NOTA DE TAPA | VANGUARDIAS
F U T URISM O Hace cien años, el poeta italiano Filippo Marinetti publicó el manifiesto futurista, el primero de los movimientos vanguardistas del siglo XX. El texto promovía un cambio de valores, exaltaba la velocidad y la guerra, rendía culto a la máquina y buscaba crear un superhombre. No había aspecto de la vida cotidiana que escapara a esa visión. La literatura, las artes plásticas, la música y la fotografía cayeron bajo la influencia de esa proclama a la que se le deben muchas obras maestras y una revolución cultural
POR ERNESTO SCHOO Para La Nacion - Buenos Aires, 2009
L
os lectores del matutino parisiense Le Figaro encontraron, en la primera plana de la edición del 20 de febrero de 1909, un texto titulado “Le Futurisme”, que asombró a todos y enfureció a muchos. En él, el abogado, poeta y dramaturgo italiano Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944) declaraba que un automóvil a toda velocidad, con su motor rugiente y (en el diseño de la época) los caños semejantes a serpientes que brotaban a los costados de su cuerpo de metal, resultaba infinitamente más bello que la Victoria de Samotracia. Era un manifiesto, el primero de las vanguardias del siglo XX, que en sus dos décadas iniciales los prodigó hasta el hartazgo. A partir de él, Marinetti y sus seguidores inundaron Europa y el mundo con esas declaraciones de principios, que en el caso del futurismo consistían en eliminar toda tradición cultural anterior a la Revolución Industrial. El movimiento aspiraba a invadir todas las disciplinas artísticas de la cultura occidental. Marinetti era bien conocido por entonces en París, donde residía habitualmente aunque su domicilio legal estaba en Roma. Se había destacado, precisamente, por su prédica destructiva de la tradición clásica o el remedo de ésta tal como había procurado recrearla –en términos puramente arqueológicos– el fin del siglo XIX. La intención es clara desde sus primeros poemas, reunidos en un volumen titulado Uccidiamo il chiaro di luna (Asesinemos el claro de luna), contra el abuso de los lugares comunes del romanticismo, y de una obra de teatro, contemporánea del Manifiesto, Le Roi Bombole, claramente inspirada en el Ubú Rey, de Alfred Jarry (1873-1907), farsa cruel, estrenada en 1896 con repercusión de escándalo. El discurso futurista se asentó fundamentalmente en la reiteración de algunas palabras clave, provenientes de los avances tecnológicos que desde mediados del siglo XIX transformaron para siempre la vida en el planeta: velocidad, energía, dinamismo. El futurismo fue el primer movimiento pictórico en la historia del arte que exaltó a la lámpara incandescente inventada por Edison. El tumulto urbano, prolongado en la noche gracias a la disponibilidad de una fuente perdurable
4 | adn | Sábado 14 de marzo de 2009
EL TRÍO DE LAS INNOVACIONES. Antonio Sant’ Elia, Umberto Boccioni y Filippo Tommaso Marinetti
de luz, el ruido y la furia de los vehículos de motor, la implacable, monótona actividad de los engranajes y las turbinas, el disfrute (y el abuso) de la velocidad sumieron a los futuristas en el éxtasis fetichista de la máquina. En mayo de 1913, en un artículo titulado “La imaginación sin hilos”, Marinetti escribe: El futurismo se basa en la completa renovación de la sensibilidad humana, ocurrida como consecuencia de los grandes descubrimientos científicos. Quienes hoy usan el telégrafo, el teléfono y el gramófono, el tren, la bicicleta, la motocicleta, el automóvil, el transatlántico, el dirigible, el aeroplano, el cinematógrafo, el gran diario no piensan que estas diversas formas de comunicación, de transporte y de información ejercen sobre su psiquis una influencia decisiva.
Hay otra palabra fundamental en la estética futurista: simultaneidad. El pintor, escultor, crítico y teórico Umberto Boccioni (1882-1916), el más lúcido e intelectual de los seguidores de Marinetti (a quien supera, incluso,
en la formulación de algunos principios del movimiento), vivió y trabajó obsesionado por el afán de transportar a la pintura el sentimiento (característico de la modernidad) de ser atravesado por una infinita multiplicidad de sensaciones e impulsos que, como los rayos cósmicos, perforan la supuesta densidad, la solidez de la materia. Coincide este sentimiento, y la angustia del artista por expresarlo mediante colores, o sonidos, o palabras, con el que contemporáneamente, o casi, hostigaba en la literatura a Italo Svevo, a Virginia Woolf, a Proust, a Joyce. Ya el menos impresionista de los impresionistas, Degas, había intentado enfocar el cambio de óptica que la fotografía y luego el cine impusieron a la visión del habitante de la gran ciudad: en El vizconde Lepic y sus hijas en la Plaza de la Concordia, de Degas, tan sólo las cabezas y medio cuerpo de los retratados asoman en el borde inferior del cuadro, ocupado en todo el resto por la extensión del célebre lugar parisiense. No es un antecedente del futurismo, claro, pero sí de una manera nueva de ver el mundo. Quien firma esta nota