acontecimiento

linaje, de estar arraigados en una tierra. Un contrato no .... 1 Al principio Dios creó el cielo y la tierra. 2 La tierra era .... gente en tierras lejanas. No obstante, la ...
7MB Größe 9 Downloads 66 vistas
El acontecimiento que se transforma en texto: la voz de la Palabra

El murmullo de los libros… “Yo había pensado que los libros hablan de cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. Ahora me doy cuenta que a menudo los libros hablan de libros: es como si los libros hablaran entre ellos. A la luz de este pensamiento, la biblioteca me pareció tanto más inquietante. Era el espacio de una prolongada murmuración, vieja de siglos, un diálogo sutil, imperceptible, entre un pergamino y otro, un organismo vivo, un recinto de poderes que la mente humana no podía fiscalizar”.

Todos sabemos que los libros y textos no solamente dialogan, también se copian unos a otros (las notas bibliográficas son el injusto mea culpa impuesto por un sistema cultural que hace pagar al menos el “cfr.” al pretendido primer propietario de un texto).

La metáfora de la biblioteca en boca de Adso sugiere un universo de libertad y posibilidades en el cual el indiscreto curioso puede escuchar los diálogos ilustrados, la sabiduría retenida sobre piedra, pergamino, papel o pantalla de una computadora.

La Biblia es una biblioteca de libros que susurran sus secretos los unos a los otros.

Celebrando unas bodas oro... Cuando llegué aquella tarde a su casa, estaban solos; ya se habían marchado sus hijos, y pasamos juntos aquellas horas. Fue algo maravilloso. Me parecía que conocía muy bien a aquellos viejos amigos de siempre: personas sencillas que habían vivido juntos durante medio siglo, en medio de alegrías y de dificultades.

Pero aquella noche los descubrí con unos ojos nuevos, porque me abrieron su “tesoro”: una sencilla caja de cartón en donde había de todo. Fotografías en primer lugar: la foto familiar, todos tan modositos y compuestos, la primera comunión y la boda de los hijos, instantáneas de una sonrisa de niño o de un paisaje de vacaciones.

Tarjetas postales, vulgares y convencionales, muchas de ellas descoloridas y medio rotas, porque él las había guardado en su mochila durante la guerra. Me las iban comentando, explicando... Y aquellos pobres clichés se convertían en testigos dolorosos o alegres de un momento de su vida.

Iba brotando de nuevo toda su vida de aquellos papeles familiares: la genealogía familiar, lista monótona de nombres rancios, se convertía en sentimiento de pertenecer a un largo linaje, de estar arraigados en una tierra. Un contrato no era ya sólo un documento legal y minucioso, sino el sueño de una vida de trabajo y de ahorros realizado finalmente: tener “su” casa.

Las cartas del noviazgo (“Cuidado, no le hagas leer eso”: protestaba el viejo, encantado de que yo descubriera de ese modo la ternura de su amor). Estaban también las oraciones compuestas para algunos grandes momentos de su vida. El sermón de su matrimonio estaba junto con unos versos ingenuos ofrecidos por uno de sus nietos...

Aquella velada pasó como un sueño. Creía que conocía bien a esos viejos amigos y de pronto, con ocasión de aquellas bodas de oro, junto a ellos y al mismo tiempo que ellos, descubría el sentido de su vida. Todas aquellas fotografías, aquellos papeles, eran algo vulgar, sin valor alguno.

Sin embargo, resultaban inapreciables: no eran simples objetos, sino toda una vida que se había hecho tangible. Cada uno de aquellos humildes objetos ocupaba su lugar en una historia, tejiendo su sentido.

Vamos a dejar que esta historia nos ayude a continuar nuestra reflexión…

El relato de un acontecimiento no es el acontecimiento, sino más bien el acontecimiento tal como lo interpreta y lo comprende la persona que nos lo refiere.

Efectivamente, muchos acontecimientos no tienen sentido para nosotros; toman un sentido cuando entran en nuestra historia.

Cada acontecimiento encierra en sí numerosos sentidos que sólo se irán revelando progresivamente. Cada relato podrá tener un sentido cuando sea redactado; luego otro, recogido mucho después, releído en relación con otros relatos.

Esta será la aventura maravillosa que conocerá el pueblo de Israel cuando relea posteriormente los numerosos testimonios de su historia:

irá descubriendo cada vez mejor que todo aquello tenía un sentido, que iba a alguna parte o, mejor dicho, que llevaba hacia alguien.

Aquellos viejos esposos que “contaban” medio siglo de su vida en común, no pretendían ofrecerle a su amigo un relato exacto de los sucesos que habían ido viviendo (un “reportaje en directo” materialmente exacto en todos sus detalles).

Sino presentarle el sentido que habían percibido en ellos. Era un testimonio lo que le ofrecían, una buena nueva la que anunciaban. Puede ser que alguno de los detalles no fuera muy exacto, pero sabían muy bien que era verdadero, porque se trataba del sentido que ellos descubrían en esos acontecimientos.

Pero esta historia, en el relato que nos hace de los acontecimientos, nos da el sentido que el pueblo de Israel percibió en ellos. Intentamos, pues, al mismo tiempo descubrir ese nivel del sentido para Israel que podríamos llamar su historia sagrada. Podríamos llevar a cabo este trabajo como meros historiadores, declarando solamente: éstos son los hechos y éste es el sentido que Israel vio en ellos. Pero también somos creyentes, es decir,

creemos que ese sentido es también el mismo que intentamos vivir nosotros.

¿Cómo vamos a escuchar los susurros del texto? ... Cómo vamos a dialogar con él? Comprendiendo que es una Palabra dicha, expresada, sentida por el pueblo…

Esta PALABRA DIVINA entra en escena en el comienzo mismo de la creación, en el silencio de la nada; y se manifiesta en un primer lugar en una “revelación cósmica”…

Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche se lo murmura. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que se oiga su voz, a toda la tierra alcanza su discurso, a los confines del orbe su lenguaje. (Sal 19, 2-5)

1 Al

principio Dios creó el cielo y la tierra. 2 La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. (Gn 1)

Recuerdan…

3

Dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió. 4 Vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de la tiniebla: 5 llamó Dios a la luz día, y a la tiniebla noche. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

En un segundo momento, en la misma raíz de la historia humana… El hombre y la mujer, que son “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 27) y por tanto llevan en sí la huella divina, pueden entrar en diálogo con su Creador o pueden alejarse de él y rechazarlo por medio del pecado.

1Aconteció

después de estas cosas, que Dios probó a Abraham. Le dijo: - Abraham. Este respondió: - Aquí estoy. 2 Y Dios le dijo: - Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moriah.

Esta PALABRA DIVINA, pronunciada recorre luego una nueva etapa: es la de la Palabra escrita. “…las dos tablas del Testimonio en su mano, tablas escritas por ambos lados; por una y otra cara estaban escritas. Las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios” (Ex 32,15-16)

“Y escribirás en esas piedras todas las palabras de esta Ley. Grábalas bien” (Dt 27, 8)

Este Testimonio contiene la Palabra divina, que es el centro de nuestra fe. En ella no está solamente “un libro”, sino una historia de salvación y, como veremos, una persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia.

Las Sagradas Escrituras son el “testimonio” en forma escrita de la Palabra divina, son el memorial canónico, histórico y literario que atestigua el evento de la Revelación creadora y salvadora. Por tanto, la Palabra de Dios precede y excede la Biblia, si bien está “inspirada por Dios” y contiene la Palabra divina eficaz.

VEn avrch/| h=n o` lo,goj( la Biblia, en cuanto Dabar, es “carne” (acontecimiento), “letra” (palabra), se expresa en lenguas particulares, en formas literarias e históricas, en concepciones ligadas a una cultura antigua.

Tomarán de la sangre y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer.

Kai, o` lo,goj sa.rx evge,neto Éste no es sólo el ápice de esa joya poética y teológica que es el prólogo del Evangelio de san Juan (1, 14), sino el corazón mismo de la fe cristiana. La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana.

Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro.

Tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo, como hizo aquel grupo de griegos presentes en Jerusalén:

“Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20-21)

La tradición cristiana ha puesto a menudo en paralelo la Palabra divina que se hace carne con la misma Palabra que se hace libro.

Es lo que ya aparece en el Credo cuando se profesa que el Hijo de Dios “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen”, pero también se confiesa la fe en el mismo “Espíritu Santo que habló por los profetas”.

El Concilio Vaticano II recoge esta antigua tradición según la cual “el cuerpo del Hijo es la Escritura que nos fue transmitida” - como afirma san Ambrosio - y declara límpidamente:

“Las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres” (DV 13).

“les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24, 27)

Para comprender las Sagradas Escrituras debemos escrutar, estudiar y escuchar la Palabra de Dios. “Toda Escritura es inspirada y útil para enseñar, argumentar, encaminar e instruir en la justicia. Con lo cual el hombre de Dios estará formado y capacitado para toda clase de obras buenas”. (2 Tim 3,16-17)

“… en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería…” (DV III,11)

Entonces…

“Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época.

Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres”.

extraer el significado de un texto dado

Para estudiar la Biblia la Iglesia nos ofrece diferentes modos de acercamiento a la Palabra de Dios, métodos exegéticos que se entrelazan indisolublemente con la tradición espiritual y teológica para que no se quiebre la unidad divina y humana de Jesucristo y de las Escrituras.

Cada lector de las Sagradas Escrituras, incluso el más sencillo, debe tener un conocimiento proporcionado del texto sagrado recordando que la Palabra está revestida de palabras concretas a las que se pliega y adapta para ser audible y comprensible a la humanidad.

Éste es un compromiso necesario: si se lo excluye, se podría caer en el fundamentalismo que prácticamente niega la encarnación de la Palabra divina en la historia, no reconoce que esa palabra se expresa en la Biblia según un lenguaje humano, que tiene que ser descifrado, estudiado y comprendido, e ignora que la inspiración divina no ha borrado la identidad histórica y la personalidad propia de los autores humanos.

Es la Iglesia que posee su modelo en la comunidad-madre de Jerusalén, la Iglesia, fundada sobre Pedro y los apóstoles y que hoy, a través de los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, sigue siendo garante, animadora e intérprete de la Palabra (cf. LG 13).

Como la sabiduría divina en el Antiguo Testamento, había edificado su casa en la ciudad de los hombres y de las mujeres, sosteniéndola sobre sus siete columnas (cf. Pr 9, 1), también la Palabra de Dios tiene una casa en el Nuevo Testamento:

Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (2, 42), esboza la arquitectura basada sobre cuatro columnas ideales, que aún hoy dan testimonio de las diferentes formas de comunidad eclesial:

la casa de la Palabra.

“Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan, y en las oraciones”.

LOS CAMINOS DE LA PALABRA: LA MISIÓN “Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor” (Is 2,3).

La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se encamina a lo largo de los caminos del mundo para encontrar el gran peregrinación que los pueblos de la tierra han emprendido en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la paz.

Asimismo Cristo resucitado lanza el llamado a los apóstoles, titubeantes para salir de las fronteras de su horizonte protegido: “Por tanto, id a todas las naciones, haced discípulos [...] y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20).

La Biblia está llena de llamadas a “no callar”, a “gritar con fuerza”, a “anunciar la Palabra en el momento oportuno e importuno” a ser guardianes que rompen el silencio de la indiferencia.

Las Escrituras domina principalmente la figura de Cristo, que comienza su ministerio público precisamente con un anuncio de esperanza para los últimos de la tierra: “El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19)

Los caminos que se abren frente a nosotros, hoy, no son únicamente los que recorrió san Pablo o los primeros evangelizadores y, detrás de ellos, todos los misioneros fueron al encuentro de la gente en tierras lejanas. No obstante, la Palabra de Dios - para usar una significativa imagen paulina – “no está encadenada” (2Tm 2, 9) a una cultura; es más, aspira a atravesar las fronteras y, precisamente el Apóstol fue un artífice excepcional de inculturación del mensaje bíblico dentro de nuevas coordenadas culturales. Es lo que la Iglesia está llamada a hacer también hoy, mediante un proceso delicado pero necesario, que ha recibido un fuerte impulso del magisterio del Papa Benedicto XVI. Tiene que hacer que la Palabra de Dios penetre en la multiplicidad de las culturas y expresarla según sus lenguajes, sus concepciones, sus símbolos y sus tradiciones religiosas.