NOTAS
Lunes 14 de septiembre de 2009
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POR EL CANAL 7, SOLO SE PUEDE OPINAR A FAVOR DEL GOBIERNO
Vaivenes de la jurisprudencia
¿TV pública o propaladora oficial?
SANTIAGO LEGARRE
L
I
Continuación de la Pág. 1, Col. 6
PARA LA NACION
A Corte Suprema de Justicia de la Nación dictó su tan anunciado fallo en materia de tenencia de drogas. Abundarán cuestionamientos y elogios. Casi todos se centrarán en el tema de fondo. Me ocuparé de un asunto previo: la estabilidad de la jurisprudencia del Tribunal Supremo: 1978, 1986, 1990 y 2009, son las cuatro fechas que conviene retener. Si a uno le dijeran que en esas fechas un poder del Estado ha cambiado de criterio, oscilando entre los criterios A (1978 y 1990) y B (1986 y 2009), uno pensaría en una falta de coherencia institucional; luego, sospecharía de alguno de los llamados poderes políticos: el Congreso y el Ejecutivo, cuyas directivas varían, por definición, junto con las elecciones; pero, no. La que cambió así fue la Corte Suprema, cuando en las cuatro ocasiones abordó el mismo problema, a saber, si la ley penal puede alcanzar a quien tiene estupefacientes en cantidades mínimas para uso personal. En 1978 y en 1990, aceptó la penalización de la tenencia. En 1986 y en 2009, la declaró inconstitucional. De los siete integrantes de la Corte, sólo uno (Carmen Argibay) pareció detectar un conflicto de peso en el hecho mismo de este nuevo cambio de jurisprudencia, y su voto batalla con empeño para evitar transmitir un desconocimiento de la autoridad de un precedente: Montalvo, el de 1990. No así los demás votos, que son cinco, dado que todos los magistrados votan por separado, excepto Highton de Nolasco y Maqueda. En todo caso, y Argibay salva, los distintos jueces intentan dar razones para explicar por qué se apartan del fallo de 1990, pero están lejos de convencer. La brevedad del juez Petracchi, quien meramente remite a su disidencia en Montalvo, parece más sincera, a la vez que abre el camino al develamiento de la verdad: la Corte ha vuelto a cambiar su jurisprudencia sobre un tema que ya había sido resuelto. Una nueva integración del Tribunal, como tantas veces antes, ha aparejado otro vaivén en la línea jurisprudencial. Así, la Corte se comporta de un modo no muy distinto al Poder Legislativo. Si este órgano considera conveniente cambiar una política plasmada en una ley, simplemente la deroga mediante una nueva. Generalmente, esto se da como consecuencia de una nueva mayoría en el Congreso. Refuerza esta analogía el hecho de que el fallo de la Corte sobre las drogas se encuentra plagado de referencias a la política legislativa en materia de estupefacientes, aun cuando se niegue, simultáneamente, que el Tribunal se esté inmiscuyendo en funciones congresionales. La concepción de la Corte como casi legislatura, permitida por una primera lectura de la flamante sentencia, la acerca mucho a los Tribunales Constitucionales europeos, que tanta simpatía generan en jueces como Zaffaroni. Habrá quienes defiendan esta concepción, pero incluso ellos reconocerán que se encuentra lejos del modelo de Corte previsto por nuestra Constitución en vigor, y es a ese modelo que debemos atenernos. Igualmente, también a los poderes estrictamente políticos es dable exigirles una cierta estabilidad en sus decisiones. Uno de los rasgos característicos de los países civilizados es la relativa permanencia de las políticas de Estado, que sobreviven a los distintos gobiernos. De modo que no resulta del todo sorprendente que en un país como el nuestro, en el cual la sola noción de políticas de Estado constituye un crucigrama insoluble, la propia Corte Suprema cambie, por tercera vez en 20 años, su jurisprudencia sobre drogas: acaso nuestra inestabilidad temperamental como nación sea una explicación más acabada. © LA NACION
El autor es profesor de Derecho Constitucional en la UCA.
giosos académicos que en ningún momento expresan inquietud por las pintadas, declaraciones altisonantes y diatribas del matrimonio presidencial contra la prensa (o, si lo hacen, son editados de manera tal que esos comentarios negativos no aparecen, como denunciaron en una reciente carta a LA NACION estudiantes de la Universidad de Belgrano que habían sido consultados sobre este proyecto. El canal, en cambio, prefirió mandar al aire las declaraciones de aquellos que sabían poco o nada sobre el tema). Muy extrañas paradojas cruzan la pantalla de Canal 7. Cuando, el año pasado, arreciaba el conflicto con el campo, hubo fastidio en el búnker K por la supuesta neutralidad informativa de su entonces directora, Rosario Lufrano. El ex presidente, que antes de la malhadada resolución 125 solía sintonizar TN con fruición, había comenzado a odiar intensamente a esa señal de cable cuando algún obsecuente, de esos que nunca faltan pegados al oído de los poderosos, le deslizó la genial idea de procurar una contrarréplica noticiosa desde la pantalla del canal decano. El objetivo era ambicioso y difícil de implementar. Por de pronto, había que correr a Lufrano. Eso fue lo más fácil: la caída de Alberto Fernández la arrastró casi en el acto al ocaso, y entonces se impuso naturalmente el turno de Tristán Bauer en un supercargo: presidente del Sistema Nacional de Medios Públicos. El cineasta venía justificadamente prestigiado por su labor al frente del canal educativo Encuentro (sobre el que mantiene plena influencia) y prometía buen pulso para domar cualquier eventual rebeldía interna. El mantuvo, en lo esencial, la digna y variada programación de Lufrano (de hecho, su segundo, Martín Bonavetti, se convirtió en director ejecutivo), pero les dio más aire e intencionalidad a los noticiosos y, lamentablemente, bajó las ficciones propias. Todo se produce afuera y, por eso, la mayoría de los empleados de la emisora, afiliados al Sindicato Argentino de Televisión (SAT), están de brazos cruzados. No así los que responden al gremio periodístico (UTBA): hoy, el 7 es el canal que tiene más cantidad de informativos esparcidos a lo largo de toda su grilla: Visión Siete primera mañana (a las 7), Visión Siete Latinoamérica (a las 8), Visión Siete en contexto (a las 8.30), Visión Siete mediodía (a las 13), Visión Siete edición central (a las 21) y Visión 7 medianoche (a las 24). Por si todo esto no alcanzara, convocó al productor Diego Gvirtz para armar otra tira diaria, en el central horario de las 20, llamada 6-7-8. Allí se combina la más rancia y oficialista bajada de línea sobre los temas de actualidad con filosos informes compaginados al mejor estilo TVR. Por supuesto, el o los invitados de cada día son “del palo”, y los denuestos contra la prensa son tan indiscriminados que ni siquiera la conductora y los panelistas fijos se toman el trabajo de ponerse a resguardo de sus propias escupidas para arriba. La llegada aluvional del fútbol a las pantallas del 7, si bien favorece el acrecentamiento veloz de su audiencia, paradójicamente destroza, al mismo tiempo, una grilla de programación en la que algunos de sus informativos y de sus auspiciosos programas culturales son levantados o desplazados hacia los
extremos horarios (muy tarde, en trasnoche, o muy temprano, por la mañana). Bauer está más que entusiasmado por la reciente decisión presidencial, que se inclinó por la norma japonesa de TV digital, lo que, dentro de algún tiempo, probablemente posibilite a Canal 7 desdoblarse, por lo menos, en un par de señales más (una deportiva y otra, tal vez, la ansiada señal informativa). Como eso no será pronto, el titular del SNMP prefiere echar por tierra una de las virtudes más preciadas de esa sintonía: su respeto de la programación anunciada y su loable rigor horario para comenzar y terminar cada ciclo. Durante el fin de semana anterior, como si no fueran suficientes las seis ediciones diarias de su noticiero, presentó Visión Siete edición especial enteramente dedicado a la ley de medios, con testimonios, invitados en piso, conductores y mensajes de los oyentes embanderados sin fisuras con el proyecto oficial, con la excepción de tres fugaces declaraciones en contra. Al menos fue más que lo presentado, pocas horas después, en Nación Zonámbula, donde se dio curso exclusivamente a las opiniones favorables. En el programa especial, una columnista que se destaca por estar siempre pronta para “decodificar” las maldades de los “grandes medios”, dijo algo con inquietante franqueza: “Aclaremos que este proyecto de ley habla de medios audiovisuales. No está metiéndose para nada con los medios gráficos, que es una cuestión a discutir en otra oportunidad”. Otro día, en un flash informativo desde el Congreso, un cronista hizo deducciones rápidas y aviesas al explicar: “El cuestionamiento al tratamiento de la ley es, por lo tanto, un apoyo a la continuidad de la ley firmada por Martínez de Hoz y el dictador Jorge Rafael Videla”. Cuando el diputado Miguel Bonasso se refería a la necesidad de introducirle al proyecto “cambios copernicanos”, la transmisión se recuperó de inmediato en estudios,
para ir a una oportuna pausa. En una reciente edición de Visión Siete en contexto, se intentó una asociación todavía más antipática sobre la aún vigente ley de radiodifusión, al decir que fue firmada por “el ruralista Martínez de Hoz” (se le pega, de paso, a dos de los enemigos declarados del kirchnerismo: el campo y la dictadura militar). No es ninguna novedad decir que algunos medios privados hacen una oposición cerril al proyecto oficial con la misma intensidad que Canal 7 aplica para defenderlo. La comparación, sin embargo, no corresponde, ya que en el primer caso se trata de posturas tomadas por particulares, que se representan a sí mismos y se legitiman por la audiencia o circulación que consiguen, mientras que la emisora oficial no puede ni debe asumir posiciones sesgadas, por representar a toda la
La emisora oficial no puede ni debe asumir posiciones sesgadas, puesto que representa a toda la ciudadanía ciudadanía (incluso a aquellos intereses que se sienten afectados). Por lo tanto, la equidad en la administración variada de opiniones debería ser su norte, en vez de asumirse como mera propaladora del poder de turno. Canal 7 venía recuperando en los últimos años algunas calidades perdidas durante el menemismo, fugazmente recuperadas en tiempos de la Alianza y vueltas a perder en medio de las sucesivas crisis de principios de siglo. Con todo, aún conserva un mérito muy valioso: ser la emisora con mayor diversidad temática de la televisión argentina. Conviven en su ecléctica grilla programas para la comunidad judía (AMIA para todos) y para la colectividad árabe (Desde
el aljibe), y el Papa da su bendición cada domingo desde el Vaticano. Con pocas horas de diferencia, en Nuestro Ejército se exhiben ejercicios militares y, en Madres de la Plaza, la titular de esa entidad, Hebe de Bonafini, se muestra distendida, aunque siempre dispuesta a soltar alguna declaración destemplada (“Soy chavista”, dijo en la penúltima emisión). La emisora de la avenida Figueroa Alcorta (edificio construido por los militares para el Mundial 78) tiene la mejor programación fílmica, presenta programas de calidad para chicos, estimables ciclos históricos y científicos, interesantes documentales, variados shows musicales y el pintoresco Loto, con Riverito. Estrenó recientemente la atractiva miniserie española Bruno Sierra, el rostro de la ley y tiene entre sus huestes a figuras de prestigio popular, como Natalia Oreiro, Diego Capusotto, Enrique Pinti, Soledad Pastorutti, Lalo Mir, Adrián Paenza, Juan Alberto Badía, Marcos Mundstock e Inés Estévez, entre otros. También su pantalla está alerta para transmitir el básquet, los festivales folklóricos del verano y la excelente programación que le cede Encuentro (con el que coproduce actualmente la ambiciosa miniserie histórica sobre el cruce de los Andes, con Rodrigo de la Serna como el general José de San Martín). Canal 7 también muestra paisajes, oficios y personas de todo el país que no suelen verse en otras pantallas, y hace bien en no tener entre sus prioridades la búsqueda del más alto rating (obsesión reservada para las emisoras comerciales). ¿Por qué malograrlo, entonces, en aras de necesidades políticas tan coyunturales? Si fuese realmente una TV pública, ¿Canal 7 no debería cubrir y tratar los temas de la actualidad nacional, incluidos los movimientos en torno de la ley de medios, con la amplitud necesaria para abarcar todas las voces y no sólo las del oficialismo? © LA NACION
DIALOGO SEMANAL CON LOS LECTORES
Pastores en la Bolsa “E
N la edición del sábado 5, en la sección Economía, publicaron un artículo con el sugestivo título de «Semana bucólica, salvo por Aluar y los bonos». Me cuesta imaginar cuánta poesía habrá en el mercado de valores o que se refieran a las poéticas campiñas argentinas. ¿No habrán querido decir «abúlica»?”, se pregunta Silvia Caeiro. Seguramente hay quien encuentra más poesía en las operaciones bursátiles que en las églogas de Virgilio, pero sospecho que el autor no usó el adjetivo por eso, sino porque creyó que bucólico significaba ‘tranquilo’ o algo por el estilo. A menos que, influido por el conflicto con el campo, haya querido dar un tono pastoril a las transacciones financieras.
según la cual la e breve tónica del latín diptonga en ie en español y la o breve tónica diptonga en ue. El verbo descollar no viene directamente del latín, sino que se formó en español con el prefijo des- y el sustantivo cuello, que sí viene del latín collum. Cuando se forman palabras sobre otras que han diptongado, puede tomarse la raíz latina sin diptongar (por ejemplo, bonaerense, con la raíz de bonus, ‘bueno’) o la forma española con diptongo (por ejemplo, amueblar, de mueble), pero en los verbos a veces se toma la raíz sin diptongo y se usan las formas con diptongo en sílaba tónica, por ejemplo amoblar, que conserva la o en amoblamos y diptonga en amuebla. El caso de descollar es igual al de amoblar.
Sacar el cuello
Voseo
Escribe la licenciada Andrea Cecilia Testa: “Le quería comentar un error que apareció el sábado 5 en la revista ADN, en la página 4. La nota «Regresan del olvido las pioneras del arte abstracto», dedicada a Yente y Prati, dice: «...ese ejercicio en el que Lidy Prati descolla...». El verbo descollar es irregular en la correlación de presente, formada por los presentes del indicativo, subjuntivo e imperativo. La irregularidad consiste en que, en las formas en que la sílaba de la raíz es tónica, la vocal o diptonga en ue. Son verbos de la primera y segunda conjugación, como contar, volver, desollar, descollar, mover, soltar, moler”. En efecto, la forma correcta es descuella. Este diptongo responde a una ley fonética
También la doctora Diana Daich se refiere a los verbos que diptongan. Escribe: “Tengo una duda con verbos que diptongan en ue: mostrar, tostar, contar. Sé que se dice muestres, tuestes, cuentes, pero encontré, y quiero saber si esas formas están aceptadas, mostrés, tostés y contés”. Esas formas del presente de subjuntivo son en su origen formas de segunda persona del plural (equivalentes a mostréis, tostéis y contéis), correspondientes al voseo. Como el pronombre vos es en su origen un plural, exige en principio verbo en plural. Por eso decimos, en presente de indicativo, mostrás, tostás y contás (formas, en su origen, equivalentes a mostráis, tostáis y contáis). De la misma
LUCILA CASTRO LA NACION
que mostrés no diptongue y muestres sí se debe a que en un caso la raíz es átona, y en el otro, tónica.
Una sigla en plural
manera, se usaban en presente de subjuntivo las formas de plural mostrés, tostés y contés. Pero nuestro voseo no es puro y hoy en día esas formas del presente de subjuntivo se oyen muy poco, generalmente en personas de edad, y se usan las formas de segunda persona del singular: muestres, tuestes, cuentes. La Real Academia Española, que ha incorporado recientemente las formas del voseo al paradigma verbal, registra solamente las formas del singular, pero esto no significa que las formas del plural sean incorrectas, sino que las nuevas generaciones han dejado de usarlas. Pero las personas mayores que siempre las usaron no tienen obligación de cambiarlas. Esto no tiene que ver con el hecho de que el verbo diptongue. Lo mismo ocurre con otros verbos. Por ejemplo, antes se decía comás y ahora suele decirse comas. Lo que ocurre es que en los verbos que diptongan se nota más la diferencia, pero el hecho de
Desde Colón, Entre Ríos, escribe Teresa V. de Arijón: “En mis escritos evito, dentro de lo posible, el uso de abreviaturas, que suelen ser, salvo las más usuales, algo confusas. En el artículo del día 5 titulado «Claves para redactar el primer currículum», publicado en la edición digital, aparece una de ellas como «CV’s», que, de acuerdo con el contexto, sería el plural abreviado de currículum vítae. ¿Es eso correcto?”. Hace bien la lectora en evitar las abreviaturas no convencionales, que confunden y dificultan la lectura. La que menciona, CV, más que una abreviatura es una sigla y el plural CV’s es incorrecto. Las siglas pueden representar una construcción en singular o en plural, pero en la escritura son invariables. El agregarles una s minúscula, precedida o no de apóstrofo, es una imitación del inglés. Por eso, cuando la sigla se usa con valor de plural, siempre es conveniente acompañarla de artículo u otro modificador en plural. En el caso citado, si la sigla se hubiera escrito correctamente, se habría entendido que valía por un plural, porque se hablaba de “los CV”. Recordemos, de paso, que la locución currículum vítae, como todas las locuciones tomadas del latín, es invariable: el currículum vítae, los currículum vítae. En cambio, la palabra currículum forma el plural currículums, aunque en estos casos
(palabras que proceden de sustantivos latinos neutros en -um) es preferible usar, si existen, las formas adaptadas al español, en -o, y construir el plural sobre estas formas: el currículo, los currículos.
Concordancia “En un artículo sobre la Legislatura porteña, la periodista dice: «El 80 por ciento de los proyectos aprobados… no tienen ninguna vinculación con la vida cotidiana de los vecinos de la ciudad...». Para mí, se debería decir «no tiene», ya que el verbo se refiere a «el 80 por ciento», pero puede ser que me equivoque. ¿Podría aclararlo?”, consulta Martha A. Gutiérrez. Las dos formas son correctas. Cuando el sujeto es un cuantificador en singular (“el 80 por ciento”) modificado por un complemento en plural (“de los proyectos aprobados”), el verbo puede concordar en singular con el núcleo o en plural con el complemento. De hecho, es más frecuente la concordancia en plural. E incluso hay casos en que solo es posible la concordancia en plural, por ejemplo cuando en el predicado hay un adjetivo o participio que debe concordar con el sujeto: “El 80 por ciento de los proyectos fueron aprobados por unanimidad”. En ese caso, como el participio aprobados debe concordar en género y número con proyectos, el verbo también debe ir en plural. © LA NACION Lucila Castro recibe las opiniones, quejas, sugerencias y correcciones de los lectores por fax en el 4319-1969 y por correo electrónico en la dirección
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