Tierra adentro del Este, entre pizzas, paellas, jazz y atardeceres de ...

2 mar. 2008 - una de las mejores desde Fray Bentos hasta el Chuy. [URUGUAY ]. Los mejores restaurantes, desde el viejo caserón de Mallmann en Pueblo.
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Turismo

Página 10/Sección 5/LA NACION

Semana Santa // Recorrido gourmet

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Domingo 2 de marzo de 2008

El mundo en primera persona Por Katja Alemann

[ URUGUAY ]

Para LA NACION

Tierra adentro del Este, entre pizzas, paellas, jazz y atardeceres de campo Los mejores restaurantes, desde el viejo caserón de Mallmann en Pueblo Garzón hasta la chacra de Miguel en San Carlos

Costa Rica, con insectos de todo tipo y en familia La actriz recuerda alegrías y padecimientos por igual, en los años que pasó en ese país

de Francia y las especias se cultivan en el jardín del fondo. Algo así como la globalización hecha milanesa. Aunque está perdido en medio del campo, este hotel tuvo ocupación completa durante enero y mitad de febrero, en gran parte gracias al boca en boca que genera la fama de Mallmann, que hasta el año último era dueño del restaurante Los Negros, en José Ignacio.

Por José Totah

Rumbo a Lo de Miguel

Para LA NACION

P

UNTA DEL ESTE.– Quienes estuvieron en la península en enero y febrero pueden atestiguar que no hubo en toda la temporada más de tres o cuatro días seguidos de sol. Y saben también que en marzo los cielos casi siempre son azules, el agua cálida –y sin aguas vivas al acecho– y el clima muy suave. La Semana del Turismo que se viene es tal vez la oportunidad para tomarse revancha de tanto mal tiempo, pero no sólo para disfrutar de la playa, sino para subirse al auto y almorzar en los mejores restaurantes tierra adentro del Este, desde el refugio del cocinero Francis Mallmann en un pueblo congelado en el tiempo hasta una misteriosa chacra gourmet camino a San Carlos. El minitour gastronómico que proponemos para Semana Santa en Punta empieza en Pueblo Garzón, al que se llega en auto por la ruta 9 (se puede tomar a la altura de Manantiales), doblando a la izquierda en el kilómetro 175 y andando un buen rato por un camino de polvo dibujado en una llanura verde. Con calles de tierra, una plaza y una sola proveeduría llamada Jonathan, este poblado –John Wayne hubiese podido filmar ahí una de vaqueros– fue hace casi un siglo una ciudad pujante y productiva, gracias a su molino y sus canteras de granito, las más grandes de Uruguay. En ese entorno, donde al sol del mediodía sólo transpiran dos o tres almas errantes y algunos perros vagabundos, como personajes de un decorado de otra época, aparece el hotel Garzón, emprendimiento del cocinero Francis Mallmann. Se trata de un viejo caserón reciclado que alguna vez fun-

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Francis Mallmann cambió José Ignacio por Pueblo Garzón, donde funciona su hotel y restaurante

DATOS UTILES ALOJAMIENTO ● Posada Paradiso

(www.posadaparadiso.com) Picaflores esquina Biguás, casi en la entrada de José Ignacio, (00) (598) (486) 2112 La habitación doble cuesta unos US$ 150 la noche. Hay descuentos del 20% ● Hotel & Restaurant Garzón (www.restaurantgarzon.com) Ruta 9 hasta kilómetro 175 y luego doblar a la izquierda 11 km hasta Pueblo Garzón (00) (598) (410) 2811 El precio de la habitación doble, por noche, es de US$ 460 ● Restaurante Lo de Miguel Tomar el camino a San Carlos desde La Barra (10 minutos) hasta la Finca y Granja Narbona, donde funciona el restaurante (00) (598) (410) 2999

cionó como proveeduría de ramos generales, donde hay cinco habitaciones y un restaurante. La noche cuesta 460 dólares e incluye el privilegio de todas las comidas y un open bar para entonarse al borde de la pileta cuando llega el atardecer, mientras de fondo frasea el piano de El Duque Duke Ellington. “Todavía queda lugar para Semana Santa”, cuenta una de las mozas mientras sirve una milanesa a la napolitana de 50 dólares, que vendría a ser la milanesa más cara de la historia reciente y, quizá, también la más sofisticada, porque las semillas de los tomates que la acompañan vienen

El camino a San Carlos es, como recita Jorge Drexler en su canción Camino a la Paloma, un “recuerdo de campo y mar”. Sólo hay que alejarse unos 10 minutos de La Barra y tomar desde ahí la ruta a San Carlos para ver cómo estalla frente a uno la maravilla del paisaje charrúa, donde siempre se intuye el océano en el horizonte, aunque no esté a la vista. En ese campo abierto se encuentra el restaurante Lo de Miguel, atendido por el propio Miguel, un hombre de cuerpo grande y hablar bajito, que sirve unos platos deliciosos en una chacra con mística propia, donde suele almorzar la modelo Valeria Mazza junto a su marido y un dream team de hijitos rubicundos. Es un gran programa ir a ver caer la tarde, porque en los árboles y la campiña se proyectan los colores más aterciopelados de la paleta, mientras el dueño saca pizzas de un horno de barro. También hay que citar la Posada Paradiso, en José Ignacio, atendida por Irene Abadi y Gonzalo Ocío. Se trata más de una posada que de un lugar para comer, aunque todos los días Gonzalo hace una paella para los inquilinos y para el que caiga a una hora razonable del mediodía o la noche. Se parece mucho a un hotel de artistas y las habitaciones no tienen tele, radio ni teléfono. “Para esta Semana Santa el precio de los cuartos ronda los 150 dólares la noche, con desayuno e impuestos incluidos, y hay descuentos del 20% si uno pasa los cuatro días”, dice Abadi, que además de haber fundado la posada en 1989 escribe haikus muy lindos y es la segunda mejor jugadora de Scrabble de Uruguay. Por cierto, la paella de Gonzalo es probablemente una de las mejores desde Fray Bentos hasta el Chuy.

MARCELO GOMEZ

Alemann volvió a los escenarios con Kabaret líquido

Me dedico a viajar como pasatiempo preferido. Me gusta viajar en todas sus formas, sea con el cuerpo o con el alma. A veces, viajes de lo más intensos han ocurrido sin mover un pie. Otras, los paisajes humanos me han llevado por aventuras asombrosas. Pero en esta ocasión quiero referirme a algo más tangible, como de hecho resulta comprar un pasaje de avión y aterrizar en otro lado. Me gustaría compartir con los señores lectores algo de mi estancia en Costa Rica, que fuera del sentido idílico que se le atribuyó en su momento, fue un verdadero desafío. Casi siempre hago las cosas a fondo. Así que, también esta vez, desarmé mi casa de una década y media, regalé, guardé, y metí en baúles y valijas lo que consideré apropiado llevar. Llegué a Costa Rica en julio, y subí la montaña en medio de lluvias torrenciales que parecían arrasar con todos mis intentos de preservar algo de la vida pasada. Al llegar y desempaca me di cuenta de mi inútil empeño; colchas, sábanas, almohadas y juguetes me habían costado más por exceso de equipaje de lo que hubiera pagado comprándolas nuevas. ¿Pero al menos mis hijos no sentirían tanto desarraigo? Los primeros meses de lluvias intermitentes y cumplir mis entonces 40 años me situaron ante la ineludible pregunta: ¿Qué cuernos hago acá? Sin embargo, como soy tesonera, no di el brazo a torcer. Inventé un destino. Me dediqué a escribir y a leer, y a criar hijos en medio de la animalada conjunta, que Dios sabe en Costa Rica, es más que abundante. Bichos de los más estrafalarios se presentaron ante mí, casi todos los días uno diferente. Desde una suerte de polilla peludita toda blanca como un pompón, bichos verdes, azules, amarillos y violeta metalizados hasta tarántulas e invasiones de hormigas que se trasladan de a millones como un enorme gusano negro, que después aprendí es poco sabio intentar exterminar –cosa que intenté al borde del colapso, imagínense, el living y las camas negras con hormigas– ya que funcionan como aspiradora de otros bichos y luego abandonan

el hogar dejándolo limpio. Una vez instalada en el cafetal, al pie del volcán Irazú, me hice de gallinas, la estirpe de los gallos Isidoro, conejos, gatos, perros, y un caballo, al que nombré Odin, para cabalgar por el Valhalla. En mi teutona ingenuidad, salía a cabalgar con mi caballo y cuatro perros gigantes a los que llamaba al orden con gritos de guerra, mientras la gente de Santa Cecilia, el pueblo más cercano, escondía todo lo que encontraba, perros, hijos, hasta sillas, en sus casas viéndome pasar como Atila el Huno, un coloso conquistador al que sólo es posible temer. Al observar el efecto de mis excursiones, opté por salir sólo con Odín y dejar los perros encerrados. Recuerdo con especial devoción los paseos por la montaña con mis hijos, la curva del viento, una línea de cipreses gigantes en los que el viento daba la vuelta con furia, las lianas del arroyo en las que jugábamos a Tarzán, el árbol de la vida, un hermoso árbol solitario lleno de flores en medio de una ladera bajo el cual nos sentábamos a meditar y los hermosísimos cielos con las nubes que entraban al valle por el Pacífico o el Atlántico, según las épocas. Pero no todo era bucólico. Además del trabajo artístico compartido con mi entonces pareja y padre de mis hijos, Diego Linares, pintor maravilloso que se ha quedado subyugado por el trópico y el trópico también ha quedado subyugado por él y sobre todo por su pintura, la soledad de la montaña y sus rigores más de una vez me dieron ganas de rajar, hablando bien y pronto, patitas en mano lo más lejos posible. Aún así resistí, terminé mi labor y mi propósito, que se materializó en una especie de novela, y no digo novela porque no quiero alterar el género, que espero tener la suerte de publicar algún día. Sería otro sueño hecho realidad. La autora es actriz. Actualmente presenta Kabaret líquido (de su autoría), en el Maipo Club, Esmeralda 443, 2º piso; los jueves y viernes y sábados. Entrada, desde 35 pesos, en venta en la boletería o a través del 5236-3000.