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SÁBADO
Qué tener en cuenta si uno quiere sumarse opinión Laura Urtega PARA LA nACion
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En Benavídez, los amantes del flyboard aseguran que la sensación es la de “volar entre el agua y el aire”
gustavo bosco
Hábitos
Nuevos deportes desembarcan en Buenos Aires y suman fanáticos
uchos de estos nuevos deportes se ponen de moda en virtud de la instantaneidad del mundo actual y porque las personas, además, están buscando desde hace rato conjugar nuevas experiencias y sensaciones en una sola disciplina que reúna varias cosas a la vez. Repasemos entonces de qué se tratan los más visibles de un tiempo a esta parte, y qué deberíamos tener en cuenta a la hora de practicarlos. Para hacer flyboard, por ejemplo, es importante saber que necesitamos tener bastante preparación física de estabilización de columna (como ser abdominales y ejercicios para la espalda). Además, se necesita mucha fuerza de piernas para poder mantener el equilibrio. Es muy divertido (¡especialmente cuando llegás a los 12 metros de altura!) y es realmente complicado mantener el equilibrio. Allí es cuando la mayoría de las personas se caen al agua, lo cual no deja de ser divertido... El hockey subacuático, por su parte, se practica en rigor de verdad desde los años 90. Sin embargo, lo que ocurre hoy en día es que varios clubes lo están implementando con tremenda repercusión,
en comparación con años anteriores. Lo más importante es tener habilidad debajo del agua y la suficiente resistencia para no salir a tomar aire a cada rato. Fundamental: hay que entrenar mucho las apneas (resistir debajo del agua sin respirar) y contar con una buena base aeróbica. Se precisa, básicamente, velocidad, capacidad de anticipación y coordinación con el resto del equipo para obtener buenos resultados. Pero además, al contrario de lo que ocurre en otros deportes, aquí la concentración del jugador no sólo se centra en conseguir llevar el disco a la portería contraria, sino en cómo superar su limitación obvia bajo el agua. Con el bossaball aparece, en mi opinión, un deporte con gran futuro. Podríamos definirlo como una mezcla de voley, fútbol y capoeira. Basado en las reglas del voley, se juega sobre una superficie de colchones hinchables y camas elásticas, y permite mayor número de toques y mayor espectacularidad en los saltos: ahí reside su encanto. Eso sí, para este deporte se necesita mucha técnica, sobre todo en el salto, porque el jugador cae sobre una colchoneta inflada que le ocasionará un rebote extra en su cuerpo.ß La autora es triatleta y autora de www.ladeportista.com.ar
Estilo de vida
La moda paleo, al rescate de hábitos primitivos saludables en el siglo XXI Comer todo tipo de carnes y correr descalzos en la ciudad son algunas prácticas que retoman los fanáticos de la Edad de Piedra Franco Varise LA nACion
Lucas corre descalzo por Buenos Aires, come solamente carnes, verduras (nada de harinas o granos), muchas frutas y... no se lava el pelo con champú. Lucas es Lucas Llach, economista, profesor universitario, y uno de los factótum en la Argentina de lo “paleo”, una corriente que combina dieta, actividad física intensa, y patrones culturales y científicos que enaltecen la vida en las cavernas. Desde hace algún tiempo empezó a oírse con mayor frecuencia sobre las bondades de la “paleodieta” y los hábitos que indagan en el hombre del Paleolítico, el período que abarca el 99 por ciento de toda nuestra existencia en el planeta. La lógica del movimiento “paleo” es que, como el hombre vivió y se desarrolló por más tiempo en la Edad de Piedra que en cualquier otro período, nuestros
cuerpos son forzados a nutrirse contra natura con productos resultantes de un proceso bastante difundido y que desde hace siglos se denomina “agricultura”. no, no es broma. Los “paleo” tienen sus argumentos contra el cultivo de granos y la cría de animales: “nosotros nos metimos en nuestro propio feedlot [cría estabulada] hace unos 8000 años, cuando adoptamos la agricultura –explica Llach– y con ella una alimentación muy diferente de aquella que fue moldeando nuestros cuerpos, por el mecanismo de la selección natural, durante millones de años”. Difícil sería regresar a la caza y a la recolección, pero los “paleo” quieren acercarse lo más posible a una forma de vida que recupere hábitos primitivos saludables y humanistas en pleno siglo XXi. Como Sapiens es el primer restaurante a puertas cerradas del país que se dedica exclusivamente a la comi-
Hockey subacuático, flyboard y bossaball ganan cada vez más adeptos; se trata de actividades que combinan elementos de distintas disciplinas en entornos innovadores Clarisa Herrera PARA LA NACioN
Zoraida Arévalo tiene 39 años y dedica una hora y media, dos veces por semana, al hockey subacuático; según dice, una pasión que le permite “desconectarse de la rutina”. En pareja y con un hijo, asegura que encontró la camaradería y la diversión del hockey en el ambiente que más disfruta: el agua. “Llegué a entrenar seis veces a la semana. Es económico y me quita el estrés. Además rompe con dos mitos: el que dice que no se puede hacer un deporte acuático sin saber nadar, y el que señala que a partir de cierta edad uno no puede jugar,” señala. Zoraida representa a todos aquellos que se aburrieron de los deportes tradicionales y optaron por disciplinas más novedosas. En este caso, los equipos son de diez personas (aunque son seis en el agua) y van rotando. Los partidos constan de dos tiempos de quince minutos con intervalos de tres, donde los jugadores nadan tras un tejo en piletas de entre uno y dos metros de profundidad. ¿El objetivo? Anotar los tantos con la posibilidad de hacer apneas cortas entre diez y veinte segundos. “Hay que estar siempre atento, medir la cantidad de aire que te queda y la que le queda al compañero para subir a la superficie y bajar a hacer la jugada”, explican los participantes. La federación que representa al deporte en la Argentina –ASHA–
existe hace unos doce años, sin embargo, fue en estos últimos cuando creció el número de adeptos a la actividad que ya tiene fanáticos en Santa Fe, Rosario; Mendoza, San Luis, Berisso y clubes en Capital Federal. Sergio Souto, que entrena y enseña en el club Triglav, comenta que muchos comparten el hockey subacuático con el buceo o se acercan sólo porque les gusta el agua y quieren una actividad en grupo y divertida. “Lo único que necesitás es un traje de baño. Nosotros te damos gorro, aletas, visor, guante, palo y el snorkel. Ni siquiera es necesario saber nadar, sólo con flotar sirve”, afirma. El entrenamiento se divide en tres partes: física, técnica y juego. En la parte técnica y en el juego se mezclan hombres y mujeres. En la física, están separados. No es éste el único deporte innovador. Bien lo sabe Valeria Fedorowicks, profesora de yoga y pilates de 32 años, que, cada quince días, se acerca hasta Bairex Park de Benavídez para su dosis de flyboard, una experiencia que le brinda el placer y la adrenalina que necesita. “Amo los deportes acuáticos, pero con el flyboard volás literalmente, es indescriptible la sensación de estar entre el agua y el aire todo el tiempo”, comenta. Fue Martín Schiariti quien trajo el deporte en noviembre pasado, luego de haberlo visto en Francia. De hecho, Europa fue la cuna del flyboard a instancias de un campeón de jet ski que le dio vida. “Lo único
Dónde pueden practicarse Hockey Subacuático www.ahsa.org.ar Bossaball www.bossaball.com.ar Flyboard www.skyflyboard.com que se necesita es un espejo de agua de entre 3 y 4 metros por una cuestión de seguridad”, cuenta Schiariti, quien siempre estuvo interesado en los deportes y las artes marciales. Primero, fundó Sky Flyboard Argentina y, en julio de este año, la Federación Argentina de Flyboard para fomentar el deporte en el país. El equipo funciona mediante un sistema propulsor alimentado por un chorro que recorre una manguera de 12 metros conectada a una moto acuática. La manguera canaliza el agua y la deriva a una tabla. “Va colocada en los pies de la persona y se bifurca en dos salidas. Con la presión que tira, te eleva hasta doce metros en el aire, luego entrás en el agua nuevamente y podés nadar e incluso hacer acrobacias –describe Shiariti–. Hay que mantenerse recto durante la propulsión, habilidad que se puede lograr luego de un entrenamiento de 15 minutos.”
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| Sábado 21 de Septiembre de 2013
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Por fuera del agua, también hay opciones. Sebastián Tobio, comerciante de 33 años, no dejó de lado el fútbol con amigos, pero dos veces por semana las dedica al bossaball. “Es muy completo, mezcla tres disciplinas como la gimnasia, el fútbol y el voley”, detalla. Cinco años atrás, el deporte fue pensado desde los atardeceres de las costas brasileñas para sofisticar el clásico fuchibol. Sobre la base de una idea del belga Filip Eyckmans, el argentino Ariel Bressler colaboró en la creación de este juego que se realiza dentro de una gran cama elástica. “Los que mejor se desenvuelven son los que practican voley porque la dinámica es muy similar”, explica. Para jugar, se dividen en dos grupos de 3, 4 o 5 personas y pueden realizarse hasta cinco toques para pasar la pelota al otro lado. Uno de esos toques debe ser de fútbol. La habilidad para armar el tanto define la cantidad de puntos: “Si la pelota cae en la parte que rodea la cama elástica vale un punto; si cae dentro de la cama, vale dos, y si le pegan con el pie y cae dentro de la cama, vale 5”, aclara Bressler, y agrega que los partidos se extienden hasta los 25 tantos donde, en virtud de la cama, se pueden probar acrobacias. A nivel hobby, todavía se realiza de manera privada en lugares o predios propios, pero desde la federación ya están a la búsqueda de espacios en Buenos Aires y en La Plata para entrenar de manera fija.ß
da “paleo”. Cecilia Pinedo, de 28 años, abrió su casa a la experiencia de comer platos elaborados sobre la base de ingredientes obtenidos lo más naturalmente posible, sin incluir harina ni azúcar (que son productos resultantes de procesos industriales) o tomar leche (algo que, según los “paleo”, no hace ningún otro animal adulto). “Somos «paleo» por los ingredientes que utilizamos y la regla número uno es no incluir nada de harinas o granos en el menú. no podemos servir una pata de jabalí como hacían los hombres en el Paleolítico, pero intentamos ofrecer escabeches de distintos animales, moquecas de pescado o platos con aves también de todo tipo”, explica Pinedo. no hay pan, obviamente, y sólo se sirve para beber agua (con gajos de naranja) o vino tinto (que en la visión “paleo” sería algo así como uvas pisadas, supuestamente). La paleodieta ganó fama, en verdad, porque apareció como otra de esas cientos de fórmulas mágicas para perder peso. Pero va mucho más lejos que una dieta más. “Hay bastante evidencia de que las harinas, aceites de cereal y azúcares traen problemas de salud y están claramente asociadas con obesidad y, en conexión a ella, la diabetes. ni hablar de los celíacos, a quienes directamente les hace mal buena parte de la agricultura cerealera. no están enfermos, no: son unos héroes que se resistieron a la adopción de la agricultura”, esgrime Llach. El desembarco de lo “paleo” en el país es como casi siempre ocurre con este tipo de tendencias un reflejo de lo que está pasando en otras ciudades del mundo. En nueva York, existen restaurantes especializados en la paleodieta con carnes naturales (sin son de caza mejor) y le rehuyen al veganismo al proponer “comer natural, pero de verdad”. Esta semana, por ejemplo, sale en los Estados Unidos The Paleo Manifesto, un libro escrito por John Durand que marca la cancha. “Todos los animales, humanos o no, prosperan cuando imitan a los elementos clave de la vida en su hábitat natural”, expone Durand, después de entrecruzar datos médicos y tecnológicos que derriban mitos como que el sol hace mal o que comer carnes rojas trae problemas como el colesterol. Además, indaga en el dato de que las dentaduras de los hombres paleolíticos halladas poseen menos daños por caries porque no consumían granos ni azúcares. También sostiene que el ser humano perdió estatura a partir de la adopción de la agricultura. otro de los capítulos que impulsa el movimiento “paleo” involucra la manera en la que realizamos activi-
Según argumentan, el running sin calzado mejora la salud de los deportistas
Cecilia Pinedo, cocinera de Como Sapiens, el primer restaurante “paleo” argentino
Una temporada en las cavernas 1 De todo, menos granos Se pueden comer todo tipo de carnes, verduras y frutas. La leche, los granos y las harinas están vedadas porque son resultantes de procesos agrícolas
2 Pies al natural
Realizar ejercicio sin calzado es una técnica que intenta emular a los hombres paleolíticos y plantea que es mejor para la salud de los pies
3 Poligamia
Los “paleo” más radicales en su postura entienden que la monogamia es una imposición posterior al Paleolítico y, por ello, pregonan la poligamia
dad física. Correr descalzos (barefoot) puede parecer extraño, pero los “paleo” sostienen que es la manera correcta de no dañarse físicamente. Según un estudio publicado en la revista nature por un equipo de expertos en biomecánica, cuando las personas corren descalzas, tienden a evitar que el primer apoyo del pie sea con el talón. “Al aterrizar con la parte media o frontal del pie, los corredores descalzos apenas sufren el impacto y es mucho menor del que se generan apoyando primero el talón”, explicó Daniel Lieberman, profesor de biología humana evolutiva de la Universidad de Harvard y autor del estudio. Lieberman es además un defensor de lo “paleo”. “Se puede correr cómodamente sin calzado, un artículo que se inventó recientemente en términos históricos y mucho tiempo después de que los humanos empezaran a recorrer largas distancias”, afirmó el especialista, que argumenta en favor de correr descalzo porque reduciría el estrés. “Los «paleo» dirían que, para climas templados o cálidos, usamos zapatillas por un motivo cultural, y que, de hecho,
shutterstock
eduardo carrera/afv
correr descalzo mejora mucho, por ejemplo, la salud de tus tendones y doy fe”, dijo Llach, a quien en alguna ocasión le preguntaron si le habían robado las zapatillas mientras corría por la ciudad. También existen calzados para, curiosamente, “correr descalzos”. Se llaman “zapatillas minimalistas” y casi no tienen suela. Son de fieltro y cada dedo del pie tiene su espacio cubierto como si se tratara de un guante para pies. Estéticamente no podrían definirse como “saludables”–cabe añadir–, pero para los runners funcionan como una etapa intermedia antes de descalzarse completamente. También se comercializan otras (menos estéticas todavía y más extremas) que son una especie de malla metálica que envuelve todo el pie. Hasta el famoso escritor japonés Haruki Murakami se reconoció cultor de correr descalzo. Su pasión, de hecho, es bastante conocida, a tal punto que escribió un libro titulado De qué hablo cuando hablo de correr. Los cruces, a veces, resultan inesperados: ¿será “paleo” Murakami?ß
Gastronomía en algún lugar del mundo
Secretos de la cava del mejor restaurante del mundo Sommelier y propietario de El Celler de Can Roca, Josep Roca cuenta cómo selecciona los vinos de su carta; hoy disertará en Buenos Aires Sebastián A. Ríos LA nACIón
Josep Roca cuenta que la cava de su restaurante tiene la misma dimensión que la cocina y que el salón. “Trescientos metros cuadrados que guardan tesoros escondidos con un fondo de vino madurando para encontrar su mejor plato y ocasión para seducir”, describe, y nuestra imaginación echa a volar detrás de la palabra “tesoros”. El restaurante no es otro que el ya célebre El Celler de Can Roca, de Girona, España, considerado el mejor del mundo por la revista inglesa Restaurant, y Josep, de 47 años y de formación sommelier, es uno de los tres hermanos que le ha dado vida. Hoy por la tarde, Josep ofrecerá la clase magistral “El Celler de Can Roca, una historia de la cocina catalana”, con la que dará inició a las jornadas CATenBA, la Cocina Catalana en Buenos Aires, en las que durante tres días algunos de los más importantes referentes de la vanguardia culinaria de Cataluña –Marc Gascons Díaz, Jimena Pérez Apellániz, Jordi Sans Blanch y Jordi Rollan Altarriba– ofrecerán talleres de cocina (la inscripción se realiza en el sitio www.probabuenosaires.com). Pero al momento de esta conversación vía e-mail, Josep todavía no ha subido al avión que lo traerá a
suelo porteño, y escribe desde un lugar que –queremos suponer– es la cava de El Celler. “La bodega es vital para que el restaurante apueste no sólo por la cocina –retoma Josep–. También la generosidad de mis hermanos Joan y Jordi permiten que la propuesta de 2500 referencias distintas y más de 35.000 botellas sea un valor trascendente.” ¿Con qué criterio se montó la cava? “Es un espacio en cuyo interior hago un homenaje a la gente del vino, a los paisajes, con la idea de sintetizar mi pasión por el vino con un homenaje a cinco zonas concretas: los espumosos, el riesling del Mosela, el pinot noir de Bourgogne, el priorat y el jerez. La propuesta de vinos representa un 30% de vinos catalanes, un 30% de vinos del resto de España y un 40% de vinos del mundo”, responde Josep, y destaca: “Tenemos vinos argentinos en la carta desde mi primera visita a Mendoza. La Argentina es hoy una fuerza exportadora de vinos con una gran relación calidad-precio”. Pero, más allá de la cuestión de la procedencia, en la elección de los vinos que se ofrecen en el mejor restaurante del mundo hay una búsqueda de identidad que funciona como hilo conductor: “Intento incorporar a la carta vinos que tengan la capacidad de mostrar un discurso, una línea, un estilo –explica–; o con
singularidades en el suelo, la uva, la vinificación, crianza u otras condiciones geoclimáticas particulares”. A la hora de responder por las tendencias que rescata de la enología de hoy en día, Josep plantea posiciones: “Apostamos por la autenticidad, por los mensajes de interés, con gran personalidad. Defendemos los vinos cercanos a la uva y lejanos a los productos de ayuda en las producciones y en las vinificaciones. Sensibles al respeto por la naturaleza y fascinados con el diálogo del hombre con la tierra. Agradecemos los discursos de viticultores que no utilizan prácticas homogéneas y tratan a su viñedo como un jardín”. Respeto por el producto El carácter sustentable de El Celler de Can Roca es un aspecto que no sólo alcanza a los vinos que allí se ofrecen, también a su cocina. Buena excusa para dejar de hablar de vinos y pasar a la gastronomía, en un intento por entender qué ha convertido al restaurante de Girona, galardonado con 3 estrellas Michelin, en “el mejor del mundo”. En El Celler, cuenta Josep, predomina el producto local. “Intentamos ser fieles a la sensibilidad hacia la sostenibilidad y a las reducciones de dióxido de carbono. El 60% de los ingredientes que proponemos en el menú están en nuestra proximidad,
Josep Roca, en la cava del mejor restaurante del mundo
catenba
y, sólo a nivel excepcional y cuando la calidad es sublime, nos atrevemos a incorporar productos lejanos.” “El respeto por el producto es uno de los aspectos destacables de El Celler de Can Roca, del mismo modo que la humildad en el trato hacia el cliente, en saber que lo que se le está sirviendo en el plato está lleno de humanidad”, opina Luz García Elorrio, propietaria del Restaurant de La Riera, también en Girona, y alma máter de CATenBA, evento organizado por el Ministerio de Cultura y el Ente de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires, junto con sus instituciones pares catalanas. Para Luz, “El Celler es representativo de lo que es hoy la cocina catalana, una cocina que ha tenido la capacidad de haber puesto en el plato todas las manifestaciones de su paisaje, con productos que provienen del mar y de la montaña. En El Celler han sabido incorporar las innovaciones que ha habido en el mundo de la gastronomía, manteniendo la tradición de los sabores”. “La cocina catalana vive hoy un granmomento,probablementeelmejor de la historia –concluye Josep–. La diversidad geoclimática la convierte en un paraíso de productos gourmet y la capacidad de seducir a público de todo el mundo hacen de Cataluña un foco gastronómico imprescindible para cualquier gourmet.”ß
Hernán Iglesias Illa
Google quiere que seamos inmortales
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nueva york
oogle anunció esta semana la creación de una empresa dedicada a la salud y el bienestar, “especialmente la vejez y sus enfermedades asociadas”. En la jerga aburrida de los comunicados, esto dice poco, pero entre líneas (y así lo ha leído casi todo el mundo) el anuncio quiere decir: Google quiere llevarnos a la inmortalidad. En el campo de la biogerontología, poblado hasta hace no mucho por científicos forajidos y excéntricos, el anuncio de Google significa el ascenso de su disciplina a la primera división de las ciencias. Esta gente está convencida de que la vejez es una falla en el sistema, una enfermedad que, como cualquier otra, puede curarse. Hace unos años entrevisté a Aubrey de Grey, uno de esos científicos excéntricos y forajidos (barba y pelo grises hasta el pecho y la espalda, jeans viejos, remera gastada). Venía de dar una charla en las oficinas de Google en nueva York: “Hay que hablar en todos lados, no parar nunca de evangelizar”. Debe
de estar contento por el anuncio. Ese día, sentado en uno de los banquitos de caoba y cuero del Hotel Algonquin, me dijo: “Ya nacieron las primeras personas que van a vivir 150 años”. ¿Cómo reaccionar frente a una noticia así? En los Estados Unidos se suele decir que la pregunta clave para conocer la ideología de una persona es su actitud sobre el aborto. Estar a favor sugiere una visión del mundo; estar en contra, otra. Yo creo, en cambio, que es la reacción frente a este tipo de cuestiones la que revela las actitudes más profundas. De Grey habla sobre la posible inmortalidad de nuestros bisnietos y se le hace agua la boca. otras personas, sin embargo, han reaccionado y reaccionan con disgusto. Les parece que el hombre no debería juguetear con la biología que nos dio Dios o la naturaleza y que las cosas están bien así, con el rango de vida que tenemos actualmente. Enfrentadas a la eternidad, ¿no perderían sentido nuestras vidas, como la de Marco Flaminio Rufo, el personaje de Borges que
encuentra la inmortalidad y después le parece más una maldición que una ventaja? Mi instinto es más parecido al de De Grey que al de Rufo: me entusiasma y me intriga la posibilidad de vivir 150 o 200 o infinitos años, aun cuando no me toque a mí. no puedo explicar por qué. Como las preguntas más centrales sobre nuestras vidas y nuestras ideas, simplemente lo siento así, y me cuesta argumentarlo. Y si me toca a mí, mejor. Si me prometieran una mente clara y un cuerpo apto, no dudaría en aceptar la oferta de Google o De Grey para vivir hasta 2123 o alrededores. Respeto, por las mismas razones, a quienes no les gustaría vivir tanto tiempo ni que otros vivieran tanto. Son reacciones primarias, casi físicas, a menudo incontrolables. Los entusiastas de la longevidad están buscando argumentos para calmar a los escépticos. Dicen que sería bueno para la economía (más tiempo trabajando y consumiendo) y que no habría riesgo de superpoblación (las mujeres tendrían hijos más tarde). Los escépticos dicen que en la fase de transición, mientras unos ya tengan acceso a los nuevos tratamientos y otros todavía no, habría dos clases distintas de seres humanos, la más profunda de las desigualdades. otros avizoran cambios culturales: ¿puede un matrimonio durar 120 años? “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres”, le hace decir Borges a Rufo en El inmortal. Si viviéramos 150 años, creo, seríamos casi tan preciosos. Pero igual de patéticos.ß
ideas y personas Julieta Sopeña
El infinito borgeano convertido en luz
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a tarde del martes pasado vio al Faena Arts Center transformar un espacio literario en un espacio físico. Se inauguraba la muestra “El Aleph”, de los artistas europeos Anthony McCall y Mischa Kuball, ni más ni menos que una interpretación de una de las obras más emblemáticas de Jorge Luis Borges. Cuando me anticiparon que ambas salas del Faena Arts Center se oscurecerían en su totalidad para albergar las inmensas instalaciones lumínicas curadas por el alemán Alfons Hug, me costó creerlo. ¡Vaya contradicción! Si el Arts Center es, en su seno, resplandor puro: de paredes cándidas y mármol blanco, y una doble (o triple) altura que intimida. Pero la penumbra en cada una de las dos salas era exquisita. De a tandas de veinte, nos hacían pasar, primero a una pequeño pallier para intercalar la apertura de puertas en pos de que no se filtrara el más mínimo rayo de luz y estropeara la obra. Y una vez dentro, el laberinto y el infinito borgeanos
cobraban vida. En el piso inferior, la puesta de Kuball consta de bolas de disco apenas iluminadas, que giran y reflejan puntitos en el piso, el techo y la pared, pintados de negro, desdibujando por completo sus límites. “¡Me marea!”, era el comentario más escuchado por lo bajo. McCall, en tanto, recreó enor-
Los conceptos del tiempo y el espacio quedan supeditados al recuerdo mes conos de luz translúcidos que parten del techo hasta crear, en el suelo, contornos de formas variadas (obras difíciles de explicar si las hay). En ambos casos queda claro que el curador quiso jugarle una pasada (aunque buena) al espectador: El Aleph o jaque mate a los sentidos. En primer lugar los conceptos del tiempo y el espacio quedan absolutamente supeditados al
recuerdo que uno tiene de ellos. Uno no puede vivenciarlos porque literalmente no se ve nada. La privación del sentido de la vista trae consigo una serie de genialidades, como por ejemplo la agudización del sentido del oído. La voces se transforman en el único punto de referencia, en una sala en donde cuesta ubicarse. Y sólo ahí concienticé un rasgo del Faena Arts Center que lo diferencia tan sobremanera del resto de los museos: allí dentro la gente no le teme al silencio. El público elevaba sus voces y hasta reía a carcajadas con absoluta comodidad y pertenencia al contexto, cuando en el resto de los museos, la norma son el susurro y el ruido inconfundible de los tacos sobre el piso de madera. Seguramente el hecho de que la obra sea interactiva (uno puede fotografiar y hasta atravesar los halos de luz), descontractura aun más el ambiente. Los presentes, entre argentinos, norteamericanos y europeos, no escapaban de la caricatura tipo de la “tribu urbana”: capaces de compartir estilos de vestimenta, hábitos y expresiones, sin ser necesariamente conscientes de ello. El evento terminaba con una copa de champagne a la intemperie, a orillas de la escalinata de la entrada. Al principio, a nadie parecía importarle el frío. Al cabo de un rato, lentamente unos se desplazaron hacia la tienda de libros y otros fantásticos gadgets, y hasta algunos frenaban por un café de Starbucks. A las 10 de la noche el predio estaba despejado. Y las luces, apagadas.ß