L A SOCIEDAD Y LAS FORMAS EN LA GOBERNACIÓN DE POPAYÁN, SIGLO XVIII*
* En Historia del Gran Cauca: Historia Regional del suroccidente Colombiano. Alonso Valencia (director). Universidad del Valle, Cali, 1994.
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ara mediados del siglo XVII, la Gobernación de Popayán ya poseía las características políticas que la distinguirían en el resto del período colonial. No obstante, los profundos cambios en su economía y en su estructura poblacional ocurridos en las últimas décadas de ese siglo y en las primeras del XVIII, transformaron en forma definitiva sus rasgos sociales. Hasta entonces, la provincia vivía los retozos de los triunfos de la Conquista. Los ideales de la distinción militar, la exaltación de las hazañas guerreras y la pertenencia a los linajes formados por los primeros pobladores peninsulares constituían los rasgos principales de los grupos privilegiados. Su solidez se había visto favorecida por la existencia de comunidades indígenas que tempranamente pagaron con tributos y servicios el precio de la colonización. Los capitales acumulados a través del saqueo, las encomiendas y las mitas fueron trasladados en su mayor parte a la península, el resto permitió a las familias blancas llevar una vida que, aunque rústica, tenía sutiles rasgos aristocráticos. La circunstancia económica feliz que vivió la provincia desde comienzos del siglo XVIII podía observarse en el renovado flujo de inmigrantes españoles que visitaban Popayán y Cali con interés de avecinarse, los más de ellos atraídos por las ventajas que ofrecían las actividades mercantiles y por una sociedad que no dudaba en acogerlos en su seno, amén de favorecerles nupcias con las doncellas de las familias adineradas de la región. Estos hombres alimentaron los ideales más nobles de las familias a las que se unían, divulgaron conductas de vida diana y se rodearon de un confort hasta entonces desconocido.
En busca de lo cotidiano
La provincia vivió un movimiento de crecimiento demográfico que cambió su centro del campo a la ciudad. Con la riqueza de los mineros, hacendados y comerciantes, Popayán y Cali crearon una vasta red de pequeños tratantes, artesanos y un universo de sirvientes, esclavos e indios. Nacieron barrios, denominados cuarteles, que albergaban a una población mestiza y de baja esfera. Las casas de las familias beneméritas, cercanas a las plazas principales fueron reformadas y decoradas en estilos y con materiales de la nueva época. Fachadas, pilares, robustos cuartos alrededor de agraciados patios centrales y un mobiliario suntuoso fueron elementos distintivos del ambiente doméstico local. En la parte posterior de estas casas, un patio servía de habitáculo a los sirvientes y peones que sostenían el tren de labores diarias. Adjunto a una cocina, existían cuartuchos para los sirvientes, lavaderos y una zona destinada a los aperos y al descanso de muías y caballos que iban y venían de las haciendas. La arquitectura religiosa y civil de la región se levantó durante este período. Sólidas y espaciosas iglesias emergieron para albergar a una nutrida feligresía. Las plazas se empedraron, iluminaron y adornaron con fuentes. Las casas del Cabildo, del Lesoro y del Gobernador, aunque modestas, advertían los signos de la autoridad y el gobierno. Las ciudades adquirieron el tamaño, la altura y el pulimento propio de una sociedad que se sacudía de su acento pastoril. Junto al crecimiento y la riqueza, la sociedad se hizo más barroca en sus formas. Las diferencias sociales se hicieron más explícitas. Multitud de fiestas y celebraciones servían para confirmar el carácter estamental de la ciudad. El Cabildo, la jerarquía eclesiástica, el cuerpo militar y las cofradías se convirtieron en escenarios de ostentación de un privilegio, de ratificación de una calidad y de promoción de los ideales hispánicos. 42
La sociedad y las formas en la Gobernación de Popayán, Siglo XVIII
La esclavitud hizo presencia en las ciudades proveyendo sirvientes domésticos, cargadores y acompañantes. En el curso del siglo, los mulatos y negros libres se hicieron numerosos. En los campos, se emplearon como agregados y ocuparon las riberas de los ríos; en las ciudades, se situaron en los barrios más apartados desde donde practicaban oficios de artesanos sin gremio. Pero, ¿quiénes componían estos grupos? ¿qué significaba ser blanco, mestizo, esclavo o indio? Más que las definiciones legales, cada grupo forjó y vivió, o sufrió, una imagen, resultado de su propia historia en la formación de la región. Los nobles y principales Uno de los hechos más duraderos de la época de la conquista fue la exaltación de un ideal de nobleza y de superioridad de la raza blanca entre la élite de la provincia. Los españoles peninsulares y los españoles criollos tenían en común más que una semejanza étnica, un mismo interés social. A estos españoles los identificaba un origen, un modo de vida y una voluntad de valer más. Pasados los años de la conquista, los españoles modelaron un sentido de sociedad basado en la familia monogámica y cristiana. La legitimidad en las uniones y en la descendencia constituyeron distintivos fundamentales ante grupos étnicos mezclados. La autoridad paterna se revelaba especialmente en el momento de decidir las uniones de los hijos. Una unión deseable era la que se efectuaba con individuos de la misma clase, raza y cultura. Estrategia desarrollada por los padres y parientes que parecía apuntar a defender el "orden" en las familias. Los españoles del siglo XVII conformaban la cúspide de la sociedad. Del siglo anterior habían heredado bienes y privilegios 43
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que conservaban celosamente. Las familias propietarias de tierras y encomiendas lograron ampliar sus títulos a nuevas zonas. Otras, con mayor versatilidad, conservaron sus posesiones rurales y se expandieron a empresas de minería y comercio. Sin embargo, no todos poseían la misma riqueza. Las encomiendas distribuidas en los siglos XVI y XV11 variaban notablemente en el número de indígenas tributarios. Los encomenderos más poderosos eran a su vez propietarios de tierras que explotaban con el trabajo de los indígenas bajo su dominio. Los españoles con encomiendas modestas frecuentemente se veían apremiados a realizar tareas agrícolas para sostener el confort propio de su condición. Esfuerzos que debieron ser cada vez más críticos, dado que la disminución de la población indígena golpeaba con mayor impacto a los pueblos pequeños. Estas diferencias atizaron conflictos en el propio grupo español, aunque ciertas formas sutiles de linaje atenuaban las diferencias. Parentescos lejanos, padrinazgos y favores de grupo daban una imagen de unidad más allá de las desigualdades que pudiera suscitar la posesión de las encomiendas. Frente al resto de la población, los encomenderos defendían su condición de beneméritos, de pertenecer a los linajes que primero arribaron a la provincia y de poseer sangre sin mácula. Pero no todos los españoles eran encomenderos. Muchos eran pobres, descendientes de pecheros que jamás obtuvieron una recompensa por sus audacias guerreras. Poseedores de un apellido español, pretendían condición de nobleza, no obstante desempeñar oficios rústicos. Usualmente laboraban como administradores de las estancias o las haciendas de los beneméritos de Popayán y Cali. También ocupaban los cargos fatigosos de los cabildos, recorrían los campos recogiendo estipendios, vigilando caminos y persiguiendo infractores. 44
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Una comente remozada de españoles hizo arribo a la provincia desde la última década del siglo XVII. Se trataba de mercaderes de diverso origen y talante que llegaban atraídos por los caudales acumulados por las familias hacendiles y mineras. Estos hombres eran en cierto sentido aventureros. Aunque muchos poseían apreciables o discretos capitales, viajaban sin sus familias, acompañados de algún sobrino mozuelo y de sus esclavos de carga. Las familias de la provincia,ricasy propietarias, y ávidas de nutrir susfilascon varones españoles, ofrecieron matrimonios con dotes ventajosas a estos inmigrantes. Según Germán Colmenares, a mediados del siglo XVIII no existía huella en la provincia de los apellidos del siglo XVI. Caleños como el Alférez Real Nicolás de Caicedo Hinestrosa y Francisco Garcés de Aguilar casaron a algunas de sus hijas con españoles que no poseían un céntimo. En Popayán parecería no existir familia principal que escapara a la tentación de enlazarse con estos españoles. Muchas de estas familias eran amplísimas, llegaban a reunir entre diez y quince hijos. En esta circunstancia, casar las hij as doncellas con peninsulares podía constituir también una estrategia de conservación simbólica. Fruto de esta oleada de españoles y de la prosperidad económica de las familias principales, en la provincia se vivió, en las primeras décadas del siglo XVIII, una exaltación del ser hispánico. Cualquier afrenta, especialmente callejera, al origen peninsular o criollo, era tomada como una afrenta de honor. Este hecho hizo que muchos individuos y familias elaboraran cuadros genealógicos en los que pretendían demostrar ante el Cabildo o la Audiencia su origen peninsular. Los criollos alegaban descender de los primeros conquistadores. Los documentos de los peninsulares recién establecidos incluían declaraciones que probaban que eran de "solar conocido", pertenecían a "cristiano antiguo" y no poseían "mala traza" de judío o mahometano. 45
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Esta exaltación se vio reflejada además en la adquisición de títulos militares honoríficos, toda vez que no se estaba en zona de guerra. Multitud de capitanías, tenientazgos y maestrías de campo aumentaban la dignidad y el estatus de individuos enriquecidos en la minería. Así mismo, los Cabildos de Cali y Popayán proveían de dignidades a quienes ocupaban los cargos de regimiento o de elección. Si bien los cargos más notables eran del monopolio de unas pocas familias, cargos medios e inferiores estaban abiertos a los criollos de condición modesta y a los españoles recién establecidos. En Popayán, ya en los años treinta del siglo XVII, se ofrecía la segunda alcaldía de elección a comerciantes peninsulares. Quienes ocupaban un cargo de cabildo lograban realzar su estatus y, en ocasiones, obtener algún beneficio pecuniario. Esto se advierte en el hecho de que tanto ellos, como sus familiares, tiempo después reclamaban el prestigio que daba el haber cumplido el cargo. Quienes no tenían la fortuna de sumar títulos ni distinciones exigían perentoriamente el reconocimiento del "don". Este título era privilegio de los hombres blancos, definía principalmente la categoría honorífica de la persona, especialmente a los blancos pobres que, debido a su condición y a su proximidad con los mestizos, corrían el riesgo de perderlo. Las familias principales mostraron, igualmente, a lo largo del siglo, un creciente interés por educar a sus hijos. Hasta entonces, la educación superior se había orientado a vestir los hábitos de alguna orden religiosa. Esta insistencia de tener un religioso en cada familia, continuó. Es sorprendente el número de legados y donaciones para parientes jóvenes que desearan tomar los hábitos. Este hecho hacía que el clero fuera en su mayoría parte orgánica de esa élite. Sin excepción, los miembros del cabildo catedralicio de Popayán eran hijos, hermanos o primos de la 46
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nobleza local. Igual ocurría con los clérigos que poseían parroquias en la provincia. No obstante, en la segunda mitad del siglo XVIII, muchas familias enviaban a sus hijos a Quito o Santafé de Bogotá a que se doctoraran en derecho. Los testamentos de la época ya revelan la presencia de actualizadas bibliotecas en las casonas payanesas. Estos cambios en los ideales y actitudes de la élite tuvieron incidencia en sus estilos de vida. Las casas de Popayán, Cali, Buga y Cartago adquirieron vistosidad y solidez. Los techos se onKriprnn onn tfifi \i IÜC nnprtíic v e n t a n a s v r\z\rFr\p