Una fuente de avellanas

Una fuente de avellanas. Manuel Gallegos. Bordeando la bahía de Quetalmahue, a menos de la mitad del camino entre la ciudad de Ancud y Playa Mar Brava, ...
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Una fuente de avellanas Manuel Gallegos Bordeando la bahía de Quetalmahue, a menos de la mitad del camino entre la ciudad de Ancud y Playa Mar Brava, desde la cima se descubre abajo, entre la alfombra de musgos, un pequeño río que desemboca tranquilamente en las aguas del mar. El entorno de sus orillas está cubierto de canelos, coigües, radales, mañíos, tineos, arrayanes y otros sobrevivientes del bosque siempre verde. Entre los grandes árboles crece el impenetrable sotobosque, la vegetación más pequeña de quilas, chilcos, murtillas, maqui, mechay y el palo de brujos. En la rivera derecha del río, sobre la inclinada loma, se levanta una humilde casa cubierta con escamas de madera, como si un pez hubiera salido a tomar el sol de la tarde. Allí vivía la “Vieja Chica”, como la llamaba su padre: una niña de nueve años de edad, de cabello castaño tan delgado que peinárselo cada mañana se convertía en un largo sufrimiento. Su carita ovalada hacía juego con un cuerpo igualmente redondeado. A Floraría –su verdadero nombre- le gustaba sentarse bajo el avellano ubicado a la izquierda de su casa, desde donde observaba lo que ocurría en el río, la playa, el mar, y el cielo. El avellano era un árbol grande, de unos veinte metros de altura, abundante copa de hojas verde oscuro, con bordes de finos dientecillos. Era comienzos de enero y casi en una sola noche se había pintado de miles de florecillas blancas entre medio de sus frutos. Éstos, producto de las flores del año anterior, se quedaban a madurar en el árbol, pasando de un rojo vivo a un tono pardo oscuro. La corteza del tronco donde la niña apoyaba su espalda, y a veces deslizaba su mano acariciándola, era lisa con manchas blancas. Pedro, muchacho de ocho años, delgado y revoltoso –tanto, que sus amigos le decían Pelusa-, subía desde la playa con un cangrejo en la mano. Jadeante se detuvo a pasos de su hermana y dejó la presa en tierra. Floraría, de un brinco se puso en pie: les tenía un miedo atroz a los cangrejos, las arañas y perros. Pedro reía, burlándose, mientras ella le gritaba: -¡Llévatelo, no lo quiero aquí! -¡Como diga la reina!- le contestó el muchacho, tomando el cangrejo de una pata, balanceándolo a propósito al pasar cerca de su hermana para dejarlo finalmente a medio metro del perro que dormía en el umbral de la casa. Éste despertó y gruñendo se acercó a oler al crustáceo. El cangrejo, en el colmo de la molestia, extendió una tenaza y apretó la nariz del intruso, Lenguaje y Comunicación 4º Básico

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el que salió como disparado por un cañón de circo dando escandalosos alaridos. Pedro se reía de lo ocurrido, felicitándose por haber traído el bicho. Su hermana no lo miraba: estaba furiosa con al cabeza vuelta hacia el río. Después de un rato, Pedro se acercó y le dijo: -¿Quieres jugar al chocloncito? -¿Y qué es eso?- preguntó la niña, todavía malhumorada. -Mira –explicó el Pelusa-: tomo dos puñados de avellanas, uno para ti y otro para mí. Después, hago un hoyo en el suelo, un choclón, así. Me aparto un paso y lanzo el puñado de avellanas al hoyo. Las que quedan dentro de él, las cuentas y me las pagas: una bocha por cada bocha. Las que no entran y quedan fuera del choclón, son para ti. Después, juegas tú y hacemos lo mismo. Gana el que tiene más bochas o avellanas. A Floraría le agradó la proposición. Sin embargo, muy pronto el niño se apasionó al ir perdiendo y acusó a su hermana de no saber jugar. Entonces, ella decidió no seguir más. Se quedó sola, con los frutos del avellano en sus manos. Los miró, haciéndolos rodar de una palma a otra. Levantándose, camino hasta la puerta de la casa donde colgaba del dintel una cola de caballo en que su madre dejaba las peinetas. Cortó unos largos crines blanco amarillentos, buscó una aguja, regresó bajo el árbol y comenzó a ensartar una a una las avellanas. Así estuvo largo rato. A veces saludaba a unas gaviotas y bandurrias que en vuelo bajo parecían detenerse a mirar y admirar su graciosa figura infantil. -Ya ves, amigo avellano –habló la niña-, con mi hermano terminamos siempre en pelea. Tú eres un buen amigo. Pedro me dice loca porque hablo contigo. ¡Y mi papá, que todavía no llega! Él siempre me lleva a dar una vuelta en su caballo. Me sube a la montura y camina adelante tirando de las riendas. Floraría sonrío dulcemente por sus confidencias e imaginó que el árbol le respondía. Porque movió sus hojas y flores albas al compás de una fresca brisa. La niña, al divisar a su madre lavando una ruma de ropa en la artesa de maderos húmedos y brillantes por el agua, corrió hacia ella. -¡Mamá, mira lo que hice para ti! Y levantó los brazos mostrando en sus manos el regalo. -¡Qué hermoso collar, hijita! ¿Dónde lo compraste? –la interrogó la madre, contenta. -No lo compré. Lo hice yo misma para ti. -¿Y a qué lugar fuiste a buscar esas bellas perlas? –continuó tiernamente la madre. Lenguaje y Comunicación 4º Básico

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- ¡Ah, son unas perlas maravillosas de un país muy lejano. - ¡Gracias, hijita! –la abrazó la madre con sus brazos mojados, y la niña en su regazo se echó la llorar desconsoladamente. -Mamá, ¿por qué no vuelve papá? -Mi pequeñita, él no volverá. Recuerda que está en el cielo y desde allá te cuida. -Sí, lo sé, mamá, pero… -¿Sabes? – agregó su madre-. Él estaría feliz si la Vieja Grande y la Vieja Chica cosechan las avellanas del árbol plantado por sus propias manos. Vamos, hijita, ¿quieres? Las dos mujeres corrieron con un canasto a sacar las avellanas. Ya anochecía y comenzaron a salir las primeras estrellas. Llevaron el canasto desbordante de frutos hasta la puerta de la casa y antes de entrar, la madre se detuvo, bajó el canasto y dijo a su hija. -A papá le gustaban las avellanas y siempre repetía esta hermosa adivinanza: “Una fuente de avellanas, que en el día se recoge y en la noche se desparrama. ¿Qué es?” -No sé, mamá. -Mira el cielo, hijita. ¿No parecen miles de brillantes avellanas? La niña afirmó moviendo la cabeza al mismo tiempo que sus ojos buscaban el firmamento. -Cuando te acuerdes de papá, piensa que es él quien desparrama esa inmensa fuente de avellanas para ti. Y cuando lo pienses, tu corazón se pondrá contento. Sólo eso desea tu padre: verte feliz. La niña le dio un beso a su madre y corrió junto al árbol. Desde allí miró el cielo cuajado de estrellas, mientras, como en un susurro, repitió: “Una fuente de avellanas, que en el día se recoge y en la noche se desparrama.” Su redonda cara sonrió y en ese momento dos avellanas luminosas cruzaron el cielo, instalándose en su rostro y dejando caer dos gotas de estrellas transparentes por sus mejillas.

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