Verum Factum Desde antes de Vico hasta Marx Rodolfo Mondolfo ...

confrontación con las reproducciones de artefactos tales como el planetario de Arquímedes, entrevé la posibilidad de la conquista experimental del ...
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Verum Factum Desde antes de Vico hasta Marx Rodolfo Mondolfo, Editorial Siglo XX; 1ra edición en italiano: 1971, 1ra edición en español: 1969 Selección de textos para uso de los alumnos de la Cátedra de Filosofía de la Ciencia, año 2012. Elaboración de Agustina Garnica y Martín De Boeck La fórmula viquiana verum ipsum factum contempla uno de los diversos aspectos (mutuamente vinculados) de un problema que había preocupado de diferentes maneras a la antigüedad clásica: el problema de la relación entre el conocer y el hacer. Platón (427-347 a.C) - Aristóteles (384-322 a.C) Así es como, para Platón, el conocer es un hacer, mientras que la pasividad, en cambio pertenece solamente al objeto conocido; de manera análoga en Aristóteles la apetencia y la búsqueda fundan una concepción activista del conocimiento como producción continua de las energías espirituales del hombre. Precisamente con estos reconocimientos del conocer como hacer, generar, crear, que en todo el curso del pensamiento antiguo enfrentan la concepción opuesta del conocimiento como actitud pasiva de recepción, aparece asociada la concepción inversa y recíproca del hacer como conocer, es decir, como condición y medio de la conquista y del conocimiento verdadero: verum ipsum factum. En este aspecto, el homo faber es una y misma cosa con el homo sapiens; lo cual explica cómo durante todo el siglo V y la edad de la cultura sofística, el significado de techne equivale al de episteme. Hipócrates (460-370 a.C) Un documento sumamente significativo, tal vez el más significativo de todos, sobre el valor epistemológico que tiene el recurso a las técnicas en el antiguo naturalismo griego, lo constituye el escrito hipocrático (de victu). El escritor hipocrático, al presentar las técnicas del forjador, del batanero, del remendón, del carpintero, del constructor, del músico, del curtidor, del cestero, del refinador de oro, del escultor, del alfarero, del copista, como imitaciones de los procesos naturales del organismo humano, y por ello capaces de revelarnos los secretos de éstos últimos, convierte en teoría consciente y explícita la utilización que hacían todos los presocráticos de las sugerencias de la técnica para la interpretación de la naturaleza. Presupone que la semejanza que existe entre los procesos fisiológicos y las técnicas proviene de una misteriosa enseñanza divina, de la que los hombres no tienen conciencia; por eso, dice, corrientemente “los hombres no comprenden cómo se puede observar lo oculto mediante lo manifiesto”. Lo oculto y lo desconocido son los procesos de la naturaleza, que se desarrollan sin intervención alguna del hombre; lo manifiesto y lo conocido son los procesos de la técnica, que los hombres mismos realizan y que, por consiguiente, conocen verdaderamente, justamente en cuanto los realizan: “conociendo (los hombres) las cosas que hacen, y no conociendo las que imitan”. De tal manera, el escritor hipocrático anticipa de lejos la intuición de Vico, en el sentido de que sólo conocemos verdaderamente lo que hacemos.

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Giambattista Vico (1668-1744) Verum ipsum factum. El lema de Vico, que había tenido durante el Renacimiento, antes de que éste lo expresara, una fecundísima aplicación en el método experimental de Galileo, reconocía más de veinte siglos atrás un lejano presentimiento en el escritor hipocrático, que quiso enseñar a los hombres cómo puede penetrarse en los secretos de las cosas naturales, independientes del hombre, a través del conocimiento de lo que hace el hombre, conocimiento que el hombre adquiere merced a su capacidad productora. Filón de Alejandría (20 a.C.-45 d.C) Los documentos a nuestro alcance no nos permiten afirmar que esta embrionaria intuición haya tenido repercusiones o desarrollos en el pensamiento griego que va del autor hipocrático hasta Filón; pero en Filón mismo se nos presenta una reafirmación muy interesante de ella, en cuanto Filón la proclama explícitamente como principio universal para demostrar la omnisciencia de Dios como creador y demiurgo de todas las cosas. “Sin duda -escribe Filón al final de sexto capítulo de su tratado- las realidades engendradas son conocidas por quienes les dan vida; las realidades producidas son conocidas por quienes las producen a través de su arte; y finalmente, quienquiera que establezca un orden tiene conocimiento del mismo. Ahora bien, Dios es al mismo tiempo y del modo más verdadero, el padre, el autor y el ordenador de todo lo que hay en el cielo y en todo el universo”: debe poseer por lo tanto la ciencia de todo cuanto existe. Marsilio Ficino (1433-1499) Al retomar en concepto gnoseológico del verum ipsum factum, Ficino lo acompañaba, además, con reflexiones y consideraciones que podían ofrecer estímulos no sólo a la teoría del conocimiento que después, a través de Caradano, llegará hasta Vico, sino también a la exigencia de la experimentación, sentida y puesta en acción por Leonardo y Galileo. El hombre se encuentra en análoga situación que el geómetra cuando diseña las figuras y pone en acción sus razones; pero, respecto de las realidades naturales, necesitaría poder hacerlas para conquistar el verdadero conocimiento de las mismas. Aquí es donde Ficino, mediante la confrontación con las reproducciones de artefactos tales como el planetario de Arquímedes, entrevé la posibilidad de la conquista experimental del conocimiento natural y señala sus condiciones en la inteligencia de las razones, y en su puesta en acción mediante el encuentro de la materia con los instrumentos técnicos. “(…) Cuando haya visto el orden de los cielos, de dónde se mueven, hacia dónde proceden y con qué medidas y qué efectos producen, ¿quién negará que sea, por así decir, de la misma inteligencia casi que ese autor de los cielos, y que de algún modo podría hacer los cielos si estuviera a su alcance la materia celeste y los instrumentos, puesto que los hace ahora, aunque con otra materia, pero semejantes, sin embargo, en su orden?” Leonardo da Vinci (1452-1519) Así queda señalado el cometido de la investigación experimental, para la cual la invención de los instrumentos se presenta como condición fundamental para pasar de la intuición de las razones (hipótesis de trabajo) a su traducción en acto, que es como una segunda creación. Se supera la fase

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de la pura intuición teórica de la hipótesis explicativa, en la que se habían detenido los occamistas (…) Y se muestra al investigador la finalidad de una segunda creación: el primero en recoger la sugerencia es Leonardo, quien le da una doble aplicación, en el arte y en la ciencia. La creación artística es, sin duda, obra de la fantasía, pero de una fantasía exacta que, al igual que la ciencia, descubre en lo visible la oculta necesidad interior que lo gobierna y trata de reproducirla. Así es pues cómo el artista no puede ser realmente tal si no tiene ciencia, si no penetra con su análisis en los secretos de la naturaleza, si no comprende las razones que actúan en ella, si no descubre las leyes de necesidad por las que produce sus efectos. Y es evidente que la teoría del arte coincidía en todo ello con la teoría de la ciencia, y que debía reconocer no solamente los elementos y las formas de la realidad natural, sino también el dominio de las leyes matemáticas que le confieren esa necesidad que le es intrínseca. Por otra parte, en la unidad del espíritu leonardiano, la conexión entre arte y ciencia no significaba sólo la dependencia unívoca de la primera respecto de la segunda, sino la relación recíproca merced a la cual la pintura y el dibujo resultaban generadores de conocimientos y de ciencia. Con la idea de la segunda creación, a la que nos hemos referido, Leonardo rechaza la tesis de que el arte y la ciencia humana quedan al margen y en la superficie de la realidad, como pensaba Ficino al oponer el arte humano a la naturaleza que modela la materia desde su interior. Sólo en el cumplimiento de este proceso cíclico, sólo teniendo “antes en la mente y luego en las manos” las razones de las cosas, la ciencia y el arte obedecen a las exigencias planteadas por Leonardo. Así como la pintura debe hacer evidente en la creación artística la “fantasía exacta” concebida por el pintor, así la ciencia debe pasar de la comprensión intelectual de las cosas (que todavía es tan sólo una hipótesis) al experimento que demuestre su validez real y necesaria. Galileo Galilei (1564-1642) Para Galileo, la matemática está muy lejos de ser esa creación de la mente humana que le parecía a Cardano, o esa ficción y abstracción que le parecerá más tarde a Vico: para Galileo es la escritura misma en que está trazado el libro de la naturaleza no puede alcanzarse sino mediante la matemática. Es obvio que el experimento, con su proceso sintético se halle precedido por la simple experiencia y por el proceso analítico; pero este último alcanza únicamente la hipótesis explicativa, y sólo el experimento con su proceso deductivo puede llegar a la certeza y a la necesidad del conocimiento científico. Al interrogante ficiniano acerca del modo de hallar la materia y los instrumentos para la producción real de las cosas (que por sí misma da la plenitud del verdadero conocimiento) Galileo responde con su método experimental, cuyo secreto esencial reside en la intervención del instrumento físico adecuado para producir el fenómeno, poniendo en acción las razones o causas del mismo teóricamente descubiertas por la inteligencia. Y además, con este reconocimiento de la importancia de la producción real para alcanzar el conocimiento verdadero, el método experimental de Galileo se distingue tanto de la inducción baconiana como de la deducción cartesiana, que es puro proceso lógico o teórico, y muestra su fecunda superioridad sobre las dos.

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Sólo lo que hacemos lo conocemos verdaderamente. Galileo aún sin expresar en forma explícita este principio gnoseológico, lo ha implicado en su método experimental. Pero en ello no sólo se ha anticipado con su ejemplo a la teoría del conocimiento de Vico, sino que ha superado la dificultad opuesta por Vico a la física, en el sentido de que no puede pasar nunca del conocimiento verosímil al verdadero debido a la incapacidad humana de producir los fenómenos naturales. Un texto de Karl Marx citado y comentado por Mondolfo al final de su libro: Marx, Karl: El capital, tomo I (1867), CAPITULO XIII MAQUINARIA Y GRAN INDUSTRIA, nota 4 http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/13.htm Versión alemana: http://www.mlwerke.de/me/me23/me23_391.htm#M89 [4] Ya antes de él, y probablemente por primera vez en Italia, se emplearon máquinas para torcer el hilo, aunque las mismas eran muy imperfectas. Una historia crítica de la tecnología demostraría en qué escasa medida cualquier invento del siglo XVIII se debe a un solo individuo. Hasta el presente no existe esa obra. Darwin ha despertado el interés por la historia de la tecnología natural, esto es, por la formación de los órganos vegetales y animales como instrumentos de producción para la vida de plantas y animales. ¿No merece la misma atención la historia concerniente a la formación de los órganos productivos del hombre en la sociedad, a la base material de toda organización particular de la sociedad? ¿Y esa historia no sería mucho más fácil de exponer, ya que, como dice Vico, la historia de la humanidad se diferencia de la historia natural en que la primera la hemos hecho nosotros y la otra no? La tecnología pone al descubierto el comportamiento activo del hombre con respecto a la naturaleza, el proceso de producción inmediato de su existencia, y con esto, asimismo, sus relaciones sociales de vida y las representaciones intelectuales que surgen de ellas. Y hasta toda historia de las religiones que se abstraiga de esa base material, será acrítica. Es, en realidad, mucho más fácil hallar por el análisis el núcleo terrenal de las brumosas apariencias de la religión que, a la inversa, partiendo de las condiciones reales de vida imperantes en cada época, desarrollar las formas divinizadas correspondientes a esas condiciones. Este último es el único método materialista, y por consiguiente científico. Las fallas del materialismo abstracto de las ciencias naturales, un materialismo que hace caso omiso del proceso histórico, se ponen de manifiesto en las representaciones abstractas e ideológicas de sus corifeos tan pronto como se aventuran fuera de los límites de su especialidad. Un texto de Engels no citado por Mondolfo, pero que puede vincularse a la idea de Verum ipsum factum Engels, Friedrich: Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, 1886 CAP 2, 6º PÁRRAFO http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/86lfffca/2.htm Versión alemana: http://www.mlwerke.de/me/me21/me21_274.htm Pero, al lado de éstos, hay otra serie de filósofos que niegan la posibilidad de conocer el mundo, o por lo menos de conocerlo de un modo completo. Entre ellos tenemos, de los modernos, a Hume y a Kant, que han desempeñado un papel considerable en el desarrollo de la filosofía. Los argumentos decisivos en refutación de este punto de vista han sido aportados ya por Hegel, en la medida en que podía hacerse desde una posición idealista; lo que Feuerbach añade de materialista, tiene más de ingenioso que de profundo. La refutación más contundente de estas extravagancias, como de todas las demás extravagancias filosóficas, es la práctica, o sea, el experimento y la industria. Si podemos

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demostrar la exactitud de nuestro modo de concebir un proceso natural reproduciéndolo nosotros mismos, creándolo como resultado de sus mismas condiciones, y si, además, lo ponemos al servicio de nuestros propios fines, damos al traste con la «cosa en sí» inaprensible de Kant. Las sustancias químicas producidas en el mundo vegetal y animal siguieron siendo «cosas en sí» inaprensibles hasta que la química orgánica comenzó a producirlas unas tras otras; con ello, la «cosa en sí» se convirtió en una cosa para nosotros, como por ejemplo, la materia colorante de la rubia, la alizarina, que hoy ya no extraemos de la raíz de aquella planta, sino que obtenemos del alquitrán de hulla, procedimiento mucho más barato y más sencillo. El sistema de Copérnico fue durante trescientos años una hipótesis, por la que se podía apostar cien, mil, diez mil contra uno, pero, a pesar de todo, una hipótesis; hasta que Leverrier, con los datos tomados de este sistema, no sólo demostró que debía existir necesariamente un planeta desconocido hasta entonces, sino que, además, determinó el lugar en que este planeta tenía que encontrarse en el firmamento, y cuando después Galle descubrió efectivamente este planeta [2], el sistema de Copérnico quedó demostrado. Si, a pesar de ello los neokantianos pretenden resucitar en Alemania la concepción de Kant y los agnósticos quieren hacer lo mismo con la concepción de Hume en Inglaterra (donde no había llegado nunca a morir del todo), estos intentos, hoy, cuando aquellas doctrinas han sido refutadas en la teoría y en la práctica desde hace tiempo, representan científicamente un retroceso, y prácticamente no son más que una manera vergonzante de aceptar el materialismo por debajo de cuerda y renegar de él públicamente”.