CRÍTICA DE LIBROS
ALTERNATIVAS DE LO POSTHUMANO POR OSCAR DEL BARCO CAJA NEGRA 286 PÁGINAS $ 56
FILOSOFÍA
Un lenguaje fulgurante T
an acostumbrados estamos a situar la filosofía en Oriente o en Occidente, a localizarla en mapas de Alemania, Francia o el mundo anglosajón, que solemos olvidar que se piensa en Senegal o en Ecuador, en Bolivia o aquí mismo, simplemente porque el pensamiento –como el arte– no tiene sitio, se hace un sitio allí donde aparece, como la hierbabuena en sus tantas especies. Puede hacerse un sitio, por ejemplo, en Córdoba o en Puebla (México), donde Oscar del Barco (1928) fue profesor de Filosofía y codirigió revistas como Pasado y Presente y Dialéctica y Espacios; puede hacerse un sitio en La intemperie sin fin y ofrecerse como Exceso y donación (dos de sus obras filosóficas), condensarse en la poesía (Elegía, Tú-Él), confrontarse con El abandono de las palabras (su exquisito libro de ensayos) e irrumpir, finalmente, en una obra pictórica sobre un fondo de arrebato musical. El pensamiento-experiencia de Oscar del Barco es una búsqueda intensa del “sujeto fuera de sí” y también se hace un sitio “fuera del lenguaje”.
Del Barco ARCHIVO
Cuidadosamente reunidos e introducidos por Pablo Gallardo y Gabriel Livov, los textos que conforman Alternativas de lo posthumano se ordenan en dos partes. La primera recorta “el suelo originario”, político, de la trayectoria de Del Barco, su fina lectura de la obra de Marx (impulsado, como Nietzsche, “por el pathos de la transmutación de valores”) y su exhaustivo análisis del fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX. El núcleo de esta primera parte es la crisis
de los partidos políticos, su incapacidad para satisfacer los requerimientos de un Sistema “en el que hombre y técnica forman un circuito cerrado” (video, computadora y sucedáneos), Sistema que se expande global e intersticialmente en una democracia en la que se recurre “cada vez más a los aparatos y especialistas, y cada vez menos a la política como toma de conciencia”. La alternativa se juega entre “el nohumanismo del Sistema”, aniquilación maquínica del hombre, y “el no-humanismo como más allá del hombre”, encarnado –más que planteado– por Nietzsche, en quien Del Barco no indaga un supuesto corpus conceptual (eso es lo que hace Heidegger, con quien discute) sino la apertura a la revelación, a lo inefable, al éxtasis. Contrariamente a Wittgenstein, que trazaría el límite entre la filosofía y la mística, Nietzsche “hizo entrar el orden místico en la filosofía como fundamento de su crítica”, por efracción, en un gesto tan subversivo como la “escritura salvaje” de Bataille o la revolución de las conciencias de Artaud.
Klossowski, Blanchot, Derrida, Celan y tantos otros se dan cita en esta segunda parte de Alternativas…, en la que Del Barco describe en forma de diario sus experiencias con sustancias enteógenas (peyote, hongos, LSD), esa forma de hacerse vidente mediante “el desarreglo sistemático de todos los sentidos” –como decía Rimbaud–, y se describe a sí mismo (“ma a’”, texto extraído del catálogo de la muestra de su obra pictórica, 2008) estaqueado en el suelo, con óleos y acrílicos, pegando bichitos muertos o fotos terribles, quemando el cuadro e interviniendo apenas sobre lo pintado por el fuego. En esa búsqueda de sacar al sujeto “fuera de sí” y “fuera del lenguaje”, Oscar del Barco no puede evitar que el pensamiento se haga un sitio en su discurso (“¿por qué la pintura? ¿y por qué preguntar sobre el por qué de la pintura? ¿acaso también ‘yo’ deseo saber o construir un sentido?”). Y lo excede, “en el fondo de un resplandor sin nombre”, un lenguaje fulgurante. María del Carmen Rodríguez © LA NACION
LITERATURA ARGENTINA
CADA DESPEDIDA
Formas de la hospitalidad A
los veintitrés años, una bióloga se va de la Argentina, donde viven su padre y sus hermanos. Recorre ciudades y pueblos extranjeros, en los que trabaja durante un tiempo hasta que el embotamiento, el genio maligno o la fatiga la instan a marcharse. Se despide de amantes dispuestos a darle amparo, amigas bienintencionadas, un marido atónito, compañeros de trabajo, jefes acostumbrados a la mano de obra barata y dócil de los inmigrantes. Luego de diez años regresa y se instala en el sur. Su padre ha muerto y se cometerá un crimen. Pese al “arte de la huida” que la protagonista practica, ese nomadismo indomable unido al sabotaje de cualquier vínculo que arraigue, Cada despedida es una novela sobre la hospitalidad, más 16 | adn | Sábado 3 de julio de 2010
precisamente las amenazas de dominación y conformismo de la hospitalidad, sobre la escritura como huésped incómodo de la lengua, sobre el peso muerto de la patria en el exilio. Si bien en literatura, desde Ulises, abundan los exiliados heroicos, la protagonista carece de la lógica aristocrática de esos personajes que cultivan la introspección y descifran el universo ajeno: “Yo me ofendo primero, después me defiendo; más tarde le doy la razón”. Se deja humillar, desorientar, amar, padecer; en ciudades alemanas, su voz calca las estructuras del idioma huésped, estrujándolo; en Buenos Aires, los hábitos de la familia (ganar dinero, tener hijos, ganar dinero) representan un guión triste y apagado; en el pueblo del sur, una madre despótica y un hijo
arisco figuran un teatro rural de la crueldad; como empleada de una fábrica, hace la mímica del acatamiento mientras cocina una venganza o, en sus palabras, “un acto de justicia”. Emparentado con las grandes novelas cortas de Peter Handke (Desgracia impeorable, La mujer zurda, Lento regreso) por el carácter fronterizo de la protagonista, por la impersonalidad con que atraviesa ambientes y situaciones, por las acrobacias temporales operadas en un conjunto de historias, por el asesinato como motivo, motor o fin del relato, el segundo libro de Mariana Dimópulos (Buenos Aires, 1973) abandona el corsé genérico de Anís, donde la farsa enrarecía el realismo, y encara una organización textual difícil de domesticar. Lejos
POR MARIANA DIMÓPULOS ADRIANA HIDALGO 150 PÁGINAS $ 46
del relato de viajes clásico, el suyo abarca diversas épocas en forma simultánea y concreta, en presente, para crear la ilusión de un recorrido quieto. “En un papel que después pierdo por ahí, escribo ecuaciones de varias incógnitas”: Stefan, Julia, Kolya, Marco, Heidelberg, Málaga, Buenos Aires, granja Del Monte, Once, los nombres de anfitriones y estaciones de la joven errante, pasan a ser para el lector acertijos de un vía crucis trastornado y amoral en el que el castigo va delante de la transgresión. Daniel Gigena © LA NACION