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... sufren las instituciones, tanto estatales como privadas -porque alcanza a entidades civiles y profesionales, universidades, cámaras empresarias, sindicatos,.
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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy ISSN: 0327-1471 [email protected] Universidad Nacional de Jujuy Argentina FEIJÓO, Jorge Luis EDUCACIÓN Y CRECIMIENTO Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, núm. 34, mayo, 2008, pp. 13-20 Universidad Nacional de Jujuy Jujuy, Argentina

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CUADERNOS FHyCS-UNJu, Nro. 34:13-20, Año 2008

CONFERENCIA EDUCACIÓN Y CRECIMIENTO(1) (EDUCATION AND GROWTH) Jorge Luis FEIJÓO *

Toda cuestión de naturaleza social que se quiera abordar hoy, exige ser reflexionada en el marco de la crisis que sacude al país, y si estamos en una universidad, lo debemos hacer de cara a la juventud, una juventud que no se resigna a que el futuro sea una fatalidad, una condena, y que vive insatisfecha con el mundo que dejamos los adultos, como lo muestran sus actitudes. Es igualmente importante estimular a que la juventud reflexione la crisis, porque es ella la que debe propiciar el cambio que los adultos no podemos iniciar, quizás por nuestras cargas culturales, que nos atan al pasado. Ellos, en cambio, no son cómplices de ese pasado y están más liberados para ser agentes del cambio necesario, para el que seguramente contarán con el acompañamiento de muchos adultos. La crisis tiene múltiples lecturas y efectos, pero quisiera destacar uno que considero fundamental: las instituciones están quebradas o, si prefieren, están en proceso de quebrarse, lo que significa que están cuestionadas en sus roles, representatividad, legitimidad, competencia y transparencia. Este debilitamiento extremo que sufren las instituciones, tanto estatales como privadas -porque alcanza a entidades civiles y profesionales, universidades, cámaras empresarias, sindicatos, etc.- se debe a tres causas principales. La primera de ellas es la tergiversación de fines y misiones, es decir que, con el tiempo, hemos olvidado para qué era una escuela o un hospital, y hoy poco importa si cumplen sus fines y brindan los servicios que justifican su existencia, es decir, si la escuela educa, si la educación que brinda sirve, si el hospital está en condiciones de atender pacientes, si su cocina no está contaminada, si hay placas de Rx, si los médicos cumplen su horario, etc. Hoy parece que las instituciones se mantienen sólo porque son fuentes de trabajo, y esto es precisamente una tergiversación de fines. Que en una escuela trabajemos muchas personas, no modifica su fin de ser escuela por el de ser “fuente de trabajo”; el trabajo de quienes estamos en ella, es un medio para que ella pueda cumplir el fin para el que fue creada; la sociedad necesita que cumpla esa función. Lo mismo ocurre con el hospital, la universidad, la policía, etc. Con los poderes del Estado pasa lo mismo. Ellos debían estar divididos y ser independientes, lo que seguramente nunca fue ni será perfecto, pero no debía someterse uno a otro, o peor, vaciarlo de poder.

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Universidad Nacional de Santiago del Estero - Av. Belgrano (s) 1912 - CP 4200 - Santiago del Estero - Argentina.

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La segunda cuestión es que en el funcionamiento de nuestras instituciones nos hemos quedado con la liturgia de las formas en lugar de la praxis de lo esencial. Mantenemos el rito electoral pero nuestra práctica es visceralmente antidemocrática, en las instituciones públicas y privadas, y esto no es otra cosa que malversar la participación de las personas, que termina por expulsarlas, perdiendo legitimidad y reconocimiento. Un tercer factor determinante ha sido olvidarse del Bien Común, que el interés general es pre-eminente a los intereses particulares y sectoriales, y que cuando se manipula a las instituciones para lograr ventajas sectoriales o particulares a expensas del Bien Común, ellas podrán ser “útiles” por un tiempo, pero difícilmente se libren del destino mortal que tiene el individualismo y el egoísmo. No está mal que haya intereses particulares y sectoriales, eso es lógico y normal, y forma parte de la vida social que las personas tengamos intereses diferentes. Lo que hay que comprender es que no es posible satisfacer los intereses individuales a expensas del bienestar general, no hay posibilidad de desarrollo personal en un contexto colectivo sometido, no hay posibilidad de desarrollo de la actividad privada sin un espacio público ordenado y funcionando, que resguarde el interés general. EDUCACIÓN Para abordar la cuestión central de esta contribución, cabe preguntarse acerca de los fines que animan a la Educación, qué educación y para qué. La Educación debe servir a la vida, a que el hombre encuentre a través de ella, con ella, los medios necesarios para progresar en la vida, para lograr niveles superiores de calidad de vida, de realización personal e integración social. En una sociedad en la que se observan simultáneamente caras y contracaras: globalización vs. aislamiento, super-confort vs. miseria, institucionalidad democrática vs. práctica autoritaria, desarrollo de la medicina vs. recurrencia de enfermedades superadas, etc., la educación pasa a cumplir un papel fundamental para que se puedan mitigar tales brechas y el hombre pueda formar parte de los beneficios del desarrollo científico-tecnológico y económico. “El proceso de concentración que ha experimentado la actividad económica del país, que ha profundizado las brechas entre favorecidos y perjudicados (personas, sectores sociales, empresas, actividades productivas, regiones, etc.), .... de manera que resulta casi imposible referirse a ‘una realidad argentina’ porque estamos ante ‘varias realidades argentinas’, cada vez más diferentes una de otra, cada vez más atendida unas y más olvidadas otras.”(2) “Esa diversidad de realidades que experimenta el país resulta inabordable para un Estado que insiste en mirar desde un único lugar, con una única mirada y dando a todas la misma respuesta.” “Esa es una causa del problema que experimenta el sistema educativo argentino, desde la sanción de la Ley Federal de Educación (LFE), con las normas y pautas

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de instrumentación que la sucedieron; ... cuando se sigue ‘mirando’ igual lo que ya es distinto, en realidad no se tiene un diagnóstico sino un prejuicio, un preconcepto...”. Si la educación es para la vida, hay que tener en cuenta que no hay “un hombre”, genérico, sin contexto ni circunstancia. Si hay diversidad de realidades que demandan respuestas adecuadas para sendas necesidades vitales, ¿cómo se pretende atenderlas con una sola respuesta?, ¿por qué temerle a que haya tantas ofertas educativas como realidades que la demandan hay?. Una sola respuesta para realidades múltiples es una respuesta para nadie, es el mejor ejemplo de la anti-pertinencia. La educación no puede desatender la realidad de hombres que no tienen mínimas condiciones de vivienda y alimentación. El animal más pequeño, el ave más insignificante, sabe cómo construir su casa: el hombre no. El animal más pequeño sabe cómo procurarse la comida: el hombre no. ¿Cómo ignorar esta realidad desde la educación? ¿Dónde empieza la gradualidad que debe tener el sistema educativo? ¿para todos empieza igual? Este planteo encontrará, seguramente, las siguientes tres objeciones. La primera, que si no se brinda igual educación, no se da iguales oportunidades; pero ¿de qué sirve brindar una misma educación a personas que necesitan cosas distintas?, primero se deben satisfacer las necesidades vitales de todos los ciudadanos, sin cercenar ni limitar el progreso de nadie dentro del sistema, pero no creer que porque se ponen computadoras se brindan iguales oportunidades, eso no es verdad. La segunda objeción será que “se estaría igualando para abajo” -cómo gusta decirse cuando se plantea alcanzar niveles básicos comunes-, pero no es así, porque no se propicia desalentar los grados superiores de educación ni se trunca la posibilidad de que aquellos que están en condiciones de progresar en el sistema lo hagan. Lo que es indudable es que, en educación, la política de Estado debe priorizar el logro de lo que se consideren niveles mínimos de satisfacción de necesidades vitales y educativas por todos los ciudadanos y, sobre una base común debidamente satisfecha, recién entonces, elevar dichos requerimientos mínimos. Puede ser loable que el legislador quisiera elevar la educación obligatoria de 7 a 9 años (con la Ley Federal), pero esa aspiración nada tiene que ver con la realidad provincial –al menos la santiagueña- en la que aumenta la deserción escolar. La tercera objeción es que la “educación común garantiza la preservación de la identidad nacional que compartimos todos los que habitamos el suelo argentino”, lo que es verdad hasta cierto punto, y cada vez más limitada frente a los recursos comunicacionales que perfilan identidades más allá de la política oficial y “la voluntad” de las instituciones educativas y de la familia. Pero aún admitiendo que algunos rasgos comunes debemos conservar, no pueden ser al precio de ignorar o desatender la realidad y necesidad próxima del sujeto. Otra cuestión relativa a señalar es que no habrá diseño educativo capaz de disimular o neutralizar los efectos adversos del divorcio entre discursos - testimonio 15

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de los actores que son -de alguna manera- referencias sociales de la población, joven y adulta. Revincular la palabra con la acción forma parte del esfuerzo por recuperar las pautas de moral mínima (la ley) que deberían funcionar como vínculos sociales de reconocimiento mutuo. Hemos perdido esas referencias, con lo que la falta de coherencia ética de unos contagia a otros y la palabra se vacía de significado, dejando desguarnecida a la educación, que se basa esencialmente en la credibilidad, en el ejemplo. Ahora bien, cuando se habla de educación, muchos “aclaran” que todo es educación, lo que es cierto y vigente, pero oculta riesgos de demasiado “corrimiento” (dilución) de las competencias institucionales y de los actores responsables. A la luz de la crisis institucional señalada al principio, es indispensable mirar y posicionar la educación desde el lugar institucional que le corresponde y donde seguro hay responsabilidades de todos -correponsabilidad social-, pero principal e ineludiblemente del Estado. Ese lugar es, concretamente, las instituciones educativas por naturaleza, escuela, universidad y otras no formales, a cuyo interior hay que mirar y en cuyo interior hay que buscar las pistas del cambio necesario. Sobre el particular hay que destacar dos cuestiones. La primera es que, cuando se transitan problemas de institucionalidad, no hay que “retirar institucionalidad” sino “poner más”. Si hay problemas en la vida democrática, no hay que optar por el autoritarismo, póngase más democracia; si hay problemas de participación, no se deben cerrar canales, hay que abrir nuevos. Es en este sentido que, los problemas de la educación deben abordarse desde la escuela, no sólo con ella, pero no sin ella, ya que es ella la que está comprometida con su entorno, con la circunstancia de las familias y comunidades a las que sirve, ella está cerca de la realidad a la que el sistema educativo debe ayudar a transformar. La segunda cuestión es la necesidad de comprender que la autonomía no es una disquisición discursiva de la política, es atribución y competencia de la institución escolar, con asiento en su interior, en su comunidad educativa. Se debe confiar en que la familia y los docentes de una institución escolar –o de un conjunto de ellas por cosmovisión, por proximidad espacial, etc.- son las personas más adecuadas para diagnosticar la realidad y decidir lo que es mejor. No se puede construir un sistema educativo basado en la subestimación del pueblo, de las familias y de los docentes. La gente no son minusválidos mentales que necesitan que un grupo de políticos o especialistas decidan la educación que necesitan. Los especialistas están para orientar y pautar la instrumentación de la educación que la familia y las comunidades quieren llevar adelante, y la dirigencia política tiene la obligación de darle rango de política de Estado a éstas aspiraciones sociales, de manera que “sobrevivan” a los cambios de gestión gubernamental. CRECIMIENTO Esto nos ayuda a introducir el análisis de lo que es el Crecimiento, el paso de un estadio inferior a uno superior, en cualquier dimensión, cualitativa o cuantitativa, por lo tanto, conlleva juicios de valor implícitos, es una percepción 16

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subjetiva. La idea de “crecimiento” puede tener significado distinto para unos y otros; y aún combinándolos, algunos harán mayor hincapié en los aspectos tendientes al crecimiento cualitativo a través de la satisfacción del espíritu, por el arte o la Fe; otros lo harán desde los materiales, a través de los recursos necesarios para el confort. En fin, en la perspectiva de cada uno, habrá distintas ideas o criterios para priorizar aspectos y tener una idea de lo que es Crecimiento. En lo que seguramente vamos a coincidir todos es que Crecimiento no es igual a decrecimiento, a “ir para atrás”, que es la lamentablemente percepción que se tiene de la realidad de vida que transitan muchos argentinos. A pesar de lo dicho, quisiera proponer la atención sobre tres dimensiones acerca del Crecimiento que, entiendo, la Educación debe contribuir a transitar, porque son de orden básico para detener ese decrecimiento que se percibe. El mejicano Carlos Fuentes señala en uno de sus libros que los estadios culturales más postergado se tiene una idea circular del tiempo, es decir, viven en una circularidad permanente, la que tiene lugar con una “fiesta” que es hito (religiosa, el carnaval, etc.), para la cual la comunidad se prepara desde el primer día: las mejores ropas, acondiciona enseres, ahorra dinero, alista los animales de monta y consumo, organiza la llegada de familiares y amigos que no viven en el lugar, en fin, es la preparación de la fiesta, hasta que ella llega, durará uno, dos o tres días, y en esos días “se consumirán” todo: ahorros, afectos, comidas, animales, vestimenta; tras lo cual, volver a empezar, la preparación de la próxima edición de la fiesta, que seguramente tendrá características iguales, repitentes. Esta idea de circularidad respecto del tiempo consolida el estancamiento, el futuro será igual que el pasado, no permite “destrabar” la realidad de vida, impide activar el estímulo a creer que el mañana puede y debe encontrar al hombre mejor que ayer. Mejor en cualquier significado, en el que para cada uno tenga Crecimiento, pero creciendo. Es Cristo quien “rompe” con esta circularidad del tiempo y le da linealidad, Él es Quien nos da sentido histórico, sentido de perfectibilidad y trascendencia. Él anuncia que aún desde todos los “pozos” en lo que podemos estar o caer (ignorancia, resentimiento) se puede salir y recuperar dignidad, sentido y dirección. La segunda dimensión que quisiera proponer es la espacial, la relación que el hombre traba con su espacio, con su entorno, con su geografía, con su vivienda y hábitat natural. La calidad y sentido económico del hombre está directamente vinculado a esto, y hay un enorme desafío para la educación, que puede producir contribuciones significativas aún en contexto de carencias agudas, como la presente. Por ejemplo, la casa que es rancho, pared de junco y barro y techo de tierra, no es igual a una de adobe, para la que hubo que construir ladrillo por ladrillo, está blanqueada, con patio barrido, flores al frente y atrás una huerta. Esas dos “fotografía” de nuestro ambiente humano, muestran que aún con la misma pobreza se pueden lograr calidades de vida mejor, vivirla más dignamente. En esta dimensión también queda comprendido o condicionado el sentido económico del hombre, porque no es el “mismo” hombre aquel que emplea su energía y trabajo para extraer de la naturaleza sus medios de vida y sostenimiento (hachero, cazador) que aquel que invierte su trabajo (sembrar, criar) para luego 17

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obtener los resultados (cosechar, sacrificar). La consecuencia previsible del primero es que, acabado el monte, necesita que otro (el Estado) lo provea, y su relación de dependencia pasará de la naturaleza a la política. La satisfacción de las necesidades vitales condicionan decisivamente la posibilidad de crecimiento personal, así, los dos aspectos señalados antes, ayudarán en esta tercera dimensión, la estrictamente personal, es decir, en la realización social y espiritual, a la que se debe contribuir desde la educación. Aún en las provincias más pobres -y desde luego en el resto del país- no hay razones objetivas para la pobreza, ella sólo se explica como parte de una cultura política que, sin juzgar intenciones, pergeñó con ella una estrategia para sostener un sistema que de otro modo sería insostenible. Era sabido que la práctica política iba desde el “principismo” al “pragmatismo”, dependiendo dónde se sitúa el actor, cuán más lejos o más cerca de la decisión esté se mueve entre aquellos extremos. Sin embargo, ahora exploramos un subsuelo cultural, como es el cinismo de transgredir la ley y exhibir la impunidad de tales actos, inclusive en el proceso electoral. Esto no podía ser neutro en el comportamiento social, porque con tal ejemplaridad, era previsible que de inmediato todos nos veamos movidos a todo tipo de trasgresión: cruzar semáforos en rojo, romper árboles recién plantados, aceptar designaciones y retribuciones por trabajos que no realizamos, ... porque el otro, el “peor”, nos justifica. Esto debemos corregir de raíz, y la educación puede jugar un papel fundamental. Todos los hombres tienen que poder mejorar sus vínculos sociales, aún los más íntimos, como el que construyen en el seno familiar. No es lo mismo un padre de familia carente de estas referencias e información que otro que cuenta con ellos. Su relación con los hijos se enriquece, califica la autoridad de padres y la autonomía de hijos; hay posibilidades de un diálogo distinto, en el que cobrarán significación los temas de alimentación, higiene, estudio, tecnologías productivas, constructivas, de manejo de recursos naturales, etc. Un hombre que califica sus condiciones es un hombre que califica la cultura política de un pueblo, porque irá cimentando independencia económica y libertad política, condiciones necesarias para el crecimiento. ESPERANZA Hay esperanza y hay razones para la esperanza. Una es de inspiración, porque para el cristiano, la esperanza no es una especulación sobre el futuro sino una certeza sobre el pasado, es el Cristo conocido, que es sentido y destino para la historia y la vida. También hay razones de tipo funcional, como las aspiraciones de desarrollo personal y promoción humana, la inevitabilidad de la verdad (ó las “patas cortas” de la mentira), la precariedad jurídica, que se ha enseñoreado en el Estado, la comunicación, que distribuye información y conocimiento, porque permite conocer cómo viven otros pueblos, que con mucho menos viven mucho mejor. Abre al diálogo 18

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de las culturas. Saber de derechos y deberes por ejercer. Un tercer conjunto de razones son las que se podrían llamar empíricas, aquellas que surgen como evidencias desde la realidad, como que no es verdad que todo pasado sea mejor, porque en relación a treinta o cuarenta años atrás, cada una de nuestras provincias puede encontrar signos de crecimiento, como las posibilidades de estudio en los distintos niveles, los medios para el diagnósticos y atención de la salud, la diversidad comercial, la producción de bienes y servicios, los medios de comunicación formal y alternativos, etc., aunque sea lamentable que el acceso a tales bienes esté muy condicionado. Entre las razones empíricas para tener esperanza también hay que considerar a las actitudes y conductas personales que no se reflejan en los medios de comunicación, como las madres que, a pesar de tantas dificultades y carencias, siguen esperando “algo” de la escuela para sus hijos; el hombre y la mujer que educa, estudia, ejerce su profesión honestamente, sube al tractor, dirige una empresa, despacha combustible, compra semilla, sale a buscar trabajo, o ya no sale porque es inútil, hace changas, viaja para hacer cosechas, atiende un comedor popular. También hay que recordar a las las instituciones que funcionan, a pesar de todo. Pero el renovar la esperanza en el espíritu de cada uno y del grupo social que se integra, exige condiciones o, mejor dicho exige crear las condiciones para la esperanza, porque no se puede ser ingenuo y suponer que las cosas cambian por arte de magia. Tampoco se puede ser ignorante, porque para que las cosas cambien hay que prepararse para lo nuevo, por ejemplo en orden al desarrollo cultural, que comprende promover un cambio al interior de cada uno y al interior de cada grupo humano; vivir la democracia, al interior de la escuela y de la universidad, alentar la autonomía y la gestión participada; aprender a seleccionar el mensaje y al mensajero, no escuchar a los agoreros, cómplices, difamadores y los profesionales en maquillar la realidad; invertir esfuerzos en el desarrollo político, que supone ser ciudadano (dejar de ser clientes), jerarquizar la dimensión común, darle jerarquía política a la solidaridad, recuperar la política y el poder para la sociedad. CAMBIO La Educación es un bien público, y en ella radica la oportunidad de cambio para la política, porque desde ella se puede contribuir a formar ciudadanos con vocación y práctica democrática, compromiso social y conciencia autonómica. “Se deberá hacer un esfuerzo excepcional en este momento inédito, para reforzar y mantener adecuados niveles educativos de la población, considerando que familias, maestros y alumnos, conforman la columna vertebral de la transformación que busca el país. La escuela debe registrar y procesar, más que en ninguna otra parte, las angustias y carencias de la niñez, para que ésta encuentre en sus educadores un factor generador de esperanza”(3). Un cambio que debe ir desde el interior de cada uno, preguntándose lo que es correcto y lo que no y obrar en consecuencia, un procedimiento en búsqueda de 19

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coherencia ética que es indispensable para cambiar. Un cambio que debemos operar al interior de cada institución educativa, en reclamo y ejercicio de la autonomía que corresponde, en compromiso con las comunidades a las que queremos servir. La escuela, la universidad no pueden enseñar lo que no practica: si los estilos de gestión son autoritarios, de nada sirven los contenidos teóricos de formación política y ciudadana. La escuela y la universidad necesitan cambios a su interior y deben nacer de la iniciativa propia, sin esperar que los resuelvan en una oficina ministerial. Este cambio al interior de las instituciones educativas puede facilitarse, si estimulamos la autocrítica y a su interior nos preguntamos por cuán fieles somos a sus fines y misiones, cuál es la ejemplaridad que se evidencia en la gestión, es decir, en la re-vinculación de la palabra con el testimonio. Un cambio en las prácticas cotidianas, en la relación autoridad – docentes – alumnos – padres – entorno social. Un cambio así construido, se proyectará al exterior de las personas y de la institución misma. Un cambio así será difícil que pueda ser o quedar licuado administrativamente. NOTAS 1) Ponencia realizada en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Jujuy, el 11 de octubre de 2002. 2) La realidad universitaria argentina, Jorge L. Feijóo, ponencia en Encuentro de Obispos con Rectores de Universidades Católicas, Buenos Aires, mayo de 2002. 3) Bases para el Diálogo Argentino, Mesa del Diálogo Argentino, 30/01/02, punto 5.

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