Relicario laico

Viernes 19 de julio de 2013 | adn cultura | 11. El. ExtranjEro. Relicario laico. poEsía. En Elegía Joseph Cornell, María Negroni rinde un inusual homenaje ...
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Viernes 19 de julio de 2013 | adn cultura | 11

Confesiones de un genio

acaba de publicarse My lunches with orson. Conversations Between Henry jaglom and orson Welles (Metropolitan Books). aunque existía ya un volumen similar, con peter Bogdanovich, éste es más íntimo y filoso: Welles cuenta aquí que no tolera las películas “terapéuticas” de Woody allen, que amaba la ropa interior de Dolores Del río, que Bogart le confió que Casablanca era la peor película que había visto, y que creía todo lo malo que se escribía sobre él . “no creo que lo bueno sea a la larga necesariamente reconocido”, observa con amargura, aunque, como termina la reseña de the new York times, El ciudadano parece desmentirlo.

El ExtranjEro

poEsía

Relicario laico En Elegía Joseph Cornell, María Negroni rinde un inusual homenaje poético a la vida y la obra del artista estadounidense zones insondables, y acaso solo válidas para estos días, regresan a mi mente con mayor intensidad”. Los cuentos están ordenados en sentido inverso al que se sigue habitualmente: primero los más recientes –incluidos dos relatos inéditos en libros–, luego los más antiguos. Así sugieren la idea de “que toda lógica es retrospectiva”. Las crónicas, sin embargo, siguen un orden aleatorio y también agregan dos textos nuevos: “Mi padre, el cartaginés”, que aborda la relación que el filósofo Luis Villoro ha tenido con el indigenismo y con Chiapas; y “Arenas de Japón”, para otro de crónicas misceláneas. La intensidad de la prosa de Villoro conmueve. Su escritura es vehemente, verborrágica. En sus cuentos, los hechos se suceden a lo largo de un tiempo extendido que abarca años, y van convocando innumerables circunstancias cuya causalidad es, en principio, aditiva. Como una conversación, se diría, aunque la estructura responde a un perfecto mecanismo de relojería. Los relatos son pequeños mundos que refieren muchas cosas a la vez. En la introducción, el escritor mexicano afirma: “Uno espera que todo lo que ha escrito sea relevante”. Este deseo resulta ilus-

“la intensidad de la prosa de Villoro conmueve. su escritura es vehemente, verborrágica” trativo para pensar sus textos en general. Hay un efecto de saturación que parece provenir de esa necesidad de que todo lo escrito sea relevante, que todo adquiera la misma importancia. Nada pretende ser secundario. Es tan significativo el detalle como el núcleo, la acción y su comentario. Los protagonistas de Villoro suelen ser perdedores que atesoran dudas y rencores, y cargan con una culpa que se vuelve vital a lo largo del tiempo. Siempre hay un hecho que precipita o propicia la anagnórisis, a partir de lo cual cambia la vida irremediablemente, para mal o para bien. En el cuento “Confianza”, acceder al deseo urgente en una cita casual e inusual puede derivar en una catástrofe: es lo siniestro que irrumpe en lo cotidiano. El boxeador de “Campeón li-

gero” vive con la convicción de que ha cometido un crimen y por eso elige una actividad que lo libera de esa mochila recibiendo golpes. “Corrección” narra la tensa y desigual relación de dos viejos compañeros de un taller literario: un escritor siempre futuro y otro consagrado que deviene un singular corrector de estilo. En “Los culpables”, con la escenografía de los dos lados de la frontera entre México y Estados Unidos como otra protagonista, dos hermanos convencidos de que sin culpa no hay historia escriben un guión cinematográfico que es el pretexto para una confesión. En “Forward » Kioto”, con escenas salidas de la obra fotográfica de Graciela Iturbide, se narra la progresión de una relación amorosa junto al reconocimiento de los lazos que unen al protagonista con un amigo de toda la vida. En “Coyote”, un joven de la ciudad se pierde en el desierto en busca de peyote. En el desopilante “Mariachi”, un mariachi psicoanalizado, a quien todo parece ocurrirle a su pesar, harto de su éxito, se vuelve artista porno sin dejar de ser héroe nacional. “Pegaso de neón” y “Espejo retrovisor” hablan de amores pasados que intentan recuperarse, a medias, de un modo inesperado y sorprendente. En los textos reunidos bajo la categoría de “crónicas” hay, también, reportajes, reseñas y ensayos. El elemento autobiográfico es central y ordenador. Villoro escribe a partir de una experiencia personal que a veces se vuelve un efectivo simulacro discursivo. Importan su voz y su mirada, que intentan evidenciar un mundo bastante conflictivo, por momentos delirante, como transmite “Rushdie en Tequila”. El conjunto exhibe sus temas recurrentes: “Chiapas, el padre, el fútbol, el rock, los viajes, el contexto en que se lee a otros, lo que hacen los escritores cuando no escriben”. Una entrevista a Mick Jagger, una reseña sobre el diario de Andy Warhol, la experiencia del terremoto de 2010 en Chile o de una reunión en la selva zapatista son algunos de los hitos que estos escritos excepcionales abordan con una vasta erudición, agilidad y una gran cuota de humor. C

Elegía Joseph Cornell maRía negRoni

Caja Negra 96 páginas $ 70

Jorge Monteleone Para La nacion

T

oda vida está hecha de acontecimientos y dilaciones, de nimiedades y sucesos, días de diamante o días de detritus. Pero hay biografías cuyo relato, por breve que sea, es poético, pues se torna un emblema. La vida y el arte de Joseph Cornell (Nueva York, 1903-1972) fascinaron a la poeta María Negroni “con la fuerza de una idea fija”. Escribió sobre él en Museo Negro (1999), tradujo el texto de Charles Simic que le dedicó (Totemismo y otros poemas, 2000) y lo incluyó en ese libro originalísimo, Pequeño mundo ilustrado (2012), que remeda el arte recolector de pasiones privadas de su maestro: el catálogo ansioso como poesía de la infancia recobrada, el fragmento como ruina atesorada del tiempo. Elegía Joseph Cornell es el definitivo homenaje, la glosa de su arte imposible y también un autorretrato sesgado, un diario de lírica intimidad –como sugirió David Oubiña– por “interpósita persona”. Joseph Cornell era un hombre un poco irreal y anacrónico e intensamente moderno: vivió siempre en Queens en una calle cuyo nombre parece inventado –Utopia Parkway–, junto con su madre y un hermano parapléjico; nunca se casó pero tuvo un vínculo amoroso y asexual con la artista Yayoi Kusama; fue amigo de Marcel Duchamp y de Susan Sontag, de Mark Rothko y de Tennessee Williams. Aquella especie de recluso, que no sabía dibujar, recorría las calles de Manhattan como un ladrón subrepticio que colecciona cosas perdidas o en desuso. Y componía con los objetos encontrados –esferas y frasquitos, mapas y plumas, cubos y ramas, copas y ma-

riposas y estampillas– verdaderos poemas visuales, hechos de geometría y de magia, al combinarlos en el interior de pequeñas cajas de madera, a menudo cubiertas por un vidrio. Negroni llamó a esas famosas cajas “relicarios laicos”, “juguetes para adultos”, “hoteles líricos”, “cementerios hermosos donde quedarse a vivir”. El duelo de lo perdido se volvía la busca de un repentino paraíso que eterniza la circunstancia: la felicidad plena –apuntó el artista– sería “sumergirse de inmediato en un mundo en el cual cada trivialidad llegase a estar dotada de sentido”. Así suele el niño vivir el tiempo en el juego. Cornell, que tampoco sabía ni quería filmar, aplicó ese mismo método constructivo a sus cortos: reunió una colección de viejos films que fragmentaba y combinaba, o utilizó escenas que otros filmaban para él, pulverizando todo relato y creando una serie de imágenes cuyo montaje creaba a la vez un efecto hipnótico y melancólico. Entre todos los fotogramas de esos cortometrajes hubo uno, en el final de Children’s Trilogy, que hizo abismar la mirada alerta de Negroni: una niña rubia y absorta, que pasa montada sobre un caballo blanco, desnuda y con el pelo que la cubre como una diminuta Lady Godiva, sobre un fondo de estrellas artificiales. La poeta compuso un texto del todo personal con ese material esquivo y ajeno: los monólogos líricos de aquella infanta Godiva cuya inocencia pervierte la mirada; los apuntes febriles de una biografía mínima de Cornell; el registro de los discos dejados al morir, de su biblioteca secreta, de sus gustos fugaces, de versos de los poetas que lo admiraron; la descripción insomne de varios filmscollage. Un texto cuyo diseño no omite poemas caligramáticos, juegos con la tipografía y los blancos de la página, o la caligrafía y los dibujos ínfimos de María Negroni, como arrancados de un cuaderno escolar. Elegía Joseph Cornell no es un libro de poemas convencional, sino algo más similar a su objeto de amor: una miniatura poética de escrupulosa exquisitez, que entiende la poesía como regreso a la vida en la fragmentada ausencia de una persona fantasmal o de una niña que se pasea por el lenguaje en su caballo blanco bajo un cielo de signos. C