Primer día ¡Todos son mis cómplices! Solté en mis pensamientos mientras caminaba a trancos por los pasillos del hospital, con esos zapatos de goma que me hacían silenciosa. Estaba apurada, habían nacido dos posibles candidatos y debía intervenir antes de que el destino me lo impidiera. Era mi primer día en el hospital de Vicuña y no me podía acostumbrar al brillo de la zona. Avanzaba por los laberintos con mis ojos como china y miraba de reojo los letreros de las puertas, en ninguna estaba escrito lo que quería leer. Evitaba el contacto de las personas con mi cuerpo e impedía el paso de las camillas y sillas de rueda cuando me las encontraba de frente, incomodar a las personas me hacía sonreír, claro que por dentro. Pregunté por indicaciones pero a nadie le entendí, la gente habla extraño en este lugar. Decidí hurguetear por todos los rincones, era lo único que tenía, confiar en mi intuición y esperar a que nadie muriera antes de que llegara. Deambule unos minutos más hasta que al fin pude leer: NEONATOLOGÍA. Unos clavos oxidados sostenían con heroísmo la madera descascarada. Abrí la puerta de una patada y un olor a desinfectante me pateó a mí. La sala era oscura, a pesar de la luz que intentaba entrar por las ventanas. “Pase por acá doctora”, me dijo una enfermera con una mirada cabizbaja, me señaló el camino con la mano y la seguí. Mi cabeza curiosa giraba en todas direcciones, miraba a los funcionarios entusiasmada y algo ahogada, quería impregnarme con mi nuevo empleo. La enfermera me llevó hasta dos incubadoras, una al lado de la otra, en una había un letrero que decía Tomás y en la otra Carla. Miré a los dos a distancia por unos minutos, no los podía atender al mismo tiempo, debía decidir por uno de ellos. Ambos tenían más sondas que cuerpo, ambos cabían en mis manos si las juntaba, ambos eran débiles. No lo pensé más, junté mis cejas, tomé una jeringa e introduje dolor en el abdomen de Tomás, el bebé apenas reaccionó asique que lo hice de nuevo, pero esta vez en su pierna, la criatura abrió los ojos y estiró su cabeza hacia atrás levantándose unos milímetros. Tomé otra jeringa e hice lo mismo con Carla, debía probarla a ella
también, la bebé encrespó sus dedos y dirigió su ojos hacia mí, saqué la aguja y la acaricié deshaciendo los pliegues que formó con su rostro. En la sala había más personas pero no podía identificar a nadie, todos estaban silenciosos, resguardados dentro de sus batas y mascarillas de hospital público. Miré a uno de ellos y le dije: Me la llevo, creo que esta niña podrá soportar mejor las inyecciones, díganle a la familia que su hija Carla nació muerta.