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a su lado, Steven Caple Jr., director de Creed II. Parece tan concentrado en el ... El lema del inolvidable coach Taylor («clear eyes, full hearts, can't loose») ...
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n una gigantesca habitación de un lujoso hotel madrileño, Michael B. Jordan hace acto de presencia. Camiseta de rayas de cuello alto, gesto serio, frente sudorosa, el actor se sienta y desde el inicio de la entrevista fija la mirada en un punto indeterminado de la habitación. No mira directamente a su interlocutor ni a quien tiene a su lado, Steven Caple Jr., director de Creed II. Parece tan concentrado en el infinito mientras escucha y contesta las preguntas como el boxeador que estudia las fortalezas y debilidades de su rival. Jordan sube la guardia y solo la descuida para echar un vistazo a su móvil de vez en cuando. Parece querer ganar a los puntos, llegar al duodécimo asalto para mantenerse invicto.

CLEAR EYES, FULL HEARTS, CAN’T LOOSE

«De vez en cuando, aparece una persona que desafía las probabilidades y la lógica para cumplir un sueño increíble.» Así empezaba el discurso del alcalde de Filadelfia antes de inaugurar la estatua en honor a Rocky Balboa en Rocky III. La franquicia, auténtica biblia del sueño americano que convirtió a un underdog como Sylvester Stallone en estrella de Hollywood, llega a su octava entrega siguiendo los pasos de Adonis Creed, el hijo ilegítimo de Apollo Creed. En el rincón derecho, recogiendo el testigo de Sly, con el mismo calzón de barras y estrellas que lució su padre en la ficción, tenemos a Michael B. Jordan, un actor dispuesto a comerse el mundo a dentelladas. Cuidado con interponerse en su camino.

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© COLLECTION CHRISTOPHEL

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Aun así, el primer directo al mentón no se hace esperar. ¿Qué tiene él en común con su personaje, Adonis Creed? «Es alguien entregado, que lucha por lo que cree. Le importa mucho el legado que deja en su vida. Está destinado a hacer grandes cosas, aunque sea a su manera. En una palabra, es ambicioso.» Y en su rostro asoma esa sonrisa que lo acompaña desde sus inicios y que ya ha convertido en marca de la casa. Flashback a 1987, Santa Ana, California, fecha y lugar de nacimiento de Michael Jordan. Su nombre se puede entender como un augurio, un indicio de grandeza. No tanto por el hecho de compartirlo con el legendario jugador de baloncesto que desafió a la gravedad, sino por la B de Bakari, que en swahili significa «noble promesa».  El segundo hijo de una trabajadora social y un exmarine que trataba de ganarse la vida con un pequeño negocio de catering creció en Newark, Nueva Jersey. Era un chico algo introvertido, aficionado a los cómics, las películas de ciencia ficción y los partidos de los New York Knicks, hasta que un inesperado giro de guion le abrió las puertas del oficio. Con 11 años, tras una visita al médico, la recepcionista le comenta a su madre que su hijo podría dedicarse a la publicidad. Y eso hizo: fue con sus padres de casting en casting hasta que lo contrataron para un par de anuncios. Así llegó la oportunidad de interpretar un pequeñísimo papel en un episodio de Los Soprano. Dos años más tarde se metía en la piel del desgarbado Wallace, uno de esos chavales sin más futuro que el de ejercer de secuaces del capo de la droga Avon Barksdale en el despiadado Baltimore de The Wire. El destino fatal de su personaje pasaba por convertirse en uno de los ejes emocionales sobre los que giraba la primera temporada de esa monumental radiografía sociopolítica de los Estados Unidos creada por David Simon. «Era tan joven que no sabía exactamente lo que hacía, fue todo un reto. Eso sucedió hace quince años, yo era un crío, no tenía la mentalidad ni la cabeza que tengo ahora con 30», recuerda el Jordan actual sin atisbo de nostalgia, ni siquiera un brillo de orgullo en los ojos. A punto de darse por vencido ante los sucesivos rechazos de las principales agencias de representación de Los Ángeles, su carrera recibió un nuevo impulso. En esta ocasión, el responsable fue Jason Katims, productor y guionista de Friday Night Lights, un mosaico del sur de Estados Unidos maquillado de serie deportiva. El lema del inolvidable coach Taylor («clear eyes, full hearts, can’t loose») encajaba como un guante con la ambiciosa mentalidad de Jordan, encargado de dar vida a un quarterback de enorme potencial que debe combatir sus

propios demonios para demostrar de lo que es capaz. El papel supuso la confirmación de lo que ya algunos sospechaban: aquel chico tenía un hambre insaciable y estaba dispuesto a demostrarlo.

MALCOLM X HIPERMUSCULADO  Y NUEVA MASCULINIDAD Pronto llegaron nuevos desafíos. En 2012 consiguió un papel en su primera superproducción, Red Tails, como integrante del escuadrón de pilotos afroamericanos cuya acción fue fundamental en la Segunda Guerra Mundial. La producción de George Lucas fue un rotundo fracaso de crítica y público, pero, como diría Rocky Balboa, «no se trata de lo fuerte que puedes golpear, sino de lo fuerte que puedes encajar un golpe y seguir adelante». El mismo año estrenó Chronicle, de Josh Trank, y las voces ya eran unánimes: en Jordan había una estrella en potencia. La gran oportunidad, sin embargo, vendría de una película independiente y un director desconocido, un tal Ryan Coogler, que hace poco relataba en la revista Time cómo fue ese primer encuentro entre ambos. «Fue una de esas reuniones en las que, tan pronto empiezas a hablar con alguien, conectas. Ambos tenemos relaciones muy cercanas con nuestros padres y hemos vivido conflictos similares en los lugares donde crecimos. Ambos somos exatletas. Tenemos gustos parecidos en películas y libros. Una vez que empezamos a trabajar en Fruitvale Station, en las trincheras del cine independiente, nos dimos cuenta de que los dos teníamos un estilo de trabajo común». El joven Jordan lo confirma. «Fruitvale Station supuso el punto de inflexión de mi carrera, lo que me permitió estar donde estoy ahora.» Así de claro lo tiene Jordan, que, tras el feliz encuentro con Coogler, no dudó en implicarse de inmediato en contar la historia real del último día en la vida de Oscar Grant, asesinado en San Francisco por un agente de seguridad durante la Nochevieja de 2009. «Por aquel entonces no paraban de salir noticias de negros tiroteados por policías blancos, así que interpretar a una víctima real como Oscar Grant significó mucho para mí a nivel personal y profesional.» Tal fue el impacto de la película en Jordan que incluso cambió su manera de entender su oficio. «Soy actor porque quiero hacer a la gente sentir y pensar de una manera distinta sobre las cosas, darles una perspectiva diferente. Como forma de expresión artística parece muy directa, pero en el fondo la interpretación es algo sutil, como esconder medicina dentro de la comida.» La sociedad Coogler-Jordan se vio reforzada por reconocimientos como el que obtuvo la película en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. «Tuve la suerte de encontrarme con Ryan muy pronto y hemos podido crecer apoyándonos el uno al otro. Pasamos de un proyecto de película independiente, rodado con cien mil dólares y una sola cámara, a grandes producciones.» A pesar de patinazos como Los Cuatro Fantásticos, la trayectoria meteórica de Jordan es un hecho y su alianza creativa con Coogler, un seguro de vida. Les quedaba dar el último paso y no estaban dispuestos a darlo en falso. En sus manos estaba pasar de campañas como #OscarsSoWhite de 2015 a convertirse en los portavoces de una generación de actores y directores negros que están redibujando el mapa de Hollywood. Así llegó el primer Creed y, justo después, Black Panther, que competirá este año por el Óscar a mejor película, nada menos. Marvel confió en Coogler para rodar la primera superproducción en torno a una mitología afrocentrista y este respondió con una película que ha hecho historia en muchos niveles: creativos, 25

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económicos y sociales. Para Jordan supuso la oportunidad de interpretar al villano Erik Killmonger, un Malcolm X hipermusculado, dominado por la furia vengativa y la conciencia racial. «Cada personaje pide algo distinto, demanda su propio método. Al principio tratas de ver con qué te identificas para que no te resulte ajeno. Con Killmonger intenté mantenerme en el personaje lo máximo posible. Fue una experiencia muy intensa». Su implicación fue tan extrema que tuvo consecuencias para su salud. Un mes después del final del rodaje recurrió a un psicólogo para salir del pozo de ira y resentimiento en el que cayó, incapaz de desembarazarse de su personaje.   Su compromiso con los personajes es uno de sus sellos personales, igual que esa vulnerabilidad (llámalo «nueva masculinidad», si quieres) que se intuye tras la fortaleza exterior, tanto física como mental. Para Steven Caple Jr., encargado de sustituir a Coogler en Creed II, Jordan «tiene una gran ética de trabajo. Solo con ver el salto que ha dado desde Creed hasta esta secuela… Ha cogido todas sus fortalezas y se las ha transmitido al personaje. Se ha comprometido de una forma total y absoluta. Es un gran líder en el set de rodaje». En eso coincide con Ramin Bahrani, que lo tuvo a su cargo en la reciente versión de Fahrenheit 451 producida por HBO: «Michael es extremadamente dedicado, inteligente, ambicioso y muy amigable, lo cual es una combinación poco común», dijo el cineasta en una entrevista en Collider.

«EN THE WIRE ERA TAN JOVEN QUE NO SABÍA EXACTAMENTE LO QUE HACÍA.»

La palabra ‘ambicioso’ ya ha aparecido en tres ocasiones a lo largo de este reportaje. Por algo será. «Quiero reescribir la historia», dice su personaje en Creed II. Es lo que parece empeñado en lograr Michael B. Jordan. No quiere ser el sucesor de Denzel Washington o Will Smith; lo que pretende es ser el nuevo DiCaprio, lograr papeles tradicionalmente destinados a intérpretes blancos. «Me siento parte de una generación que está cambiando las reglas del juego», afirma con vehemencia. «Estamos tratando de ser todo lo revolucionarios que podemos. Lo que pretendemos es impulsar los logros de los que han venido antes que nosotros, para que la siguiente generación tenga ese camino ya andado. Queremos seguir traspasando barreras.» Su idea es hacerlo desde la interpretación, pero también desde la producción, la dirección, la ropa deportiva y lo que se le ponga por delante. «Quiero poner voz a personas que no la tienen, centrar el foco en temas a los que no se está prestando suficiente atención», como la historia de Bryan Stevenson, abogado especializado en derechos civiles cuyo biopic estrenará en 2020. «Me encantaría producir historias de época, de animación, documentales… hasta videojuegos. ¡Quiero hacerlo todo! Ahora estoy tratando de mantener la mente fría para ser estratégico y dar los pasos adecuados.» Sus referentes son Jay-Z y LeBron James, hombres-negocio con cierta tendencia hacia la megalomanía que han trascendido sus exitosas carreras profesionales para construir alrededor de su imagen y su nombre sendos emporios empresariales. Si el primer Creed se centraba en la construcción de un nuevo mito mirando por el retrovisor al primer Rocky, en la secuela se reproduce el esquema de Rocky IV para abordar cuestiones como las relaciones paternofiliales, las debilidades del héroe y el deseo de dejar un legado. ¿Cuál será el de Michael B. Jordan? «No lo sé, eso no se define en el momento, hay que dejar que pase el tiempo para tener perspectiva. Ya sabes a qué me refiero, bro.» Por segunda vez a lo largo de la entrevista, Jordan levanta la mirada y ensancha las comisuras de los labios. Ahí está de nuevo su sonrisa victoriosa, capaz de noquear al destino. •

© DR

MICHAEL B. JORDAN

BLACK DICAPRIO

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