Sylvia Iparraguirre El Parque
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Índice
Parte 1 La Escuela del Miedo 1. Mirillas
15
2. El Dancing Park
23
3. Pomorska y Mateyka
29
4. El intento
37
5. Cotillón de medianoche
49
6. Vuelta al Hotel Pit
57
7. Mañana del domingo. Coincidencias en Pomorska y Mateyka
63
8. El empresario teatral
79
9. Aparición del caballero Beauconseil, contador de historias
85
Parte 2 Confabulatores nocturni 10. El examen
97
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11. Hotel para Familias Pit, esa noche
115
12. Lisa en La Rueda de la Fortuna
119
13. Aullidos y fuga
131
14. Ajenjo y Noches de Budapest 149 15. El artefacto
161
16. En el mirador
169
Parte 3 El poeta griego 17. El poeta griego
181
Parte 4 La partida 18. En el camino
203
19. ¡Hacerme esto a mí!
209
20. Se precipitan los acontecimientos
223
21. El Parque entre la niebla
225
22. Marco descubre algo
235
23. Encuentro
243
24. Noche final
249
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a Abelardo
a Juan Pablo, Damián, José Luis, Hernán y Josefina
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¡Todos serán bienvenidos! ¡Pero apresúrense para poder ser aceptados antes de la medianoche! FRANZ KAFKA
No toda es vigilia la de los ojos abiertos. MACEDONIO FERNÁNDEZ
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PARTE
2
Confabulatores nocturni
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10. El examen
El Parque lucía ese aire festivo característico de un atardecer de domingo a principios de verano. “El día ideal para llevar a cabo un examen”, pensó Zorroarín mientras cruzaba el arco imponente de la Puerta Oeste, momento en que siempre despuntaba en el fondo de su corazón la emoción familiar del que vuelve a su vieja y querida comarca. Tomó por la diagonal sur que, naciendo en el lejano centro del Parque donde giraba La Rueda de la Fortuna, seguía un caudaloso curso bord e a d a por diversidad de barracas para desembocar al fondo en la explanada en la fachada panorámica de El Laberinto del Terror. Pasó junto a la pagoda del pochoclo y las manzanas acarameladas, y saludó al enano que, en traje de luces, hacía equilibrio en el altísimo taburete. El maestro experimentó una punzada de fraternal envidia ante la perfección del atuendo. Las manos en los bolsillos, el maestro se detuvo frente a la fachada, enorme y barroca, de El L a b e r i n t o. Lo hacía a menudo, en los últimos tiempos. Su mirada recorrió con orgullo la boletería disimulada tras los barrotes, copia de la puerta de la cárcel de Cayena, en la Isla del Diablo; pinturas murales cubrían el largo sector del frente http://www.bajalibros.com/El-Parque-eBook-12824?bs=BookSamples-9789870419211
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con escenas de la antigüedad y del medioevo, entre las cuales se disimulaban las mirillas de la Escuela del Miedo; la pequeña puerta maciza, en arco, en que desembocaba el túnel final y de donde la gente emergía modificada o, simplemente, espantada. Por un minuto, cedió al placer de la muda contemplación de su barraca, perfeccionada por el tiempo y la nobleza de la materia. Al fin, entró por la puerta lateral y encendió las luces. Confirmó la resolución de tomar un examen. Se sentía emotivo y lúcido, dispuesto a estimular esas mentes todavía amorfas y perezosas, aunque cuidadosamente seleccionadas. Ninguno de sus alumnos podría defraudarlo. Había quien era más talentoso y dotado que los demás, pero se trataba de un detalle sin importancia: cada uno se destacaba a su manera y por sus propios méritos. Zorroarín estaba listo para la epifanía de el discípulo, y esto ya había sucedido. O estaba a punto de suceder. Cruzó el salón y fue a su camarín-estudio. Encendió las luces; el espejo brilló orlado de bombitas. Zo r roarín se acercó y se miró críticamente, de arriba abajo. Suspiró. —La paciencia es una larga costumbre —monologó desde una actitud vagamente shakespereana—. Hace tiempo que pienso en Marco, no puedo negarlo. Es brillante, rápido, agudo. Y algo más, y algo más —repitió Zorroarín acercándose a su propia cara; sus ojos oscuros de cejas un tanto mefistofélicas quedaron extrañamente fijos—. Es profundo. Quiero decir: piensa, o llegará a http://www.bajalibros.com/El-Parque-eBook-12824?bs=BookSamples-9789870419211
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pensar. Increíble en estos tiempos. El único detalle fuera de lugar —siguió la voz versátil, repentinamente grave del maestro—, el único elemento extraño y desordenante, es su ingobernable inclinación por el Dancing Pa rk. —Cruzó los dedos sobre una imaginaria barriga de fraile; hacía bailar los pulgares—. Sí señor, se ha enamorado. Como un imberbe novato, como un tonto de capiro t e . Como un perfecto cre t i n o. Ha perdido (seamos justos: está perdiendo) de manera lamentable toda perspicacia, toda lucidez, toda sagacidad investigativa. Ya lo alcanza Pestalozzi. ¡Qué imprevista t o r p eza, qué incalificable desatino! En fin, habrá que hacer algo. ¿Habrá que hacer algo? El Destino tiene la última palabra. El maestro dejó caer los brazos. Necesitaba hablar con Pomorska, eternamente instalado en su cuarto inabordable, pero, ¿cuándo bajaría Pomorska al local? Una prohibición tácita, mezcla de veneración y respeto, impedían cualquier iniciativa de su parte; sería algo parecido a una blasfemia. Cuando fuera el tiempo, Pomorska bajaría. Mientras tanto, Mateyka era el puente, el único que comprendía el lenguaje entremezclado del traductor políglota. En pocos días más, pensó el maestro, debería ocurrir lo que se venía anunciando con signos inequívocos: la partida, la fundación de otro Parque. Paradójicamente, la última palabra no la tenía el Destino, sino Pomorska, el impedido verbal: el único capaz de guiar a los demás en esta etapa. El discípulo estaba casi listo; sería necesario corregir ese sector http://www.bajalibros.com/El-Parque-eBook-12824?bs=BookSamples-9789870419211
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del dibujo, Lisa, que, caprichosamente, había producido una línea fuera del plan original. La corbata de Zorroarín caía floja debajo del segundo botón; el cuello de la camisa, desabroc h a d o. Encendió un cigarrillo y se quedó en el centro de la escena absolutamente quieto, como acumulando energía, hasta que oyó, del otro lado del tabique, el impaciente cloquear de la He rmandad. [...]
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