Una sesión divina

2 jun. 2013 - Teatro San Martín. Fue también uno de los ... Omar Duca. con: Víctor Torres (barí- tono), Carlos .... creación de Adán surgió de la necesidad de ...
3MB Größe 10 Downloads 90 vistas
8

|

espectáculos

| Domingo 2 De junio De 2013

1947-2013

Roberto Docampo. Maestro y actortitiritero Juan Garff

Víctor Torres (derecha), a puro lucimiento

teatro colón

PARA LA NACioN

Conmovedores trabajos de Thelma Biral y Juan Leyrado

hernán zenteno

teatro

Una sesión divina dioS mío. ★★★★

muy buena . autor :

Anat Gov, en versión de Jorge

Schussheim. intérpretes: Thelma Biral, Juan Leyrado y Esteban Masturini. diseño de escenografía : María Oswald. diseño de iluminación: Gonzalo Córdova. producción general: Eloísa Canton y Bruno Pedemonti. sala: Multiteatro. duración: 75 minutos.

P

ensar en la posibilidad de que Dios caiga en una crisis depresiva y necesite terapia es una idea insólita. Pero esto sucede en esta obra de la israelita Anat Gov, fallecida el año último, que resulta ser bastante audaz en su propuesta por la elección de los personajes. Sobre todo porque el enfrentamiento se produce entre la máxima divinidad, no importa de qué religión se trate, y una psicóloga atea, lo que deriva en un texto ingenioso que termina por ser divertido, al mismo tiempo que conmovedor, y respetuoso de la imagen divina. ¿Cuál puede ser el motivo de depresión que afecta a Dios? Sin lugar a dudas está relacionado con su máxima creación: el hombre y su comportamiento en el mundo, lo que hace que el Creador piense en otra forma de aniquilación, como el Diluvio, pero sin permitir que nadie sobreviva. Está cansado de que, mediante las religiones, se tome su nombre para justificar las guerras y las matanzas.

Éste es el desafío que enfrenta la psicóloga, una mujer divorciada que carga con el problema de un hijo autista y del cual sólo espera que alguna vez la llame mamá. Durante la sesión, Dios está, a causa de su frustración y decepción, a punto de abandonar la terapia porque siente que está perdiendo poder, pero, en realidad, detrás de ese sentimiento, la psicóloga atisba otra verdad: la culpa, por ejemplo, por las penurias que tuvo que vivir Job para complacer al Supremo. Pero él también tiene sus argumentos para defender su estado de ánimo, al explicar que la creación de Adán surgió de la necesidad de tener un amigo, realidad que se revirtió cuando tuvo que asumir que el primer hombre demandaba la creación de la aparición de la mujer. Ahora que hay miles de millones de humanos, Dios se siente más solo que nunca. La contraparte está representada por la psicóloga, quien carga también con sus propios pro-

blemas y que luego de la charla terapéutica termina por reconocer que ella también necesita a Dios y considera a su presencia imprescindible. La moraleja radica en que si Dios perdió la fe en el hombre, la psicóloga recuperó la fe en él. Quizás ésta fue la intención primera del Supremo: rescatar a otro cordero perdido. Son disquisiciones religiosas y metafísicas que permiten establecer un duelo entre Thelma Biral, conmovedora en la piel de esa psicóloga, en algunos momentos atormentada, en otros lúcida, que debe tratar al paciente más complejo de su profesión, y Juan Leyrado, que compone a un personaje que va desde la calidez hacia la ira con total convicción. Completa el elenco Esteban Masturini, en un correcto desempeño como el hijo autista. La dirección de Lía Jelín es impecable, tanto en la definición de los personajes como en la precisa dinámica escénica, ágil en su desarrollo, que no presenta baches temporales. Los diseños de escenografía de María oswald y de iluminación de Gonzalo Córdova se suman para crear un marco atractivo y apropiado para esta comedia.ß

susana Freire

Roberto Docampo dejó su impronta en innumerables puestas en escena de títeres. No sólo por su condición de experto actor-titiritero, que ejercía desde hacía muchos años en el Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín. Fue también uno de los más destacados constructores de muñecos, no sólo en la compañía que fundó Ariel Bufano, sino que lo convocaron para la realización de títeres muchos otros elencos y directores, como Libertablas, Eduardo Rovner, Daniel Veronese, Roly Serrano, Alejandro Malowicki para sus películas Pinocho y Las aventuras de Nahuel, y el Teatro Colón para la puesta de la ópera Fairy Queen, de Henry Purcell. Docampo murió en la noche del jueves a los 65 años. “Sospecho que el títere tiene que ver con la libertad”, expresó a fines del año pasado con la modestia y el humor que escondían su sapiencia, cuando recibió el Premio Javier Villafañe a la trayectoria en el Centro Cultural de la Cooperación. Los títeres, decía, generan su espacio en patios de escuela, carromatos, modernos teatros y botes ambulantes, sea con un palito o con un gran muñeco. No mencionó que un palito se convertía en gran títere, en personaje de historias, gracias al arte del titiritero. Docampo había sido cofundador y artífice de Los Títeres de Don Floresto en la década del 70. Luego de alguna experiencia solista como la de su notable retablo giratorio El Tendedero, ingresó en 1981 en el Grupo de Titiriteros, en el que se convirtió en un referente ineludible para la formación de nuevos titiriteros, a la vez que un colaborador estrecho de Ariel Bufano y Adelaida Mangani como intérprete y creador. Artesano de oficio, titiritero de profesión, hospitalario de alma, reunía en su casa aérea, construida por él mismo sobre una terraza de Villa Luro, a colegas y discípulos para ensayos y discusiones en una especie de laboratorio creativo. Allí germinaron ideas, diseños y experiencias que se multiplicaron en los retablos y proyectarán su presencia más allá de su demasiado temprana ausencia física.ß

clásica

Celebrando a Stravinsky StravinSky Boxing CluB. ★★★★ muy buena. dirección: Gastón Solnicki. libro: Sebastián Martínez Daniell. diseño visual: Masumi Brioso. coreografía: Nicole Chierico. iluminación: Diego Polero. escenografía:

Omar Duca. con: Víctor Torres (barítono), Carlos Brítez y Diego Ruiz (piano), Jorge Bruno y Guang Yi Wu (boxeo). sala: CETC. función: hoy, a las 17.30.

S

travinsky Boxing Club empieza in medias res. Cuando uno entra a la sala, los dos pianistas (Diego Ruiz y Carlos Brítez) se turnan ya para tocar valses y estudios de Chopin, las bailarinas se estiran, los boxeadores saltan la cuerda (y ese chasquido se impone con la regularidad de un metrónomo), el barítono Víctor Torres camina y se cocinan unos ñoquis. Todo está empezado, pero, a la vez, en una etapa preparatoria. Gastón Solnicki, el director de esta singular performance, crea así una primera expectativa, la de saber de qué modo se organizarán esos elementos de apariencia inconciliable bajo la forma de una constelación y cómo esa constelación aludirá a Stravinsky y al centenario de La consagración de la primavera. Entonces suena un timbre, un timbre como de recreo de escuela, y los elementos se ponen en movimiento. Torres canta “Ständchen”, el lied de Schubert, que se escucha esta vez como una obertura y también como la piedra de toque de un problema teórico. ¿Era todavía lícita a principios del siglo XX semejante expresividad? Esto deriva en una consideración sobre la sinceridad de una pieza; la sinceridad, por ejemplo, de Wagner, que predica en Parsifal la renuncia mientras él mismo se resigna al lujo. A su modo, Stravinsky Boxing Club es una obra sincera, y lo es en el sentido de que no oculta

ni se guarda nada. Torres desarrolla luego una especie de didáctica conferencia sobre La consagración… que arranca con la conocida dicotomía postulada por Theodor W. Adorno en Filosofía de la nueva música entre el progresismo de Schönberg y la reacción de Stravinsky. El relato, reescrito a partir de una serie de charlas de Leonard Bernstein y con ilustraciones musicales que van de Verdi a Poulenc y Ginastera, resulta cómico y esclarecedor a la vez. Las explicaciones acerca del objetivismo musical stravinskiano y los ejemplos musicales de politonalidad y polirritmia son acompañados por pasajes de la coreografía original de Nijinski para los ballets rusos recreados por Nicole Chierico; con todo, se trata de una danza deliberadamente tentativa, todavía en la condición de estudio. El box es en verdad una metáfora, o más bien la traducción en el espacio, de la manera en que Stravinsky trabaja el ritmo, “con la violencia de un gancho a la mandíbula”, según dice el conferencista. Hay aquí también una correspondencia entre el sacrificio, como asunto, de La consagración... y la condición de los boxeadores, que se entregan mutuamente a una disponibilidad sacrificial. Pero Solnicki parece haber pensado su performance sobre todo para el lucimiento de Torres. El barítono puede deslizarse con facilidad de un repertorio a otro, aunque nunca resulta tan conmovedor como en la canción, no importa que sea de Weill o de Schubert. Después de los aplausos, Torres se queda todavía un momento en el escenario y, cuando se piensa que la obra concluyó, deja una versión inolvidable de “Gute Nacht”, del Winterreise. Es una conclusión sorpresiva. Finalmente, después de la visita guiada al modernismo musical, es Schubert quien se queda con la última palabra.ß Pablo Gianera