es que me parece más que necesario que, en primer lugar, te distancies de las palabras por un momento y te sumerjas en el amplio escenario de las artes en general. Flora, como tú misma lo has dicho, los dibujos, y también la pintura, son como llamamientos o rituales, son una oportunidad de invocar la existencia a través de las figuras y de los colores. Aprehender la realidad por medio de las imágenes en lienzo o en el papel, y no solo por la transcripción de estas en forma de palabras, te puede enseñar a contemplar el mundo siempre desde nuevos enfoques y por medio de variadas perspectivas. La música, por otro lado, es una manifestación que te permitirá conocer tus ritmos internos, la cadencia de tus gestos, el compás de tus reacciones. En el caso de la danza, te sería posible volver a conocer tu cuerpo, la articulación de tu carne, descubriendo zonas que se han ido ocultando con el tiempo. A veces entablar una conversación con los dedos meñiques de los pies resulta más gratificante que llegar al culmen de un poema o que delimitar el inicio de una reflexión. Está, por otro lado, la escultura, que te brinda la posibilidad de encontrarte con otros cuerpos y de reconocerte en ellos, pues serías tú quien los crearía. No solo cuerpos de palabras, sino cuerpos de materiales que abundan en la tierra y en la naturaleza: cuerpos de madera, de cobre, de hierro, de bronce y de yeso. Todas estas artes pueden desempeñar en ti la misma función: servir como una distancia necesaria para que reinventes tu relación con el mundo, y que, a través de ello, puedas volver posteriormente a las palabras para encontrarlas frescas, maleables, y para intentar trazar de nuevo el vínculo entre ellas y la realidad. Así mismo, la filosofía puede servir como una herramienta que te otorgue una posibilidad de reconocimiento de ti misma y del mundo. En ella puedes encontrar las bases de la

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reflexión, la investigación y la reapropiación de ciertos mundos, escenarios o fenómenos que, quizás por estar excesivamente enfocada en lo literario, has olvidado. Recuerda y ten en cuenta que no hablo de un estudio árido y llanamente sistemático, que se complazca de acumular datos y de enfrentar teorías, sino que lo que trato de hacer es reavivar en ti el cordón umbilical que te une a la realidad por medio de una reflexión tan sincera, tan autentica y tan continua como la que posibilita un verdadero estudio de la filosofía, que te permita pensar hasta el cansancio y descubrir hasta el asombro de qué manera puedes relacionar lo que dices del mundo con lo que está presente en él. Las artes, igual que la filosofía, te pueden permitir distanciarte, las primeras para sentir y percibir el mundo de otras maneras, y la segunda para pensarlo, para ahondar en tu condición de ser, estar y existir. Una vez hayas pensado y sentido el mundo hasta sus últimas vertientes, hasta sus últimas consecuencias, la relación que traces entre tus palabras y él será más concisa y, sobre todo, más amplia. Pues, después de todo lo que hayas reflexionado, después de todo lo que hayas creado y recreado, cómo no tener en cuenta la multiplicidad, cómo no tener en cuenta la amplitud. Alejandra, mi pájara aparentemente enjaulada, pero en realidad permanentemente libre para mí, y sé que para muchos otros también. Si para ti el jardín es el centro del mundo*, entonces para mí tú eres un jardín en movimiento, es decir que el centro del mundo, anudado a ti, está constantemente moviéndose y agitándose dentro de tu cuerpo, dentro de todo tu ser. Tal vez ahí radique tu impaciencia, tu angustia, tu herida *

“Una de las frases que más me obsesiona la dice la pequeña Alice en el país de las maravillas: ‘Solo vine a ver el jardín’. Para Alice y para mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con las palabras de Mircea Eliade, el centro

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Jardín en movimiento

fundamental. El caso es que con estas palabras no espero otra cosa que ir más allá de ellas. Espero trazar un vínculo entre esto que te digo y la posibilidad de causar algo realmente hondo en ti; el mismo vínculo que tú buscas crear y que te he visto tejer en tus poemas, entre el lenguaje y la realidad. No sé si lo logre, y tal vez la realización del propósito no sea lo importante, no sea lo que nos toque y nos dictamine; tal vez lo relevante sea abrir la puerta, asomarse a ella e intuir qué es lo que puede haber detrás, qué es lo que su interior abarca. Creo fervientemente que estas palabras son solo el caparazón, la armadura, la vestimenta que lleva a una desnudez, a un silencio que nos llama esperando que lo encontremos y que tal vez sea el vínculo que hemos estado buscando sin cesar.



del mundo. Lo cual me sugiere esta frase: El jardín es verde en el cerebro. Frase mía que me conduce a otra siguiente de Georges Bachelard, que espero recordar fielmente: El jardín del recuerdo-sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero.” (Alejandra Pizarnik).

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La broma infinita

y los años que corren Mauricio Palacios

La obra principal del autor norteamericano David Foster Wallace, la extensa y enciclopédica La broma infinita, fue desde un principio una obra que iba a dar de qué hablar durante años. Rodeada de un halo de misticismo también por el malogrado suicidio de su autor, ha sido calificada de posmoderna, de experimental, en general de todos esos calificativos que hacen a una obra “moderna”, “posmoderna”, “avant-garde”. Esto la ha vaciado de contenido, de ese algo humano que su autor tanto insistió que era su misión principal con la literatura: En épocas oscuras, el arte aceptable sería aquel que localiza y efectúa una reanimación cardiopulmonar sobre aquellos elementos mágicos y humanos todavía vivos y resplandecientes a pesar de la oscuridad de los tiempos. La ficción realmente buena podría tener una cosmovisión tan oscura como quisiera, aunque encontraría el modo de representar ese mundo oscuro y de iluminar las posibilidades de estar vivo y ser humano en él.

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La broma infinita y los años que corren

Además, esta obra escrita en 1996 presagia de muchas maneras los años recientes, de una manera tan completa que podríamos sugerir que, en lugar de una novela cercana al género posmoderno, distópico o de ciencia ficción, estamos ante una novela realista en el mejor sentido de la palabra, pero de los años recientes. O al menos como debería ser una novela realista de los años recientes basada en aspectos de la realidad que a veces los escritores pasan por alto. En primer lugar, los personajes de La broma infinita habitan su mundo alienados de sí mismos y de su entorno, perpetuamente encadenados a buscar con qué distraerse, con qué sedarse para no sentir la realidad, para no sentir nada. Desde los drogadictos en rehabilitación de la Ennet House hasta los muchachos de la academia Infield de tenis y la familia Incandenza, cada uno de ellos atribulado y atrapado dentro de sí mismo, dentro de sus propias adicciones. La soledad existencial se extiende en ellos como un cáncer que avanza lentamente, con algunos resultados letales. Hoy en día, la vida urbana global presenta estas mismas características. La música pop y otras formas de entretenimiento procuran llenar ciertos vacíos de rebeldía o de proceso de poder, cual benzodiacepinas, en busca de sedar nuestra alma en la rutina y el estancamiento de la vida moderna mecanizada y aburrida. La adicción y la depresión, la soledad y la incapacidad de acercarse al otro son los recovecos del alma americana actual, que, no cabe duda, son el alma de los tiempos actuales. Esta alma se salió de la historia y ha devenido finalmente en el alma del planeta, el espíritu de una era global que todos esperan o intuyen ya. “We are living in Amerika”, como canta la banda alemana Rammstein. David Foster Wallace fue víctima de este signo de los tiempos. Su suicidio, su larga batalla contra la enfermedad mental (siempre causada por fenómenos del cuerpo

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y del estado de descomposición social) y su enganche a las pastillas psiquiátricas lo han hecho el signo de los tiempos para muchos artistas y escritores: una suerte de héroe romántico, a medio camino entre un individuo desvencijado por los traumas de la infancia, un poeta maldito y un profeta; como Elliott Smith. La crítica al respecto puede tomar muchos aspectos: las enfermedades mentales no son tratadas como se debería en la medicina moderna; la sociedad está enferma en estado terminal de soledad (vacío, alienación, sensación de despropósito); la propia vida del autor fue consumida por el genio y la fama desde temprana edad. Su primera novela, La escoba del sistema, es genial, pero hay un problema: es demasiado joven, no ha “encontrado su voz”, la fama lo enloquece. Esto lo lleva a vivir aquellas vivencias que finalmente determinan los temas y personajes que posteriormente formarán La broma infinita. Tanto David Foster Wallace como otro de su generación, Jonathan Franzen, tenían en común que al comienzo tenían mucha más destreza literaria que vivencias y experiencia del mundo real; esto, más que ser una opinión personal, lo han dicho ellos mismos en diversas entrevistas, alguna de estas en The Paris Review. Entre el tiempo de escritura de su primera novela y lo que sería La broma infinita, David Foster Wallace había vivido un episodio de depresión y una adicción a la marihuana que terminaría por llevarlo a un centro de rehabilitación. En ese proceso hubo mucho drama emocional, relaciones rotas, sensación de fracaso y algún intento de suicidio. La novela iba tomando forma de su vida, era su obra, su novela. Allí estaba su mensaje y sus demonios, su paso por esta vida fugaz. David Foster Wallace sería criticado por Bret Easton Ellis, quién lo acusa de ser un hipócrita por pretender una autoridad moral mientras que en su propia vida era el que menos

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podía hablar. ¿Pero quién puede acaso opinar de esos asuntos si no quien ha vivido sus fondos y lugares bajos? Era él, precisamente él, quien tocaba líneas sensibles con su experiencia de vida, y no solo su experiencia de vida o de los americanos, sino que había visto el panorama en el mundo, la diseminación cultural de la vida americana o algún sucedáneo a escala mundial, bien sea mediante los medios de comunicación globales o algún virus memético o metafísico; así sea para vernos hinchados de fiebre leyendo a Thomas Pynchon en un caluroso pueblo a orillas del Orinoco, picados por zancudos con zika o chikunguña. En el mundo de la novela, Estados Unidos, Canadá y México han sido fusionados en la North American Union. Esta es más bien una idea que circula en Estados Unidos frente a lo que podría pasar. Es decir, es una teoría de conspiración. Los Gobiernos de Estados Unidos, Canadá y México se unirán en un futuro próximo o no tan próximo, bajo una entidad autocrática, con una sola moneda y una sola administración. De ahí todos esos cuentos que involucran inmigración mexicana, a Donald Trump y las ideas libertarias de los gringos respecto al derecho a portar armas. Está en su DNA. En la novela ya es un hecho la unión entre estas entidades. La única resistencia proviene de los terroristas quebequenses. En alguna reseña leí que era una ironía, quizá en una entrevista del mismo David Foster Wallace, pero es un hecho que en los sesenta el nacionalismo de Quebec hizo fuerte eco, e incluso Charles de Gaulle llegó a hacer una visita. ¿Las posibilidades o teorías al respecto en la novela tienen alguna implicación real? De alguna manera, sí, y los asuntos fronterizos de esta región ya han sido visitados en la literatura, en especial por otro grande de la literatura americana, Cormac McCarthy, y su novela No es país para viejos. Los oscuros terroristas anti-ONAN de Quebec se mueven en un mundo lleno de extrañas experiencias comercia-

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les, personajes borderline, economías underground, en contraste con la abulia del mundo virtual y seguro en que se mueven personajes como la familia Incandenza. Aquí aplica aquello que el escritor anarquista Hakim Bey refiere en su ensayo NoGoZone respecto a cómo se configurarían el “norte” y el “sur”: Entonces parte del norte desaparece en el ciberespacio, dejando la otra parte desierta y privada, zonas de no-ir, grietas en el monolito. ¿Qué puede ser más natural que esto? ¿El sur se compenetrará con el norte como el hongo micelio en un pedazo de pan? Los agujeros y fisuras en el norte serán más sureños, más africanos, más latinos, más asiáticos, más islámicos (Philip K. Dick, un auténtico visionario gnóstico, se mostrará particularmente profético en este aspecto). Es decir, el “norte”, aquellos civilizados y con cierto nivel de clase social, se perderán en el ciberespacio. Hal Incandenza se perderá en el ciberespacio, o en aquella versión que aparece en la novela, aterradoramente similar a Netflix, que presenta la forma individualizada de ver televisión, o que habla de cómo ya nadie va a clases de yoga, sino que las ven a distancia. Mientras que el “sur”, donde habitan algunos habitantes de la Ennet House, los terroristas de Quebec y algunos personajes de tramas secundarias como los brasileños, irá poco a poco insertándose en el norte como un agente fúngico, al tiempo que desarrollan formas paralelas de vida y producción. El “norte” se hará pura información, mientras que el “sur”, pura materia (sacado del mismo ensayo de Hakim Bey). Cual realidad gnóstica. En su novela, David Foster Wallace hace omnipresente la presencia de la televisión. La televisión como fuente de información, la televisión como fuente de placer y fuente de adormecimiento, panem et circenses. Quizás se haya hecho eco del ensayista Neil Postman, que en su libro Amusing ourselves to death. The public discourse in the age of show business (Entreteniéndonos hasta morir.

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El discurso público en la era del espectáculo) presagiaba la importancia de la nueva era del televisor frente a la era escrita como un determinante a la hora de establecer una percepción del mundo. Con una idea básica: con la llegada de la televisión nos habíamos empobrecido, no lo contrario. ¿No es acaso cierto, y con la llegada de las nuevas tecnologías más aún? ¿Acaso no hay más soledad ahora en estas calles abarrotadas de gente que tiene la vista fija en el teléfono y con audífonos puestos, además de lentes de sol y miedo del contacto humano?

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Mejor el silencio Shannon E. Casallas Duque

Las palabras surgieron de la necesidad de nombrar todo lo que existe, sea material o inmaterial, para su entendimiento. A medida que la humanidad evolucionó y fueron más los descubrimientos que acontecían en la vida cotidiana, el hombre se vio en la necesidad de bautizar todo aquello en lo que puso mano, mente y corazón. Ha sido este el camino que nos ha vuelto dependientes de las palabras y sus sistemas categóricos, al crearnos malentendidos en la comunicación y alcanzar interpretaciones en su mayoría erróneas, en la búsqueda de comprender aquello que intentamos nombrar. El silencio tiene la particularidad de dejar todo claro sin siquiera proponérselo. Pero debemos ser realistas: este por sí solo no hace nada, y son las situaciones que lo acompañan con las acciones de los silenciosos lo que permite identificar y descifrar el mensaje. Sin embargo, existen varias formas de arte que nos dejan ver cómo el silencio es un medio de comunicación más efectivo que las palabras y más significativo a la hora de expresar contenidos sobre la condición humana: pintura, escultura, danza, cine, etc. Con la idea, entonces, de que el silencio

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Mejor el silencio

es superior que las palabras en varias formas de arte, este texto tiene como propósito explorar la vida que aporta la mudez a las producciones cinematográficas actuales, para demostrar que, antes de elegir el diálogo, es mejor el silencio. Alrededor de tres décadas después de que los afortunados pudieran ser testigos del nacimiento y la consolidación del séptimo arte por medio de proyecciones silentes y emotivas, debido al poder evocativo de las imágenes, se dio un momento evolutivo en el que el audio fue posible, y entonces existió la posibilidad de ir más profundo en la historia por medio de la “materialización” del inconsciente y subconsciente de los personajes. La existencia de un narrador adherido de forma sutil permitía bajo circunstancias especiales dar un sentido más exacto y mejorar así el arte de contar historias, al incluir tanto una imagen como una descripción de lo que daba lugar en una escena, una secuencia, una historia completa. Sin embargo, un siglo más tarde y cansados de la saturación de diálogos inútiles y sobrevalorados, vemos cómo la industria lentamente da vuelta y evoca su pasado taciturno, significativo, expresivo por lo que muestra, mas no por lo que en él se dice. El cine mudo tuvo su apogeo en el siglo XX, más exactamente entre 1888 y 1920. La edad de la pantalla de plata —como es conocido este periodo— vio las creaciones breves y detalladas de intrépidos visionarios que tomaron la vida diaria como inspiración. Estos creadores fueron lo suficientemente perceptivos para entender la intensidad y durabilidad de la imagen sobre la palabra dentro de una historia, en un momento en el que los recursos audiovisuales y sonoros estaban en un crecimiento disímil para los fines propuestos. Si bien estos pioneros —entre los que se encuentran los reconocidos hermanos Lumière, Le Prince, Méliès Keaton, Chaplin, Porter, por nombrar algunos— tenían orquestas y carteles a modo de

Shannon E. Casallas Duque

subtítulos, su fuerte fue la consolidación audiovisual, el estudio de una imagen que fuera narrativa por sí sola y no necesitara de asistencias adicionales para su entendimiento. La fotografía debe, entonces, resumir el sentido de mil palabras siendo un camaleón con colores bien definidos. Luego, por supuesto, como resultado del avance tecnológico de la industria, vino el sonido y con él la adaptación del séptimo arte para su crecimiento. Aun así, nunca se ha alcanzado tanta calidad audiovisual en el cine como en sus orígenes, y es después de esta etapa de explotación desmedida de los recursos disponibles que el séptimo arte ha retomado su origen silente y demostrado que la falta de palabras abre una gama de posibilidades que deben explorarse, porque le permiten a la historia dejar de lado las petulancias del habla y confiar en el silencio para transmitir el mensaje. En tiempos actuales, hemos tenido cintas como The artist (2012), del director francés Hazanavicius, que fue totalmente silente y dio una sorpresa a espectadores y críticos al honrar de modo tan elegante y sentido al cine mudo. Esta producción dio un nuevo aire a la sobresaturada industria valiéndose de actores capaces de expresar un rango amplio de emociones por medio de su cuerpo y presentando una fotografía que resuena a Hitchcock y Kubrick. Esta “nueva” etapa nos recuerda el cuidadoso trabajo que se debe realizar al momento de montar una escena, para dar tanto coherencia como cohesión a lo que se relata. Esta es una característica de calidad perceptible solo a la mirada atenta de aquel que busca detalles para ser cautivado con grandeza. Esta cinta deja de lado la necesidad de utilizar un hablante exacerbado que parece ahogarse al intentar comunicarse con palabras de adulto para desarrollar una escena o una historia completa. Un ejemplo claro de esto son las actuaciones de Jesse Eisenberg en The social network (2010),

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Now you see me (2013), American Ultra (2015), etc. Y también está el caso del extenso repertorio del director, guionista, actor y músico Woody Allen, considerado como uno de los grandes del cine por sus ocurrencias narrativas y sus intrépidos diálogos cargados de ironía, sarcasmo y romanticismo depresivo. Si bien no es franco refutar su talento narrativo, sí cabe manifestar un cierto cansancio por la repetitividad en estos proyectos que buscan usar las palabras como medio principal para contar la historia dejando de lado la construcción de imágenes autosuficientes. Encontramos luego The tribe, película ucraniana dirigida por Myroslav Slaboshpytskiy en 2014, que utilizó en su totalidad lenguaje de señas ucraniano y no incluyó subtítulos de ninguna clase. Este desafío para los desconocedores de tal lenguaje vuelve a lo básico en el proceso de regeneración de las manifestaciones del cine, al demostrar que, si bien hay un guion desarrollado en lenguaje de señas, el silencio como medio de presentación hace que el espectador recobre un sentido de interpretación y detalle con más precisión lo que ante él se expone. Terrence Malik, con sus cintas The tree of life (2012), To the wonder (2013) y Knight of cups (2015), explora a profundidad la narración de historias con muy poco diálogo y una fotografía que habla por sí misma. Aquí el silencio toma la mayor parte de dirección en la historia y nos permite explorar la esencia de la experiencia humana desde lo gestual, lo visual y lo sensorial. Las palabras quedan de lado, y la falta de sonido permite la lectura del subtexto dentro de las imágenes que llevan a la narración un paso más allá y se despojan del tedio que deviene de las conversaciones de doble sentido y llenas de palabras repetitivas. Más recientemente tenemos The revenant, del director mexicano Alejandro González Iñárritu. Tal vez resulte monó-

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tono para los cinéfilos nombrar esta cinta que se estrenó a finales del 2015 en Estados Unidos y a principios de 2016 en el resto del mundo, ya que desde entonces ha estado haciendo titulares por su dirección, fotografía y actuaciones. No obstante, es necesario a propósito de la idea aquí expuesta. Poniendo de lado la atención bien merecida que ha tenido la película, la adaptación del renacido en la pantalla grande nos provee de poco diálogo y expresiones humanas básicas. Entre gritos, ruidos, rugidos de rabia y aflicción, hemos descubierto que las palabras sobran cuando un rostro y un cuerpo se desdoblan como evidencia de todo aquello que no se ve a simple vista pero que existe. Las palabras están empezando a sobrar en un arte que está retomando su naturalidad audiovisual y dejando a un lado su parquedad gastada de explicar todo con diálogos que, a decir verdad, estorban. Deberíamos, entonces, ver el silencio en el cine actual y ojalá en el futuro como una oportunidad de valerse de otros elementos para contar una historia, sin la obviedad que trae el uso excesivo de las palabras para explicar al observador lo que debería ser claro con una imagen. El cine, como una creación regenerativa, en técnica e historia, está recuperando su condición, buscando construir una representación visual a través de contenidos significativos tanto para los actores como para los espectadores. En este escenario, ninguno de los elementos que lo constituyen debe ser dependiente del otro, puesto que se verían insuficientes en un proceso de disección para su comprensión individual. Cada uno de ellos debería ser funcional por sí solo, y el silencio es muestra de ello tanto en el ideal como en la realidad.

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Senderos (que se bifurcan) en la creación Alberto Bejarano

En el primer minuto de la primera clase que dicté en la carrera de Creación Literaria de la Universidad Central el día uno de febrero, surgió una primera pregunta y una primera respuesta que me llevaron a pensar y escribir este breve texto. Ante la pregunta “¿qué quieren hacer después de la carrera?”, una estudiante respondió: “no me veo como escritora, pero estoy aquí para aprender —algo— sobre el oficio del escritor”. La respuesta me quedó sonando. En efecto, a primera vista parece raro; es como si, en un conservatorio, un músico dijera que no espera ser músico. Sin embargo, pensándolo bien, es una respuesta muy sugestiva. Por un lado, hay varios oficios ligados a la creación literaria que no conducen única y exclusivamente a la escritura creativa, como la traducción, la edición o la curaduría. En el mundo de la literatura y del libro no se necesitan solo “creadores”, sino todos los componentes de la cadena de la escritura: diseñadores imaginativos, diagramadores patafísicos, editores cómplices, traductores anfibios, críticos no reptiles, talleristas

Alberto Bejarano

no bucólicos y demás personajes y faunos. ¿Dije curadores también? Sí, cada vez hay más espacios y oportunidades en campos transdisciplinarios para hacer exposiciones, montajes, intervenciones en bibliotecas, centros culturales y demás espacios convencionales y no convencionales. Por otro lado, el ser un buen lector, “un lector que lee”, como definía Rodrigo Fresán a Roberto Bolaño, es una ocupación que bien vista puede ser de tiempo completo. De esta manera, la escritura se bifurca en múltiples campos, escenarios e interacciones que pueden llevar a provechosos frutos en un bosque muy variado, en el que, para citar nuevamente a Bolaño, no solo hay robles y palmas, sino musgo y liquen. La invitación apunta, entonces, a ampliar nuestros horizontes, a trabajar en equipo, a vislumbrar proyectos duales, conjuntos que involucren experiencias diversas que no necesariamente parten y desembocan en un único tipo de “producto” o de “resultado”, basado únicamente en la figura de la autoría más o menos individual. La apuesta, por así decirlo, es reinventar constantemente el oficio del escritor y aventurarse como Bartleby...

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Los autores Adrián Ortega Iturriaga

México (1988). He estudiado Ciencias Ambientales, Literatura y Geografía, y en algún momento eso tuvo sentido. Fue una buena idea. Porque sí. En varias ocasiones me han acribillado con esa pregunta absurda: “¿por qué escribes?”, esperando una respuesta profunda o ingenuamente inteligente. Lo único que puedo decirles es que me encantan las galletas y el jugo de mandarina, y esa debería ser una respuesta suficiente. Creo que los astronautas están locos y por eso me fascinan. También las valientes mujeres que se quitan la ropa como oficio; son otro tipo de astronautas. Yo soy más bien cobarde. Quizás por eso escribo. Decidan ustedes. Alberto Bejarano

Escritor de “atmósferas”, dedicado a explorar “los males del montano y de Desmond” en muchas de sus variantes. Sus obsesiones son el absurdo, el minimalismo y la espera. Su primer libro de cuentos, Litchis de Madagascar, se publicó en enero de 2011 en la Editorial El Fin de la Noche en Argentina. Su segundo libro de cuentos, Y la jaula se ha vuelto pájaro, se publicó en noviembre de 2014 en Bogotá en la Editorial Orbis. Está terminando su primera novela. Ha sido ganador del Concurso de Cuento Moleskin 2011 y del del Concurso de Cuento Boaventuriano de Cali 2011. Fue fina-

Los autores

lista en el Concurso de Ensayo Anagrama 2013, con un libro sobre Bolaño; y también en el Concurso de Novela Corta Oscar Wilde 2014, en España, con su novela A tientas. Es doctor en Filosofía de la Universidad París 8 y profesor de la Universidad Javeriana y del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá. Camilo Ángel

Profesional en creación literaria de la Universidad Central. Tiene un libro inédito de poesía llamado Aprender a estar adentro. Ha participado en diferentes eventos culturales como lector de poesía invitado, a saber: conferencia “La literatura colombiana actual es una nada” (realizada en la Biblioteca Los Fundadores del Gimnasio Moderno), xviii Festival de Poesía en Tenjo (Cundinamarca), 100 mil Poetas por el Cambio, Homenaje a los Poetas de Ciudad Juárez y en otras jornadas literarias realizadas en su ciudad natal. Durante algún tiempo se hizo también partícipe de las lecturas itinerantes e independientes del colectivo La Comunidad del Megáfono. Ha sido jurado de poesía en diferentes eventos como el “ii Concurso de Poesía en el Municipio de Madrid (Cundinamarca)” y en el Concurso Estudiatil de Poesía de la Semana Cultural, municipio de Moniquirá (Boyacá). Claudia Patricia Valero

Nació en Bogotá el 21 de abril de 1991. Se graduó en Publicidad de la Universidad Central, donde es docente e investigadora de fenómenos relacionados con el consumo, las industrias culturales, las estéticas y las narrativas mediáticas. Es estudiante de la Maestría en

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Los autores

Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad de la Universidad Nacional. Lectora, a veces ilustradora y siempre tras el misterio de la palabra escrita. Daniel Zetina

(1979). Escritor, editor, tallerista. Ha publicado colaboraciones y libros de minificción, cuento, novela y poesía. Vive entre Querétaro (D. F.) y Cuernavaca. @DanieloZetina [email protected]. David Moreu

Estudiante de Creación Literaria de la Universidad Central. Organizador del recital La Máquina de Hacer Ventanas. Ha participado en numerosos recitales de poesía y sus poemas han sido publicados en las revistas Alapalabra y El Alacrán. Federico Nieto

Nace en 1991. Termina insatisfactoriamente un pregrado en artes plásticas de la Tadeo Lozano en el 2015. Kenier Hernando Peña

Yo nací aquí en Bogotá estudie la secundaria en el Centro Don Bosco y mi carrera universitaria en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas en donde hice Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales, realice un taller de escritura creativa en la localidad de Fontibón por parte de IDARTES. Escribo desde los nueve años, algunas poesías y cuentos, la lectura siempre me ha apasionado, el suspenso y la ciencia ficción son mis favoritos, me encanta la Generación Beat, Irvine Welsh y H. G. Wells.

Los autores

Mauricio Palacios

Nací en Caracas en 1992. Estudio Creación Literaria en la Universidad Central. Escribo una columna en el diario venezolano El Nacional. Natalia Soriano

Nací el 7 de noviembre de 1997 en la ciudad de Bogotá. No sé cuál era el color del cielo ni la forma que tenían las nubes aquel día. Como todos, no recuerdo nada. En el año 2014, asistí a un taller de cuento organizado por la Biblioteca Pública de Suba Francisco José de Caldas. Desde hace un año hago parte, junto con mi hermana, del grupo de literatura del Clan Suba Centro, dirigido por el poeta bogotano, Henry Alexánder Gómez. Allí, compartimos las clases con niños entre los 8 y los 12 años, quienes guardan en sus ojos el misterio de la poesía. En julio de ese mismo año, recibí la noticia de que tres de los poemas escritos en el Clan, en los que trabajaba sobre el olvido y la memoria, habían sido ganadores del segundo lugar en el Concurso de Poesía Eduardo Carranza. En este mismo concurso, también había participado Tatiana, mi hermana, quien logró el primer puesto en la misma categoría en la que yo estaba concursando. Actualmente estoy en segundo semestre de Creación Literaria en la Universidad Central. He tomado la decisión de subir a este barco construido por la literatura y hacer parte de sus tormentas, de sus naufragios olvidados y de sus viajes perdidos; para hacer parte de su silencio y su canto al mar, para recorrer islas secretas y navegar por el tiempo.

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Los autores

Reveko de la Jara

Nació en el mes de abril de 1971 en la ciudad de Santiago de Chile. Comenzó a escribir poesía a los diecinueve años, tras una adolescencia ligada al gusto por la ciencia y la música. Recién se acaba de publicar su noveno libro de poemas titulado Lluvia y Merlot, dedicado a su esposa Nubia Medina. Hoy, cuando la ceguera completa es parte de su vida, realiza una importante labor en las comunicaciones y en la gestión cultural. Vive actualmente en la ciudad de Concepción, el lugar más importante del sur de Chile. En preparación se encuentra su primera novela titulada Flavia, junto a una serie de audiolibros de su autoría. Rosario G. Towns

Poeta mexicana. En lengua inglesa y español, cuenta con vasta publicación de forma escrita y oral, en diversos medios y formatos. Ha fungido como jurado, crítica y organizadora así como presentadora, prologuista e invitada especial en múltiples eventos en importantes recintos culturales. El calambur, el haiku, las calaveras, el cuento corto y la minificción, son otros modos en los que plasma su inspiración y que le han hecho acreedora a varios reconocimientos, como: -Premio Cifra-Walmart “Héroes Anónimos”-, por su contribución a la difusión de la Poesía; Primer lugar en certamen “Reencuentro con el Quijote” de la Asociación de Escritores del Estado de México, A.C. Ha sido fundadora, dirigente y/o miembro de varias agrupaciones literarias y talleres de creación. Entre su obra se cuentan: “Velada de la musa” y “Juntos al

Los autores

norte” de Amarillo Editores; “Desde papeles” de Ediciones Cascabel; “AveCedaria” de Ediciones Oone, “Muerte a dos tintas” (en coautoría con Horacio Saavedra C.) de Ediciones el nido del fénix. Continúa su búsqueda de palabras para descifrar la vida y compartir lo hallado. Shannon E. Casallas Duque

Soy Licenciada en Educación Básica con énfasis en Inglés de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y estudiante de último semestre de la Especialización en Infancia, Cultura y Desarrollo de la misma universidad. Hasta el momento he publicado como coautora tres artículos sobre cine en la revista Candilejas y la revista estudiantil Top Grade Journal. Como autora he publicado en la revista Breaking Boundaries y tres artículos más sobre cine han sido aprobados para ser publicados este semestre. En la actualidad soy docente de inglés y filosofía además, tengo conocimiento en el área de la psicología. “Siempre he querido despertar y ver en el espejo a un extraño” Cita personal.

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La preparación editorial de este número de Alapalabra estuvo a cargo de la Coordinación Editorial de la Universidad Central. En la composición del texto se utilizaron fuentes Quicksand y Centaur. En las páginas interiores se utilizó papel Holmen Book de 60 g y en la cubierta, papel Royal Sundance Warm White de 176 g. La revista se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Nuevas Ediciones, en diciembre de 2016, en la ciudad de Bogotá.

Vol. 3, n.º 4, enero-junio, 2016

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alapalabra

ISSN: 2422-5037

Vol. 3, n.º 4, enero-junio, 2016 • ISSN: 2422-5037

Revista estudiantil de Creación Literaria