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microepisodios y sobre la reconstrucción de las biografías ilustrativas, o también las “historias de vida”. Un episodio singular de alguna crónica puede también ...
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Relaciones Revista de El colegio de Michoacán El Colegio de Michoacán [email protected] ISSN: 0185-3929 México

2003 Edoardo Grendi PARADOJAS DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA Relaciones, verano, año/vol. 24, número 095 Colegio de Michoacán Zamora, México pp. 267-278

El objeto de estudio de la historia contemporánea esta examinado en relación al macro y microanálisis del presente. Las paradojas de historiar la actualidad especialmente en cuanto a un supuesto “estado de la cuestión” están examinados. Las comunidades como tejidos de relaciones interpersonales insertas en contextos sociales más amplios, la estructura política, las transacciones económicas y la cultura son las temáticas revisadas en esta reflexión metodológica. (Historia del presente, historiografía, antropología e historia)

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ARADOJAS DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

Edoardo Grendi*

La historia contemporánea está, en virtud de su propio objeto de estudio, atravesada más que cualquier otra por todas las diferentes perspectivas de las ciencias sociales, por las miles de interrogantes de la conciencia presente. Es paradójico entonces que, por lo menos en Italia, esta historia contemporánea se presente como la más repetitiva de todas, como la menos innovadora. Estaría uno tentado a pensar que el historiador de la época contemporánea parte de un sistema conceptual de certezas casi absolutas, y que considera el trabajo del historiador no como una operación analítica capaz de descubrir nexos significativos y de proponer interpretaciones, sino más bien como una operación política que estaría subordinada a sus certezas teóricas, es decir a una interpretación general preexistente que él estaría obligado a mantener y sostener, o cuando mucho sólo a enriquecer. De este modo, el estatuto de la historia no es sometido, ni siquiera mínimamente, a ninguna discusión: el historiador es un especialista que * Este ensayo de Edoardo Grendi (1932-1999), catedrático de la Universidad de Génova,fue publicado originalmente en italiano en el libro Dieci interventi sulla Storia Sociale, Ed. Rosenberg & Sellier, Turín, 1981, pp. 67-74. La traducción del italiano al españoles de Carlos Antonio Aguirre Rojas. 2 6 7

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debe explicar el pasado, y responder a la pregunta banal de “cómo es que hemos llegado hasta aquí”. Pero hasta aquí, quiere decir ¿hasta donde? El adverbio es de hecho intrínsecamente optativo y capaz de determinar elecciones de importancia absoluta: la sociedad democrática, el capitalismo maduro, el Partido, la vanguardia. Imaginemos por ejemplo el día siguiente a una catástrofe nuclear. Es claro que la pregunta sería la misma, pero es fácil intuir que la elección de aquello que es importante sería diferente, o por lo menos esto podemos augurar a los eventuales sobrevivientes. La noción del “hasta aquí” es siempre una noción retórica, igual que es retórica su proyección educativo-política: se asume que el individuo, el escolar, el ciudadano, aumentarán en algunos centímetros su conciencia si tienen conocimiento de “cómo hemos llegado hasta aquí”. Una noción retórica decía, en cuanto que tiene una capacidad de dilatación infinita, tanto en el espacio como en el tiempo retrospectivo de la “gran historia”, y en tanto que postula una elección de escala que no es reversible, tanto más asombrosa cuanto más es claro que el único “hasta aquí” histórico simple, es el de la personalidad del individuo singular, el de la propia biografía. La civilización se convierte en cambio y de una manera subrepticia en el sujeto del análisis, y la visión retrospectiva de esta civilización es el desarrollo, sea cual sea el signo de este último, positivo o negativo, y sean cuales sean sus contradicciones. Y esta selección teleológica del tema de la civilización procede normalmente como una especie de bulldozeer: es perfectamente congruente con la currícula de la educación (y con sus alineamientos políticos), y además asimila y unifica en las celebraciones de síntesis los milenios de la conquista cultural: la matemática de los babilonios, la filosofía y el arte de los griegos, las leyes de los romanos, los arzobispos y monjes y mercaderes del Medioevo, el arte y la política del Renacimiento, los descubrimientos geográficos, la revolución científica, la revolución política, la revolución industrial, la revolución proletaria. En la práctica, se trata de una propuesta de aculturación a nuestro eurocentrismo más común: este es el verdadero sentido político de la historia como una disciplina institucional. Y el historiador es el clérigo de esta institución, un clérigo que se pone “científicamente” al abrigo,

proclamando que la historia, de cualquier manera, debe de ser escrita nuevamente en cada generación. El mecanismo de la selección cultural opera de un modo perfectamente paralelo al mecanismo de la exclusión. La opción de la gran escala espacio-temporal responde muy bien a esta exigencia. Cualquier sistema social adquiere de hecho, dentro de una prospectiva interpretativa diacrónica, su propia suprarracionalidad, la que deriva de la distribución del poder al interior del propio sistema. Sea cual haya sido la conflictualidad, lo que cuenta en esta visión es su éxito, y esto responde a la lógica de una organización post-factual de los acontecimientos. Curiosamente, podemos así imputarle al historicismo un defecto análogo a aquel que se ha imputado al funcionalismo. “Todo se sostiene mutuamente entre sí”, tanto en un caso como en el otro: mientras en la clave de lectura funcionalista se organiza “todo lo empírico” según la teolología del equilibrio, en la clave de lectura historicista se organizan teleológicamente las jerarquías de relevancia (los Estados, las relaciones de producción) según una sucesión lógica, expulsando el resto, y limitándose así a simplemente registrar la conflictualidad (afirmada pero nunca analizada). Los contemporaneístas aparecen entonces como las víctimas predestinadas de este estatuto de la historia, aún cuando no practiquen la ejercitación señalada como “cabalgata a través de los siglos”: la verificación puntual está en el hecho de que ellos responden muy raramente a las interrogaciones del presente (las que han sido exorcizadas como pertenecientes al “campo de las ciencias sociales”), privilegiando invariablemente sólo uno de esos presentes, el ideológico-político. No es una casualidad que cuando no son ellos mismos diputados, o ministros, o síndicos, estos historiadores contemporáneos están ampliamente involucrados dentro de las instituciones de la información (periódicos, televisión), lo que enfatiza la importancia del mundo de los Partidos y de la política, que aspira así, paradójicamente, a una hegemonía también cultural. Y el macroteleologismo historiográfico es el punto de conexión de toda esta homogeneidad. Pero consideremos empíricamente el trabajo histórico corriente. Es mucho más normal y frecuente que sean los historiadores medievales y modernistas los que escogen los temas diferentes, los que abren nuevas

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canteras de investigación, es decir los que descubren nuevas fuentes y nuevos sujetos de estudio, los que verifican hipótesis y preguntas nuevas, y los que renuevan a veces, a partir de la inspiración de disciplinas hermanas, el aparato conceptual y las interpretaciones. El estándar científico del trabajo se encuentra, en este caso, referido a su calidad analítico imaginativa, capaz de elevar el estudio singular para darle un valor ilustrativo general. No está aquí en cuestión una síntesis que no se llevará a cabo, y el trabajo de un historiador puede ser discutido, impugnado o imitado, pero no rehecho en cada generación. La historia resulta así redimensionada en tanto que experiencia cognoscitiva que es equivalente a cualquier otra, con los mismos elementos de gratuidad, la misma amplitud de opciones temáticas y la posibilidad absolutamente libre de seleccionar y de organizar sus criterios de importancia. Por lo demás, no está claro por qué el historiador debería de condenarse a una perpetua esquizofrenia: ocuparse primero de catastros, de fuentes criminales o de huelgas individuales, y después volver a rehacer y repetir el enésimo Manual, volviendo a contar el acostumbrado periplo de la historia del hombre a través de los siglos. Y por lo menos en este caso estamos en presencia de un contraste entre diferentes estatutos de la historia. Pero en cambio el historiador contemporaneista parece ignorar hasta esta antinomia: el mismo episodio individual está ya, hasta tal punto cargado de valoraciones ideológicas, que incluso ya no interesa en tanto que tal episodio, y por ende ya no puede convertirse en un campo específico de análisis. Dentro de este campo de la historia contemporánea, la diferenciación entre interrogaciones más relevantes y menos relevantes se encuentra ya establecida, y por lo demás, el esquema de esa relevancia explicativa está ya predeterminado. Y también podemos hablar, creo, de un cierto condicionamiento ideológico, a condición de que no se entienda esto equivocadamente como una acusación de parcialidad, y más bien se tenga presente que la crítica está referida sobre todo al tipo de orientación mental que la ideología representa, en tanto una cierta forma de omnicomprensividad de categorías que están ya listas para su uso, es decir, listas para el encuadramiento de los hechos y de los fenómenos históricos. Los temas son entonces exclusivamente lo événementielle, la institución o el debate ideológico: y todo ello dentro de una estructura

analíticamente agotada y dominada por las clases y por los Partidos, que reproduce dentro de este ámbito el debate político, es decir una de las manifestaciones culturales más deprimentes de nuestro tiempo (los discursos de Aldo Moro, las entrevistas de Berlinguer, entre lo esotérico y lo oracular). Se dirá, a propósito de esta orientación macroteleológica, que toda sociedad civil es autocelebrativa, y esta misma idea es válida también para toda institución, la que es cómplice interesada de aquel etnocentrismo del cual deriva su propia autojustificación. Y la historia, y sobre todo la historia contemporánea, está involucrada en esta celebración de “ídolos”. Y no se trata aquí de oponer el macroanálisis con el microanálisis. Porque nadie querrá negar el significado del macroanálisis, sobre todo en una época en la cual las estructuras de interdependencia de los fenómenos diversos, en la escala mundial, aparecen tan evidentes, siendo los soportes analíticos de referencia de algunos de los modelos interpretativos de la politología y de la economía actuales. Pero en cualquier caso, se aceptará también que la función de la modelística no es la de simplificar mecánicamente, reduciendo realidades de relaciones a simples nexos de causa-efecto: porque en la medida en que un modelo es válido en tanto que propone una articulación de distintas variables, entonces es claro que los objetivos analíticos se alcanzan solo reconstruyendo relaciones en cadena, que no deduzcan los cambios a partir de los impactos externos, sino que los verifiquen críticamente dentro del cuerpo social y cultural, que es justamente el sujeto de la propia transformación. El tema de la economía-mundo hoy tan exitoso, argumentado por Braudel como el mejor motivo de un macroanálisis histórico (y, no casualmente, convertido en serie de televisión por los medios de comunicación, en una sucesión de imágenes admirativas sobre el Hombre Europeo), corre el riesgo, en mi opinión, de terminar resolviéndose en un gran fresco de racionalizaciones posfactuales, digamos, en una geopolítica descriptiva del intercambio desigual, que no llegaría a plantearse el problema del cambio social, problema que no obstante ha planteado a los economistas del crecimiento todo el espesor de las realidades socioculturales (“etnológicas”).

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La perspectiva de la gran escala en lo que se refiere a la cuestión del espacio, combinándose con la que se refiere al tema del tiempo, parece fatalmente proponer una teleología de la “civilización”, con finalidades ideológico-políticas. Y la institución educativa se encarga de transmitir la visión confortante de esta pseudoconciencia: entendida como una “misión” y no según esquemas de hipótesis-verificación didácticas. Y es desde este punto de vista que el historiador se convierte en clérigo, y que su rol como aculturador se expande universalmente en tanto corifeo de las instituciones y de la sociedad civil. Las ambigüedades de un tal rol son inagotables. El novelista quiere ser leído, pero en este caso la elección es algo voluntario; en cambio el científico se mueve entre la elaboración analítica y la verificación empírica: y en la medida en que se encuentra marginalizado, no obstante, su rol parece encontrar un consenso unánime. El historiador, en cambio, oscila entre el carácter gratuito de un trabajo sin lectores y la ridícula sacralidad de un educador general que se sustrae a la verificación concreta de su función didáctica. Y esto es posible por la existencia de un genérico consenso retórico, totalmente superficial. Fuera de estas antinomias, me parece que valdría la pena desarrollar las implicaciones de un estatuto alternativo para la historia. Por lo que corresponde al mercado, el ejemplo francés sugiere que el público prefiere privilegiadamente historias particulares, historias de episodios singulares y de ciertos momentos, biografías, es decir, que en cierto modo asimila al historiador al papel del novelista. Y sobre el terreno de la didáctica, se debe observar que ninguna materia dentro de la enseñanza se encuentra más lejana de la fórmula del “laboratorio” de lo que se encuentra la historia, la que propone una confrontación con una narración que no puede descomponerse, como si se descompone un texto literario, y que tampoco es susceptible de ser lógicamente discutida, como si se discute un texto filosófico. Las alternativas a esta situación son, entonces, o la tradicional acentuación pragmática del protagonismo, o el ejercicio complejo que llega hasta sí mismo, o la simple solicitud de curiosidades: todas ellas operaciones confiadas al capricho (o incluso a la flojera) del propio docente. Pero es probable que la historia que posee un estatuto analítico podría llegar a constituir el nuevo referente idóneo para una verdadera refun-

dación de la didáctica. Y esto vale también para la sociedad contemporánea, en donde la retórica se convierte en complicidad (es decir en estupidez y en provecho oportunista). La propuesta del microanálisis histórico tiene aquí, claramente, un sentido provocador, o por lo menos, como se ha visto, un cierto efecto de provocación. Observemos además que está ya en marcha un cierto movimiento de convergencia de distintas aproximaciones hacia este nivel micro: cito, por ejemplo, el reciente boom de la historia de la familia, o el modelo de una historia social concebida como prosopografía generalizada, o las técnicas de estudio fundadas sobre el análisis de los microepisodios y sobre la reconstrucción de las biografías ilustrativas, o también las “historias de vida”. Un episodio singular de alguna crónica puede también proveer elementos para la determinación de las estructuras de una sociedad: lo que equivale a decir que lo repetitivo, es decir la estructura, no está determinada por las matemáticas y por el número, ya que normalmente estos últimos se apoyan sobre elementos que son ajenos a los procesos de relación. Y en este sentido, hace falta redescubrir toda la utilidad de las fuentes cualitativo-narrativas, es decir de las crónicas del pasado. La elección de la escala del microanálisis está determinada justamente en función del sujeto analítico propuesto, es decir de las relaciones interpersonales: y esto vale tanto para los grupos sociales como para la comunidad. La opción por esta última, que constituye el nexo de correspondencia entre agregado social y espacio, ha sido elegida en función de una más completa reconstrucción de las estructuras de dependencia internas, aunque reconozca que se mantienen en pie para este fin también la relevancia crucial de los roles de mediación con la sociedad externa. Y aquí la fidelidad al contexto tiene un significado heurístico preciso: ante todo para los fines de la reconstrucción de la estructura social en términos dinámicos, que postula un sistema de roles y de roles innovadores permitiendo así estudiar concretamente el cambio social. En segundo lugar está el análisis de la estructura política, que se encuentra vinculada a una compleja relación constituida por sentimientos de identidad colectiva, por símbolos de prestigio, por ciertas cargas encubiertas, por grupos formales e informales de gestión del universitas y de la comunidad, por alianzas a partir de vínculos de parentesco y

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familiares, a partir del elemento primario de la instalación de la población. En tercer lugar se ubican las transacciones económicas, que involucran servicios y bienes y que presuponen, igual que las otras relaciones, continuidades, fracturas o compensaciones en el tiempo. La proyección sobre estas relaciones económicas del modelo mercantil (demanda/oferta=precio) supone un procedimiento de abstracción que se construye de acuerdo a tres prospectivas ficticias: 1) la ficción de que se trata de una situación temporalmente determinada; 2) la ficción de que la transacción es el resultado de una confrontación específica; 3) la ficción de que tal confrontación no tiene determinaciones espaciales. Partamos de la hipótesis de que la transacción tiene por objeto un bien producido, planteándose así el problema de una relación entre productor y comerciante: entonces es claro que la preventa, la venta vinculada, las compensaciones entre débito y crédito, etcétera, amplían estas transacciones hacia una dimensión mayor que es la del tiempo medio, como también es claro, por otra parte, que la razón del cambio está en función de esta profundidad de esas mismas transacciones, en una circunstancia en la que no están presentes alternativas importantes de otras opciones fuera del área social de este mismo intercambio. Y es por todos estos elementos que esta evidencia de una transacción asume un significado revelador del conjunto de la estructura social, entendida esta última no por casualidad también como una pirámide de rentas. En cuarto lugar está también la cultura. La continuidad o la renovación de las formas expresivas colectivas plantean ciertamente un problema porque se trata de comprender sus significados, pero el problema central es el de la función del fenómeno expresivo y por lo tanto de su significado sociocultural contextual: sólo de este modo podemos captarlo como una orientación de valores. Naturalmente, tal expresividad no es solamente palabras, o gestos, o ritos, es también acciones sociales, violencias colectivas, formas de organización. Ciertamente la importancia de estas temáticas no se refiere solamente al ámbito de los estudios del Antiguo Régimen. El significado de estas temáticas se encuentra de hecho en un coherente proceso que replantea al propio sujeto histórico: un nuevo sujeto histórico que si no es siempre la comunidad (que puede ser una comunidad de productores industria-

les-textiles, o de mineros, etcétera), sí lo es ciertamente el grupo social –grupo social en el que se trata siempre de un tejido de relaciones interpersonales insertas en contextos sociales más amplios–. Y todo lo que hemos dicho sobre la transacción de un bien producido vale también para la mercancía-trabajo. ¿Diremos acaso que el precio/salario está fijado por la demanda/oferta de trabajo? Es cierto que no puede ser ni probado ni tampoco negado que el elemento de una elección voluntarista entra también dentro de la determinación del nivel del salario. Por lo demás, demanda y oferta se confrontan en una red de relaciones interpersonales: de una parte formas diversas de delegación y de subarrendamiento a terceros; de la otra los mecanismos muy humanos de la inmigración y de la admisión, más o menos ligados entre sí. Y todo esto crea la oportunidad de la intermediación, que es un tema inesperado. El proletario es, por un lado, también un trabajador deslocalizado, y esto le ofrece la opción de encontrar una continuidad referida a su ambiente de trabajo, especialmente a la fábrica, que le otorga entonces la ocasión para una socialización específica, sea en el nivel del grupo de calificación, sea en el nivel de agregados más amplios. Formalmente tenemos siempre varias relaciones entre personas que debemos reconstruir, tanto en sentido vertical como horizontal, lo que equivale a realizar un análisis dinámico de la estructura social. Mucho más que una teoría general de las clases sociales, el historiador lo que debe intentar verificar es una teoría de los grupos sociales. Los modelos que se le presentan para esta última tarea son altamente formales: y esto precisamente para permitirle aquel amplio encuadramiento del conjunto de las evidencias empíricas (etnológicas) necesarias para ser capaz de llevar a cabo las necesarias construcciones morfológicas. No es una casualidad que una de las propuestas de historia social más sugestivas y discutidas, haya sido y continúa siendo aquella que se refiere a las relaciones entre grupo familiar (o grupo de residencia) y grupo de trabajo, sea referidas a una situación regional de protoindustrialización, o sea, sobre todo, con referencia a la situación de la industrialización. Ya que, en efecto, el estudio de los grupos sociales implica el análisis complementario de su propia cultura. Y respecto de este punto es posible observar un singular paralelo entre el uso de la categoría de mercado de trabajo y el uso de la categoría de conciencia de clase,

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en el sentido de que su simple evocación parecería agotar los objetivos de la investigación, es decir, bloquear toda ulterior exploración analítica: una circunstancia que resulta asombrosa si se considera que, a la luz de un buen sentido de las cosas, no es pensable la atribución de una calificación tan típicamente cultural como es la de la “conciencia de clase” fuera de un estudio de los comportamientos, comportamientos que a su vez sólo pueden ser derivados de la presencia realmente actuante de ciertos valores sociales. No por casualidad emerge entonces este problema histórico de la cultura, tan difícil para nuestro historiador contemporaneista, que se encuentra gobernado solamente por una suerte de deseo de etiquetarlo todo, sólo un poco más sofisticada que la que padece también el político, el que sin embargo vale la pena recordar que se dedica a otro oficio: de donde, por lo tanto, ese necesario ajustamiento del que deriva el alud de hablar todo el tiempo de una cierta “diferencia” y también la evasiva referencia a la complejidad de la situaciones –que aparecen tan vaga y tan metafísicamente “complejas”–, precisamente porque no han sido verdaderamente consideradas de una manera analítica. Mercado, Estado, clase, conciencia de clase… estas son las categorías de la macrohistoria cuya apología suena como aquella de la explicación “en última instancia” o “fundamental” –lo que vale como una suerte de traducción–, no demasiado disimulada, de una previa elección en términos de la asunción de una cierta jerarquía de lo que es importante. De hecho, aún si admitimos una función comprehensiva del mercado, eso no justifica el determinismo derivado a partir de este reconocimiento: la acción social, igual que la acción individual, comporta siempre una elección optativa en el ámbito de alternativas limitadas, elecciones que constituyen “la fábrica de la realidad social y psicológica del hombre”. Y de esta fábrica, el mercado no es más que un solo componente. Ésta me parece la perspectiva de una coherente inmanencia, aquella que es capaz de resolver la señalada ambigüedad de algunas categorías interpretativas, como por ejemplo la de la “adaptación”. Algo que normalmente se objeta al microanálisis histórico es que no se puede explicar el comportamiento de un grupo aislándolo. Pero debemos recordar que la reivindicación del microanálisis parte, justamente, de la necesidad de hacer frente a la tendencia triunfante, que se

inclina a explicar el comportamiento de los grupos sociales ignorándolos. La hipótesis alternativa es, precisamente, la de una reconstrucción de las configuraciones de la sociedad global a partir de la unidad del grupo-comunidad, es decir, a partir de la reconstrucción analítica de experiencias colectivas: los intermediarios mismos se configuran como grupos sociales y, bajo el perfil politológico, la clase dirigente se presenta como una composición y recomposición de diversos grupos. Una nueva prueba de los daños de la ortodoxia historiográfica la reencontramos en la emergencia de las temáticas “anexas”, concebidas como un conjunto de elementos que se encuentran temporalmente fuera de las síntesis (y que por lo tanto, tendrían que ser posteriormente asimilados o reintegrados). Así, por ejemplo, el tema de lo “privado” repercute dentro de toda la historiografía: la vida cotidiana, la mentalidad, las mujeres… otros tantos campos de especialización, que sería necesario remitir de cualquier modo al fundamento común del contexto sociocultural. Y es a este último espacio de referencia, al contexto, que responde justamente la hipótesis de principio sobre la unidad sociocultural que es el grupo-comunidad. En este sentido, el reclamo de un microanálisis histórico es válido como la medida de una posible coherencia fuerte de una metodología general para la historia social. E insistamos en la hipótesis de que los resultados de la microhistoria podrían llegar a representar algo muy cercano de aquel modelo de didáctica-laboratorio que estamos tratando de alcanzar. El elementoguía es la referencia a un cuadro social global, cuyo tratamiento implica elaboraciones teóricas formalizadas, junto a la construcción de cuadros morfológicos, y también a la síntesis entre la lógica histórica y la atención al individuo y al episodio. ¿Quién nos dice que la mente del adolescente y del joven (e incluso del adulto) está satisfecha, o que más bien se vería estimulada a partir de las síntesis interpretativas periódicamente revisadas, las que más bien deberían de enriquecer la conciencia histórica y ciudadana (la aproximación es común) del alumno? ¿Y por qué no? Lo que realmente es importante en términos del sentido histórico, es la conciencia de las dimensiones socioculturales que son diversas respecto de la cultura social en la cual nosotros vivimos: reencuentros posi-

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bles para ponderar un poco más a fondo la especificidad del presente. Y este es, en mi opinión, el sentido profundo de una convergencia entre formación histórica y formación antropológica. Todo esto me parece sobrio y sensato. Y es todavía indicativo del universo mental de algunos historiadores contemporaneistas que la historia social se haya conectado con el tema de la Autonomía: lo que, viendo más de cerca las cosas, vale también como una feliz e inesperada confirmación de mi propio diagnóstico. FECHA DE RECEPCIÓN DEL ARTÍCULO: 13 de enero de 2003 FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 13 de enero de 2003



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