Notas
Lunes 21 de abril de 2008
LA NACION/Página 17
Política y libertad intelectual Por Carlos Floria Para LA NACION
E
L proceso político en la Argentina necesita de “vigilancia intelectual”, máxime cuando los hechos demuestran el riesgo de caer en la anomia del Estado, en el Estado anómico. Esta vigilancia no es propia del llamado en su momento por Gramsci “intelectual orgánico”, con tales afinidades con los protagonistas del poder que no sirve, sino a ellos, y no a la ciudadanía como tal… El lector probablemente conoce quiénes cumplen ese papel, o puede conocerlos, si se lo propone. Habitan el periodismo, la televisión, la radiofonía, con sentido cotidiano de la oportunidad. Incluso están en la universidad, generalmente beneficiados por recursos del Estado disponibles y enderezados a la compensación deliberada de esos actores. El fenómeno no es nuevo, pero en cada tramo de “gobiernos fundadores” hay que recordarlo, porque éstos se comportan como si fueran autores de una nueva época, que en la experiencia argentina es una fuente
tiempo, una tendencia que Alberdi había denunciado en el siglo XIX como inclinación argentina (y no sólo nuestra, como Chávez revela) a las “revoluciones literarias”? Un inventario de ninguna manera definitivo incluye los factores que en la política argentina se manifiestan como símbolos de cohesión, pero actúan como factores de dominación. Un ejemplo secular es el federalismo, principio de organización territorial y política invocado para la cohesión funcional de la República, que se ha manifestado entre nosotros por fenómenos como el rosismo (cuando nada menos que Facundo Quiroga increpa a Rosas al denunciar el “unitarismo de Buenos
Aires”, en carta no demasiado difundida) y por la presencia actual de gobernadores “feudales”, cuya fidelidad responde muchas veces a un seguro financiero de la Nación. Es decir: antes que como factor de cohesión, el “federalismo literario” funciona, en rigor, como factor de dominación. Más espectacular y menos vigilado por el mundo intelectual, un papel similar desempeñó entre nosotros la propuesta de un “proyecto nacional”, expresión simpática de no fácil instrumentación, como hemos insinuado, pues su lógica interna conduce a formas de autoritarismo. La tipología hasta ahora más afinada de los sistemas de partidos, perteneciente a
Giovanni Sartori, sitúa al “partido único” y al sistema de “partido hegemónico” –una de cuyas manifestaciones ejemplares fue el PRI mexicano– en la zona de los sistemas políticos totalitarios o autoritarios. El nacionalismo, incluso, en sus diferentes versiones, fue y es expuesto como factor de unidad y de cohesión. Si se sigue su historia, que no casualmente en la política argentina contribuye al golpe de 1930, ha sido, al cabo, un factor de dominación. Y pueden contribuir a esto incluso sedicentes liberales adictos a un tipo de liberalismo cristalizado en lo económico, que Benedetto Croce llamó “liberistas”, prestos a sostener dominaciones en la medida en que sirvan
a sus intereses y silenciosos respecto de la calidad del régimen político. La díada, o dicotomía, “derecha e izquierda”, ¿tiene importancia sustantiva o relativa en la política contemporánea? Su significado, se advierte, cambia según épocas y países. Norberto Bobbio, también penetrante e italiano, ve en esa dicotomía centralidad. Pero los italianos son maestros en el uso creativo del lenguaje político. Ambiguo en muchos casos, como el nuestro. Deliberadamente sfumato o con doppiezza (doblez) y tan sugestivo como las “convergencias paralelas” que proponía Aldo Moro. Una cuestión actual es saber si la díada se sostiene como instrumento de análisis o de simplificación del lenguaje político o si encubre, en realidad, un espacio en el que existen un arriba y abajo, un adelante y un detrás, con lo que la realidad aparece, cuando menos, tridimensional... Si en verdad se está en la búsqueda de una Argentina integrada, en sus líderes
La idea de “proyecto nacional” ha conducido entre nosotros a diversas formas de autoritarismo
El significado de la derecha y la izquierda cambia según las épocas y los países
frecuente de justificaciones vecinas a la mentira o al cinismo y al “adanismo” político, según el cual no hay historia antes del “proyecto nacional” o “modelo” que pretende reiniciar la historia. Se trata de una propuesta retóricamente simpática y políticamente peligrosa, en cuanto encubre casi inevitablemente una lógica autoritaria. Se registra en expresiones civiles y regímenes militares, y en militancias contrapuestas. Pues, ¿cómo aceptar el pluralismo si el “proyecto” o “modelo” evoca hegemonía, definición indiscutible de la Argentina en escorzo? En la política argentina es manifiesto, desde hace tiempo, incluso mucho antes de la presente versión justicialista, que el peronismo constituye una suerte de subcultura política, por lo que un ensayo sobre los “cuatro peronismos” (Joel Horowitz) debería añadir una versión expresiva de un quinto, representado por el kirchnerismo. “Todos los peronismos, el peronismo.” Así se podría expresar el fenómeno, con alguna resonancia literaria. ¿Qué factores deben tenerse en cuenta para una renovación, hasta el momento ausente pese a la “política literaria” (en expresión de Raymond Aron) dominante en los discursos de las autoridades de cada
y en sus bases no debe existir tolerancia social con el engaño, porque significaría que se ha perdido el respeto por sí mismo, consecuencia de que quienes mandan adoptan un comportamiento que implica el desprecio por aquellos a quienes se dirigen. El caso de los fondos de Santa Cruz, por ejemplo (y no es excepcional), con contradicciones declarativas y decisiones judiciales cuestionables, debe ser situado en el cuadro reflexivo que expuso Aristóteles veinticinco siglos atrás en su Retórica: “Sólo delante de aquellos a quienes despreciamos no expresamos vergüenza por una conducta vergonzosa”. En fin: una sociedad civil como tipo ideal requiere ciertas bases de acuerdo que hagan posible el aprendizaje a través de un proceso de prueba y error y de discusión. Estas bases suponen la defensa de ciertas instituciones y, en particular, de cierta disposición de la gente hacia el respeto a la verdad, el argumento racional, la aceptación de la prueba de la experiencia y de la constitución de la sociedad como comunidad moral, capaz de persistir a pesar de los desacuerdos que dan origen a un debate continuo. © LA NACION Carlos Floria es profesor consulto de la UBA y profesor emérito en la Universidad de San Andrés.
¿Qué es educar y quién educa? E
STE diario publicó, el 19 de febrero, la nota “Más que buena escuela”, de monseñor Jorge Casaretto. El editorial del 18 de ese mismo mes se denominó “La educación, suprema prioridad”. Estos textos marcan la importancia que la sociedad otorga hoy a la educación. El primero de ellos induce a una apertura sobre la concepción del fenómeno educativo hacia otros aspectos que la determinan, más allá de la escuela; el segundo se centra en la eficacia de la educación formal. Ambos caminos son importantes y están vinculados. No hay duda del efecto motor de la educación en la movilidad personal y social. Esta es tomada por el aparato productivo y la economía como sinónimo de progreso. Por eso, la pregunta que la sociedad tiene que responder es qué agentes deben mejorar e interactuar en el país con el fin de lograr una educación pertinente. La educación es, por definición,
la instrucción más los valores. En una sociedad que se globaliza, estos últimos son, a veces, heterogéneos, cuando no antitéticos. Parecería que hasta hoy, y desde hace casi dos siglos, la instrucción es patrimonio prioritario de los sistemas educativos formales, aunque por su inercia y por las demandas sociales crece la educación dual a partir de la escuela media, lo que hace compartir la capacitación entre el aula y el trabajo formal. También la sociedad civil se expande con nuevas formas de educación no formal. Antes de la revolución científico-técnica y su imponente expresión en los medios de comunicación e Internet, los valores estaban más segmentados y agrupados en pueblos, familias e iglesias. La información masiva más las migraciones internacionales de crecientes contingentes humanos, de los países pobres a los centros desarrollados, nos presentan un
Por Alberto C. Taquini (h.) Para LA NACION nuevo teatro que condiciona los valores de los distintos estados. Como ejemplo, me parece suficiente la reciente declaración del arzobispo de la Iglesia Anglicana, monseñor Rowan Williams, sobre la aplicación de la sharia (ley islámica) en Inglaterra, país en el que hoy viven 1,8 millones de musulmanes. Hoy, la trama social está perforada por distintos agentes: la radio, la televisión, los diarios y las revistas de todo género, los contenidos de Internet, los múltiples metamensajes de la transmisión de los deportes populares, como el fútbol, que llegan instantáneamente a casi toda la población mundial; el rock, la música popular y el folklore, que se están convirtiendo en el mensaje transversal de la juventud mundial,
las múltiples manifestaciones callejeras de todo tipo en las que se expresa la ciudadanía. Todos estos factores inducen y promueven diferentes valores. La acción constructiva histórica de las personas, familias y sociedades también se ve enfrentada en la actualidad por la actividad creciente de organizaciones de la mafia, del narcotráfico, la prostitución y el tráfico de armas. Estas penetran, condicionan y determinan sistemáticamente a los agentes de los Estados, y los seducen y someten a la corrupción y los negociados. Esto plantea el dilema de la educación de la humanidad. Sí, hay que impulsar la instrucción exigente de contenidos adecuados y actuales de las ciencias, las letras y la cultura, apoyándose
en un método de observación, análisis y conclusión del pensamiento. Esto debe ser seguido de una evaluación justa del aprendizaje. Todo ello es la garantía de la capacitación personal, sin la cual la escolaridad no tiene sentido, ya que la promoción la da el conocimiento con valores. Encarar la batalla de la educación de toda persona para toda su vida es un desafío demasiado grande para ser dejado sólo en manos de nosotros, los educadores: corresponde a la sociedad toda. La escuela forma a sus alumnos, de modo creciente, para la empleabilidad y el aparato productivo, y los Estados demandan esto. Pero no alcanza: hay que imprimir valores, carácter, o sea, dar “datos de ciertas condiciones esenciales y permanentes a alguien, como camino para dotar al país de buenos ciudadanos”, según el diccionario de la lengua. La Academia Nacional de
Educación, impulsada por el académico Pedro Simoncini, está abocada al mejoramiento de la calidad y pluralismo de la televisión abierta. Sustantivo desafío para el tema de la educación, ya que nuestros niños están sumergidos voluntariamente en ella 6 horas diarias, los 365 días del año, es decir, más de 2100 horas, mientras que en la escuela pasan 750 horas, si concurren los 180 días del calendario. Estos datos no incluyen el tiempo en el ciberespacio. Sarmiento lideró un proceso educativo sobresaliente porque estaba inserto en un país de crecimiento armónico en todas sus áreas, y relacionado con el mundo. No pretendamos sólo con el sistema escolar formal hacer la transformación educativa que el país entero requiere para sus ciudadanos. © LA NACION El autor es miembro de la Academia Nacional de Educación.
Diálogo semanal con los lectores
Complejos y prejuicios “A
TENTO a la frecuente y extensiva utilización del participio munido en el lenguaje burocrático vernáculo (administrativo, judicial, policial, institucional, por nombrar algunos), especialmente en las esquemáticas fórmulas prescriptivas, por ejemplo «Deberá concurrir munido del certificado de habilitación», me surgió la inquietud de averiguar su origen y significación. Para mi sorpresa, no se encuentra incorporada la palabra munir en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Sí se registra muñir, que en su primera acepción significa ‘concertar, disponer, manejar las voluntades de otro’ y ‘llamar o convocar a las juntas o a otra cosa’ en la segunda”, escribe Fernando Ricciardini. Como puede verse por las definiciones que cita el lector, el verbo muñir, que tiene otro origen, no está relacionado con munido. En cuanto a munido, bien observa Ricciardini que es un participio, por lo que no hay razón para que esté en el diccionario, porque los verbos figuran en los diccionarios por sus infinitivos, pero si buscamos munir o munirse, comprobamos que tampoco está. Y, si consultamos el sitio de la Academia en Internet (www.rae.es), tampoco encontramos indicación de que se haya decidido incluirlo en la próxima edición del DRAE. Curiosamente, munirse figura en el Diccionario panhispánico de dudas (DPD).
Esto es curioso porque, si bien es cierto que en el DPD se registran muchas palabras y construcciones que la Academia considera inaceptables, en esos casos siempre las escribe con un signo que lo indica, y munirse no tiene esa marca infamante. Leemos en el DPD: “munir(se). ‘Proveer(se)’: «Los cazadores deberán munirse de licencia de caza en los clubes de esa especialidad» (DPrensa [Arg.] 24.4.92). Este verbo, tomado del francés munir, se documenta en español desde las primeras décadas del siglo XX, siempre en infinitivo o participio, pero no parece haberse generalizado en el uso; hoy tiene cierta vitalidad en algunas áreas americanas, especialmente en el Cono Sur, y es infrecuente en España. Es preferible emplear en su lugar los verbos tradicionales proveerse, pertrecharse o armarse, así como sus respectivos participios, provisto, pertrechado y armado”. En el artículo del DPD se nota cierta vacilación. La voz no se rechaza de entrada, pero se advierte que es preferible usar otras. Y se dice que “no parece haberse generalizado en el uso”, pero que “tiene cierta vitalidad en algunas áreas”. La explicación puede estar en dos hechos: fue tomada del francés y se usa menos en España que en América. Munirse y munido son de esos galicismos que en un tiempo fueron considerados vitandos por los puristas. Cuando se incorporan voces extranjeras, una actitud prudente no
Por Lucila Castro De la Redacción de LA NACION es descabellada en un primer momento, pues muchas de esas novedades no pasan de ser una moda efímera. Pero con el tiempo las cosas se asientan y algunas de esas palabras se adaptan perfectamente a la fonología y gramática de la lengua que las recibió y ya no deben considerarse extranjerismos. Así sucedió con los galicismos que invadieron el español durante el siglo XIX y la primera parte del XX: muchos fueron olvidados y otros llegaron para quedarse. Por supuesto, en determinado momento, por circunstancias históricas y culturales, unas lenguas son las que más dan y otras son las que más reciben, pero los intercambios ocurren siempre. Hoy en día, ante la pérdida
de influencia del francés y la invasión de anglicismos, los galicismos ya no inquietan tanto. Y los puristas pueden tranquilizarse considerando que munirse y munido vienen del latín. El verbo latino munire significa básicamente ‘fortificar’ (de ahí munición), pero tiene acepciones figuradas por las que se llega al sentido que le damos actualmente. Muchas palabras latinas se perdieron y fueron retomadas en algún momento de la evolución de las lenguas romances (son los cultismos) y adquirieron sentidos nuevos. Si munirse fuera más frecuente en España, seguramente la Academia lo habría incorporado ya al diccionario oficial, pero como se usa más en el lejano Cono Sur, y las academias sureñas al parecer no han reclamado su incorporación, solo ha merecido un artículo ambiguo en el de dudas. No suena lindo, es verdad, pero esto se debe a que pertenece al léxico burocrático y, cuando aparece en el lenguaje corriente, se usa por imitación, no siempre burlesca, de aquel. Y que no sea lindo no significa que sea execrable. ¿Más galicismos? Desde Luján, escribe el doctor Jorge J. Cortabarría, abogado: “En LA NACION del viernes 11 leo, en la sección Política: «El encuentro de opositores que se hará hoy en San Francisco tiene como eje central el conflicto campo-Gobierno, pero
podrían surgir otros temas en la agenda. Es que todavía no se precisó si desde ese ámbito saldrá un pedido para que la Presidenta fije una nueva ley de coparticipación federal de impuestos». Según aprendí en el apéndice de una prestigiosa enciclopedia, comenzar una frase en castellano con el giro es que es un galicismo y por lo tanto dicho giro debió ser reemplazado por las expresiones ya que, por cuanto o equivalentes.” La letra impresa y la voz engolada de falsos maestros que pontifican con aires de solemnidad y solo conocen verdades a medias han ayudado a perpetuar ciertos errores. Como en francés hay muchas construcciones con est que y algunas de ellas se rechazan en español, se ha creído que todo es que es incorrecto. Este giro, que se usa para introducir una explicación, existe en español desde tiempo inmemorial. En el famoso soneto “Diálogo entre Babieca y Rocinante”, don Miguel de Cervantes hace decir al caballo del Cid: “Metafísico estáis”. Y el de don Quijote le explica: “Es que no como”. Si lo hubiera dicho el otro, se podría aducir era un babieca, pero no vamos a decir que Rocinante hablaba mal porque era un caballo. © LA NACION Lucila Castro recibe las opiniones, quejas, sugerencias y correcciones de los lectores por fax en el 4319-1969 y por correo electrónico en la dirección
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