TEORÍAS FEMINISTAS

(véase cap. 7) es un perfecto ejemplo de bisexualidad na- rrativa. De hecho, la visión de Cixous de la sexualidad femenina a menudo recuerda la descripción.
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CAPÍTULO

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TEORÍAS FEMINISTAS Escritoras y lectoras siempre lo han tenido difícil. Aristóteles afirmó que «la mujer lo es debido a una falta de cualidades» y santo Tomás de Aquino creía que la mujer era un «hombre imperfecto». Cuando Donne escribió Air and Angels aludía (pero sin refutada) a la teoría aquiniana por la que la forma es masculina y la sustancia femenina: cual dios, el superior intelecto masculino imprime su forma sobre la maleable e inerte sustancia femenina. Antes de Mendel, los hombres creían que el esperma eran las semillas activas que daban forma al óvulo que, carente de identidad, esperaba hasta recibir la impronta masculina. En la trilogía de Esquilo, La Orestiada, Atenea otorga la victoria al argumento masculino, expuesto por Apolo, de acuerdo con el cual la madre no era progenitora de su hijo. La victoria del principio masculino del intelecto acaba con el reinado de las sensuales Erinias y confirma el patriarcado por encima del matriarcado. A lo largo de su dilatada historia, el feminismo (aunque la palabra no llegó a ser de uso común en inglés hasta la década de 1890, la lucha consciente de las mujeres para resistir al patriarcado se remonta mucho más atrás en el tiempo) ha pretendido alterar la seguridad complaciente de esta cultura patriarcal, afianzar su creencia en la igualdad sexual y erradicar la dominación sexista en una sociedad cambiante. Mary Ellman, por ejemplo, en su obra About Wornen (1968), a propósito del nexo espermatozoide/óvulo comentado más atrás, «deconstruye. las formas machistas de considerado y sugiere que podemos considerar el óvulo atrevido, independiente e individualista

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(en lugar de «apático») y el espermatozoide conformista y aborregado (en lugar de «entusiasta»). La crítica feminista en sus numerosas y variadas manifestaciones, también h~ tratado de liberarse de los conceptos patriarcales naturali_ zados de lo literario y lo crítico-literario. Como ya comen_ tamos de pasada en la Introducción, esto ha significado un rechazo a ser incorporadas a cualquier «planteamiento» particular y perturbar y derribar todas las prácticas teóricas recibidas. En este sentido, y de nuevo como ya sugerimos en la Introducción, el feminismo y la crítica feminista pueden designarse mejor como una política cultural que como una «teoría» o «teorías». En efecto, algunas feministas no desean abrazar ninguna teoría, precisamente porque en las instituciones académicas, la «teoría» es con frecuencia masculina, incluso machista: es lo difícil, lo intelectual, lo vanguardista de la obra intelectual; y como parte de su proyecto general, las feministas han tenido serias dificultades para exponer la objetividad fraudulenta de la «ciencia» masculina, como por ejemplo la teoría freudiana del desarrollo sexual masculino. No obstante, una gran parte de la crítica feminista reciente, en su deseo por escapar de las «fijaciones y determinaciones» de la teoría y desarrollar un discurso femenino que no pueda vincularse conceptualmente a una tradición teórica reconocida (y por lo tanto producida por el hombre), ha hallado apoyo teórico en el pensamiento postestructuralista y posmodernista, quizás por su rechazo ante la noción de una autoridad o verdad (masculinas). Como comentaremos más adelante (cap. 7), las teorías psicoanalíticas han sido especialmente valiosas para la crítica feminista con el fin de articular la resistencia subversiva «amorfa. de las escritoras y críticas ante el discurso literario formulado por el hombre. Pero es aquí donde encontramos una característica central y a la vez problemática de la crítica feminista contemporánea: los méritos que compiten (y el debate entre ellos) son por una parte de un pluralismo de amplia religión, en el que proliferan diversas «teorías» y que puede muy bien culminar en lo primado de lo empírico por encima de lo teórico; y por la otra, de una praxis teórica sofisticada que co-

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rre el riesgo de ser incorporada por la teoría masculina de la academia y por lo tanto, de perder contacto tanto con la mayoría de las mujeres como con su dinámica política. Mary Eagleton, en la introducción a su obra crítica, Feminist Literary Criticism (1991), también llama la atención hacia «la sospecha de la teoría ... desde el principio hasta el final del feminismo» a causa de su tendencia a reforzar la oposición binaria jerárquica entre una teoría «impersonal», «desinteresada», «objetiva», «pública» y «masculina» y una experiencia «personal», «subjetiva», «privada» y «femenina». Señala que a causa de esto hay un poderoso componente en la.crítica feminista contemporánea que celebra lo «personal» ((lo personal es político» ha sido un eslogan feminista clave desde que fuera acuñado en 1970 por Carol Hanisch), lo «empírico», la Madre, el Cuerpo, la jouissance (el gozo; véase el cap. 7, en «Teorías críticas feministas francesas»). Sin embargo, también señala que muchas feministas están enzarzadas en debates con otras teorías críticas -marxismo, psicoanálisis, postestructuralismo, posmodernisrno, pos colonialismoporque simplemente no hay ninguna postura «libre» «fuera» de la teoría y desocupar el dominio en el supuesto de que exista tal postura equivale a estar envuelto en el subjetivismo de una «política no teorizada de la experiencia personal», incapacitarse uno mismo por ello y adoptar «inconscientemente» posturas reaccionarias. En este contexto, Eagleton cita la crítica de Toril Moi a la resistencia de Elaine Showalter a hacer explícita su estructura teórica (véase más adelante). Estas perspectivas equivalen a una posición dentro del debate crítico feminista y esto nos devuelve a la característica clave (y problemática) de la crítica feminista, que constituye también el recurso estructurador de la obra de Eagleton. Durante los últimos veinticinco años o así, la teoría crítica feminista ha significado, por excelencia, contradicción, intercambio, debate; en efecto, se basa en una serie de oposiciones creativas, de críticas y contracríticas y está en un constante e innovador cambio -desafiando, derribando y expandiendo no sólo otras teorías (masculinas), sino sus propias posiciones y el orden del día-o De aquí que no exista una «gran narrativa», sino muchos petits récits basados en

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necesidades y campos político-culturales específicos -por ejemplo, de clase, de género y raza- y muchas veces, en cierta medida, en controversia unos con otros. Esto repre_ senta a la vez la dinámica «abierta» y creativa de las teorías críticas feministas modernas y una cierta dificultad para ofrecer un breve relato sinóptico de un campo tan diverso vivíparo y que se problematiza a sí mismo acerca de lo qu~ es, por el momento, un período de tiempo considerable. Por tanto, lo que se intenta hacer en este capítulo -aunque es plenamente consciente del cargo de etnocentralismo- es un repaso general de las teorías feministas norteamericanas y europeas predominantemente blancas que abarcaban desde la denominada «primera ola» de críticas de los primeros años de 1960 hasta los logros sustantivos de las teóricas de la «segunda ola» a partir de mediados-finales de 1960. Así se identifican algunos de los debates y de las diferencias capitales que se desarrollan en este período, sobre todo entre los movimientos angloamericanos y franceses. Al planteado de este modo, hemos aplazado estratégicamente el tratamiento de las teóricas críticas feministas del Tercer Mundo / «tercera ola» de los últimos tres capítulos de la obra, donde participan adecuadamente en el complejo e interactivo dominio en el que las teorías posmodernas contemporáneas deconstruyen las identidades sexuales, étnicas y nacionales.

dades morales creadas por posturas e identidades feministas, como de un nuevo «conocimiento» sobre la personificación de las mujeres inspirándose en las teorías psicoanalíticas, lingüísticas y sociales relativas a la construcción del género y la diferencia. La crítica feminista del primer período es más un reflejo de las preocupaciones de la «primera ola» que un discurso teórico. No obstante, entre todas las feministas que trabajaron y escribieron en este período (por ejemplo, Olive Schreiner, Elizabeth Robins, Dorothy Richardson, Katherine Mansfield, Rebecca West, Ray Strachey, Vera Brittain y Winifred Holtby) podemos señalar dos figuras significativas: Virginia Woolf -en palabras de Mary .Eagleton, «la madre fundadora del debate contemporáneo»- que «anuncia» muchos de los temas en los que más tarde se centrarían las críticas feministas y que ella misma se convirtió en el terreno en el cual se han desarrollado muchos debates; y Simone de Beauvoir con cuya obra El segundo sexo (1949), según sugiere Maggie Humm, se puede decir que concluye la «primera ola». La fama de Virginia Woolf reside en su propia obra creativa como mujer, y algunas críticas feministas posteriores han analizado sus novelas extensivamente desde ópticas muy diferentes (véase más adelante). Pero también escribió dos textos clave que constituyen su principal contribución a la teoría feminista, Una habitación propia (1929) y Tres guineas (1938). Como otras feministas de «primera ola», la principal preocupación de Woolf son las desventajas materiales de las mujeres en comparación con los hombres -su primer texto se centraba en el contexto social y la historia de la producción literaria femenina; y el segundo, en las relaciones entre el poder masculino y las profesiones (leyes, educación, medicina, etc.)-. Sin embargo, aunque ella misma rechaza la etiqueta de «feminista» en Tres guineas, en ambas obras ofrece un amplio abanico de proyectos feministas, desde una petición de subsidios para las madres y una reforma de las leyes del divorcio hasta propuestas para una universidad femenina y un periódico de mujeres. En Una habitación propia también argumenta que las obras escritas por mujeres deberían explorar la experiencia femenina en su propio derecho y no realizar una valoración com-

LA PRIMERA OLA DE CRÍTICA FEMINISTA: WOOLF y DE BEAUVOIR

Naturalmente, el feminismo en general cuenta con una dilatada historia política, desarrollándose como fuerza sustancial al menos en Estados Unidos y Gran Bretaña a lo largo del siglo XIX y principios del xx. Los movimientos de los Derechos de la Mujer y del Sufragio de la Mujer fueron determinantes en la formación de esta etapa, poniendo el acento en la reforma social, política y económica -en parcial contradicción con el «nuevo» feminismo de los años de 1960 que, como Maggie Humm ha sugerido en su libro Fe111inisms, hacía hincapié en la «materialidad» diferente de ser mujer y ha engendrado (en dos sentidos) tanto de solidari-

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parativa de la experiencia de las mujeres en relación con la de los hombres. Por tanto, el ensayo constituye una temprana declaración y exploración de la posibilidad de una tradición distintiva de las obras escritas por muieres. La contribución general de Woolf al feminismo, por tanto, es su reconocimiento de que la identidad de gérlerO se construye socialmente y puede ser cuestionada y transfor_ mada, pero en cuanto a la crítica feminista, estudió sin descanso los problemas a los que se enfrentaban las mujeres escritoras. Creía que las mujeres siempre habían encontrado obstáculos sociales y económicos ante sus ambiciones literarias (véase el extracto sobre Jane Eyre en Una habiia. cion propia -A PracticalReader, cap. 3- en este contexto) y ella misma era consciente de la restringida educación recibida (no sabía griego, por ejemplo, y sus hermanos sí) Rechazando una conciencia «feminista» y queriendo que su femineidad fuera inconsciente para poder «escapar de la confrontación con lo femenino o lo masculino» (Una habitación propia), hizo suya la ética sexual bloomsburiana de la «androginia» y esperaba conseguir un equilibrio entre una autorrealización «masculina» y una autoaniquilación «femenina». En este sentido, algunas personas han presentado a Virginia Woolf (sobre todo Elaine Showalter) como una persona que aceptaba una retirada pasiva del conflicto entre sexualidad femenina y masculina, pero Toril Moi avanza una interpretación bastante diferente de la estrategia de Woolf. Adoptando el emparejamiento de Kristeva del feminismo con las obras de vanguardia (véase más adelante), Moi afirma que Woolf no está interesada en un «equilibrio» entre tipos masculinos y femeninos, sino en un desplazamiento completo de las identidades de género establecidas y que desmantela las nociones esencialistas de género mediante una dispersión de puntos de vista en sus ficciones modernistas. Moi argumenta que Woolf rechazó sólo la clase de feminismo que era simplemente un chauvinismo masculino invertido y también mostró una gran conscienciación respecto a la diferencia de las obras escritas por mujeres, Uno de los ensayos mL~S interesantes de \Voolf sobre escritoras es Prolessions [or \!Vómen, en el que consideraba que su propia carrera estaba obstaculizada de dos rnodcs.

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En primer lugar; como muchas escritoras del siglo XIX, se encontraba prisionera en la ideología de la condición femenina: el ideal de «el ángel de la casa» pedía que las mujeres fueran comprensivas, altruistas y puras; crear tiempo y Jugar para_ escribir le suponía a una mujer utilizar lisonjas y ardides terneninos. En segundo lugar; el tabú de la expresión de la pasión femenina le impidió «contar la verdad sobre experiencias propias en tanto cuerpo». Nunca superó en su vida o en su producción esta negación de la sexualidad femenina y del inconsciente. En realidad, no creía en el inconsciente femenino, sino que pensaba que las mujeres escribían de modo diferente porque su experiencia social era distinta, no porque fueran psicológicamente distintas de los hombres. Los intentos de escribir sobre las experiencias de las mujeres eran conscientes y estaban dirigidos al descubrimiento de modos lingüístico s de describir la confinada vida de las mujeres. Estaba convencida de que cuando las mujeres consiguieran por fin la igualdad económica y social con los hombres nada les impediría desarrollar libremente sus talentos artísticos. Simone de Beauvoir, feminista francesa y compañera de Jean-Paul Sartre durante toda su vida, activista pro aborto y a favor de los derechos de las mujeres, fundadora del periódico Nouvelles [éminisme y de la publicación de la teoría feminista, Ouestions [eministes , marca el momento en el que la «primera ola» del feminismo empieza a dejar paso a la «segunda ola». Aunque su muy ifluyente obra El segundo sexo (1949) denota una clara preocupación por el «materialismo» de la primera ola, hace un guiño a la segunda ola en su reconocimiento de las abismales diferencias entre los intereses de ambos sexos y en su asalto a la discriminación biológica, psicológica y también económica, del hombre hacia la mujer. La obra establece con claridad meridiana las cuestiones fundamentales del feminismo moderno. Cuando una mujer intenta definirse, empieza diciendo «soy una mujer». Ningún hombre puede decir lo mismo. Este hecho revela la asimetría básica entre los términos «masculino» y «femenino». El hombre defj ne lo humano: la mujer, no. y este desequi librio se remonta al Antiguo Testamento. Dispersas entre los hombres, las mujeres no tienen una histo-

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r ia separada,

no poseen una solidaridad natural; no se han unido como otros grupos oprimidos. La mujer está relega_ da a una relación descornpcnsada en relación al hornbrc: él es el Uno, ella, el Otro. La dominación masculina ha a~egurado un clima ideológico de conformidad: Legisladores, sacerdotes, filósofos, escritores y científicos se han esforza_ do en demostrar que la posición subordinada de la mujer viene decidida por el cielo y es ventajosa en la tierra, ya la Virginia Wolf, la suposición de la mujer como «Otro» se internaliza más por parte de las propias mujeres. La obra de De Beauvoir distingue claramente entre sexo y género y ve una interacción entre las funciones sociales y naturales: «Uno no nace mujer, sino que se convierte en ella; ... es la civilización entera la que produce esta criatura ... Tan sólo la intervención de alguien más puede establecer a un individuo como Otro.» Son los sistemas de interpretación en relación con la biología, la psicología, la reproducción, la economía, etc., lo que constituye la presencia (masculina) de ese «alguien más». Con la crucial distinción entre «ser femenina» y estar construida como «una mujer», De Beauvoir propone la destrucción del patriarcado sólo si las mujeres escapan de su objetificación En común con otras feministas de «primera ola», quiere la libertad de la diferencia biológica y comparte con ellas una desconfianza de la «feminidad» -escapando así de la celebración de algunas feministas contemporáneas del cuerpo y el reconocimiento de la importancia del subconsciente.

LA

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OLA DE CRÍTICA FE.\IUNISTA

Una forma quizás demasiado simplificadora de identificar los comienzos de la «segunda ola» es consignar la publicación de The Feminine Mystique de Betty Friedan en 1963 que, en su revelación de las frustraciones de las mujeres americanas, blancas heterosexuales de clase media, sin estudios y atrapadas en la vida doméstica, situó el feminismo en la primera página nacional por primera vez. (Frieclan también fundó NOvV, la NationaI Organisation Ior \Vorncn, en 19(6). El feminismo y la «segunda ola» de crítica fcrni-

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nista son en gran parte un producto de -es decir, están modelados por ellos y a su vez contribuyeron a modclarloslos movimientos Jiberacionislas de mediados-finales de los afios de 1960. Aunque la segunda ola de feminismo aún comparte con el de la primera ola la lucha por los derechos de la mujer en todos los ámbitos, su preocupación principal se traslada hacia la política de la reproducción, a la «experiencia» de la mujer, a la «diferencia» sexual y a la «sexualidad», a la vez como forma de opresión y motivo de celebración. En la mayoría de las discusiones sobre la diferencia sexual aparecen cinco aspectos principales: biología experiencia discurso el inconsciente condiciones económicas

y sociales

Los razonamientos que consideran fundamental la biología y minimizan la socialización han sido utilizados principalmente por los hombres para mantener a las mujeres en su «lugar». El dicho Tata mulier in utero (