CAPÍTULO 7
Sin condenación
M
i esposa, criada en la iglesia adventista, me describió una vez cómo le habían enseñado el juicio investigador (o preadvenimiento). “Bien”, comenzó diciendo con sus palabras teñidas de sarcasmo, “te dicen que el juicio se está desarrollando en el cielo en este momento y que no sabes nunca cuándo aparecerá tu nombre, pero si no eres perfecto en ese momento, entonces te borran del libro de la vida para siempre. Pero como no sabes si esto sucedió o no, sigues tratando de ser perfecto, aunque sea demasiado tarde. Tu tiempo de gracia terminó y estás perdido para siempre”. No importa cuánto concuerde esta descripción con lo que muchos adventistas creen, ese concepto pervierte no sólo la doctrina del juicio sino también la cruz. No es sorprendente que muchos adventistas luchen con la seguridad de la salvación o que se unan a otras iglesias o rechacen completamente a Cristo. Con creencias como estas, ¿quién los puede culpar? Como iglesia hemos cosechado, y continuaremos recogiendo, una cosecha amarga hasta que enseñemos el juicio a la luz del evangelio.
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Para comenzar, el texto clave para entender el juicio preadvenimiento no está en Daniel, Levítico o Apocalipsis, sino en Romanos. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). En un sentido, este versículo hace referencia al juicio (después de todo, ¿cómo surgiría la cuestión de la condenación si no hubiera algún tipo de ajuste de cuentas?), pero también presenta el resultado, y es este: No hay condenación. ¿Por qué esta absolución, especialmente si “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), “no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (versículo 12), y “todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6)? Uno puede necesitar fe para creer en la resurrección, en la segunda venida y en la Trinidad, pero no para creer en nuestra maldad y pecaminosidad inherente. De todas las enseñanzas cristianas, nuestra depravación es la más fácil de verificar empíricamente. Esta absolución es todavía más difícil de entender cuando se la compara con los juicios humanos, donde el veredicto de “no hay condenación” llega (idealmente) sólo cuando el acusado es inocente. Sin embargo, en el drama cósmico no está en juego nuestra culpa o nuestra inocencia: hemos cometido todas las cosas por las cuales se nos acusa. Podemos estar seguros, también, de que si nuestros “cabellos están todos contados” (Mat. 10:30), nuestros pecados también lo están. ¿Por qué, entonces, “no hay condenación” para los que se la merecen incuestionablemente? Porque la condenación de nuestros pecados ya ha caído sobre Jesucristo. Somos absueltos, no porque somos inocentes, dignos o perfectos, sino porque Jesucristo lo es, y porque el juicio contra nuestro pecado fue derramado sobre él en el Calvario. Jesús fue condenado para que nosotros no lo fuéramos en el juicio.
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“Ahora es el juicio de este mundo”, dijo Jesús justo antes de su muerte. “Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Juan 12:31). El mundo como un todo fue juzgado en la cruz, y el veredicto fue: Culpable. Sin embargo, el castigo también fue vertido en la cruz, sobre Cristo, razón por la cual cuando sus verdaderos seguidores enfrentan el juicio como individuos, no hay condenación. Pablo escribió: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Dios derramó su justa ira contra el pecado, y por cuanto a Cristo “por nosotros lo hizo pecado”, la ira de Dios se derramó sobre él para que nunca tengamos que sufrir la ira que merecemos. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13). La ley trae una maldición porque señala el pecado, y por cuanto todos han pecado, todos están bajo la maldición. Las buenas noticias son que en la cruz Cristo se hizo “por nosotros maldición”, para que no tengamos que enfrentar la pena que traería la maldición de otra manera. Uno no tiene que ser Adventista del Séptimo Día, ni conocer lo que ocurrió en 1844, para creer en un juicio futuro. “Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14). “El Señor juzgará a su pueblo” (Hebreos 10:30). La diferencia radica en que los cristianos verdaderamente arrepentidos (a diferencia de los que tienen que enfrentar solos al Hacedor), tienen un sustituto, Jesucristo, quien habiendo pagado la pena de sus pecados, se pone de pie en lugar de ellos cuando sus nombres aparecen en el juicio. Elena de White describe lo que ocurre en el juicio investigador: “Mientras Jesús intercede por los súbditos de su gracia, Satanás los acusa ante Dios como transgresores... Ahora él señala la historia de sus vidas, los defectos de carácter, la falta de seme-
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janza con Cristo, lo que deshonró a su Redentor, todos los pecados que los indujo a cometer, y a causa de éstos los reclama como súbditos. “Jesús no disculpa sus pecados, pero muestra su arrepentimiento y su fe, y, reclamando el perdón para ellos, levanta sus manos heridas ante el Padre y los santos ángeles, diciendo: Los conozco por sus nombres. Los he grabado en las palmas de mis manos”. 1 No importa cuántas obras buenas hagamos, no importa cuán santificado esté nuestro carácter, no importa cuán obedientes seamos a la ley, no somos lo suficientemente buenos como para estar de pie solos delante de Dios en el juicio. Isaías escribió que nuestra justicia es “como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6). No es sorprendente entonces que para sobrevivir al juicio debamos tener a alguien de pie en nuestro lugar, alguien que nunca transgredió, que nunca quebrantó la ley, que tiene vestiduras inmaculadas. Tenemos a alguien, a Jesucristo, sobre el cual cayó la condenación de nuestros pecados hace 2.000 años. Sólo por Cristo “no hay condenación” para nosotros, ni ahora ni en el juicio. Este aspecto crucial, el de Cristo como nuestro Sustituto, no se explica generalmente en las enseñanzas del juicio preadvenimiento. Sin embargo, no se puede entender ese juicio sin la cruz, como no se puede entender el Día de la Expiación terrenal sin el sacrificio del animal. Durante el Día de la Expiación típico, entrar al Lugar Santísimo sin sangre llevaba a la muerte física; en el día antitípico, enseñar el juicio sin sangre, sin la sangre de Cristo, sólo lleva a la muerte espiritual. Quizá para muchos adventistas lo que más confunde y desanima con respecto al juicio han sido algunas citas seleccionadas de los escritos de Elena de White con respecto al carácter de la última generación, los que estén vivos cuando termine el juicio. En primer lugar, no importa quiénes sean estas personas o
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cuán purificadas estén, incluso por el poder del Espíritu Santo, cada una de ellas ha quebrantado la ley de Dios. Todos son pecadores y, por lo tanto, ninguno de ellos tiene algo de justicia, en y por ellos mismos, como para poder estar de pie exitosamente en el juicio. Sus buenas obras, incluyendo las realizadas bajo la unción y el poder del Espíritu Santo, no pueden salvarlos. Enseñar alguna otra cosa es enseñar que todos son salvos por gracia excepto la última generación, que llega hasta allí por sus obras. Beatrice S. Neall escribió: “Dios tiene sólo un criterio de salvación: la fe en los méritos de un Salvador crucificado. Sólo la justificación es nuestro título para el cielo. Sería injusto que Dios cambie los requisitos para la última generación”. 2 Lo que salva a los que viven en el tiempo del fin es lo que salva a todos los verdaderos seguidores de Cristo de cada generación: Jesús levantando sus manos heridas delante del Padre y diciendo: “Los he grabado en las palmas de mis manos”. Cristo, como único Sustituto, es la única esperanza para todos, incluyendo a la última generación. Pero qué en cuanto a una declaración como esta: “Los que vivan en la Tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión”. 3 ¿No contradice esto la idea de que sólo Cristo como su Sustituto hace que pasen el juicio? ¡No! Observen el elemento del tiempo en esa cita. La intercesión de Cristo ha cesado. Esto significa que los nombres de estas personas ya aparecieron en el juicio. Jesús, habiendo sido juzgado en la cruz en lugar de ellos, ya ha estado en lugar de ellos y ha abogado con su sangre en favor de ellos. Para este momento sus pecados han sido borrados de la misma manera en que se han borrado los pecados de todas las generaciones: Cristo
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permanece de pie delante del Padre presentando su justicia perfecta en lugar del “trapo de inmundicia” de ellos. No debemos confundir el medio de salvación (Cristo nuestro Sustituto) con el resultado (Cristo en nosotros). Cualquiera sea el carácter de la última generación, cualquiera sea la norma de obediencia y de perfección bíblica que alcancen, lo que los salva en el juicio es lo que salvó al ladrón en la cruz (o a cualquier otra persona): Jesucristo, como su Sustituto perfecto. Algunos, por supuesto, quieren usar esta buena noticia como una excusa para el pecado, lo cual pervierte el evangelio tanto como, o más que, enseñar el juicio sin la cruz. Cada pecado que cometemos, aun aquellos de los cuales nos arrepentimos, deja un agujero por el cual Satanás puede entrar y engañarnos. Cuanto más pecamos, más caemos, y más oportunidades tiene el enemigo para alejarnos de Cristo. Satanás sabe que la única manera de destruirnos es tentarnos a pecar y dejarnos allí, porque haciéndolo con certeza nos separará de una relación salvadora con Cristo. El pecado nos endurece y nos desensibiliza con respecto al bien y al mal, a lo correcto e incorrecto, y tarde o temprano Satanás puede usar nuestro pecado para alejarnos de Cristo, nos demos cuenta o no de ello. Satanás tuvo tanto éxito con Judas, estaba tan engañado por su pecado, que pensó que ayudaba a Jesús al traicionarlo, y está usando la misma táctica con cada uno de nosotros también. Sin embargo, parte de la buena noticia no es sólo el perdón sino también el poder. La clave está en la entrega diaria y completa a Cristo, reclamando sus promesas de fortaleza cuando somos tentados, sus promesas de perdón cuando traicionamos, apoyándonos todo el tiempo en los méritos de Cristo, quien hace 2.000 años enfrentó la condenación de nuestros pecados para que nosotros, pecadores, transgresores caídos, no tengamos que hacer frente a la condenación en el juicio. Aquí está la verdad central, tanto del evangelio como del jui-
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cio. En favor de miles, quizás millones, de personas, el juicio nunca debe ser enseñado sin la cruz en su fundamento. Aprender uno sin lo otro es pervertir ambos. Tristemente, como lo mostraron las palabras de mi esposa, es una lección que no hemos aprendido todavía.
Referencias 1 El conflicto de los siglos, p. 538. 2
Beatrice S. Neall, “Sealed Saints and the Tribulation” [Los santos sellados y la tribulación], en Symposium on Revelation - Book I [Simposio de Apocalipsis – Libro I], Frank Holbrook, ed. (Silver Springs, Md.: Biblical Research Institute, 1992), p. 267. 3 El conflicto de los siglos, p. 478. Este artículo apareció originalmente en la Adventist Review, Agosto de 1996.
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