A menos que Parte 2 de 2
Artículo escrito por: Bill Lawrence ObreroFiel.com usa este artículo con permiso del autor
El problema real con los líderes cristianos poderosos, es que han ignorado unas de las palabras más importantes en el Sermón del Monte: a menos que. Por haber ignorado estas palabras, han convertido a la Biblia en un libro de auto-ayuda, exactamente lo opuesto a lo que es. La Biblia no es un libro de auto-ayuda, es un libro de auto-muerte. Eso es lo que quiso decir Jesús cuando resumió el Sermón del Monte una segunda vez al declarar, “Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley.” (Mt. 5:20 NVI). Los escribas y fariseos trataban la Ley como una norma de auto-ayuda que podían reducir a prácticas realizables garantizando el éxito con Dios y el hombre. Así es exactamente como muchos líderes cristianos poderosos consideran a la Biblia: como una serie de pasos para el éxito, en vez de verla como una norma sobrenatural que solo Cristo puede cumplir a través de ellos. Esa es la razón por la que no funciona lo que hacen más de lo que funcionó con los escribas y fariseos. La Biblia no ayuda al ego: la Biblia crucifica al ego. Y eso es doloroso – el mismo dolor que los líderes poderosos luchan por evitar. Eso es por lo que su dolor empeora. El dolor eludido es un dolor acelerado. Las fórmulas del éxito solo traen un fracaso más y más profundo, sin importar lo que digan los números. Desde luego los líderes cristianos poderosos obtuvieron la justicia que necesitan para la vida eterna, al poner su fe en Cristo; así que pertenecen al Reino de los Cielos. Sin embargo, ellos no guían de la manera que los líderes en el Reino de los Cielos lo hacen, porque no están guiando a la manera en que lo hace el Rey. No están dirigiendo de adentro hacia afuera. Ciertamente no están dirigiendo como Cristo dirigió cuando no seguía una agenda propia, sino solo la de Su padre. Ellos guían de acuerdo a su cultura – buscando el poder, luchando con el temor, y esforzándose por el control. Así que ¿cómo pueden los líderes cristianos poderosos obtener una justicia que exceda a la de los escribas y fariseos? Los líderes poderosos deben humillarse a sí mismos en arrepentimiento y buscar la exaltación de Cristo, no la propia. Deben abandonar toda la auto-protección y autopromoción, toda esperanza de estar en control de su vida, y tomar el paso más imaginablemente amenazante, – cederlo todo a Jesús quien dio todo por ellos. Esto significa que deben dejar de pensar en la Biblia como un libro de auto-ayuda y entenderla como un libro de auto-crucifixión que los llama a volverse del enfoque en sí mismos, a enfocarse en los demás, al total y radical sacrificio del ‘yo’ por el bien de los demás. Los líderes bíblicos, a diferencia de los líderes culturales, aman o no guían, sin importar lo que lleguen a lograr. Jesús era un Líder que se dio a sí mismo por sus seguidores. ¿Podremos ser cualquier otra clase de líder? Puesto que tal amor es sobrenatural, nos damos cuenta de cuán desesperadamente debemos depender de Cristo para amar y guiar desde adentro hacia afuera, como Él lo
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hace. Debemos unirnos a Pablo en renunciar a toda la confianza en la carne, para que podamos ser revestidos con la justicia que viene a través de la fe, y no una que haya sido ganada a través de las leyes del liderazgo. Y con Pablo, nos volvemos líderes dependientes, cuando consideramos todo como basura por conocer a Cristo y el poder de su resurrección. ¿Cómo es posible que busquemos nuestro propio poder – el poder de la muerte – cuando ya tenemos el poder de Cristo – el poder de su resurrección? Nosotros guiamos de adentro hacia fuera, cuando actuamos con valor para confrontar el miedo y el impulso por la ira, o el no perdonar, o la ambición egoísta o cualquier otra cosa que llene el vacío de nuestras vidas, y en su lugar nos volvemos a la llenura de la gracia de Dios. Esta gracia ya ha provisto las necesidades que los líderes poderosos están tratando de satisfacer a través de sus esfuerzos por controlar la vida. Pero Dios es el único que puede controlar la vida y todos nuestros esfuerzos son inútiles. Debemos escribir una carta a Dios diciéndole, “Amado Señor, renuncio a ser Tú. Firmado, Yo.” Tal cambio inevitablemente viene a consecuencia de una crisis o un fracaso, cuando nuestro control se colapsa y ya no podemos engañar ni a otros ni a nosotros mismos, pensando en que somos lo suficientemente grandes para manejar la vida y el liderazgo. Somos forzados a confesar públicamente que necesitamos desesperadamente que la gracia de Dios nos guíe en su camino. Tenemos miedo de hacer esto, porque pensamos que perderemos autoridad. No es así. Esta confesión pública confirmada por el nuevo poder de Dios a través de nosotros para amar, servir, y liberar a otros para sus propósitos, nos da más autoridad que nunca. Tampoco nos hace pasivos. En vez de ello, somos más productivos porque diariamente renovamos nuestra decisión de dirigir desde un corazón lleno de la gracia de Dios, en vez de nuestros logros a través de nuestras manos vacías. A menos que nos volvamos de la justicia obtenida a través de las leyes del liderazgo, a la justicia de la dependencia de Cristo, fracasaremos, sin importar cuán grandemente seamos aclamados. A menos que nos volvamos de la auto-protección y auto-promoción; seremos exhibidos como los hipócritas que somos y llevados a la ruina por el Dios que resiste a los soberbios. A menos que nos humillemos a nosotros mismos, a pesar del dolor y la vergüenza que conlleva la auto-humillación, jamás conoceremos la gracia de la cura y la salud que Dios tiene para aquellos que aman y guían de acuerdo a sus caminos. A menos que nos entreguemos a una total y desesperada dependencia de Cristo que está en nosotros, perderemos toda esperanza de gloria. A menos que nos hagamos los más grandes, haciéndonos como los más pequeños, los primeros, haciéndonos como los últimos, los más libres de todos, haciéndonos esclavos de todos, jamás dirigiremos como Cristo, quien vino a ofrecer su vida en sacrificio por muchos. A menos que busquemos dirigir desde adentro y dejemos que Cristo cuide lo de afuera, seremos líderes huecos, vacíos e impotentes, sin importar que tanto poder y control hayamos obtenido.
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A menos que nos neguemos a nosotros mismos y doblemos nuestras espaldas para tomar la cruz, jamás lo conoceremos a Él y al poder de su resurrección. En vez de ello, seremos números vacíos, mucho de nada, poderosos líderes culturales quienes hablan de la Biblia pero viven en la carne, todo en el nombre de Jesús. Esto es exactamente lo que le sucedió a ese poderoso líder, quien se volvió un intocable adúltero serial. Finalmente fue forzado a dejar su ministerio, así que comenzó otro que fracasó. Unos pocos años después murió, siendo aún un hombre joven, con su grandeza pérdida, una vida de confusión, un líder vacío. Todo porque ignoró tres palabras del Sermón del Monte: A menos que.
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