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Sábado 20 de agosto de 2011
ANTICONSUMO
Hilo, aguja y vida lenta N
UEVA YORK (The New York Times).– Al entrar en el modesto departamento marrón rojizo de estilo ferroviario, uno no se siente tanto en Brooklyn sino, más bien, bajando del tren de vapor en La familia Ingalls. Sombreros de felpa flexibles de ala ancha se agrupan como viejos amigos en un antiguo perchero verde, dando la bienvenida a los visitantes en la puerta. Cortinas simples con rayas blancas, grises y amarillas adornan las ventanas frontales. En la sala intermedia, frazadas de seda cruda y ropa blanca descansan junto a fundas de almohadas de cloqué sobre sábanas de algodón. Puede verse un jumper de lino blanco con volados de chiffon colgado en el único placard junto a una falda flamenco de franela y docenas de otras coloridas creaciones. También se ven remeras, tops y lencería, todo doblado prolijamente sobre pequeños estantes, y algunas perchas de madera con la ropa probada recientemente. Una canasta de mimbre en el suelo contiene ropa recién lavada, que ofrece una sensación muy gratificante. Sarah Kate Beaumont elaboró todas estas prendas, una por una, durante los últimos tres años. Todo empezó como un experimento de autosatisfacción y de capricho artístico, y ahora se convirtió en un estilo de vida. Esa vida puede rememorar los días de los pioneros norteamericanos, pero Beaumont no construye sola su casa. Brooklyn, ferozmente orgullosa de su independencia de Manhattan, es una frontera en expansión pa-
En Brooklyn, la artista Sarah Kate Beaumont es la hija perfecta de la cultura del hágalo usted mismo y del movimiento slow: se hace toda la ropa y da clases a los que quieran imitarla ra el movimiento do it yourself o hágalo usted mismo. Los residentes emprendedores hornean pan, crían gallinas ponedoras, tienen abejas productoras de miel o simplemente renuevan ellos mismos los exteriores rojizos de sus casas. Beaumont, una mujer tímida de unos 40 años, con rulos color caoba, se ubica tan confortablemente en ese espíritu como dentro de sus volátiles vestidos. “Nunca me propuse hacerlo durante tanto tiempo –dice suavemente–. Creo que eso habla de qué bien se siente al hacerlo. El autosustento es realmente motivador.”
Coser para vivir Beaumont empezó a coser para vivir en el verano de 2008, cuando, tras ocho años dando clases de arte en escuelas públicas y priva-
das de la ciudad, decidió ser una artista a tiempo completo. Su idea era compartir su obra dando clases de costura para adultos. Debido a que el momento coincidió con el colapso financiero, decidió modificar su sueño para adaptarlo al sentido común. “Decidí que elaboraría todo lo que necesitara”, sintetiza. Empezó con lencería. Una falda suelta llevaba a un par de pijamas. Siguieron delantales, muñecos de trapo, pilotos, sábanas, toallas de tela afelpada y cortinas. Confecciona todo lo que usa, excepto sus extraños jeans, las medias y los zapatos. A Beaumont le gusta llamar slow clothes (ropa lenta) a su proyecto, luego de que el movimiento slow food (comida lenta) promovió la comida cultivada en casa. Así, Beaumont recicla material de artículos viejos o compra telas relativamente baratas en Manhattan en el área textil. Normalmente le lleva de dos a tres semanas terminar un vestido, y unas pocas horas la ropa interior. Hace dos años decidió ponerles una etiqueta a sus productos, Verysweetlife (vidamuydulce), con la inscripción Hecho a mano en Brooklyn. Aún le queda llevar al mercado esa etiqueta, aunque dice que está lista para comenzar. Sólo hay un tema en el que se está ocupando: poner el precio. “¿Cómo hago para tomar algo en lo que invertí un tiempo y un esfuerzo tremendos y ponerle un precio? Cada pieza es única. Nadie más va a usar eso que uno está usando.” Mientras tanto, Beaumont se mantiene dando clases de cos-
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tura, por las que cobra entre 65 y 500 dólares, según la duración del curso, y también ofrece clases privadas.
Víctimas de las máquinas, no Tamara Morse Brown, profesora adjunta de Sociología en el Brooklyn College, dice que Beaumont ejemplifica el crecimiento económico que se viendo en Brooklyn, iniciado por pequeños negocios, restaurantes y tiendas de ropa. “Los habitantes de Brooklyn quieren tener esta identidad lejos de Manhattan y del consumismo. Hay un elemento de autopreservación y sostenibilidad económica.” En su íntimo estudio, en un segundo piso equipado con cinco máquinas de coser Kenmore y lleno de reglas y moldes de vestidos, Beaumont da clases a adultos –abogados, escritores, abuelas, por ejemplo– sobre fracciones, geometría y prácticas de cortes para obtener un molde de diseño maestro. “No es un signo de inteligencia cuán difícil resulte cortar o me-
dir”, les aseguró a tres alumnos que trabajaban en el diseño de un almohadón, el mes pasado. Harriet Clemons, de 54 años, hizo el curso de tres semanas para poder hacerles ropa a sus nietos. Kate Clifford, de 28, trabaja en una tienda de tejidos de SoHo y quería expandir su repertorio. Una de las chicas con las que vive en Kensington vende muffins veganos caseros. Elizabeth Cline, de 30 años, está escribiendo un libro sobre la moda de bajo costo y la baja en el precio de la ropa, y espera complementar su guardarropa. “Es estimulante poder hacer cosas que son mejores o que al menos alcanzan el nivel de lo que se vende en las tiendas”, explica. Y Beaumont nunca siguió a la multitud: creció en Pittsburgh, bordando y disfrutando de comidas hechas por su madre, chef y repostera. Se especializó en literatura inglesa en el Bryn Mawr College, donde llegó a montar un monociclo usando falda y calzas. Todos los días le da un beso a su radiante máquina de coser blan-
ca de tecnología de punta, junto a las bobinas, que tiene meticulosamente organizadas por color, y los carreteles de hilo. Aunque la de ella es una pasión intensa y solitaria, también es meditativa, en sincronía con casi todo lo que forma parte de la cultura del hágalo usted mismo. Brown retoma: “Se trata de volver a usar las manos, volver a las bases. Y hacer sentir a la gente que no está siendo víctima de las máquinas”. A menos, desde luego, que sea una Kenmore blanca. Frente a sus alumnos, Beaumont se entusiasma una vez más: “Se trata de adultos que muestran sus almohadones y brillan, están tan orgullosos de ellos mismos. Así es como yo me siento la mayor parte del tiempo. No es orgullo relacionado con el ego, sino que me miro al espejo y digo: Puedo hacerlo”.
Liz Robbins Traducción: Nina Plez
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