“Translation is not a matter of words only; it is a matter of making intelligible a whole culture.” ANTHONY BURGESS, IS TRANSLATION POSSIBLE?
Umberto Eco (2008) se refería a la traducción como el arte del fracaso. En términos similares, Bronislaw Malinowski1 planteaba que la traducción es una actividad aparentemente paradójica, dado que su objetivo resulta imposible: el trabajo de traducción no es capaz de traducir palabras de una lengua a otra2. Cada lengua está formada por palabras únicas, irrepetibles en su carga semántica y en sus implicaciones socioculturales. A fines prácticos, la traducción sí es capaz de reproducir un mensaje en otra lengua, pero en este tránsito lingüístico es más que probable que las palabras pierdan gran parte de su esencia. Lo traducido se convierte, inevitablemente, en otra cosa: al llevar un texto a una lengua distinta, éste pierde aquello que es inherente a la lengua original, ese espectro de significaciones, usos o capacidad metafórica, sugerente o polisémica que cada palabra tiene en su lengua original3. Reflexionando sobre esto, recordé que, hace algún tiempo, me topé en internet con varios artículos sobre palabras y expresiones intraducibles. Antes de entrar directamente a
hablar sobre Malinowski y sus disertaciones sobre la traducción, me permito citar algunas palabras que llamaron mi atención por su singularidad y su especificidad:
Fernweh (alemán), que se refiere a sentirse “homesick for a place you’ve never been to”; Iktsuaprpok (inuit), cuyo significado tiene que ver con "the frustration of waiting for someone to turn up"; Mamihlapinatapei (del la lengua yagan, de Tierra del Fuego): "a wordless yet meaningful look shared by two people who both desire to initiate something but are both reluctant to start"; 物の哀れ (mono no
aware), una expresión japonesa que refiera a "the bittersweetness of a brief and fading moment of transcendent beauty"4. Para un hablante de alguna lengua que no sea alguna de las que contienen las palabras citadas previamente será muy difícil entender que existan palabras
tan
específicas,
pero
cada
lengua
tiene
palabras
de
estas
características. Incluso se podría llegar a la conclusión, errónea, de que estas palabras son excepciones, anomalías dentro de la lengua, y que no tienen utilidad práctica dentro del habla común. Para entender este tipo de palabras es de gran utilidad pensar la lengua en los términos que establece la hipótesis Sapir-Whorf, es decir, como «“una especie de camino preparado” que puede ser interpretado “como un sistema simbólico de referencia"» (citado por RomeroFigueroa, 2009: 28). Esto nos hace ver que es necesario entender que estas palabras y expresiones son intraducibles en la medida en que encierran visiones del mundo específicas, formas de entender las cosas que se heredan junto con cada lengua. La intraducibilidad ocurre porque cada lengua contiene una manera de ver el mundo, una idiosincrasia particular, una sensibilidad y una forma de pensar propias. Si bien es posible explicar, a través de perífrasis y de forma muy aproximativa, cada una de esas expresiones citadas previamente, aprehender su sentido completo resulta imposible; para ello hace falta no solo aprender cada una de esas lenguas, sino también entrar en relación directa con su contexto y con sus hablantes. Cada lengua es única e intraducible porque, como señala Alfonso Reyes, “una lengua es toda una visión del mundo, y hasta cuando una
lengua adopta una palabra ajena suele teñirla de otro modo, con cierta traición imperceptible. Una lengua, además, vale tanto por lo que dice como por lo que calla, y es dable interpretar sus silencios" (Reyes, 2009). Si la traducción es, entonces, imposible, ¿cuál es la tarea del traductor? Si lo vemos de esta manera, un traductor sería una especie de Sísifo: alguien que, al traducir de una lengua a otra es capaz de aproximarse, pero nunca capaz de llegar a su objetivo a pesar de su esfuerzo; alguien que apenas es capaz de decir casi lo mismo, parafraseando el ensayo de Eco sobre la traducción. Pensemos en una especie de hombre que conoce todas las palabras de todas las lenguas que existen, un personaje digno de un cuento de Borges: ¿Sería este hombre capaz de traducir de una lengua a otra sólo por conocer todas las lenguas? Si esta especie de hombre-diccionario conoce las palabras y las características gramaticales de todas las lenguas, posiblemente podría traducir de una lengua a otra; sin embargo, incluso esta traducción sería precaria, pues las palabras de cada lengua encierran cargas semánticas que están dadas por el contexto, lo que hace que cada lengua posea, además, palabras intraducibles como las señaladas anteriormente5. Sobre esto señala Malinowski, en su libro
Coral Gardens and their Magic (1935), que: “every language has words which are not translatable, because they fit into its culture and into that only; into the physical setting, the institutions, the material apparatus and the manners and values of a people" (2002: 12). La tarea del traductor implica necesariamente un conocimiento de los códigos culturales y sociales del idioma original, por lo que se trata también de un ejercicio de contextualización, donde la palabra original se adaptará, al ser traducida,
a otro código cultural marcado por la lengua. La
traducción, por tanto, “must always be the re-creation of the original into something profoundly different (…) it is never a substitution of word for word but
invariably the translation of whole contexts" (Malinowski, 2002: 11; cursivas mías).
El hombre-diccionario que nos imaginamos fracasará inevitablemente en su intento de traducir un texto si desconoce su contexto. La lengua no es aprehensible por los diccionarios o los libros de gramática; estos sirven como guía, por supuesto, pero para aprender una lengua y ser capaz de llevar a cabo este trabajo de traducción de contextos es necesario también vivir la lengua, entenderla en su dimensión social y cultural. Como recuerda Malinowski, incluso un diccionario barato nos permitirá comunicarnos en situaciones cotidianas intrascendentes, pero no aprender correctamente una lengua, traducir textos o comunicarnos de manera profunda con un hablante de esa lengua6. La imposibilidad de la traducción, su condición paradójica, se da en el sentido de que no es posible llevar a cabo una equivalencia correcta entre una lengua y otra, es decir, pretender calcar todo el espectro de posibilidades de una palabra en una lengua distinta es imposible, porque cada palabra tiene su rango particular de significados y modos de empleo. Cada palabra está cargada de la realidad cultural que define la lengua a la cual pertenece7. De allí la importancia del método de estudio llevado a cabo por Malinowski: la observación participante. Entrar en el contexto situacional y participar de él permite al investigador aprender y comprender la lengua en su dimensión de uso, entrar en relación directa con su objeto de estudio y de esta forma estudiar el modo en el que las personas hablan realmente dicha lengua. Como señala Malinowski, a mayor diferencia y distancia entre una cultura y otra, mayor dificultad hay en el proceso de traducción: “When the beliefs, scientific views, social organisation, morality and material outfit are completely different, most of the words in one
language cannot be even remotely paralleled in the other"8 (Malinowski, 2012: 14). Por ello, la traducción “must always be based on a unification of cultural context" (íbidem). Traducir implica, por tanto, un trabajo mucho más profundo que la simple reproducción de textos en lenguas distintas a la original; implica un esfuerzo por traducir no sólo palabras sino también, en la medida de las posibilidades de la lengua, traducir culturas. Desenvolverse en el contexto de la lengua, establecer diálogos con sus hablantes nativos, entenderla teniendo cerca los referentes de su entorno, las instituciones de su cultura, la naturaleza de su geografía, es la única manera de captar la lengua profundidad, pero incluso un acercamiento etnográfico como el de Malinowski impide aprender una lengua ajena en su totalidad, porque desde un principio, como hablantes nativos de otra lengua, entendemos los demás idiomas imbuidos de nuestra lengua madre. No podemos evitar traducir automáticamente apenas entramos en contacto con lenguas distintas. Somos traductores por naturaleza.
Burgess, A. (1984). Is translation possible? Translation: The Journal of Literary
Translation XII [consultado en línea]. Eco, U. (2008). Decir casi lo mismo. Barcelona: Lumen. Malinowski, B. (2002). Coral Gardens and their Magic. New York: Routledge [consultado en línea]. Reyes, A. (2009). La experiencia literaria. Madrid: Fundación Banco Santander. Romero-Figueroa, A. (2009). La lingüística en los albores del tercer milenio. Material de lectura obligatoria para los alumnos de la asignatura Historia de la Lingüística II, Quinto año, recopilado, adaptado y organizado por el profesor Andrés Romero-Figueroa.