TEATRO | HUGO MIDÓN
“Todo lo aprendí de los chicos” El autor y director de clásicos infantiles como
La vuelta manzana cuenta cómo crea sus espectáculos y explica el estilo que desarrolló durante cuarenta años de carrera POR NATALIA BLANC De la Redacción de La Nacion
H
ace casi cuarenta años que Hugo Midón se dedica al teatro. Desde que estrenó su primera obra, La vuelta manzana, en 1970, junto con un grupo de egresados del Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, nunca dejó de trabajar para el público infantil. Autor y director de veinticinco espectáculos, todavía se sorprende con las reacciones de los chicos, tanto en el aula como en la platea. En su oficina del instituto Río Plateado, donde dicta clases para niños, jóvenes y adultos, Midón cuenta que le gusta ver las escenas que improvisan los alumnos. “Tenemos un grupo de tres a cinco años. Debería filmarlos, porque se dan situaciones desopilantes. Una vez les dije que en el teatro es imprescindible que exista el conflicto. Como me miraban extrañados, les expliqué que eso se daba cuando uno quiere una cosa y hay alguien que se opone. En la clase siguiente, hicieron una escena con dos señoras en la playa y un chico que las molesta. Para defenderse, las mujeres llaman a un amigo que, cuando llega, les dice que no puede ayudarlas. ‘¿Por qué?’, le preguntan ellas. Y él les responde: ‘Porque tengo muchos conflictos’. Era una síntesis perfecta de lo que yo les había explicado.” –¿Siente que aprende frente a las reacciones de los chicos cuando ven un espectáculo? –Claro, todo lo que sé de teatro infantil me lo enseñaron ellos. No hay literatura, cursos ni manuales que enseñen tan20 | adn | Sábado 14 de noviembre de 2009
to como la experiencia de trabajar para los pibes. También aprendí mucho de Ariel Bufano, mi maestro; sus espectáculos eran de un nivel extraordinario. Alguien que me influyó mucho y me abrió la cabeza es Gianni Rodari, un docente italiano que desarrolló un sistema para incentivar a los chicos a inventar historias. En su libro Gramática de la fantasía, detalla una serie de actividades lúdicas. Me sirvió para resolver el tema de la inspiración cuando tengo que escribir y no se me ocurre nada. –¿Tiene un método creativo o cada obra surge de un modo diferente? –Cada una tiene su historia. Playa Bonita, que estrené este año, se planteó como un taller de montaje con egresados de la escuela. Después de las audiciones quedaron nueve actores: ocho mujeres y un varón. Empezamos a trabajar con la directora vocal y la coreógrafa, dos días a la semana, durante cinco horas. Yo propuse que la historia transcurriera en la playa, que es uno de los lugares donde las cosas todavía son como hace cincuenta años: el baldecito, el castillo de arena, el bañero, las familias que llegan cargadas de bolsos, las chicas que toman sol, los que juegan a la paleta. Los actores aportaron sus propias experiencias y algunas escenas surgieron de la improvisación. Después de los ensayos, escribí los textos. Siempre trato de que las palabras tengan otro sentido, otra lectura. Midón escribe a mano en cuadernos de hojas rayadas. Cuenta que en algún momento usó computadora, pero la abandonó cuando perdió un material en pleno desarrollo. Entonces, decidió volver al lápiz y el papel. “Guardo los lápices con los que escribí cada obra y les pongo el nombre: Huesito caracú, La trup sin fin, Derechos torcidos.” –Hace unos años dirigió el programa de televisión Vivitos y coleando. ¿Hay diferencias a la hora de dirigirse a los chicos en teatro y en TV? –Sí, cada uno tiene su lenguaje. A mí, que tengo un público amplio, me interesa que los pibes lo pasen bien, que se diviertan, que se emocionen y que les queden algunas cosas para charlar con sus pa-
CLAVE. “Trato de no repetir los recursos de mis obras exitosas. Hacer siempre lo mismo no me divierte”
SEBASTIAN SZID
dres. Si quieren entender algo que vieron o escucharon, van a preguntar. Desarrollé un lenguaje teatral basado en la acción: creo que si te apoyás sólo en la palabra, corrés el riesgo de perder la atención o que algunos se queden afuera. La televisión fue un esfuerzo tremendo. Me di cuenta de que trabajar tanto para un mismo proyecto, como hacemos en el teatro, no va con los códigos de la TV. –¿Cuál es su clave para desarrollar una carrera a largo plazo y no aburrirse en el camino? –No repetirme. Muy pocas veces trabajé por la plata, a pedido de un productor. Esos espectáculos no me salen bien porque no los hubiera elegido. Ante todo, yo me tengo que calentar con el proyecto para que a su vez pueda calentar al resto del equipo: los músicos, el coreógrafo, los actores. Una obra se ensaya seis horas diarias, todos los días, durante dos o tres meses. Trato de evitar repetir los recursos que utilicé en mis espectáculos más exitosos. Hacer siempre lo mismo no me divierte. –¿Cómo sabe que una obra va a funcionar?, ¿por intuición, experiencia? –No tengo la menor idea de si un espectáculo va a interesar o no. Para Huesito caracú, por ejemplo, elegí el tema del
campo porque es un lugar que me había empezado a enganchar en aquella época. Incluí la lucha del hombre contra la naturaleza y hasta un ovni que bajaba en medio del campo, porque toda la gente con la que había hablado había tenido alguna experiencia con esas cuestiones. No sabía qué podía pasar con el público. Sin embargo, es una obra que encantó. Los chicos la disfrutaron muchísimo, como si estuvieran viendo una de ciencia ficción. –¿Qué lo sorprende hoy de los niños en relación con los que vieron sus primeros trabajos? –Digamos que ahora maduran con mayor rapidez, porque la educación ha cambiado, porque cuando preguntan algo se les explica sin tantas vueltas. Pero la diferencia más notable es la que existe con respecto a mi generación. Cuando yo era chico no había televisión. Nosotros escuchábamos radio: Poncho Negro y Tarzán, todos los días, de 5 a 6. Después salíamos a la calle a jugar hasta las 9. A esa hora se escuchaban silbidos: cada padre silbaba de una manera distinta para llamar a su hijo. Yo sabía que, cuando escuchaba un sonido largo y después corto, era mi viejo. © LA NACION